EL TRAIDOR | EL IMPERIO ❈ 1 |

By wickedwitch_

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El Imperio se formó años atrás, nacido de la codicia de un hombre. Con la ayuda de unas fuerzas imp... More

| EXTRA 01 ❈ EL IMPERIO |
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Cassian logró conciliar el sueño pocos minutos después de que me informara que mis palabras le habían causado más daño del que jamás admitiría en voz alta. Yo traté de imitarle, cerrando los ojos y procurando mantener a raya los malos pensamientos que me asolaban tras nuestra discusión, pero el sueño no quería venir a mí... como tampoco querer irse la confesión de Cass.

La situación le estaba pasando factura, estaba sometido a un continuo estrés por el riesgo que corría... y que no solamente se le aplicaba a él. Oíamos los rumores de las ejecuciones por traición; el Emperador no tenía piedad: no en vano, su último asesinato había sido a toda una familia. Incluyendo los niños.

Cassian temía por su familia, por su hermana y su madre. Lo único que le quedaba, su mayor tesoro. Podía imaginar a Silke imaginando el momento en que su hijo aparecería en la puerta de su hogar del brazo de alguna chica, de la elegida.

Jamás hubiera creído que Cassian estuviera sometido a semejante nivel de estrés. Como tampoco era capaz de creer que me lo hubiera estado ocultando tanto tiempo, sufriéndolo en silencio; yo le había contado siempre todo —sin contar con el haber tergiversado ligeramente lo sucedido en mi huida- porque confiaba en él. Miré su rostro dormido y me pregunté si habría algo más que no se hubiera atrevido a decirme.

Los pequeños secretos podían transformarse en enormes muros con el paso del tiempo.

Podían separarnos.

Y Cassian significaba demasiado para mí; no quería verlo marchar de mi lado.

Aún no.

* * *

Fui la primera en despertar a la mañana siguiente. La discusión que habíamos mantenido Cassian y yo me había impedido descansar, por lo que opté por salir del jergón y subí hasta la azotea del último piso; miré al cielo, comprobando que aún quedaban algunas estrellas mientras amanecía.

Corría una ligera brisa que alborotó mis cabellos, obligándome a tener que recogérmelos de manera improvisada. Me quedé apoyada sobre el muro que daba a las calles transitables y observé a un grupo de borrachos intentando regresar a sus hogares; poco a poco, cuando la luz matutina iba ocupando su lugar mientras la ciudad despertaba a mis pies.

Vi un par de casas más allá cómo una familia despertaba. El estómago me dio un vuelco al ver cómo los padres compartían un tierno beso ante las escandalosas risas de su hijo, quien trataba de separarlos con sus apretados puñitos; por unos segundos no pude evitar incluir en esa bonita estampa familiar a Cassian.

Yo le había arrebatado la oportunidad de formar su propia familia cuando creyó que tenía la obligación moral de acompañarme en aquella arriesgada decisión de formar parte de los rebeldes.

Pero estaba dispuesta a enmendar mi error, y esa oportunidad se presentaría cuando regresáramos. Hablaría con mi padre y le haría entrar en razón, alegando que Cassian podría ser fácilmente reemplazado; y cuando mi amigo fuera libre, podría recuperar sus viejos sueños de infancia.

No tendría que vivir con el temor de cuidar todos sus pasos.

-Pensé que te habías escabullido de nuevo —mi rostro se contrajo en una mueca ante la acusación de Cassian, que había subido hasta allí para buscarme.

Giré sobre mis pies para encontrármelo a unos metros de mí, con el cabello revuelto y los ojos todavía somnolientos. No hacía mucho tiempo que se había despertado, quizá alertado por haber encontrado mi lado del jergón vacío; alejé de mi cabeza cualquier pensamiento sobre el futuro de Cass dentro de la rebelión y me obligué a adoptar una postura desenfadada y amigable.

Sospechaba que Cassian aún debía seguir enfadado conmigo por todo lo sucedido ayer, por lo que me pedí a mí misma que arreglase las cosas con mi mejor amigo. No soportaba la idea de que siguiéramos distanciados por la pelea.

—No podía irme sin ti —comenté en tono jocoso.

No rió mi broma, lo que no auguraba nada bueno. En aquellos años de amistad que compartíamos habíamos discutido multitud de veces... pero siempre nos habíamos reconciliado; nuestros enfados nunca duraban más que unas pocas horas. Miré a Cassian con un nudo en la garganta, preguntándome qué diferencia existía en la disputa que tuvimos ayer a las otras, a las que pertenecían al pasado.

La distancia que nos separaba se me antojo casi como un abismo. ¿Le había afectado tanto lo que había dicho ayer?

Cassian hizo un aspaviento en mi dirección.

—Deberías cambiarte de ropa —me aconsejó con tono impasible—. Con esa llamas demasiado la atención.

Bajé la mirada inconscientemente hacia mi atuendo, el mismo que me había proporcionado Perseo en esa habitación. Mis mejillas se colorearon al caer en la cuenta de los días que llevaba con ella puesta y lo sucia y desastrosa que debían estar las prendas.

—Puedes encontrar algo que ponerte en el mismo armario del que sacaste las otras prendas —continuó Cassian, obligándome a levantar de nuevo la mirada—. Cuando saliste de aquí.

No se me pasó por alto el tono acusatorio de sus palabras y cómo su mirada me traspasó, recordando el momento en que me vio fuera de la relativa seguridad que nos proporcionaba aquella casa abandonada; hundí los hombros y me dije que Cassian tenía todo el derecho del mundo a castigarme de aquella forma.

Asentí con la cabeza y pasé a su lado para volver al interior. El pecho me seguía oprimiendo a causa de la culpabilidad, así que opté por mantenerme encerrada en mi habitual silencio y a obedecer; bajé las escaleras hasta el piso donde había encontrado ropa con la que poder escabullirme en el mercado sin que nadie pudiera reconocerme. Me detuve frente al armario y estudié las posibilidades.

La idea de usar esa ropa me ponía los pelos de punta, pero había que concederle a Cassian la razón: las prendas que llevaba desentonaban demasiado y la gente podría reconocerlas como de alguien que trabajaba en palacio.

Me decanté por una túnica larga y de un tejido ligero, además de tomar prestado otro pañuelo con el que cubrir mi abundante cabellera roja. Tras lo sucedido en el mercado, a mi lista de problemas tenía que añadir la posibilidad de que el perilustre hubiera informado a las autoridades, exigiendo mi captura para posteriormente castigarme.

Escondí las prendas usadas en el fondo del armario y me arreglé como bien pude las mangas de la túnica que llevaba, intentando que no se viera ni un centímetro del tatuaje del antebrazo.

Regresé a la planta baja y pillé a Cassian terminando de guardar los enseres en unas improvisadas bolsas que nos llevaríamos con nosotros. Me despedí mentalmente de aquellas cuatro paredes y pensé en si mi amigo seguiría haciendo uso de aquel sitio para sus propios encuentros; quizá otra familia necesitada se asentaría aquí... o quizá esta casa permanecería abandonada. Maldita por el terrible destino que había corrido el matrimonio que había vivido aquí.

Apresuré mis pasos para ayudar a Cassian con las provisiones y él me echó un rápido vistazo antes de pasarme una de las bolsas. Calibré su peso con el ceño fruncido, aguardando a que mi amigo estableciera el siguiente paso; nos marchábamos antes de lo que había creído, y sospechaba que Cassian había adelantado el regreso debido a la discusión de ayer.

Me explicó de manera escueta cómo bajaríamos a la calle con un tono que solamente le había visto usar con algunos rebeldes —plano y sin emoción, casi mecánico— y noté un pellizco de nuevo en el corazón. Los remordimientos no tardarían mucho en hacer acto de presencia para hacerme sentir peor de lo que ya me sentía.

Cuando mis botas golpearon la arena de la calle tras el salto, Cassian se apresuró a pasarme una de las bolsas de provisiones —que luego yo me colgué a la espalda como la multitud de personas que vivíamos allí y no teníamos quien nos ayudara—. Le seguí de regreso a la calle principal y recoloqué mi pañuelo, gesto que no se le pasó por alto a Cassian, que frunció los labios imperceptiblemente.

El silencio que nos rodeaba a ambos empezó a parecerme opresivo. El buen humor de Cassian se había desvanecido y su habitual sonrisa había sido sustituida por aquel rictus serio en sus labios; eché de menos las bromas de Cass, cómo solíamos reírnos durante aquellos trayectos desde el mercado hasta nuestro barrio.

Tragué saliva mientras me entretenía mirando a la multitud, intentando distraerme ante el mutismo de mi amigo.

Al alcanzar la zona del mercado, mi mirada recorrió con avidez cada rincón, vigilando que todo estuviera en orden. Los gritos habituales me hicieron sentir desprotegida ante la amenaza de una posible detención sorpresa, pues era incapaz de escuchar otra cosa que voces superponiéndose las unas a las otras; Cassian se movía a un paso delante de mí, abriéndome camino y esquivando cualquier oportunidad para hablar conmigo.

Estudié su espalda con atención, consciente de la seguridad que rodeaba cada paso que daba. Había descubierto que Cass era un gran actor y que había estado ocultándome su preocupación por los riesgos a los que se exponía ayer por la noche, durante nuestra discusión; me cuestioné si alguien más estaría al tanto de los problemas y dudas que acuciaban a Cassian.

Quizá Flet lo supiera.

La tensión de todo mi cuerpo se evaporó cuando salimos del mercado, enfilando una de las calles que se dirigían directamente hacia nuestro barrio. Allí los rostros de los transeúntes se convirtieron en caras conocidas, en personas con las que nos habíamos criado desde niños; de manera inconsciente me retiré el pañuelo, soltando un suspiro de alivio al estar en una zona segura. En una zona que consideraba casi mi hogar.

La señora Bazzi se encontraba afanada en la difícil tarea de mantener a algunos ladronzuelos lejos de sus mercancías. Cassian la saludó con un gesto de cabeza y ella nos sonrió con complicidad.

Aceleré el paso cuando torcimos en el callejón que llevaba a la larga calle donde se encontraban encajonadas varias casas sobre varios pisos de altura. Mi mirada se clavó con precisión en las ventanas que pertenecían a mi hogar; fruncí los labios al comprobar que se encontraban cerradas.

Mi padre aún no había regresado a casa.

Quizá llevara fuera varios días, totalmente centrado en sus asuntos con la rebelión.

Me detuve ante las escaleras que subían hacia la puerta de mi casa, que se encontraba en un segundo piso. Mordí mi labio inferior, sin saber muy bien cómo proceder ahora; la situación se había tornado rara desde que Cassian me había descubierto en la azotea de la casa que habíamos ocupado.

Miré a mi amigo por encima del hombro. La incomodidad me hizo que cambiara mi peso de un pie a otro, consciente de que Cassian parecía tener el mismo dilema que yo respecto a qué hacer.

—Quizá deberías ver a Mishaal para que te ayude con el tatuaje de tu antebrazo —mis ojos bajaron a toda prisa, descubriendo que la manga se me había subido un poco, lo suficiente para que se intuyera algunos trazos.

Luego, ante mi propia sorpresa, vi que levantaba la mano y se despedía con un simple movimiento, del mismo modo que lo había hecho con la señora Bazzi. Lo miré con una expresión de desconcierto y dolor mientras él daba la vuelta para echar a andar calle abajo, en dirección a su propia casa.

Me quedé paralizada, observando cómo la silueta de Cassian se entremezclaba con las personas que iban y venían. Repetí las últimas palabras —la despedida— en mi cabeza una y otra vez, notando cómo la opresión iba aumentando a cada segundo que trascurría allí parada; eché a correr escaleras arriba, abriendo la puerta con facilidad... y topándome con la casa vacía.

Ni siquiera malgasté mi voz en llamar a mi padre. Arrastré los pies en dirección a la cocina, cuyo desorden hizo que tuviera que maldecir a Cassian y la maldita broma que compartimos al respecto; dejé con cuidado la bolsa de las provisiones en un hueco que encontré de la abarrotada mesa de madera. Contemplé mi alrededor con el ceño fruncido, consciente del trabajo extra que tendría que hacer para poner todo como se encontraba antes de que yo decidiera embarcarme en la misión junto a Enu.

Decidí empezar en aquel mismo momento con la limpieza. Aún seguía dolida por la actitud de Cassian y necesitaba desesperadamente una vía de escape, algo que me mantuviera distraída lo suficiente para que evitara pensar en cualquier cosa que me condujera de nuevo a nuestra discusión... o a la forma en la que me había tratado.

Estaba empezando a caer la noche cuando pude desplomarme en mi mullido colchón. Supuse que mi padre no llevaría más de dos días fuera de casa, y que tampoco había prestado mucha atención a encargarse de la limpieza. Me quité las botas a puntapiés, recolocándome sobre mi cama y observando las paredes con una sensación de serenidad rodeándome como una manta.

Cerré los ojos, rindiéndome al cansancio de haber estado poniendo orden con el único propósito de mantener mi mente ocupada.

* * *

—Jedham —me removí sobre la almohada cuando escuché una voz cerca de mi oído.

Mantuve los ojos cerrados, aún atrapada entre las brumas del sueño. Intuía la presencia de alguien más dentro de mi habitación, pero no quise darle mayor importancia; las malas noches que había pasado en aquel duro jergón habían terminado por pasarme factura... y estaba encantada de poder disfrutar de nuevo de la comodidad de mi añorada cama.

Una mano se quedó apoyada sobre mi hombro; la calidez que transmitía la palma hizo que me sintiera arropada, en calma. Recordaba cuando mi madre se quedaba conmigo siendo niña hasta que conseguía conciliar el sueño, ella también me ponía una mano en el hombro para hacerme saber que estaba allí... que no se marcharía hasta que no estuviera segura de que estaba bien.

—Jem —insistió la misma voz.

Entreabrí un ojo ante la seguridad de que mis horas de sueño habían acabado en aquel preciso instante. El estómago se me agitó con violencia al reconocer la silueta de mi madre; tenía el mismo aspecto que cuando se la llevaron, casi parecía que no hubieran pasado los años.

Mi mirada se sintió atraída por el pañuelo que rodeaba su cuello, de un intenso color rojo.

—¿Mamá? —soné como una niña pequeña, pero la añoranza de aquel encuentro me hizo sentir así.

Aparté las mantas de golpe para incorporarme, topándome con mi madre y su sonrisa.

—Mi pequeña estrella —murmuró ella.

El apodo con el que solía llamarme hizo que sintiera un molesto escozor en los ojos. Mi mente se retrotrajo hacia el día en que recibimos la brutal noticia: me había negado a acompañarla al mercado. Comportándome como una niña malcriada, le había dicho que no tenía ningún interés en ir con ella, que mis ganas de salir con Cassian eran mucho mayores... un plan más divertido.

Mi madre me sonrió, sacudiendo la cabeza antes de marcharse. Ni siquiera me dedicó unas malas palabras o una regañina por mi mal comportamiento.

Eso hizo que recibir la noticia de que un grupo de nigromantes la había interceptado cuando regresaba del mercado fuera tan demoledora para mí.

Mi padre, dentro de su pena por haber perdido a su esposa, no pudo evitar sentir un profundo alivio al descubrir que yo había decidido no acompañarla. Que, de haberlo hecho, también me habría perdido.

No nos dieron siquiera un cadáver sobre el que llorar.

—Mamá, te he echado tanto de menos —musité.

La sonrisa de mi madre creció, aunque la noté algo tirante.

Luego, el pañuelo que llevaba al cuello cayó, dejando visible una enorme herida que cruzaba de lado a lado su piel, como una sangrienta sonrisa permanente. Mis ojos se abrieron de par en par al ver la sangre empezando a manar como un pequeño riachuelo.

—¡Mamá! —la llamé—. ¡¡Mamá!!

Traté de alcanzarla, pero mi cuerpo no parecía querer obedecerme. Bajé la mirada hacia él, encontrándome con multitud de cadenas rodeándome y manteniéndome prisionera contra el colchón; me debatí con premura, sintiendo un nudo de pavor enroscándose en la boca de mi estómago.

Gemí al notar que las cadenas parecían tensarse a mi alrededor conforme más me agitaba, intentando liberarme.

—Mamá —subí mi tono de voz, incapaz de ocultar el pavor que me estaba embargando sentirme prisionera—. Mamá, ayúdame.

Grité cuando su cuello se dobló en un ángulo antinatural y su cuerpo cayó pesadamente sobre el colchón. Una enorme silueta vestida de pies a cabeza de negro emergió de la nada; su máscara plateada lo delató como un nigromante.

Y sus inquietantes ojos azules lo delataron como Perseo.

Grité con más ahínco cuando el nigromante rodeó la cama para acercarse hasta donde yo me encontraba atada por las cadenas. Sus dedos se hundieron con saña en mi barbilla, obligándome a mirarle a los ojos y silenciándome con brusquedad.

El azul de sus iris parecía de hielo.

—Te encontré.

Me golpeé en la coronilla cuando me desperté con brusquedad de aquella horrible pesadilla. El corazón me latía con fuerza dentro del pecho y tenía la garganta reseca, incluso un poco dolorida a causa de mis propios gritos; por el rabillo del ojo, a través de la única ventana de mi dormitorio, creí ver una sombra moviéndose en el exterior.

Movida por una extraña sensación, me abalancé contra ella y la abrí de par en par, intentando descubrir si había alguien allí fuera.

Algunos fragmentos de mi pesadilla se repitieron, especialmente cuando el nigromante había emergido y había intentado... supuse que acabar conmigo, ya que mi sueño se había interrumpido poco después.

El aire fresco me recibió al otro lado de la ventana.

Me incliné un poco más, pero no vi nada que estuviera fuera de lugar. Quizá todo hubiera sido producto de mi imaginación, a fin de cuentas; metí mi cuerpo de nuevo en el cuarto y cerré la ventana con rapidez.

Aseguré la ventana cerrada y me apoyé contra ella unos segundos, intentando recuperar el aliento y luego tratando de quitarme de encima la horrible sensación que me había dejado la pesadilla.

—¿Jedham?

Me despegué de la puerta con un nudo en la garganta.

Reconocía la voz. Sabía a quién pertenecía.

—¡Papá!

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