8 - Aburrido

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El día siguiente fue el día en que menos caminaron en lo que parecía... una eternidad.

Acostumbrada a andar y andar sin rumbo fijo, Alice casi suspiró de alivio cuando, a las cuatro horas de haberse despertado y haber empezado la marcha con los demás, vio que a lo lejos, por encima de los árboles, aparecían por fin las montañas que se suponía que cercaban gran parte de Ciudad Este —o Colmillo Gris, dependiendo de a quién se lo preguntaras—.

—¿Es eso? —preguntó Jake, esperanzado—. ¿Ya hemos llegado?

—Más o menos —murmuró Rhett, y no parecía ni la mitad de animado que él.

Tardaron veinte minutos en ver por fin los muros grises de piedra de la ciudad. Eran de la misma altura que los de Ciudad Central, aunque esos tenían alambres al final, por lo que estaba claro que muy pacíficos no eran. 

Alice se encontró a sí misma buscando la forma de escalarlos instintivamente mientras rodeaban la ciudad en dirección a una de las dos puertas que tenía, siguiendo la línea del muro.

Quizá, los ejercicios en el circuito de Deane habían servido para algo, porque no tardó en ver pequeños huecos casi imperceptibles en los que podría impulsarse con un pie, luego agarrarse a la superficie del muro, conseguir sostenerse sobre la punta de los pies y saltar el alambre con la esperanza de que, al otro lado, no hubiera mucha distancia de caída.

Era un plan, pero no muy realista teniendo en cuenta que apenas podía mover el brazo. Se había pasado el día abriendo y cerrando los dedos. Era como si, a cada hora que pasaba, se le entumecieran más y más. Ahora, apenas podía sentirlos.

Rhett se tensó visiblemente cuando, al cabo de una hora, por fin consiguieron llegar a las enormes puertas de hierro de la ciudad. Estaba claro que estaban pensadas para coches, y en la parte superior había una plataforma desde la cual dos guardias vestidos de verde oscuro los miraban.

Estaba claro que los esperaban, por lo que Alice supuso que otros guardias los habrían visto y los habrían avisado.

Uno de los guardias los miró de arriba a abajo, especialmente a Kilian, que se mantenía detrás de Jake y Trisha, y soltó un bufido despectivo.

—¿Eso es un salvaje? ¿Lo habéis adoptado?

—Necesitamos entrar —les dijo Rhett, ignorándolos.

—Y yo necesito un día libre —el guardia empezó a reírse con su compañero—. Perdeos, vagabundos. ¿Qué sois? ¿De las caravanas? No tenemos drogas.

—Queremos entrar —repitió Rhett, sonando algo irritado.

—No aceptamos desconocidos. Y menos con esas pintas.

Pareció que iban a reírse, pero se contuvieron cuando Rhett dio un paso al frente, claramente enfadado.

—Quiero hablar con Bren ahora mismo —espetó—. Y lo voy a hacer de una forma u otra.

Puede que esos dos estuvieran en lo alto de las puertas y armados, y que Rhett estuviera prácticamente solo porque se había adelantado a los demás, pero había algo en él... Alice no sabía si era el tono de voz, la expresión o la mirada... que hacía que no quisieras irritarlo. En absoluto.

—¿Con Ben? —repitió uno de los guardias, sin poder evitar mostrar su estupefacción—. ¿De qué conoces tú a Ben? ¿Cómo te llamas?

—Mira, iniciado... —empezó Rhett, perdiendo la paciencia.

El chico se puso rojo.

—¡No soy un...!

—Sé cómo funciona esta ciudad, sé que ese uniforme se lo dan a todos los guardias y sé que vas ganando insignias con el paso del tiempo y con los logros que vas adquiriendo. Tú no llevas ni una. Ni siquiera llevas el traje sucio. Está claro que eres un maldito iniciado, así que así te voy a llamar Ahora, haz el favor de agarrar el comunicador, llamar a Ben y decirle que su hijo quiere hablar con él ahora mismo, o yo mismo me encargaré de ensuciarte ese atuendo tan nuevo y limpio que llevas. ¿Me has entendido ahora, iniciado?

Ciudades de Humo (¡YA EN LIBRERÍAS!)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora