El ángel de la oscuridad

Oleh KarenDelorbe

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A pesar de las historias que le cuenta su abuelo, Joanna no cree que los ángeles puedan existir. "Si no lo ve... Lebih Banyak

Aviso: ¡El ángel vuelve a Wattpad!
Prólogo
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39. Último capítulo
Epílogo
¡Novedad!

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Oleh KarenDelorbe

      ─Holaaaaaa. ¿Hay alguien en casa?

      ─Pasa, Evan, estoy en la cocina ─respondió Jo, mientras comía un poco de la ensalada que había sobrado del día anterior. A ella no le gustaba mucho, pero prefería comerla, antes de tener que prepararse algo. Siempre que cocinaba terminaba con alguna secuela física. Prefería no arriesgarse, ya que no era muy hábil con el manejo de los cuchillos. Y ni hablar del fuego. Le huía lo más que podía, desde que casi incendió la cocina preparando pasta. Hasta la cosa más sencilla del mundo le resultaba un reto, aunque no era una incendiaria como su primo.

      ─Queríamos saber cómo estabas.

      ─¿Queríamos?

      Evan entró, pero no estaba solo. Chris lo acompañaba, como una sombra vigilante. Llevaba la guitarra en su espalda, a manera de espada, y se veía totalmente despreocupado. En realidad parecía estar en otro planeta. Tenía los ojos semicerrados y el cabello en la cara. Su aspecto dejaba mucho qué desear, como si lo hubieran encontrado tirado en medio de la calle. Quizás Evan lo había obligado a ir con él.  No hubiera sido algo difícil de imaginar.

      Su primo, al contrario, estaba impecable. Llevaba el cabello peinado con gel y sus gafas negras, como vincha. Apestaba a perfume francés y tenía puesta una camisa nueva de color rojo oscuro. Era evidente que había vuelto de la casa de su novia, pero Jo no le dijo nada al respecto. Si no fuera por ella, parecería un indigente como el resto de sus amigos. Ahora, era uno de esos chicos con el que toda adolescente sueña, se veía como un pop star. A su lado, Joanna se sentía como una campesina, con sus trenzas mal hechas y ese vestido rosado. Eran como el ratón del campo y el ratón de la ciudad.

      El muchacho fue el primero en hablar:

      ─Chris me contó lo de anoche. ¿Así que te desmayaste, no? ¡Que suerte que él estaba cerca! Yo que tú tendría más cuidado, Jo. Recuerda lo que te dijo el cardiólogo ─se sentó sobre la mesada─ Nada de grandes esfuerzos. No querrás terminar como el tío Mel.

      ─Sí, si... ¿Ahora me vas a dar sermones? Estoy bien. Solo fue un ataque de ansiedad. Nada de qué preocuparse.

      ─¿Ansiedad? ─la miró con sin disimular su curiosidad─ ¿Ansiedad de qué? ¡Ya sé! No me digas nada... Chris te citó para verse a escondidas en la terraza y te pusiste tan nerviosa cuando lo viste, que caíste desmayada. Un galanazo como él suele causar ese efecto en las mujeres. El pobre todavía no sabe controlar sus poderes de músico.

      Su amigo lo miró de reojo. Éste Evan, siempre tan irónico.

      ─No seas tonto... ─le contestó ella, riendo─ ¿Cómo iba a ponerme nerviosa por hablar con este monigote? ─lo señaló.

      Como siempre, ella no entendía el doble sentido.

      ─Muchas gracias─ dijo el aludido, haciendo una mueca que parecía de descontento. Aunque no se le veía la cara debajo de esa mata castaña que parecía ser cabello. En serio, parecía un rockero de verdad.

      ─Sabes lo que quiero decir ─explicó Joanna─ Mírate, si no te conociera, diría que eres un refugiado. ¿Cuándo fue la última vez que te has arreglado esas motas?

  Él se encogió de hombros.

      ─Así no vas a conseguir muchas admiradoras ─le recalcó.

      ─Sí, como sea... ─y él se metió las manos en los bolsillos. Esperó un rato, y anunció─ Bueno, debo volver a casa a alimentar a Kurt. Te veo luego, Evan. Cuídate, Jo ─y salió por la puerta, con el dinamismo propio de un zombie.

      ─¿Todavía vive ese canario? ─preguntó ella─ pensé que no sobreviviría ni un mes. No creí que se acordara de alimentarlo.

      ─¡Nos vemos, Chris! ─le gritó Evan a su amigo, y luego se volvió hacia Joanna sin decirle nada y se quedó mirándola atentamente. Sabía que eso la ponía nerviosa.

      ─¿Qué?

      ─Nada. ¿Por qué siempre eres tan amable? Sabes que se preocupa por ti.

      ─Síiiii, eso se nota a un kilómetro ─exclamó ella lavando el plato.

      ─Yo sé que el chico no es una luz, pero a su manera anticonvencional, te quiere. Nunca se ha molestado en agradarle a nadie, excepto a ti.

      ─¿Entonces por qué cuernos me dejó plantada? ¿Eh? ¿Y hubiera sido muy difícil una explicación? Ni siquiera llamó al otro día. ¿Cómo pretendes que me olvide de eso en tan poco tiempo? Apenas transcurrió una semana.   

      Jo se sintió explotar. No le gustaba recordar sus decepciones amorosas. Evan no hacía otra cosa que recordarle todos sus fracasos. El señor perfección.

      ─No sé por qué lo hizo. Admito que no estuvo bien con eso. Probablemente, bebió más de la cuenta y se le olvidó que debía verte, y no te dijo nada porque no recuerda lo que estuvo haciendo.

      ─¡Qué bien! Lindos amigos los que tienes.

      ─Sí... Pero yo no ando de amoríos con ellos ─rió él─ vas a tener que elegir mejor a tus citas. ¡Ya sé! Dile a tu amiga rara que te presente a alguno de sus amigos. Seguro que conoce algunos interesantes de las convenciones de ovnis.

      Jo le pegó con el repasador.

      ─¡Ey! No te pongas violenta. Fue un chiste. Oye... tengo un poco de hambre ¿Qué hay de postre? ─abrió la heladera y se puso a revisar su contenido con toda naturalidad. Sacó medio pastel de chocolate─ ¡Mira lo que encontré! ¿Te importa que me lo termine?

      ─¿Acaso no comes en tu casa, Evan, que siempre vienes a terminarte toda nuestra comida?

      Pero él ya estaba con la boca llena. Jo suspiró, y fue por una cuchara para acompañarlo.

      ─Sabes que no me gusta comer solo. Si quieres, te ayudo a llevar el ficus después del pastel ─se ofreció él, notando que todavía continuaba en la sala─. Es muy pesado para que lo lleves.

      —Gracias.

     Se oyó un portazo y Evan se paró de golpe.

      ─Ya terminé. ¿Vamos ahora? ─tomó del brazo a su prima y, usándola como escudo humano, se apresuró a buscar la planta.

      ─Hola ─los saludó Violeta. Tenía algodones en la boca─ te besaría, pero no puedo ─dijo con dificultad al joven─ me quitaron la muela ─hizo un gesto de dolor, y se sentó en el sofá.

      ─No hay problema, en serio ─respondió el primo de Jo con nervios, tomando la enorme planta en brazos─ debemos irnos a la terraza. Fue un gusto verte. Adiós.

      Ambos salieron al pasillo y subieron al ascensor.

      Joanna lo miró, poniendo los brazos en jarras:

      ─Espero que te des cuenta de lo grosero que eres con ella. Cada vez que la ves, sales corriendo como si la casa se estuviera incendiando. Después me criticas por como trato a tus amigos.

      ─Es distinto. Ella me da miedo. ¿Viste cómo me mira? Prácticamente me desnuda con la mirada. ¡A mí, que soy tan vergonzoso!

      ─¿Vergonzoso, tú? ¡No me hagas reír! ¿Lo dice el chico que corrió en toalla por los pasillos de la escuela el último año?

      ─Eso fue un desafortunado incidente. Una de las chicas con las que salía se había robado mi ropa, mientras me daba una ducha. No fue más que un horrible acto de venganza femenina. Te digo que si no evadiera a Violeta como lo hago, mi seguridad personal correría un gran peligro. Mi sentido de surfista me lo dice.

      ─No digas tonterías ─lo regañó ella─ Seguridad personal ¡un pepino! Más te vale que seas amable con ella.  Me lo debes.

      ─¡Está bien! Solo si eres amable con Chris. ¿Tenemos un trato?

      Ella bufó.

      ─Trato hecho. Pero que no se le ocurra pensar que lo perdono. Y que ni trate de volver a invitarme a salir hasta el año que entra, porque le corto el cabello a rape.

      ─Le daré tu feliz mensaje. Aunque yo que tú estaría tranquila. No creo que te invite de nuevo.

      ─¿Por qué? ¿Qué tengo de malo?

      El muchacho se rió.

      ─¿De qué te ríes? No me parece gracioso ─se enojó ella.

      ─¿Quién te entiende? Te enojas si te invita y también si no lo hace. Estás loca, Jo... –puso los ojos en blanco.

      ─¿Sí? Dime algo que no sepa ─suspiró ella.

      Llegaron a la terraza y los dos se quedaron maravillados con lo que vieron. El jardín estaba hermosamente arreglado, como en una de las revistas de decoración que compraba Sonia, la madre de la joven.

      ─¿Cuándo hiciste esto? ─preguntó Evan─ pensé que dormiste como un oso toda la mañana.

      ─Yo no fui ─aseguró la joven, con la boca todavía abierta.

      Las plantas marchitas habían sido retiradas, y las nuevas habían pasado a ocupar su lugar, en perfecta armonía de colores y formas. La mesa de hierro blanca se hallaba en el centro, recién pintada,  y montones de luces diminutas bordeaban los maceteros, dándole un toque deslumbrante. Todo parecía brillar en aquel hermoso jardín florido. Parecía un escenario sacado de un cuento de hadas. Incluso había flores que ella no había comprado, rosas, por todas partes.

      ─Es como un sueño ─mencionó Jo, llevándose las manos al pecho.

      ─Sí que se lució Emma ─afirmó el chico, recorriendo el lugar y tocándolo todo con dedos curiosos─ no pensé que tuviera tan buen gusto. ¡Digo! Viendo su casa...

      Joanna no estaba del todo segura de que lo hubiera hecho la señora Fox. Tenía serias dudas al respecto. ¿Cómo podía haber arreglado así el jardín, una mujer de ochenta y tantos años, y en tan solo una mañana? Era casi imposible. A menos, claro, que hubiese contratado a alguien para el trabajo. En ese caso, tendría que agradecérselo. Le había ahorrado muchísimo tiempo y esfuerzo.

      ─¡Me encanta! ─sonrió la muchacha, oliendo las rosas.

      ─¡Y a ti que no te caía bien! ─exclamó él, dejándose caer en una de las sillas— ¡Mira! Hasta cambió los focos. Esa anciana está en todo. No se le escapa una. Si no fuera mi amiga, me daría miedo. ¿Sabías que se sabe la vida de todos por aquí? Y me refiero a todos ─profirió con tono siniestro.

      ─Sí, ya me di cuenta. Hasta la mía sabe. ¿Qué, nos espía todo el tiempo? Necesita una vida ─entonces, una lamparita se  encendió en su cabeza─ Oye, Evan...

      ─Mmmmm ─el muchacho se estaba hamacando en la silla, y mirando las nubes.

      ─¿Y si le presentamos al abuelo?

     Él perdió el equilibrio y se cayó para atrás.

      ─¡Ay! ¿Qué dices? ─se levantó de un salto y se acercó a ella─ ¡Pero qué asco!

      ─¿Qué tiene de malo?

      ─¿No te das cuenta de que si se enamoran, ella sería nuestra abuela? ¡NUESTRA ABUELA! Se me revuelve el estómago de solo pensarlo.

      ─No se me había ocurrido ─contestó pensando seriamente en lo que había dicho— no sé si me gustaría eso.

      ─Menos mal que soy la voz de tu conciencia ─manifestó Evan, sentándose otra vez y volviéndose a hamacar─ necesitas unas vacaciones de ti misma. ¿Por qué no vienes conmigo a la playa mañana? Te pasaré a buscar a eso de las nueve, y almorzaremos allá.

      ─Sí, claro. Suena divertido.

      ─¡Excelente! Le diré a Verónica que lleve un poco más de comida.

      Al escuchar ese nombre, a Jo se le vino el mundo abajo. ¿Verónica iba a ir? Ya no podía decirle que no iría, porque sabría que sería a causa de ella.

      No era para tanto. Después de todo, Evan iba a estar ahí, para mantener la cordialidad entre ambas partes. ¿Qué era lo peor que podía pasar?

      ─Ah, por cierto, Chris también vendrá. Necesita tomar un poco de sol. Ya parece un enfermo.

      Chan chan chaaaaaaan.

      ¿Chris también? Ahora sí, la familia Munster estaba completa. Entonces, un rayo de sol pareció asomar en el horizonte.

      ─Puedes decirle a Violeta, si quieres, que nos acompañe.

      Él sabía que si no la invitaba, su prima iba a pasarla mal. Necesitaba a alguien con quien se sintiera cómoda, además de él.

      ─Gracias, Evan. Ahora sí que eres amable. Prometo portarme bien con tu amigo, e intentaré no pelearme con Verónica.

      ─¡Esa es mi chica! ─le sacudió el cabello─ Ahora, si no te importa, ¿podemos ir a comer algo? El abuelo invita ─le mostró un fajo de billetes.

      ─¿Le robaste la billetera otra vez? ─rió Jo─ cuando se entere te va a matar.

      ─¡Ay! Sabes que no es cierto. Solo le diré que se le cayó por ahí. 

      Después de pasar la tarde en la cafetería de la esquina y comerse todo lo que había, Jo recordó la pluma que tenía bajo la almohada y se despidió de su primo. Tenía que mostrársela a Viole. ¿Qué tal si la pluma había desaparecido? ¡No tendría ninguna prueba que demostrara su cordura!

      Se apresuró y subió corriendo por las escaleras. Otra vez, casi se lleva por delante a Emma.

      ─Lo siento mucho.

      ─Veo que tienes prisa. Bueno, no te detengo. ¡Ah, me olvidaba! ¿Podrías arreglar nuestro jardincito? Sé que te dije que te ayudaría, pero me temo que el reuma no me dejará trabajar con las plantas, y ya sabes que mi salud es delicada.

      ─¿Usted no ha ido a la terraza?

      ─Todavía no. Subiré en cuanto pueda.

     ¿Entonces... quién había arreglado el jardín? Una imagen de quién podría haber sido, apareció en su mente.

      ─¿Dante? ─murmuró la chica.

      ─¿Dijiste algo?

      ─No. Debo irme, Emma. No se preocupe, yo me ocuparé de las plantas.

      Se despidió de la anciana y corrió hasta su departamento, sin chocarse con nadie más en el camino. No podía sacarse al ángel de la cabeza. ¿Habría sido el responsable por lo ocurrido en la terraza? ¿Volvería a verlo? Tenía un plan que, quizás, daría resultado. No era uno muy bueno, pero era lo único que podía hacer para verlo otra vez.

      ─¿Viole? ¿Estás en casa?

      ─Sí, aquí estoy, en la cocina. Preparo un poco de arroz con hongos.

      Joanna fue hasta su dormitorio y buscó su evidencia debajo de la almohada. Respiró aliviada al encontrarla donde la había dejado. Una vez más, la observó y sonrió ante la perspectiva de conocer una criatura tan interesante.

      ─¿Qué es eso? ¿Una pluma? ─preguntó su amiga.

      ─Dante la dejó en mi cama anoche.

      ─¿En tu cama?

      Violeta agarró la pluma con emoción.

      ─Yo que tú, la tendría siempre encima como amuleto. ¿Qué tal si te haces un colgante con ella? Podrías agregarle un cristal. Un ónix, quizás ─y lo pensó mejor─ ... o un cuarzo rosado, para el amor.

      ─Dame eso ─Jo tomó su plumita y la sostuvo entre sus manos─ ¿Por qué piensas que pudo haberla dejado?

      ─No sé. Tú lo conoces un poquito mejor que yo ─rió─. Pudo habérsele caído cuando vino a contemplarte, silenciosamente, mientras dormías. ¿No te parece una idea romántica? Un ángel que se enamora de una mujer, como en mi película favorita.

      ─¡No digas eso! ─exclamó Joanna.

      ─¿Por qué? Por como me hablaste de él, pensé que te gustaba.

      ─Nunca dije que no me gustara. Es precioso, pero no es humano, Violeta.

      ─¡Por fin! ─gritó, elevando sus manos al cielo─ Finalmente aceptas su existencia. Estoy orgullosa de ser tu amiga ─se secó una lágrima invisible, y la abrazó.

      ─Ya... contrólate, caramba. No es para tanto.

      ─Jo. ¿Por qué crees tú que dejó la pluma?

      ─¡Y qué sé yo! Quizás sabía lo que yo estaba pensando, y lo hizo para demostrar que no era una alucinación. Para demostrarme que era real.

      ─Suena razonable. ¿Cómo supo lo que pensabas?

      ─Cuando me miró de aquella manera, sentí que se había metido adentro de mi cabeza. Sé que te sonará extraño, pero, por un instante yo me metí en la suya.

      ─¿Y qué viste? ─Violeta parecía fascinada.

      ─Mucho dolor.

      Esa noche Joanna llevó a cabo su plan. No era muy difícil, ya que consistía en subir a la terraza para ver si aparecía el chico misterioso con alas negras.

      Tuvo que esperar a que su amiga se quedara dormida, para que su amiga no quisiera acompañarla en la espera. Debía ir sola. Por las dudas, se llevó una revista de crucigramas, para pasar el tiempo. Ahora que había mejor luz, no había problema.

      Se sentó de piernas cruzadas en un banco de piedra, el asiento más alejado de la puerta, y se puso a leer en voz alta, para matar el silencio que la intimidaba.

      ─Veamos... Divisible por dos... ─y anotaba─ Par. Dios egipcio del sol... Ra. ¡Esto está demasiado fácil! Cuarta nota musical... fa. Símbolo del sodio... eh... mmm... no tengo idea. ¿Cuál es el símbolo del sodio?

      ─Na ─le dijo alguien, relajadamente.

      —¡Ahhh! —Revoleó la lapicera por el aire, porque esa voz la había sobresaltado a pesar de ser suave y melódica. Se dio vuelta para verlo, y, por segunda vez, contempló aquellas bellísimas alas oscuras que tanto la habían impresionado y esos ojos violáceos que centelleaban como si fueran de fuego.

      ─Perdón, no era mi intención asustarte ─se disculpó Dante, con una amabilidad excesiva.

      ─¡Viniste! ─se alegró ella, sonriendo de oreja a oreja y levantándose del asiento─ No sabía si ibas a volver.

      ─Veo que te alegras de verme ─estaba sorprendido con aquella idea— por tu cara, pensé que ibas a desmayarte otra vez.

      ─Bueno, casi me matas del susto, pero por no haberme avisado que estabas detrás de mí. Creí que estaba sola.

      ─Disculpa ─bajó la cabeza, como si se avergonzara de verla.

     Después agregó en un débil susurro:

      ─Nunca estás sola.

      ─¿Cómo dices?

      ─Nada. 

     Él era mucho más hermoso de lo que Jo podía recordar. Ahora, bajo la luz de todos los faroles, podía mirarlo mejor. Sus alas eran la cosa más bella que jamás había visto, sin contar al propio Dante, por supuesto. Estaba de pie, a unos dos metros de la joven, y no parecía tener la intención de acercarse un centímetro más.

      Levantó la cabeza y la miró con dulzura.

      ─¿Cuándo llegaste a la terraza? No te escuché. Quizás porque estaba muy concentrada con el crucigrama.

      Él bajó la cabeza nuevamente, pero esta vez, para ocultar una sonrisa.  

      ─Aparte de que suelo ser bastante silencioso, tengo que admitir que nunca me fui de este lugar, salvo para hacerte una pequeña visita anoche. Quería saber si estabas bien tras del pequeño incidente de ayer. Después de todo, yo fui el causante de tu desmayo.

      ─¿Nunca te fuiste?

      Negó con la cabeza, divertido por la expresividad con que ella hablaba.

      ─¿Puedo preguntarte si arreglaste la terraza? ─quiso saber.

      ─¿Te enojarías si te digo que sí? ─la joven dijo que no─ Me pareció que necesitabas ayuda, ya que la señora Fox no se veía muy predispuesta al trabajo. Además... estaba aburrido. Tenía miedo de que no te fuera a gustar.

      ─¿Bromeas? Es realmente hermoso ─reconoció Joanna─. Muchas gracias.

      Él sonrió. Le gustaba poder haber hecho algo bueno por alguien, después de tanto tiempo. No era algo que le pasara muy a menudo. Sintió una gran satisfacción al escuchar eso. Ella estaba agradecida con él.

      ─Tengo tantas preguntas para hacerte ─le anunció Jo, de forma repentina. Él ya se lo veía venir— Espero que no te moleste.

     Dante le contestó con suavidad:

      ─Joanna, nada de lo que hicieras podría molestarme.

      ¿Había dicho nada? Este muchacho no tenía ni idea de las horribles cosas que ella solía hacerles a los pobres hombres que conocía, evidentemente. Su historial romántico así lo confirmaba. Narices rotas, autos destrozados, y toda una gama de incidentes traumáticos. Nada a propósito, desde luego. Solo era mala suerte. Por fortuna, Chris se había salvado a tiempo. ¿Quién sabía qué cosa horrible le estaba preparada?

      Jo comenzó con su interrogatorio, esperando que él no huyera sin contestarle.

      ─¿Eres de verdad? Porque al principio, creí que eras un producto de mi imaginación retorcida. Todavía me lo estoy planteando. 

      ─¿Necesitas más pruebas?

      Esa pregunta la desconcertó. ¿Las necesitaba? ¿Había molestado a Dante con su pregunta? No le contestó.

      ─¿Las necesitas, Jo? —insistió.

      ─No lo sé. Quizás estoy soñando. ¿Cómo sabré que estoy despierta?

      ─Míralo por este lado: un ser imaginario no podría haber arreglado todas tus plantas.

      ─Tienes razón ─aseguró─ Entonces, supongo que eres de verdad. Debo decir que hiciste un trabajo estupendo. El jardín ha quedado precioso.

      ─Gracias ─sonrió él─ Creo que se me da bastante bien la jardinería.

      ─Así que... puedes materializarte ─insinuó ella.

      ─Sino, hubiera sido un poquito más complicado mover las macetas —dijo el joven alado, con simpatía─. No imposible, pero un tanto más difícil.

      Ella lo miraba con atención. Parecía haber algún tipo de intención oculta detrás de aquella insinuación.

      Entonces, Jo preguntó:

      ─¿Puedo tocar tus alas?

     Por ahí venía la mano, pensó él, con pesar en su corazón. ¿Cómo haría para explicarle que no podía? Debía hacerlo, antes de que fuera tarde.

     Joanna se acercó a Dante, pero él retrocedió bruscamente. Tenía el rostro pálido y sus ojos reflejaban el miedo. No esperaba que ella hiciera algo así, y lo peor, era que él tenía el impulso de corresponderle. Se aterró de lo que pudo haber pasado. No podía dejarse llevar por sus emociones humanas.

      ─¿Qué sucede? ─preguntó ella, sin entender su comportamiento esquivo.

      ─Confía en mí, no querrás que te lo diga.

      ─Perdona, no te tocaré las alas, si no quieres. No volveré a acercarme si eso te molesta ¿Estás enojado conmigo?

      ─¡No! No es eso por lo que me alejé así ─dijo Dante con gentileza─ Te dije que no me molestaría nada de lo que hicieras.

      ─No lo entiendo, ¿entonces, por qué te apartaste de ese modo? Como si yo fuera la peste, o algo parecido. Por un segundo, me sentí discriminada.

      ─Oh, no me malinterpretes, no es por culpa tuya. Ni se te ocurra pensarlo. Se trata de mí. Es que... no es buena idea que me toques.

      ─¿Por qué no?

      ─Porque me agradas demasiado, Joanna.

      ─¿Lo dices en serio?

      Él asintió.

      ─Y tengo miedo de lastimarte ─respondió sombríamente─. Por ese motivo, jamás me tocarás, ni yo a ti; pase lo que pase. ¿Lo prometes?

      ─Te lo prometo.

      ¿Qué pasaría si Dante le confesara la verdad? ¿Si le dijera quién era y lo que se suponía que debía hacer? Quería contarle, pero algo en su interior le decía que tenía que ser precavido y esperar. Aquella joven no era como las demás. Debía protegerla, no matarla de un susto. Con lo dicho era suficiente.

      Jo no quiso hacerle más preguntas. ¿Qué clase de ángel era capaz de hacer daño? ¿Por qué la había buscado aquella criatura que parecía salida de un sueño? No quería decirle adiós, pero debía hacerlo.

      ─¿Volveré a verte? ─preguntó Joanna, temiendo que la respuesta fuera negativa, y que Dante desapareciera con la rapidez con la que había irrumpido en su vida.

      ─Estaré cerca si me necesitas. Solo tienes que pronunciar mi nombre ─le contestó él─ y me tendrás a tu lado.

     Esas palabras fueron las últimas que escuchó salir de sus labios, antes de que la noche lo envolviera con su manto y lo hiciera perderse en las tinieblas.

      La joven aún no comprendía la razón de su presencia. No iba a desaparecer, se mantendría cerca; tanto, que podría escuchar su llamado. ¿Podría ser que se tratara de su ángel guardián? Pero entonces... ¿por qué la lastimaría? Eso no tenía ningún sentido para ella. Él se encontraba rodeado por un aura llena de misterio. Era oscuro, distante, no había luz a su alrededor. ¿Qué se ocultaba detrás de su silencio? Estaba segura de que en algún momento, el hermoso y amable ser que había aparecido ante ella rodeado por la oscuridad, le revelaría todos sus secretos.

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