Atracción Irresistible © | EN...

By LuisianaVons

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"Todo comenzó con una mirada de esos irresistibles ojos azules" Kathleen Taylor necesita desesperadamente un... More

Atracción Irresistible
01|Los Janssen.
02|La Primera Impresión.
03|La Fiesta.
04|El Juego.
05|El Contacto.
06|El Acuerdo.
07|La Inaguración.
08|El Incidente.
09|El Segundo Incidente.
10|El Rechazo.
11|El Shot.
12|Lidiando Con Kath.
13|La Consecuencia.
14|La Cita No Cita.
15|Arcade Fire.
16| Beep.
17|Novios Falsos.
18|La Invitada.
19|Nox Proulx.
20|Película.
21|Los Bolos.
22|Secreto De Nox.
23|Cherry Girl.
24|Confesiones.
25|Mi Chica.
26|La Verdad.
27|No aún, pero lo serás.
28|No más secretos.
29|Me Gustas, K.
30|Muñeco de Azúcar
31|Rusty's.
32|Tú eres la razón.
33|Ken sigue con Barbie.
34|¿Me amarás alguna vez?
35|Juego Equivocado.
36|Ruleta Rusa. Parte I.
37|Ruleta Rusa. Parte II.
38|Noticias Inesperadas.
39|La Musa.
40|Novios Irresistibles.
41|Valentinlandia.
42|Daddy Mikhail.
44|Parque de Diversiones.
45| ¿Por qué no?
46|El Regalo Perfecto
47|Polaroids
48|Heridas Sin Sanar
49|Nunca es para siempre
50|Efecto Mariposa (FINAL)
Epílogo
SERIE #IRRESISTIBLE
ATRACCIÓN IRRESISTIBLE EN FÍSICO
ATRACCIÓN IRRESISTIBLE YA DISPONIBLE EN PAPEL!

43|Solo Tú.

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By LuisianaVons


Kathleen.

Ha transcurrido una semana desde que recibí la noticia sobre la abuela. Cada día la situación empeora, la abuela ya no responde a los tratamientos en vía oral con la misma efectividad, y los médicos insisten en realizar la cirugía lo más pronto que podamos. Katherine tuvo que pedir un préstamo a su jefe y vaciar todo el contenido de su caja de ahorros, pero incluso así, no reunimos lo suficiente para costear la operación.

Debo admitir que no he tenido cabeza para pensar en algo más que no sea la cirugía de la abuela. No he querido contarle la situación a Mikhail, sé que el podría ayudarnos, pero es precisamente ese el motivo por el cual prefiero reservarme esa información. No quiero que se sienta en la obligación de solucionar mis problemas.

Paso mis manos por mis rodillas húmedas. He estado caminando de una farmacia a la otra en busca de los farmacos administrados por los médicos para la abuela. He pedido a la señora Janssen la tarde libre para poder hacer todas las diligencias que he estado posponiendo durante las últimas semanas. Entre los exámenes finales de la preparatoria, el trabajo cada vez más intenso en casa de los Janssen, y ahora el imprevisto con la abuela, mi mundo parece estar derrumbandose sin haberme avisado antes.

Eduardo ha insisto en acompañarme en las caminatas a las distintas farmacias, pues a el le encantan las caminatas, y además, creo que es una oportunidad para pasar tiempo juntos antes de que se terminen las clases. Eduardo Bennett tiene uno de los más altos promedios intelectuales en la ciudad, compitiendo siempre con sus otros compañeros de la misma altura. Tengo la plena seguridad de que tendrá un brillante futuro, pues, gracias a su extraordinario desempeño durante la preparatoria ha obtenido una beca para estudiar ciencias políticas en una universidad de Nueva York.

Me siento muy feliz por él, sé que algún día ganará uno de esos premios científicos con los que tanto se ha hecho ilusión.

—No conseguí nada. ¿Y tú? —resopla, colocando sus manos sobre sus caderas en posición inclinada.

Niego con la cabeza, —No puedo creer que no encontramos un estúpido fármaco en todas las farmacias que hemos recorrido. ¡Ya no siento mis piernas!

Eduardo ensancha una sonrisa de labios cerrados, y se asegura de que su mochila se encuentre asegurada.

—El atletismo no es tu fuerte —comenta, siguiendo el camino a través de la acera, y poniéndome nerviosa. Me da la impresión de que puede fallar un paso, caerse y arrancarse los dientes.

No estás en destino final, Kathleen.

Nunca se sabe.

—En mi defensa, levantarme de la cama para ir a la cocina es suficiente cardio en un solo día —me excuso, cruzando ambos brazos por encima de mi pecho, y aplastando la receta entre mis antebrazos.

Eduardo se echa a reír, perdiendo un poco el equilibrio.

—Me recuerdas a tu hermana.

Una sonrisa pícara se instala en mis labios, y giro el cuello para tener una mejor vista del rostro sonrojado de mi amigo.

Subo una ceja, —¿Te refieres a Katherine? ¿huh?

Eduardo se desconcentra, consecuentemente, perdiendo el control de los movimientos de sus pies hasta tambalearse y bajar del bordillo. Reprimo una sonrisa, y el lleva una mano a su nuca como gesto de nerviosismo.

—Me parece que alguien se ha enamorado —canturreo, poniéndolo más sonrojado. El alza una mano como negación, y evita el contacto visual.

—No digas tonterías, Kathleen. Es solo...

—¡Oh, mira! ¡Es Katherine!

—¿Katherine? ¿En dónde? —eleva su cabeza por encima de los ciudadanos que se encuentran caminando a nuestro alrededor, y suelto una carcajada cuando se da cuenta que le he hecho una broma. Esboza una sonrisa canina, y menea la cabeza en modo de desaprobación—. Eres una ridícula.

—Y tu eres un ridículo enamorado de mi hermanita —le sobo un hombro, y el aparta el brazo con brusquedad. Me encanta hacerle enfadar—. Estás enamorado de Katherine, estás enamorado de Katherine —tarareo mientras avanzamos hasta la estación de bus más próxima.

—¡Oh, Dios mío! ¡Mira es Mikhail Janssen! —exclama de pronto, haciendo que mi corazón de un brinco enérgico.

—¿En dónde...? —me detengo abruptamente cuando caigo en cuenta de que está usando la misma jugada que usé con él. Meneo la cabeza, y aprieto los labios—. No voy a caer en tu juego, Eduardo Bennett. Yo ya usé ese truco, no tiene ni la más mínima probabilidad de que pueda creer que Mikhail está...

Cierro la boca cuando intercepto su cabello rubio a la distancia. Ha estacionado en un aparcamiento privado frente a una clínica. El lleva puesto una camiseta blanca que se adhiere increíblemente sensual a sus bíceps, y unos jeans azules con apariencia desgastada que contrastan con las zapatillas blancas que calza. Su cabello rubio se encuentra desordenado como siempre, pero mi corazón deja de latir cuando el brazo de alguien más rodea su codo.

Lana Gilbert.

Ella parece nerviosa, y Mikhail le susurra un par de palabras que no logro comprender ya que nunca he sabido cómo leer los labios de las personas. No sirvo para nada, mi cerebro es tan inútil algunas veces.

Oh, ¿en serio?

—Kath —su voz se escucha lejana pero me encuentro tan concentrada en el escándalo mental que se ha generado en mi cabeza que no puedo responder—, Kath me vas a arrancar el brazo. ¿Podrías devolverme mi brazo? —me pide Eduardo. Suelto un chillido despistado. No me había dado cuenta de que me estaba desquintando mi nudo mental contra el delgado brazo del castaño.

Le devuelvo el brazo, y el lo sacude por los aires para recuperar la circulación...y disipar el enrojecimiento de la zona que, accidentalmente, había estado oprimiendo.

—¿Quién es ella? —interroga de pronto el castaño.

Por más que quisiera despegar mi mirada de Mikhail y la arpía mentirosa de su amiga, no lo consigo. Ellos permanecen fuera de la clínica, mientras el parece insistirle para entrar a dicho lugar. ¡Maldito ojizarco coloca las manos donde pueda verlas!

—Wardo, dime que sabes cómo leer labios —ruego.

El enarca una ceja, y nos detenemos antes de llegar a la clínica. Lo que menos quiero es que se percaten de mi presencia, y empiecen a actuar diferente.

—Nunca lo he intentado y no es por ser egocéntrico, pero soy un crack en pictionary. ¿Te sirve eso? —consulta, y asiento repetidas veces con la cabeza.

—¿Sobre qué piensas que están hablando? ¡Lee los malditos labios, Wardo!

El me hace una seña para que mantenga la calma, pero creo que hasta se me ha olvidado cómo respirar. ¿Cómo demonios mantengo la calma?

—Huh...creo que el dice: "Tienes que...entrar, sé que es difícil pero no estás...¿sola?" —Eduardo me mira de reojo, y yo solo puedo concentrarme en las palabras que salen de su boca.

—¡No te detengas, zoquete! ¡¿Que más están diciendo esas dos cucarachas de baño público?!

Eduardo entorna los ojos, y menea la cabeza antes de continuar adivinando. Siento una bomba en el estómago que me produce náuseas. La simple idea de imaginarme que podría estar embarazada, y mi bebé tendría que ser hermanito del bebé de Lana debido a su mentira, me dan ganas de aventarme a una alberca.

Eduardo agudiza el tono de su voz cuando ella habla, —Lo sé, lo sé, sólo que después de hoy... todo va a cambiar —ella sacude su melena amarilla, y el la mira directamente a los ojos antes de estrechar su cuerpo entre sus brazos como refuerzo. Por otro lado, Eduardo cambia el timbre de su voz, imitando la voz de un Robot, —"Todo va a cambiar, Lan. Ya verás. Ella no va a enterarse, tu eres mucho mejor que ella"

¿Ella?

¿Ella no va a enterarse?

¿Eres mucho mejor que ella?

Niego con la cabeza, apretando las manos inconsciente. Oh, ojizarco. Espero que todo esto sea un malentendido. Mi cuerpo tiembla de lo furiosa que me encuentro, siento una oleada de calor ascender a través de mis mejillas, e ignoro los pinchazos que me desgarran el estómago.

—"Eres todo lo que quiero..." —la voz de ardilla de Wardo me hace blanquear los ojos.

—¿Te tragaste a Alvin la ardilla o qué demonios ocurre con tus cuerdas vocales, Wardo?

El se encoge de hombros, —Solo se me habían agotado las opciones.

Me gustaría caminar hasta ellos, y encararlo de una buena vez. La última vez que nos vimos en el jardín de su casa, me prometió que decía la verdad. Si Mikhail no miente, entonces, ¿por qué sigue ayudándole en su farsa? ¿por qué me mintió?

Aparto las ideas vengativas que surcan mi cabeza. No planeo perder mi tiempo en él. No puedo tapar el sol con un dedo, si el está con ella, algún gramo de verdad habrá en la mentira de Lana. Suelto un suspiro, reteniendo las lágrimas y obligando a mis ovarios a mantenerse duros como unas piedras.

Eduardo nota mi angustia, así que rodea mis hombros para darme consuelo. No quiero su consuelo.

Quiero venganza. Quiero que Mikhail entienda que no soy ninguna ingenua con la que puede jugar cada vez que está aburrido. No, no soy una de esas. Y estoy muy lejos de llegar a serlo. Debo hacerle sentir de la misma manera que el me hace sentir pintando mi muro con sus mentiras vacías.

—¿Estás bien, Kathy?

Afirmo, apretando la mandíbula.

—Nunca he estado mejor, Wardo.

. . .

Los días pasan a la velocidad del calendario de Phineas y Ferd. No los veo pasar, solo sé que transcurren debido a la fecha que marca en los periódicos. Esta semana he estado en un constante ajetreo por toda la ciudad, en busca de las medicinas que hacen falta para la operación de la abuela. Katherine ha tenido que duplicar sus horas de trabajo para poder recompensar el dinero que ha pedido prestado a su jefe, razón por la cual, cada vez que llego a casa me siento más sola que el uno.

Mi relación con Mikhail parece ser más efusiva que los romances en la Anatomía Según Grey. Ya no sé ni qué debería hacer al respecto, todo iba extraordinariamente bien hasta que a la arpía mentirosa se le ocurrió protagonizar mi propia novela, y arrancarme mi papel.

¡Y a mi hombre!

Oprimo el botón en el control remoto para sintonizar lo canales pero el color grisáceo de la pantalla me indica que nuestras facturas se encuentran suspendidas. Ni siquiera puedo distraerme en mi propia casa. Suelto un bufido, y me recuesto del sofá cubriendo mi vista con mi antebrazo. Sin embargo, mis minutos de tranquilidad se esfuman con la misma precisión y rapidez que mi vida amorosa, pues alguien comienza a tocar el timbre con insistencia.

El edredón que rodeaba mis hombros se desliza en dirección al suelo a medida que avanzo dejando a merced de la vista mis piernas forradas por pocos centímetros de tela de mis short de abejitas. Giro el pomo de la puerta con pereza, y tiro de ella.

—Si eres una de esas personas que viene a hablarme sobre las gárgolas y regalarme sus libritos, puedes ahorrarte tu tiempo ya que no me interesa lo que quieras dar... —cierro la boca al abrir los ojos, y encontrarme con unos centelleantes ojos azulados penetrandome con su mirada.

—¿Gargolas? ¿Qué clases de vecinos tienes en tu vecindario? —cuestiona, pasando una mano por su cabello despeinado, y dirigiéndose a mi con una de esas sonrisas lobunas que derriten mis piernas como si se tratase de rayos láser.

—Pensaba que era... —lo inspecciono con mi mirada durante un par de segundos antes de negar con la cabeza, sintiendome una ilusa por seguir en una conversación con un mentiroso. Un mentiroso jodidamente sexy—. No importa, ¿qué haces aquí? —indago, elevando mis cejas.

Mikhail frunce los labios, y dirige una mirada a mis piernas descubiertas.

—¿No tienes frío?

—No.

—Está lloviendo mucho —argumenta señalando el torrencial de lluvia que cae en el exterior, pero no me inmuto. El deduce por si solo el significado de mi comportamiento, y la verdad es que si tiene razón; me siento como un cubito de hielo en la nevera de Santa Claus—. ¿Podemos hablar? —solicita, y estampo mis caderas contra el marco de la puerta. Me causa gracia la manera en la que se muerde los labios para no bajar su vista a mis minúsculos shorts de abejitas.

—No tenemos nada de qué hablar, Mikhail —me niego.

—Por favor —insiste. Puedo notar como las gotas de agua salpican su chaqueta. No te ablandes. ¡Es un mentiroso de lindos ojos azulados!

Suelto un suspiro cansada de hacerme la dura, pero en mi defensa, el fue quién acompañó a Lana a esa clínica.

—No hagas las cosas más difíciles, Mikhail. No vas a entrar a mi casa así te estés ahogando allá afuera.

El lleva una mano a su pecho, fingiendo dolor, —Insensible.

—No me hagas hablar de insensibilidad, Janssen.

El asiente, tronando sus dedos, y en un parpadeo, me empuja adentro la casa, cerrando la puerta a sus espaldas. Puedo escuchar los latidos que produce mi corazón, y los estrepitosos truenos no hacen nada para aminorar mi condición de nerviosismo.

Mikhail me acorrala contra el mueble, puedo sentir el respaldo del sofá contra la parte baja de mi espalda. Mis dedos desnudos tiemblan, y intuyo que el frío no es la única razón de ello.

—Me vas a escuchar quieras o no quieras, ¿has comprendido, Kathleen Taylor? —el acuna mi rostro entre sus manos húmedas debido a la lluvia, mis labios se aprietan como los de un pez, y el mueve mi cabeza en señal de asentimiento mientras lucho para soltarme de su agarre—. Yo... no sé cómo empezar...es la primera vez que se lo digo a alguien, Kathleen...

—Mikhail, suelta... mis...meji...

Su pecho se infla dramáticamente, antes de clavar su mirada en la mía. El sonido de las gotas de lluvia al estrellarse en el suelo me agobian.

—Kathleen, tú me vuelves loco —confiesa—. Cada vez que te veo no puedo contenerme, no puedo evitar convertirme en una mierda derrama dulzura, me haces pensar cosas que me aterran, me haces sentir sentimientos que siempre me negué a dar libertad de sentir, me haces ser esto...me haces ser otro Mikhail cuya existencia era desconocida para mí —Mikhail suspira ruidosamente antes de sonreírme—. Eres todo lo que siempre soñé, eres todo lo que siempre quise, eres todo lo que siempre busqué, Kathleen Taylor. Eres mucho más que eso, mucho más.

Una lágrima de resbala de mi ojo, e intento mover mi cabello hacia al frente. No quiero que el lo note, y después de lo de la otra vez, se que debería mantener mi distancia. Sólo que algunas personas tienen el poder de derribar las paredes que resguardan al corazón, no sé cómo, mucho menos cuándo sucedió, pero lo cierto es que, Mikhail Janssen fue el caballero que logró atravesar los muros, vencer al dragón, y llegar a mi corazón.

Oh, Dios. Dime que esto no es amor.

Entonces, ¿qué es esto?

—¡Au! —chillo, de pronto, haciéndolo soltarme las mejillas.

—¿Qué? ¿qué ocurre? ¿estás bien? —él no se ocupa de ocultar su inquietud, y me mira con preocupación.

—Calambres en mis mejillas —le explico, sin poder apartar mi mirada de su irresistible rostro de muñeco de pastel de bodas.

¿Por qué tienes que ser tan irresistible, ojizarco?

—Sigo insistiendo en que le hagas esa pregunta a mi madre —bromea, y mis mejillas se colorean. Torpe, Kathleen. Siempre pasando verguenza.

—Tu madre me asusta —me sincero.

—Concuerdo con usted, señorita Taylor —emite, avanzando hasta acabar con la distancia que separa a nuestros cuerpos. Sus ojos me miran con picardía, mientras sus manos buscan acomodo sobre mi cuerpo—. ¿Te he dicho cuánto me excitan las abejitas que utilizas? —sus dedos tiran del elástico de mi short, causandome cosquillas en el vientre.

—¿Podrías masturbarte viendo abejitas? —juego con su cabello, y le sonrío.

Mikhail inclina su cabeza, presionando mi espalda contra el respaldo del sofá.

—Solo si tú eres una de ellas —presiona su frente contra la mía, y sus manos rodean mi rostro con determinación.

—Tengo un disfraz de abeja en el armario.

Mikhail se separa un poco, y enarca ambas cejas.

—Debo confesar que por más que me gustaría verte adentro de un disfraz gigante de abeja, en lo único que puedo pensar en este instante es en...

Sus labios rozan la comisura de los míos, enviando corrientes eléctricas a través de todo mi cuerpo.

—Besarte.

El presiona sus labios sobre los míos con rudeza, me dejo llevar, cerrando mis ojos con fuerza para permitirme disfrutar del tacto de sus labios sobre los míos. Un suspiro se escapa de mi boca, por lo que él no se demora en aprovechar la oportunidad para introducir su lengua adentro de mi boca. Su pelvis se presiona contra la mía, y sus manos elevan mis piernas obligándome a enrollarlas a los costados de sus caderas. Mi espalda se arquea cuando su boca desciende a través de mi clavícula dejando besos húmedos por la superficie. Jadeo al sentir sus fríos dedos recorrer mi espalda por debajo de la pequeña blusa que se adhiere a mi torso.

Mis dedos tiran de su cabello cuando sus dientes atrapan la piel de mi cuello, y soy incapaz de encontrar mi autocontrol. Me pierdo en la nube de lujuria que nos envuelve, y comienzo a sentirme cada vez más ansiosa por sentirlo.

—Mikhail... —aprieto mis párpados con fuerza, y el afianza su agarre sobre mis muslos.

—¿Qué es lo que quieres, Kathleen? —su voz es profunda y ronca.

Siento mi estómago arder, y la manera en la que aumenta la temperatura corporal.

Abro mis ojos para contemplar su rostro perfectamente contorneado, moldeado y cincelado. Acaricio su mandíbula con mis manos, y paso mis dedos sobre la superficie de sus labios.

—Te quiero a ti. Todo lo que quiero eres tú. Tú, y solo tú.

. . .


Llegó el invierno junto a muchísima lluvia. ¿En qué estación te encuentras en tu país? 🔥🍂☔❄⛄

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