Ciudades de Humo (ÂĄYA EN LIBR...

By JoanaMarcus

24.4M 2.9M 6.6M

đŸ”„Ganador de los premios Watty 2019đŸ”„ (Los tres libros estĂĄn incluidos, aunque los nĂșmeros sean un poco lĂ­o s... More

Mini-guĂ­a para principiantes perdidos en la vida
PARTE 1 - CIUDADES DE HUMO
1 - 'Falsas apariencias'
2 - 'Imprevistos'
3 - 'El accidente'
4 - 'El juicio'
5 - 'Ciudad central'
6 - 'El primer dĂ­a'
7 - 'Primera vez'
8 - 'El cometa'
9 - 'El nĂșcleo'
10 - 'Red Hot Chilli Peppers'
11 - 'Gris ceniza'
12 - 'Un desastre'
13 - 'El mecanismo de un beso'
14 - 'Las imperfecciones'
15 - 'Aléjate de mí'
16 - 'Campo de minas'
17 - 'El circuito'
18 - 'Pequeña excursión'
19 - 'La técnica anti-pesados'
20 - 'Las pruebas'
21 - 'La exploraciĂłn'
22 - 'Las Ăștiles tortugas'
23 - 'El castigo'
24 - 'Navidad'
25 - 'Consecuencias'
26 - 'El androide'
Extra 1 - 'A primera vista'
Extra 2 - 'Un gran amigo'
Extra 3 - 'La habitaciĂłn de Rhett'
PARTE 2 - CIUDADES DE CENIZAS
1 - Nada que perder
3 - El rĂ­o
4 - Duerme bien, Alice
5 - La chocolatina de la paz
6 - Kilian
7 - Las cicatrices
8 - Aburrido
9 - El misterio del sĂłtano
10 - La noche del alcohol
CapĂ­tulo 36
CapĂ­tulo 37
CapĂ­tulo 38
CapĂ­tulo 39
CapĂ­tulo 1
CapĂ­tulo 2
CapĂ­tulo 3
CapĂ­tulo 4
CapĂ­tulo 5
CapĂ­tulo 6
CapĂ­tulo 7
CapĂ­tulo 8
CapĂ­tulo 9
CapĂ­tulo 10
CapĂ­tulo 11
CapĂ­tulo 12
CapĂ­tulo 13
CapĂ­tulo 14
CapĂ­tulo 15
CapĂ­tulo 16
CapĂ­tulo 17
CapĂ­tulo 18
CapĂ­tulo 19
CapĂ­tulo 20
CapĂ­tulo 21
CapĂ­tulo 22
CapĂ­tulo 23
CapĂ­tulo 24
CapĂ­tulo 25
CapĂ­tulo 26
CapĂ­tulo 27
CapĂ­tulo 28
CapĂ­tulo 29
CapĂ­tulo 30
CapĂ­tulo 31
CapĂ­tulo 32
CapĂ­tulo 33
CapĂ­tulo 34
CapĂ­tulo 35
CapĂ­tulo 36
CapĂ­tulo 37
CapĂ­tulo 38
CapĂ­tulo 39
CapĂ­tulo 40
CapĂ­tulo 41
EpĂ­logo

2 - Sola

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By JoanaMarcus

La había dejado.

Estaba sola.

Alicia no sabía cuánto tiempo llevaba caminando por el vecindario. Andaba, pero no era consciente de ello. Solo deambulaba sin rumbo fijo, desesperada por encontrar cualquier distracción. Cualquiera.

Gabe no la quería. Se lo había dicho así, tal cual. Y la había dejado.

Su madre no la dejaba entrar en casa.

Su padre... ni siquiera sabía dónde estaba.

No tenía amigos.

No tenía nada.

Nada.

Se agarró en la primera barandilla que encontró y se llevó una mano a la frente, con los dedos temblándole. Hacía tanto tiempo que lloraba que le dolía la cabeza. Ahora ya no caían lágrimas, pero seguía soltando pequeños hipidos por la garganta en forma de sollozo. No podía evitarlo. Y le ardía la garganta por ello.

Apoyó la otra mano en la barandilla y agachó la cabeza.

¿Ahora qué?

Había suspendido casi todo en el instituto y su madre se había enfadado tanto que la discusión había terminado escalando hasta el punto en que Alicia la había empujado, tirándola al suelo.

Cuando había visto que su madre se sujetaba la barriga con cara de horror, sintió que su mundo se paraba.

Había empujado a su madre.

Su madre había pasado del horror a la ira, echándola de casa sin decir una palabra. Ni una sola. Había sido suficiente con una mirada fija y una expresión significativa. Y, aunque Alicia la había estado llamado por horas con la esperanza de que la perdonara, su madre ni siquiera se había molestado en responder.

Ni siquiera estaba segura de poder culparla. Realmente... ¿ella respondería si la situación fuera al revés? Lo dudaba.

Había intentado ir a casa de Gabe pese a que había cortado con ella unas semanas atrás. Había fingido que no la veía en la puerta pese a que Alicia escuchó los pasos acercándose y alejándose. Y vio la luz en su habitación. No había querido abrirle.

Pero había respondido a una de sus llamadas. A la última. Y la conversación había sido incluso peor de lo que esperaba. La había llamado arrastrada, desesperada, patética, imbécil, insoportable, histérica... cualquier tipo de adjetivo horrible que se le pudiera ocurrir. Y había finalizado diciendo que se quedaría sola porque se lo había buscado ella, así que tenía que dejarlo en paz.

Y era cierto. Estaba sola.

Completamente sola.

Sola. Era una palabra horrible. La peor del vocabulario. Incluso su significado era vacío. Y dejaba un regusto amargo en los labios al pronunciarla.

Lágrimas volvieron a caerle por las mejillas mientras apoyaba la frente en la barandilla. Sola.

Nunca tendría a nadie. No se lo merecía. Gabe tenía razón. Incluso Charlotte tenía razón.

Levantó la cabeza y vio que estaba apoyada en la barandilla de un puente. Se quedó mirando el agua fijamente, recordando la discusión. Ella no la había querido empujar. Lo había hecho sin querer. Amaba a su madre. No había querido hacerle daño. Si tan solo pudiera decírselo... pero su madre no querría saber nada de ella nunca más, ¿verdad? No la perdonaría. ¿Cómo podría alguien perdonar algo así?

Así que... sí, lo entendía.

Porque, ¿quién era ella? Nadie. Para uno, una exnovia más. Para otra, una hija que la había tirado al suelo estando embarazada. Para sí misma... nadie. Absolutamente nadie.

Y hacía dos días que estaba sola.

Dos días durmiendo en la calle. Hambrienta, sedienta, muerta de frío.

Ni siquiera la gente que pasaba por su lado parecía darle importancia a su existencia. Solo la miraban con un gesto de lástima o la ignoraban.

Sin saber muy bien por qué lo hacía, pasó por encima de la barandilla lentamente hasta que se quedó sentada en ella, dejando los pies colgando por el vacío. Había al menos diez metros de caída, pero el río bajaba increíblemente caudaloso, y desembocaba en una pequeña cascada llena de pedruscos grandes.

Si alguien se caía por ahí, probablemente moriría antes de llegar a los pedruscos.

Si alguien se caía por ahí y moría... sería sin dolor, ¿verdad?

Todo terminaría rápido. Dejaría de ser un estorbo. Puede que su madre suspirara de alivio. Puede que Gabe ni siquiera se diera cuenta de su ausencia.

Respiró hondo y sintió que sus dedos se congelaban cuando agarró con fuerza la barandilla. Cerró los ojos. Sentía que el aire gélido le arañaba las mejillas húmedas y frías por las lágrimas. No sentía los labios. Ni las mejillas. Ni siquiera las orejas.

Y, pese a eso... por primera vez en días... sintió algo distinto a la tristeza. Sintió adrenalina.

La adrenalina la hacía sentir viva.

Ver sus pies colgando sobre la nada hizo que su corazón se acelerara y le doliera el pecho. Sus manos aflojaron un poco el agarre en la barandilla y resbaló unos pocos centímetros hacia abajo, sin miedo. Todo sería rápido. No pasaba nada. No habría dolor. No decepcionaría a nadie más.

Asumir eso era horrible; a nadie le importaría que se muriera. Quizá, ni siquiera supieran que había desaparecido hasta que encontraran su cadáver unos días más tarde, hinchado, azul y desfigurado por el agua fría. Sería irreconocible por nada que no fuera el maldito tatuaje que se había hecho con Gabe. Deseó podérselo arrancar con una lija. Raspar la piel hasta que quedara en carne viva y la tinta desapareciera de ella. Cualquier dolor físico era bienvenido en esos momentos.

Su corazón se aceleró mientras miraba por última vez a su alrededor. Había vivido ahí toda su vida y seguía sintiéndose como si no fuera su lugar, como si no perteneciera ahí. Era una desconocida entre esas calles. No era nadie. Nadie la apreciaba, ni tampoco lo haría nunca. Y lo entendía. Ella tampoco se apreciaba a sí misma. Quizá, por eso, nadie más parecía poder quererla.

Quizá, por eso, estaba haciendo un favor a todo el mundo soltando las manos de esa barandilla.

Se inclinó hacia delante y sus manos, su único soporte resbalaron lentamente hacia abajo. Ella cerró los ojos, tranquila, en calma.

Y abrió las manos.

Casi al instante en que lo hizo, un fuerte temblor hizo que su cuerpo cayera al lado opuesto de la barandilla, chocando contra el asfalto del puente. Alicia levantó la cabeza, sorprendida, y vio que la barandilla de hierro estaba temblando, igual que unas pocas piedras pequeñitas que tenía delante, en el suelo. 

Espera... ¿temblando? ¿Cómo...?

Entonces, el temblor se hizo tan intenso que el suelo empezó a vibrar acompañado de un extraño ruido silbando que hizo que se diera la vuelta hacia el cielo. Algo volaba a lo lejos. Un punto brillante. Muy lejos. Pero... caía del cielo. Emitía un ruido insoportable y...

El sonido silbante desapareció y, apenas un segundo más tarde, se convirtió en un brutal ruido repentino que hizo que todo empezara a tambalearse, y Alicia supo, de alguna forma, que había tocado el suelo.

El suelo se calentó bajo sus manos, sus oídos empezaron a zumbar y escuchó gritos extraños, lejanos.

A lo lejos, varias macetas cayeron de un balcón estrellándose con estrepitoso sonido contra el suelo. Detrás de ellos, la zona donde el objeto del ruido silbante había tocado el suelo empezó a soltar un humo negro que fue alzándose a toda velocidad hasta el suelo, haciéndose cada vez más grande.

No reaccionó a tiempo.

De pronto, el humo negro se volvió una bola de fuego gigante que estalló por todos lados, creando una circunferencia gigante que explotó cristales, tambaleó edificios y envió a Alicia varios metros atrás, chocando contra el suelo con la cabeza.

Se tocó la parte posterior, dolorida y aturdida... y en el momento en que sus dedos palparon la sangre caliente, la expansión de la bola de fuego llegó a ella y todo se volvió negro.

***

Alice abrió los ojos de golpe, respirando agitadamente, y se puso de pie, llevándose las manos a la cabeza, al estómago, a los brazos... necesitaba comprobar que estaba bien. Le pitaban los oídos por el ruido estrepitoso. Retrocedió varios pasos antes de darse cuenta de que no estaba tirada en el suelo. De que nada temblaba. De que la gente no gritaba.

Estaba en la caravana de Charles. Y era de día.

Se quedó de pie, jadeando, y sintió las mismas ganas de llorar que había sentido la chica de su sueño. Se llevó una mano al corazón, que latía de manera furiosa, y cerró los ojos.

—A eso lo llamo yo una pesadilla.

Ya sabía que Charles estaba tumbado en su cama, así que no se sorprendió en absoluto al ver que la miraba, fumando un cigarrillo.

Al principio, eso de dormir en su cama le había parecido una tontería. Pero, después, teniendo en cuenta que sería su último sueño, prefirió pasarlo en una cama.

Y Charles tampoco la había molestado mucho. Había hecho una broma con las esposas, pero cuando había visto que Alice le daba la espalda, se limitó a canturrear una canción que hizo que ella se durmiera. Al abrir los ojos, incluso después de la pesadilla, se dio cuenta de que había amanecido cubierta por la manta que Charles le había puesto encima mientras dormía.

—¿Anoche no dijiste que no ibas a dormir? —preguntó Charles.

—Estaba cansada.

—De eso ya no tendrás que preocuparte nunca más —sonrió, poniéndose de pie—. ¿Quieres desayunar algo? Creo que tengo whisky por la nevera.

—¿Whisky para desayunar?

—Si no te lo tomas ahora, después te arrepentirás.

No necesitó que le dijera más.

Charles desapareció después de ella, y Alice pudo darse una ducha caliente en su cuarto de baño, aprovechando el momento de después para quedarse mirando en el espejo. Se sentía como si estuviera viendo a una completa desconocida. Se miró el vientre, con el enorme 43. Ese estúpido número haría que la mataran. Y ni siquiera le importaba.

Lo único que lamentaba era no haber podido dar unos cuantos puñetazos antes de irse. Como, por ejemplo, a Rhett.

Intentó no pensar en él mientras volvía a ponerse su ropa. Era demasiado doloroso.

Charles la esperaba con un plato extraño delante de ella. La comida... olía raro. Y nunca la había visto.

—Huevos revueltos —explicó Charles al verle la cara de confusión.

—¿Huevos? ¿Qué es eso?

—¿Sabes lo que es una gallina?

—No.

—Bueno, pues te buscas un diccionario.

Alice tomó un poco de ese plato extraño y se sorprendió de lo bien que sabía. Charles debió verlo, porque sonrió con mucho orgullo de sí mismo.

—Criamos a las gallinas nosotros. Ya no las hay por ningún lado viviendo de forma salvaje. Si las soltáramos, los salvajes las despellejarían en dos días. En fin... ¿todavía quieres el whisky?

—No, gracias —lo pensó mejor. Prefería llegar lúcida a esa ciudad.

—Mejor. Toooodo para mí —él se sentó al otro lado de la pequeña mesa y le sonrió ampliamente—. Así que no te has intentado escapar. Sinceramente, tenía la esperanza de que lo hicieras. Habría sido divertido tener que ir a buscarte por el bosque.

—No tengo motivos para escapar —murmuró ella, apática, comiendo su desayuno como si masticara una hoja.

—¿Ya se te ha olvidado el discursito de anoche? ¿No quieres evitar que te borren los recuerdos?

—Me da igual.

No, no le daba igual, pero... ¿qué importaba a esas alturas?

Cuando salió de la caravana, el sol hizo que entrecerrara los ojos. Había cuatro coches estacionados en el exterior del campamento, y ella supo que serían los que la acompañarían. Lo peor era que nadie la vigilaba. Hubiera podido salir corriendo en cualquier momento y, probablemente, nadie se hubiera dado cuenta. Pero, ¿dónde iría?

Charles sabía perfectamente, al igual que ella, que si se iba moriría de todas formas. O por esos salvajes de los que tanto hablaba, o de hambre. Si es que no la encontraban, cosa que era improbable, como él bien había supuesto.

Ir con ellos era más fácil.

Se quedó de pie junto a las caravanas mientras los demás hacían todo el trabajo. Ni siquiera tenía ganas de hablar. Lo único que sabía era que quería que todo pasara rápido.

La gente de las caravanas, que aprovechó y observó, parecía muy pacífica. Muy tranquila. Muy feliz. Se paseaban con ropa vieja, algunos semidesnudos, tenían el pelo cortado de formas extravagantes y sonrisas en los labios. Parecían muy felices. Alice se preguntó si era un efecto de esas drogas que consumían.

Parecía que había pasado una eternidad cuando Charles se sentó en el asiento del conductor y le hizo un gesto para que se acercara.

—¿Preparada, querida?

Alice no respondió, simplemente se sentó a su lado y cerró la puerta.

El viaje fue largo. Llevaba casi una hora sentada ahí, con la mirada divagando en los paisajes de bosque y prado seco por el proceso. Por un momento, incluso se le olvidó dónde estaba o dónde iba. Solo miró a su alrededor. El paisaje nunca le había parecido tan precioso.

—¿No vas a decir nada? —preguntó Charles, finalmente, encendiéndose otro cigarrillo.

—Fumas demasiado —murmuró ella.

—¿Y qué? No me puedo morir de esto. Ni siquiera se me pueden pudrir los pulmones o los dientes.

Alice sonrió un poco, sin ganas. Charles volvió a mirarla de reojo.

—No me puedo creer que no vayas a decir nada.

—No tengo nada que decir —murmuró Alice, con la cabeza apoyada en la ventanilla.

Charles echó la cabeza hacia atrás para soltar el humo y la miró de reojo antes de volver a centrarse en la carretera.

—¿Qué harías tú? —le preguntó ella, mirándolo—. Si fuera tu último día.

Él lo consideró un momento.

—Emborracharme, drogarme, echar un polvo... hay muchas opciones. La cosa es pasarlo bien.

—¿No querrías intentar vengarte de los que te trajeron aquí?

—Yo creo en la justicia cósmica.

—¿Qué es eso?

—Ya sabes. Haz cosas buenas y te pasarán cosas buenas. Haz cosas malas y te pasarán cosas malas. Todo lo malo que das, la vida te lo devuelve. Y lo mismo con lo bueno.

Alice esbozó una sonrisa irónica.

—Si eso existiera yo no estaría aquí.

—Quizá has sido más mala de lo que crees —bromeó él, riéndose solo.

Alice no tenía ganas de reírse. Se limitó a bajar el cristal de la ventanilla y disfrutar del aire en su cara.

—¿Puedo preguntarte algo, Charles? —ella lo miró de reojo.

—Tienes toda mi atención.

—¿Realmente tengo una marca de androide en la muñeca?

Charles miró el camino durante unos segundos antes de sonreír y extender la mano hacia ella. Sin siquiera mirar, le señaló un punto exacto en la muñeca.

—Fíjate bien, querida.

Alice acercó la muñeca a su cara. No había visto nada las últimas veces, pero... en esa ocasión, le dio la sensación de que veía una pequeña marca blanca. Diminuta. Se acercó un poco más entrecerrando los ojos, y vio que había dos letras.

—JY —leyó en voz alta—. Las iniciales de mi padre.

—De tu creador, dirás.

—Para mí, era como un padre.

—Para él, eras solo una máquina. Créeme.

Alice no respondió a eso, solo lo miró de reojo.

—¿Dónde tienes tú tu marca?

Charles parecía haber estado esperando la pregunta, porque su sonrisita se amplió.

—¿Seguro que quieres verla? Voy a tener que quitarme los pantalones.

—Vale, déjalo.

—Puedo bajármelos, si quieres. Podríamos montar una fiesta de despedida antes de llegar ahí. Creo que incluso tengo musiquita romántica para los dos. ¿Qué me dices?

—Que no.

—Wow, ni te lo has pensado. Eso ofende un poco, ¿sabes?

—Mhm...

—Querida... ese chico te abandonó. No le debes nada.

Alice suspiró y él no volvió a insistir en el tema.

No llevaban mucho tiempo más en el camino cuando la radio de Charles sonó. En esos minutos, había sonado bastantes veces. Sus hombres le hablaban a través de ella, más que nada de las indicaciones. Los dos estaban en el último lugar como medida de protección, así que Charles también tenía que hablar continuamente con ellos para indicarles el mejor camino.

—No atraveséis el bosque —repitió Charles, agarrando el micrófono de la radio—. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo?

—No es eso, jefe —dijo la otra voz—. Hay... creo que son salvajes en medio del camino. ¿Cómo procedo?

—¿Salvajes en el prado? Mierda —Charles sacó la cabeza por la ventana y silbó de manera que todos los coches fueron deteniéndose lentamente. Luego miró a Alice—. Tú no te muevas de aquÍ. No tardaré.

Alice lo vio marcharse y sacar una pistola del cinturón por el camino.

Escuchó voces desde el primer coche de la fila, pero se centró más en mirar por la ventana. A solo veinte metros, empezaba el bosque por el que se podría dirigir a Ciudad Central. Deseó poder ir, encontrar a Max y a Rhett en su lugar, con su actitud habitual, y abrazar con fuerza a Jake mientras Trisha ponía los ojos blanco, Dean y Saud repartían cartas para otra ronda y Alice sonreía ampliamente, deseando poder ganar su primera partida.

Se dio cuenta de que había puesto una mano en el manillar de la puerta y la retiró, dubitativa.

No podía volver. No tenía dónde ir. ¿Por qué seguía haciendo eso? ¿Por qué siquiera lo consideraba?

Pero, si no lo hacía... moriría.

No quería morir.

No quería dejar que la matasen sin ofrecer ni un poco de resistencia, aunque en esos momentos no tuviera grandes motivos por vivir.

Apretó aún más los dedos, deslizándose hacia la puerta y respirando hondo.

Solo tenía que abrir y...

—Eh, querida —Charles se acercó por el otro lado tan súbitamente que casi le dio un infarto—. Ven conmigo.

—¿Qué?

—He encontrado a unos compradores que han mejorado la oferta —él sonrió ampliamente—. Suplica porque no sean científicos locos. Oí una historia de una ciudad que secuestraba androides y les hacía experimentos... en fin. No creo que sean de esos.

Ella dudó, pero bajó del coche. Dejó que Charles la agarrara del brazo y la guiara junto a los coches. No sabía qué pensar. Su mente estaba en blanco. Y no sabía muy bien si era por el miedo o la emoción. Probablemente por el miedo.

Miró por encima del hombro el bosque, que cada vez parecía más lejano, y se preguntó si volvería a tener alguna oportunidad de escapar.

Parecía que había pasado una eternidad cuando Charles la detuvo.

—Aquí está. En perfectas y magníficas condiciones.

Alice levantó la cabeza, aterrada, pero el temor desapareció de golpe.

De hecho, estaba tan pasmada que solo pudo formular una palabra:

—¿Trisha?

Ella no hizo ninguna señal de escucharla.

Trisha estaba arrastrando un saco que lanzó a los pies de Charles. Dos de sus hombres la abrieron y empezaron a rebuscar en su interior. Estaba repleta de armas y munición. Alice frunció el ceño, confusa.

—¿Qué...?

—Has dicho treinta kilos —comentó—. Son veintiocho.

—Eso no puedes saberlo.

—Rubita, son muchos años en esto. Créeme, lo sé.

—Son más que suficientes —replicó Trisha.

—Así no funciona el negocio —Charles le pasó un brazo por encima del hombro a Alice—. Vamos, no regatees. ¡Mira la joyita que podrías llevarte! Única en su especie. Y a ese módico precio. Creo que incluso sabe disparar. Podría hacerte de guardaespaldas, pero... te faltan armas para pagarme.

Trisha apretó los labios.

—No tengo más.

—Entonces, no hay trato.

Alice notó que tiraba de su brazo pero rehusó a moverse cuando una mata de pelo castaño rebotando por los saltos de su dueño al correr se acercó a ellos. Charles le frunció el ceño a Jake, mientras que Alice intentaba buscar una explicación a todo eso. Su cerebro estaba entumecido.

No quería emocionarse antes de tiempo, pero Jake no la miraba como si fuera un monstruo. De hecho, cuando la miró... casi pareció feliz. Aliviado. Alice sintió que su corazón se aceleraba cuando comprendió que no la odiaba.

—¿Cuánto falta? —Jake empezó a quitarse cosas del cinturón—. ¿Dos kilos?

Lanzó una pistola, una navaja y una caja de munición a los pies de Charles. Parecía estar cada vez más desesperado.

Charles negó con la cabeza.

—Lo siento, queridos. Pero sigue siendo mía.

—¡Espera! —Jake lo detuvo con voz aguda cuando hizo un ademán de irse—. Tiene que haber alguna forma de hacer el intercambio.

—Sí, pagando. Y no podéis.

—¡Tiene que haber otra forma! —insistió él, pasándose las manos por la cabeza—. Yo... podemos dártelo en otro momento.

—No.

—Pero...

—¿Para qué quieres un androide, chico? —preguntó Charles, divertido—. No te hará nada que no fuera a hacerte una humana de tu edad.

Y esta vez, para sorpresa de Alice, fue Trisha quien intervino.

—No es solo una androide, es nuestra amiga, así que aparta el maldito brazo y dinos de una vez lo que quieres para que podamos traértelo.

Espera... ¿Trisha tampoco la odiaba? ¿Cómo...? P-pero... si ella no supo qué era Alice hasta el día en que la encerraron en la sala de actos. ¡Tenía motivos para estar enfadada!

Alice vio que Charles se llevaba una mano a la barbilla, pensativo, y sonreía.

—¿Me daréis cualquier cosa que os pida? ¿De verdad?

—Solo di lo que quieres —asintió Jake.

Charles miró a su alrededor, divertido. Sus hombres también parecían divertidos, y Alice solo deseaba ir corriendo hacia sus amigos. Necesitaba desesperadamente un abrazo suyo. Más que nunca. Pero Charles seguía teniendo un brazo sobre sus hombros para retenerla.

Justo cuando lo pensaba, se giró hacia ella y algo en su mirada brilló.

—¿Qué me dices tú, querida? —preguntó, apretándola con el brazo que tenía sobre sus hombros—. ¿Quieres ir con ellos o quieres quedarte conmigo?

Alice tembló, mirando a Jake.

—Con ellos —dijo en voz baja, emocionada.

—¿Y no tienes nada que ofrecerme a cambio de que te lo permita? Voy a ganar armas, sí, pero voy a enemistarme con Deane por vosotros.

Alice pensó a toda velocidad. Lo intentó. Pero... no se le ocurrió nada.

—Yo...

—Nada, ¿no? Lo suponía.

Cuando intentó tirar de ella hacia el coche, Alice se quedó clavada en su lugar.

—Mi mano —masculló.

Charles la miró con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—Tienes una prótesis —dijo ella en voz baja para que solo Charles pudiera oírla—. Lo vi. Y nuestros sistemas son compatibles. Solo tendrías que modificarla a tu gusto, pero sería una mano funcional. Y no encontrarás otra si han matado a todos los demás androides.

Charles la miró un largo rato con curiosidad en la mirada. Ella no podía creerse que le estuviera ofreciendo su propia mano.

No podría volver a disparar con un arma que requiriera dos manos, no podría volver a usar la derecha. Se quedaría sin poder defenderse, prácticamente... pero viviría. Y podría irse con sus amigos.

Charles, por primera vez desde que lo conocía, dejó de sonreír y entrecerró los ojos con desconfianza.

—¿Estás dispuesta a dármela?

Ella no dudó.

—Sí.

—¿Segura?

—Completamente.

Charles sonrió, casi maravillado, y la soltó para ponerle los brazos en los hombros.

—Cada vez me sorprendes más, querida —le aseguró, sacudiendo la cabeza—. Tienes una mano preciosa y funcional, y admito que no me iría mal... pero no quiero modificar ninguna parte de tu maravillosa anatomía. Sería como destrozar una buena obra de arte. Y... ¿solo para que yo tenga mano? Nah, lo dudo.

Alice no supo qué decir. Ni siquiera estaba segura de haberlo entendido, pero Charles se inclinó ligeramente hacia ella.

—Me caes bien, querida. Y te aseguro que no hay mucha gente que me caiga bien. Una parte de mí quiere que te quedes con nosotros, pero sí lo que quieres tú es irte... podré soportarlo. Así que voy a hacerte una oferta muy especial. Solo para amigas como tú.

Ella dudó.

—¿Qué... oferta?

—Dame un beso y podrás irte —él sonrió ampliamente—. ¿Qué me dices?

Alice se quedó mirándolo con el ceño fruncido.

—¿Un beso?

—En los labios, a ser posible —sonrió burlón—. No eres mi madre.

—Pero... ¿ya está?

—¿Tan poca importancia le das? Creo que me estoy arrepintiendo de pedírtelo.

Alice miró a Jake, que asintió frenéticamente con la cabeza. Trisha miraba a los demás con el ceño fruncido.

Así que se giró, agarró a Charles del cuello de la gabardina, y se lo acercó a la cara. Apenas sintió sus labios sobre los suyos durante los dos segundos que duró el beso. Todavía tenía el sabor a whisky en la boca. Aún así, se sintió raro besar a alguien después de lo que parecía una eternidad. Fue... cálido. Casi se sintió familiar.

Se preguntó si eso es lo que sentía cualquier humano al besar a un androide. Quizá por eso les gustaban tanto. Incluso a Alice le había gustado. Se encontró a sí misma con ganas de alargarlo, pero lo soltó por los nervios y dio un paso atrás.

Cuando se separó, Charles seguía teniendo la misma sonrisa burlona.

—Espero que volvamos a vernos pronto —dijo, dirigiéndose a su coche mientras sus hombres agarraban el saco y las armas que Jake había tirado al suelo—. Después de todo, ahora sabes dónde vivo.

Alice no se movió hasta que vio que se marchaban.

No podía creérselo. Tardó casi un minuto entero en reaccionar.

Se dio la vuelta lentamente hacia Jake, que la miraba con los ojos llenos de lágrimas. Apenas un segundo más tarde, el niño echó a correr hacia ella, rodeándola con los brazos con un abrazo que casi la tiró al suelo. Alice se agachó y se lo devolvió, cerrando los ojos con fuerza.

—Pensé que ya te habrían llevado con los malos —masculló Jake—. Pensé que ya estarías...

—Estoy bien —Alice se separó y lo miró—. Pensé que os habrían convencido de que yo era la mala.

—¿Por qué creías eso? —él se pasó una mano por debajo de los ojos, sorbiendo por la nariz—. Somos tus amigos, Alice.

Ella sonrió, notando un nudo en la garganta. La imagen de Rhett le vino a la mente, pero la apartó. No quería estar triste en ese momento. Y menos por él.

—Sí, tienes razón. He sido una idiota.

Volvieron a abrazarse con fuerza.

—No es por romper el momento bonito —dijo Trisha, a cierta distancia—. Pero deberíamos irnos de aquí, ¿no creéis?

—¿Irnos? —Alice se incorporó y la miró—. ¿Dónde?

—No a la ciudad de la que venimos, eso seguro —Trisha sonrió irónicamente—. Hemos tenido que robar todo eso y escaparnos para encontrarte, más te vale estar agradecida.

—¿Qué? Pero...

—Ahora no tenemos tiempo —Jake la agarró del brazo—. Nos está esperando.

—¿Nos...? ¿Quién?

No respondieron. Trisha echó a andar con grandes zancadas hacia la zona del bosque. Alice se moría de ganas de preguntar, pero estaba demasiado emocionada. No estaba segura de si eso era real o un sueño, pero ella los siguió, encantada. 

Eran sus amigos. No la habían abandonado. No estaba sola. No era Alicia.

Trisha se detuvo justo en la entrada del bosque y silbó una corta melodía. Alice frunció el ceño hasta que vio que alguien salía de un pequeño escondite entre los árboles y la miraba con una sonrisa.

—¡Tina!

—Hola, cielo —Tina sonrió cuando ella la abrazó con fuerza—. Menos mal que estás bien... hemos ido a por ti tan rápido como hemos podido.

—Pero... pero... —Alice se separó, a punto de llorar de la emoción—. ¿Alguien puede explicarme qué está pasando? ¿Qué hacéis aquí?

Tina suspiró, quitándole las lágrimas con los pulgares.

—Verás... te sacaron de la ciudad a escondidas. Ni siquiera lo consultaron. Cuando nos enteramos, supimos que teníamos que hacer algo.

—¡No podíamos dejar que te murieras, Alice! —le dijo Jake firmemente.

—Así que aquí estamos —Trisha se cruzó de brazos.

Alice no sabía ni qué decir. Se aclaró la garganta y trató de parecer lo más serena posible.

—¿Y... qué tenéis pensado ahora?

—Tina tiene un contacto en otra ciudad —Jake sonrió ampliamente—. Nos dirigiremos a ella.

—¿Entonces...?

—Sí, estás a salvo —dijo Jake—. Al menos, de Ciudad Capital. Si ahora sale un tigre de los arbustos, no lo estarás tanto, claro... je, je...

Alice se preguntó qué era un tigre, pero... ¡qué importaba eso ahora! Volvió a abrazarlo.

—Oh, Jake, te he echado de menos. No sabes cuánto.

—Solo han pasado dos días —recalcó Trisha.

—Cállate —Jake le puso mala cara y miró a Alice—. Tú te sacrificaste por mí. Yo me sacrifico por ti.

—No podía dejar que te encerraran.

—Ni yo podía dejar que te mataran, Alice —Jake apartó la mirada, incómodo, y la clavó en Tina—. Bueno, antes de irnos he oído que empaquetabas unas cuantas cajas de comida... ¿dónde están?

Tina sonrió, emocionada, y se apresuró a sacarla, como si fueran solo una familia de acampada por la montaña.

Después de todo, Alice se sentía como si estuviera con su familia.

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