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 Sintió un cosquilleo en la base de su estómago. Quizás debió comer algo más que un sándwich de queso. Aunque no era hambre lo que sentía. ¿Qué era? Parecían nervios, pero ¿por qué iba a estar nerviosa? Qué idiotez. A pesar del alboroto que la rodeaba, de pronto, todo pareció sumirse en la calma más profunda. La gente continuaba hablando, sin embargo, ella no llegaba a escucharlos. Una intensa sensación de paz la invadió. No duró mucho porque una sensación más fuerte se hizo presente. Se sintió observada, vigilada, perseguida. ¿Qué sucedía?

Miró hacia todas partes, buscando el motivo de su intranquilidad. Instintivamente, sus ojos se posaron en las penumbras, al otro lado de la calle. Algo la llamaba desde allí, la invitaba a acercarse. Jo resistió el impulso, pero no pudo dejar de mirar en aquella dirección. Había algo que parecía moverse entre las sombras. Algo siniestro.

¿Por qué motivo se sentiría así? Debía ser que Viole le metía cosas en la cabeza. Aunque sabía que algo se ocultaba detrás de aquel manto de oscuridad. Lo percibía. No era tonta. Había visto suficientes películas de terror como para saber que los asesinos siempre acechaban a sus víctimas desde los escondrijos más tenebrosos. Ni loca iría hasta allá.

Estaba tan absorta revisando la oscuridad del otro lado de la calle, que la pareja de atrás tuvo que llamarle la atención cuando llegó su turno para pedir el helado.

─¡Oh! Lo siento. Deme un kilo de Chocolate con almendras.

Ahora sí que podía regresar, triunfante. Sería recibida como una heroína, después de una batalla.

Se preparó para volver, pero no se olvidó de la extraña sensación que había tenido minutos antes. Ya no parecía haber nada allí, en la penumbra. Nada en absoluto. Lo atribuyó a su creciente imaginación, surgida desde el inicio de su convivencia junto a madamme misterio. De todas las compañeras que pudo elegir, había escogido a una que trabajaba como tarotista. Por supuesto que jamás en su sano juicio había dejado que le leyera el futuro. Se conformaba con saber que el presente era más de lo que podía soportar. No necesitaba que alguien le dijera que empeoraría. Aparte de que no creía en esas cosas. Si no lo veo, no lo creo, era su lema.

Violeta siempre la perseguía, pidiéndole hacerle una lectura.

─¡Por favor! Solo una. Si no quieres, no te diré lo que te salió.

─Que no —repetía siempre.

─¿No te da curiosidad? ¿Ni un poquito?

─No. Prefiero el suspenso. Pienso que si las cosas se revelan antes de tiempo, la trama deja de ser interesante. Como la protagonista, tengo derecho a elegir.

─Pero si tu vida no es una película...

─Tú con tus locuras, y yo con las mías. ¿Está bien?

Después de haber recordado aquella conversación, decidió que, quizás, ir a ver eso que le llamaba tanto la atención no sería tan mala idea. Todavía había mucha gente en la calle, y si alguien la asustaba podía gritar, como en sus películas favoritas (y salir corriendo, claro).

─Ojalá que no sea como en Scream... ─se dijo, dirigiéndose lentamente hacia el lugar─ soy una tonta, ¡como si pudiera escapar de un asesino armado! La próxima vez, traeré el spray de pimienta (si es que hay una próxima vez). Solo espero sobrevivir esta noche, para comerme mi medio kilo de helado.

A pesar de su monólogo, no dejó de caminar. Le encantaba sentir un poco de miedo de vez en cuando. Lo necesitaba, antes de enfrentar su cruel destino junto a su amiga, amante de las películas románticas.

El ángel de la oscuridadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora