EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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By wickedwitch_

Volver a mi antigua rutina, lejos de la casona donde Al-Rijl tenía a todas sus chicas hacinadas para sacarles el máximo provecho, me resultó... extraño. Me había acostumbrado a los estrictos horarios de aquel hombre y de la anciana que se encargaba de tenernos controladas a todas horas, la misma mujer que nos había sometido a un exhaustivo examen a Enu y a mí cuando nos habíamos infiltrado, fingiendo ser dos chicas que iban a ser vendidas.

Mi padre pasaba algunos días fuera, en asuntos relacionados con los rebeldes. Silke no volvió a mencionar nuestra conversación y, las posteriores veces que nos encontramos en el pilón, simplemente hablamos de cosas banales; Eo fue la encargada de ponerme al día sobre todo lo que había sucedido en mi ausencia por enfermedad. Además, me animó a que saliéramos juntas alguna vez por la ciudad, aprovechando que ambas teníamos recados que hacer.

Aquella mañana había tocado a mi puerta, con una amplia sonrisa mientras me pedía que la acompañara al mercado.

Con un par de súplicas y mohines, Eo logró convencerme de seguirla.

Perdí la cuenta de las veces que comprobé que la manga de mi túnica cubriera el delator tatuaje de mi antebrazo. Mi padre me había asegurado que se encargaría de ello, llevándome hacia uno de los elementales de la tierra que colaboraba con nosotros para que la hiciera desaparecer.

Al alzar la mirada de la zona donde permanecía bien oculta aquella marca que me habían grabado a fuego en la piel, vi que Eo me observaba con atención; no se le había pasado por alto todos mis movimientos nerviosos.

Esbocé una sonrisa culpable.

—Necesito una túnica nueva —le expliqué mientras nos dirigíamos hacia el mercado—. Esta empieza a picarme...

En los ojos de Eo pude ver la comprensión: a ninguna de nuestras dos familias nos sobraba el dinero. Todo lo que ganábamos, por poco que fuera, estaba destinado a sufragar los gastos más inmediatos y necesarios; una túnica nueva no entraba dentro de la lista.

Continuamos nuestro camino hacia el mercado, contemplando el resto de gente que convergía en aquel lugar de la ciudad. Los niños corrían cerca de sus madres mientras ellas les gritaban advertencias sobre lo que sucedería si se atrevían a alejarse; los vendedores arrastraban sus puestos y otros gritaban desde los suyos fijos. Mi cuerpo sufrió un escalofrío al recordar la última vez que había paseado por aquel mismo lugar; al recordar cómo aquel perilustre me había aferrado del brazo, confundiéndome con una prostituta.

Me mordí el interior de la mejilla cuando en mi mente se formó la imagen de su compañero, el muchacho de ojos azules.

El grito de Eo me distrajo de mis propios pensamientos. Mi amiga había divisado entre la multitud un puesto que parecía resultarle de interés, por lo que me aferró con la mano que tenía libre para que la siguiera; la tensión de verme en aquel sitio tan concurrido, después de lo que había sucedido allí unos días atrás no me había abandonado del todo... ni siquiera cuando comprobé con la mirada que no había nada fuera de su lugar.

Dejé que Eo me arrastrara tras ella hasta que nos encontramos ante un tenderete lleno de piezas de orfebrería. La mirada de mi amiga parecía resplandecer mientras observaba cada pieza expuesta; sus pensamientos parecían resonar con tanta que fuerza que era capaz de escucharlos. El anhelo. El hecho de contar con suficientes monedas para comprar uno de aquellos exquisitos objetos.

La tranquilidad que te proporcionaba saber que el dinero no era una necesidad.

—Ojalá pudiera llevar algo así en la Rajva —suspiró Eo a mi lado.

—Quizá podamos llegar a un acuerdo.

Alcé la cabeza de golpe al escuchar aquella voz masculina; el dueño de aquel puesto nos miraba a ambas. En el fondo de su mirada pude advertir cómo se detenía en Eo, que continuaba sumida en su propia tristeza; los ojos de aquel hombre la recorrieron de pies a cabeza, oscureciéndose a cada centímetro que recorría del cuerpo de mi amiga. La bilis empezó a subirme por el esófago.

Eo ladeó la cabeza, atenta a lo que tenía que decir aquel hombre.

Los labios del dueño se curvaron hacia arriba, permitiéndonos ver sus encías carcomidas y sus dientes negros. Hizo con la mano un aspaviento en dirección a las piezas que estaban tendidas sobre las ricas telas para su exposición.

—¿Estarías dispuesta a... llegar a un acuerdo conmigo? —la tanteó.

Eo frunció el ceño.

—No tengo suficiente dinero para ello, señor —respondió educadamente.

El hombre se inclinó hacia ella por encima de la mesa, permitiéndonos ver desde más cerca su podrida dentadura.

—No estoy hablando de dinero, preciosa.

Decidí que había llegado el momento de intervenir. Cassian había protegido a su hermana, y aún había cierta inocencia en Eo; era evidente que era la primera vez que se encontraba en una situación así. Y no iba a permitir que fuera a más.

Esbocé una sonrisa mordaz en dirección del hombre al mismo tiempo que aferraba a Eo por la muñeca.

—Ninguna de nosotras estamos interesadas en la generosa oferta que teníais en mente, señor —dije con frialdad.

Eo me miró boquiabierta mientras la apartaba de aquel hombre, llevándola de regreso a la corriente de personas que se movían por la calle para alcanzar las puertas que conducían al mercado.

—¿Qué demonios ha sido eso? —quiso saber Eo.

—Mejor no quieras saberlo —gruñí.

Eo frunció el ceño al escuchar mi tono brusco pero, al menos, tuvo la buena idea de no continuar preguntándome al respecto. Yo me limité a azuzarla para que nos internáramos cuanto antes en el recinto del mercado y ella pudiera llevar a cabo las tareas que tenía previstas.

Nos quedamos en silencio mientras nos mezclábamos con la multitud que también había acudido a aquel lugar de la ciudad y se movía como si fuera una corriente; el aire se llenó de distintos aromas que lograron hacer que empezara a ensalivar ante sus diversas procedencias. Ni siquiera me permití un simple pensamiento a la última vez que había paseado por aquel mismo lugar.

—He notado últimamente a Cassian extraño —el comentario, y repentino cambio de tema, de Eo me pilló con la guardia baja.

Pestañeé mientras ladeaba la cabeza hacia mi amiga. Desde que hubiéramos tenido aquella conversación, en la que Silke me había mostrado abiertamente la preocupación que sentía por su primogénito, no había vuelto a pensar en ello; les había mentido a ambas, sí, pero lo había hecho por su bien. Y porque sabía que, si descubrían la verdad, correrían un grave peligro.

Cassian siempre había querido mantenerlas al margen, y yo respetaba esa decisión.

Fingí ignorancia.

—¿Demasiado trabajo en la fragua? —probé a decir.

El ceño de Eo volvió a fruncirse. Ella amaba a su hermano, y no soportaba verlo en ese estado; Cassian me había confesado empezar a sentirse agobiado por las mentiras a las que se había obligado a recurrir para cubrir su secreto. Aún recordaba con claridad el sufrimiento que me mostró los días que me mantuvo en aquel hogar abandonado, después de que enviara a una chiquilla en su búsqueda.

Silke y Eo confiaban en que su estado se debiera a una chica, pero su madre me había demostrado que las mentiras de Cassian no habían surtido del todo su efecto: ella creía que era otra cosa lo que mantenía en ese estado a su hijo.

—Está demasiado tenso —me confió, mordiéndose el labio; yo abrí la boca para repetir la misma mentira que había usado con Silke, pero Eo se me adelantó—: Crees que hay una chica, lo sé. La cuestión es que... está más irascible.

Observé cómo los hombros de mi amiga se hundían y el estómago me dio un desagradable vuelco. El recuerdo de nuestra extraña despedida se repitió en mi mente, el modo en que había movido su mano... el simple consejo que me había dado; la distancia que parecía haberse creado entre nosotros.

Apenas habían pasado tres días desde que nos despidiéramos y no había vuelto a verlo.

Nunca antes una discusión con Cassian se había prolongado tanto tiempo; nunca antes habíamos estado separados de ese modo.

—Discutió con mamá —la confesión de Eo hizo que tragara saliva—. Ella solo... solo intentaba saber si estaba todo bien... Solamente quería asegurarse de que no estuviera haciendo nada estúpido —la voz le tembló, presa de aquel recuerdo que estaba repitiendo en su mente—. Cassian explotó y le gritó cosas horribles. Nunca antes le había oído hablar de ese modo a nuestra madre, Jem.

El sabor amargo de la culpabilidad inundó mi boca, haciéndome saber que yo era el motivo por el cual Cassian había explotado de ese modo tan violento con Silke. Nuestra discusión aún estaba fresca y él había decidido desquitarse toda esa rabia contenida con quien no tenía culpa.

El sufrimiento de Silke en aquellos momentos...

—Hablaré con Cassian —decidí de improvisto; la mirada de Eo se iluminó por el silencioso agradecimiento a mi oferta—. Lo haré lo antes posible, Eo.

Mi amiga me dedicó una gran sonrisa y se apresuró a rodearme con sus brazos, haciendo malabares con la cesta que llevaba colgando en uno de ellos; su cuerpo apretándose contra el mío me hizo sentir aún más culpable.

Cuando nos separamos, la mirada de Eo volvía a relucir y me arrastró hacia la primera hilera de puestos donde se exponían alimentos frescos. Me puse en tensión al recordar la «generosa oferta» de aquel hombre, momentos antes, y me pegué a mi amiga en actitud protectora.

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—Hay un chico que está mirándote.

La frase cargada de emoción de Eo logró que todos mis músculos se convirtieran en granito. Que hubiera captado la atención de alguien —y más siendo alguien del sexo opuesto— no me resultaba tan atrayente como a mi amiga; desvié la mirada de las frutas del puesto frente al que estábamos para poder mirar a Eo, quien tenía graves problemas para contener su entusiasmo.

Pero yo no podía permitirme dejarme llevar por el pánico.

—¿Estás segura? —me cercioré.

Interiormente recé a todos los dioses para que se tratara de una confusión, que todo aquello fuera un malentendido y el supuesto chico al que había llamado su atención estuviera atento de otra cosa. Cualquier otra cosa que no fuera yo.

Los ojos de Eo se estrecharon cuando sus labios se curvaron en una pícara sonrisa.

—Al principio creí que eran imaginaciones mías —reconoció, y yo quise aferrarme a esa diminuta esperanza—. Pero no nos ha perdido de vista en todo el tiempo que estamos aquí.

Un escalofrío de temor me recorrió de pies a cabeza.

—¿Puedes describírmelo? —le pregunté en un susurro.

Continué fingiendo encontrarme inmersa en las frutas que había delante de mí, sin atreverme a buscar con la mirada al susodicho.

Eo se encogió de hombros, sin prestarle la más mínima importancia a mi pregunta. Creyendo erróneamente que estaba interesada de ese modo en aquel tipo que no me había quitado los ojos de encima, según la propia Eo.

—Es bastante guapo —cuchicheó y se le escapó una risilla tonta—. Alto. Ojos azules. Tez ligeramente tostada. Rubio. Sin duda alguna parece perilustre.

Mierda.

Mierda. Mierda. Mierda. Mierda.

La escueta descripción de mi amiga fue suficiente para que tuviera una idea bastante clara de quién podría ser mi acosador particular. El miedo recorrió mis venas cuando la imagen de aquel chico perilustre, el acompañante de aquel otro al que ataqué de ese modo cuando me confundió con una prostituta, se materializó en mi mente: a pesar de su ascendencia perilustre, su aspecto físico dejaba ver que no era tan débil como muchos de sus compañeros. Una parte de mí había creído que ambos, después de lo sucedido, habrían aprendido la lección... o no se habrían molestado en seguir adelante; realmente había creído que todo habría quedado en una anécdota —y una humillación— nada más.

Era evidente que me había equivocado.

Un perilustre jamás olvidaba, como tampoco perdonaría a una chica como yo el ridículo que había tenido que sufrir delante de todo aquel público —muchos de ellos, sedientos y satisfechos de ver cómo un privilegiado sufría de aquel modo—. Y tenía los medios suficientes para obtener su venganza.

Espié por los rabillos de los ojos, comprobando el flujo de personas que había a nuestro alrededor. De repente, la idea de continuar en aquel lugar había perdido todo su atractivo. Lo único que me gritaba mi instinto es que saliéramos de allí lo más rápido posible; que nos mezcláramos con la multitud y desapareciéramos.

—Ah, parece que viene hacia aquí —suspiró ella.

Las señales de alarma saltaron dentro de mi cabeza y me tomé aquello como lo que había estado esperando para tomar mi decisión: aferré a Eo por la muñeca y tiré de ella hacia una dirección cualquiera, enfrentándome por primera vez a la multitud... e intentando encontrar al perilustre que me había reconocido.

Lo divisé a una buena distancia de nosotras, vistiendo ropas mucho menos ostentosas de las que le había visto usar aquel único día; sus ojos azules se clavaron en los míos a pesar de las personas que se interponían entre ambos y sufrí un escalofrío. Como si mi cuerpo reconociera algo que no encajaba en él.

Rompí el contacto visual y me sumergí entre la masa de gente que se movía, bien para recorrer el mercado, bien para marcharse ya de allí. Sujeté la muñeca de Eo entre mis dedos con firmeza, cuidando de no apretar demasiado hasta hacerle daño.

—¿Qué demonios estamos haciendo? —quiso saber ella.

—Largarnos de aquí —mascullé, buscando cualquier resquicio entre la multitud por el que poder colarnos y poner mayor distancia.

—¿Por qué? —insistió.

Busqué una excusa lo suficientemente buena para que no siguiera con aquel tema, pero Eo pareció comprender qué había motivado mi huida tan repentina después de que ella me indicara que había un perilustre que me estaba mirando demasiado.

Sentí cómo frenaba, impidiéndonos continuar hacia delante. Atrapadas en aquella corriente de personas que nos lanzaban malas miradas mientras intentaban esquivarnos; de manera inconsciente me vi buscando aquellos ojos azules. Intentando localizarlo.

—¿Es por ese chico? ¿Por el perilustre? —una mirada angustiada por mi parte, suplicándole que nos pusiéramos de nuevo en marcha fue respuesta suficiente para Eo—. ¿Le conoces?

Compuse una mueca, recordando.

—No hemos tenido el placer... todavía.

Mi esquiva respuesta hizo que Eo se zafara de mí y se cruzara de brazos. Si continuábamos estancadas en aquel sitio, al perilustre no le resultaría muy difícil dar con nosotras; y no quería que Eo estuviera allí cuando llegara el momento de que se me exigiera una compensación. Cuando ese perilustre exigiera una desproporcionada idea de justicia por lo sucedido con su amigo.

La mirada de Eo se endureció.

—Quiero saber por qué estamos huyendo, Jem —me ordenó—. Si dices que no conoces a ese chico...

—¡¡¡NIGROMANTES!!!

El chillido proferido desde algún punto de la multitud hizo que estallara el caos en el mercado. Me abalancé hacia Eo y la cogí por el brazo, con menos miramientos que antes, cuando intenté que huyéramos de allí; la gente se movía despavorida a nuestro alrededor. Esquivé como bien pude a todos aquellos que se interpusieron en mi camino mientras buscaba una vía de escape.

Nigromantes. Allí.

No era usual que los perros del Emperador fueran por aquellos lugares de la ciudad, como tampoco que su presencia fuera anunciada de ese modo. Algo tenía que haber sucedido para que los nigromantes hubieran acudido hasta el mercado... y yo no sentía ningún interés en descubrirlo.

No cuando mi única prioridad en aquellos instantes era poner a salvo a Eo de aquel descontrol que podía volverse demasiado peligroso.

Eo trastabilló a mi espalda, desestabilizándonos a ambas y casi provocando que cayéramos al suelo. Tiré de ella para ayudarla a mantener el ritmo, incitándole a que intentara llegar a mi altura; tenía el cabello revuelto y los ojos abiertos de par en par, cargados de terror.

Eso era lo que provocaban los nigromantes: miedo. Pavor. Puro terror.

—Jem —me llamó entre jadeos—. Jem. ¿Qué vamos a hacer?

En aquellos instantes de pánico, ya no tenía ganas de conocer por qué había actuado de ese modo por aquel chico perilustre: la llegada de los nigromantes al mercado lo había borrado por completo de su mente, dándole un nuevo propósito. Salir del mercado. Alejarnos de aquellos monstruos.

Entre el gentío pude distinguir las primeras túnicas negras. Los primeros reflejos que el sol arrancaba a sus máscaras plateadas, que cubrían sus facciones hasta la nariz. Aquella visión me recordó a los otros que había conocido en el palacio del Emperador, cuando el propio Usurpador decidió que ya no éramos de utilidad las chicas que había dejado con vida después de descubrir que una estaba allí para asesinarle.

Cambié de dirección bruscamente, buscando cualquier callejón estrecho que pudiera servirnos de refugio. Nos ocultaríamos en cualquier rincón, pues abandonar el mercado resultaba imposible; nos quedaríamos en cualquier escondite que pudiera hallar hasta que los nigromantes se marcharan.

Eo también pareció llegar a la misma conclusión que yo, pues tiró de mi brazo para llamar mi atención.

—¡Allí! —gritó para hacerse oír por encima del caos que se había desatado.

Seguí la dirección de su dedo y sentí que el alivio me recorría de pies a cabeza: un callejón oscuro y que podía pasar desapercibido, el rincón perfecto para que pudiéramos ocultarnos ambas.

Dirigí mis pasos hacia ese callejón y, una vez estuvimos a salvo en la oscuridad que inundaba su interior, nos desplomamos sobre una de las paredes. En mis oídos lo único que podía escuchar era mi agitada respiración y un molesto pitido.

—Jem...

Cerré los ojos, ignorando a Eo.

—Jem.

Cuando su puño golpeó mi brazo con firmeza, me giré hacia ella con ganas de devolverle el golpe... con el doble de fuerza.

El rostro de Eo estaba pálido, con los ojos muy abiertos.

—Mira, Jem.

Entrecerré los ojos, tratando de distinguir lo que Eo intentaba que viera.

El estómago me dio un violento vuelco al distinguir entre la arena una mancha carmesí inconfundible que se repetía hacia el fondo de aquel callejón que habíamos convertido en nuestro refugio.

Sangre.

Como un camino de miguitas de pan que quisiera guiarnos hacia algo. 

* * *

¿Y qué hay al final del caminito de gotitas de sangre?

a) Un unicornio.

b) Un nigromante.

c) Un cadáver.

d) Ninguna de las respuestas anteriores es correcta.

POR FAVOR, DEJADME COMPARTIR EL MEME QUE ESTOY SEGURA QUE TODES SABEMOS QUE ENCAJA EN NUESTRA BÚSQUEDA DE NUESTRO AMADO PERSEO, ESE NIGROMANTE AMABLE QUE SE CRUZÓ EN EL CAMINO DE JEM PARA SALVARLE EL CUELLO, literalmente

  (((Madre mía, estoy descojonándome fuertemente yo sola porque he llegado a la conclusión de que nuestro lema en cada capi es: "PERSEO, ¿DÓNDE ESTÁS QUE NO TE VEO? @ yahoo respuestas")))  

(((Se admiten memes y tal, todo sea por echarnos unas risillas)))

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