Unknow

By Mysweettie

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Isabella Swan es la capitana de las animadoras de su instituto en Nueva York. Tiene todo lo que desea: unas a... More

Unknow
Capítulo 1. Cuando menos lo esperas
Capítulo 2. Expertos
Capítulo 3. Genial... ¿Se nota el sarcasmo?
Capítulo 4. Inesperado
Capítulo 5. Un golpe de suerte
Capítulo 6. La nueva
Capítulo 7. El rebelde
Capítulo 8. Cambios
Capítulo 9. Pasado y presente
Capítulo 10. Reflexión y sorpresas
Capítulo 11. El momento
Capítulo 12. Impulsos
Capítulo 13. No más, por favor
Capítulo 14. Amigos nada más
Capítulo 15. Nunca digas nunca
Capítulo 17. Decisiones
Capítulo 18. Recaída
Capítulo 19. Y, finalmente, sucedió
Capítulo 20. Inesperada situación
Capítulo 21. Confesiones
Capítulo 22. La decisión está tomada
Capítulo 23. Apariencias
Capítulo 24. Afrontarlo
Capítulo 25. Tú... aquí
Capítulo 26. Somos adultos
Capítulo 27. Cenizas quedan
Capítulo 28. Imbécil y cobarde
Capítulo 29. Encuentros
Capítulo 30. Asuntos del pasado
Capítulo 31. Para siempre
Capítulo 32. Cuentos de hadas
Epílogo

Capítulo 16. Cambios

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By Mysweettie

Bella

Me desperecé, me senté y miré el reloj de la mesita de noche. Eran las tres y media de la madrugada y yo no había dormido ni veinte minutos. Miré hacia la cama y sonreí al culpable de mi insomnio. Él tenía los ojos cerrados, pero no dormía. También sonreía un poco, una sonrisa apenas perceptible, pero yo me daba cuenta. Me levanté y me puse el vestido de la noche anterior, ya me había puesto la ropa interior. Caminé hacia el borde de la cama y me incliné hacia su oído.

-Debo irme-susurré.

Él cogió de mis manos, me jaló y rodó en la cama; quedando yo bajo su cuerpo. Me miraba desde arriba con una sonrisa picarona.

-¿Seguro que quieres irte?

-No-contesté mordiéndome el labio-. Pero debo hacerlo.

-Qué pena-me dijo.

Posó su boca sobre la mía y me besó. Sus labios se movieron insistentes y suavemente sobre los míos. Mi lengua quiso entrar en su boca y él empezó a jugar con ella. Llevé mis manos a su cabello despeinado por mi causa, sonreí contra sus labios. Él dejó de besarme y se levantó para vestirse.

Cuando estuvo listo bajamos las escaleras al tiempo que la puerta de la entrada se abría. Por allí entró un hombre moreno y una chica rubia, ambos riéndose a carcajada limpia y bisbiseando. En cuanto nos vieron se callaron claramente sorprendidos por vernos juntos, con pinta de amanecidos, yo con los tacones en la mano y ambos con el cabello alborotado. Emmett sonrió de oreja a oreja.

-Hola hermanito-dijo, y empezó a partirse de la risa. Rosalie luchaba para no reírse también, pero disimulaba muy mal.- Sentimos interrumpir.

-Yo… yo ya me iba…-dije por lo bajo, y pasé a su lado muerta de vergüenza.

Edward llegó hasta mi lado y llegamos al mercedes. En silencio absoluto llegamos a mi casa. Aun era de noche, el coche patrulla estaba aparcado frente a la casa, justó al lado de mi Cadillac, y las luces del edificio apagadas en su totalidad. Perfecto.

-Siento lo de mi hermano-dijo-. Él siempre es así.

-Da igual-le dije quitándole importancia con un gesto de la mano-. Me lo imaginaba.

-Bueno… Entonces te vas.

-Créeme que por mí me quedaría contigo pero tengo que volver a la realidad.

Suspiré y salí del coche. Cuando llegué casi al porche, Edward me llamó. Estaba justo detrás de mí.

-¿Se me ha olvidado algo?-pregunté. Él pasó sus manos por mi espalda y me acercó hasta su cuerpo.

-Besarme-contestó cerca de mis labios.

Volvió a mis labios. Nos besamos largo y tendido, lo cierto era que no quería separarme de él. Besaba muy bien y cada vez que me tocaba mi piel se erizaba. ¿Pero qué estás diciendo Nos separamos y en un susurro solté:

-¿Sabes que esto solo es atracción física, no?

-¿Lo sabes tú?-me contestó con otra pregunta. Yo bufé.

-Por supuesto.

-Yo también lo sé.

Nos separamos del todo y yo abrí la puerta de mi casa. Una vez estuve dentro él ya había puesto el motor del coche en marcha. Se despidió con la mano y arrancó sin dilación. Yo cerré la puerta tras de mí y subí a mi dormitorio. Me quité la ropa y me di un baño caliente en silencio. Me puse el pijama y me metí en mi cama, cerré los ojos. Pero no podía conciliar el sueño. El solo recuerdo de lo que pasó hacía unas horas aun estaba nítido en mi mente, aun sentía cómo sus labios y sus manos habían recorrido mi cuerpo entero… Me estremecí y sacudí la cabeza para librarme de los recuerdos. No podía, simplemente no podía dormir.

Edward

Sonreí tirado en mi cama y me puse boca abajo aspirando su aroma de entre mis sábanas. Por fin había tenido a Bella para mi, y no me había defraudado en absoluto. Sexo, caricias, besos… ¡Era una diosa! Pero ahora tenía que dormir.

Una hora después, aun no había podido cerrar los ojos. Suspiré al momento en que mi hermano entraba solo en mi habitación y se desplomaba en su cama. Los muelles de esta se quejaron chirriando. Él me miró sonriendo.

-¿Y bien?

-¿Y bien de qué?-contestó ceñudo.

-¡Vamos! ¡Admítelo! ¡Te has liado con Bella!

-¿Y si es así, qué más te da?

-Uf… a ti un polvo en vez de alegrarte te pone de mal humor.

-Cállate-le dije tirándole una almohada.

Después de un rato de silencio, mi hermano volvió a hablar.

-¿Qué es eso?-inquirió. Yo miré el suelo, hacia donde él señalaba. Era uno de los pendientes plateados que Bella llevaba la noche anterior. Lo cogí y lo guardé en mi mesita de noche. No hizo falta que le dijera a mi hermano de quién era.

El fin de semana pasó, y con él llegó el lunes y la llegada por la mañana de mis padres a casa. Durante el domingo por la tarde mis hermanos y yo nos encargamos de recoger y limpiar toda la casa. El cartero no dejó nada durante todo el fin de semana. Me fijé porque recordé lo que me había pedido mi padre. Fui a clases con una bufanda atada al cuello como complemento. ¿Adivináis porqué? Exacto, un chupetón. Al vérmelo esa mañana sonreí a mi reflejo. Traspasé las puertas del instituto y la vi a lo lejos apoyada en su taquilla, hablando con sus amigos. Me acerqué.

-Bella-dije-. ¿Puedo hablar contigo un momento?

Ella asintió y se acercó.

-¿Qué quieres?-me dijo.

-Te olvidaste esto-le dije enseñándole su pendiente. Ella lo cogió y se lo guardó en el bolsillo.

-Gracias… Por cierto, ¿cuándo repetimos?-me dijo con una sonrisa pícara.

-¿No decías que no ibas a viciarte a mí?

-Podemos decir muchas cosas a lo largo de nuestra vida… Y recuerda que también tenemos que hacer un trabajo de Biología.

-¿No querrás hacerlo de Anatomía?-inquirí riéndome.

-Cállate Cullen-me contestó, rodó los ojos y se fue con sus amigos.

Yo también fui con los míos, y en ese momento Tanya me abordó a preguntas.

-¿Vas a devolverme mi coche? ¿Qué habéis hecho? ¡Oh Dios qué pregunta! ¿No habrá pasado en mi coche?

-A ver acelerada, tu coche está ene l aparcamiento… Aquí tienes las llaves. Exacto, no deberías preguntar qué hemos hecho si ya lo sabes, y no, tranquila, ha sido en mi cama.-Ella respiró tranquila y sonrió.

-Ese es mi Eddy… ¿Qué tal ha estado?

-En serio, a veces me olvido que eres una tía.

-Pues soy una tía, y me gusta saber detalles morbosos… ¿qué tal ha estado?

-Ha sido… alucinante… fantástico… increíble… esplendoroso…

-Vamos, que folla genial, ¿cierto?

-Exacto.

Nos reímos y seguimos el camino a clase. Tanya era mi mejor amiga y sabía todo de mí, desde mis mayores hazañas hasta mis trapos más sucios. ¿Qué más daba que se enterase de algo más?

Alice

Dos días después de haberme quedado a dormir en casa de Jasper y de que me enterase por parte de Emmett que Edward y Bella se habían liado, mis padres nos convocaron para cenar. Según ellos tenían una importante noticia que darnos. Nos arreglamos y bajamos para sentarnos alrededor de la mesa. Mi madre y mi padre se miraron sonriéndose el uno al otro. Y mis hermanos y yo nos miramos entre nosotros. Cuando mamá se levantó para ir a la cocina y mi padre fue a ayudarla nosotros nos pusimos a hablar con las cabezas juntas y en voz baja.

-¿Qué creéis que sea?-dijo Edward temeroso.

-Ni idea-contesté yo.

-Yo creo que lo se…-soltó Emmett, Edward y yo esperamos a que prosiguiera-. Mamá está embarazada.

-¡Cállate imbécil!-le dijimos Edward y yo a la vez.

-Eso no puede ser-negué-.

-Mamá aun es joven, no llega a los cuarenta-razonó Edward.

-¿Qué estáis cuchicheando vosotros ahí?-decía papá irrumpiendo en el comedor con voz cantarina.

-Nada-dijimos rápidamente los tres al unísono.

Pocas veces se le veía tan contento. Nos pusimos a cenar, y cuando terminamos mi madre habló.

-Os preguntaréis porqué os hemos convocado a cenar… Muy bien, ya es hora de que lo sepáis…

Carlisle, cariño… Díselo tú.

-Gracias Esme… Bueno, ¿Recuerdas que te pedí que supervisases el correo durante el fin de semana, Edward?-el aludido asintió.- Era porque me habían advertido que me llegaría una carta importante.

Totalmente decisiva en nuestras vidas… Y aquí está-nos enseñó un sobre abierto, por fuera se podía ver el logotipo del hospital de Forks, y a su lado otro sello de aspecto oficial.-. Me alegra comunicaros que me han ascendido a cirujano jefe.

-¿Y eso significa que…?-dijo Emmett.

-Eso significa que en menos de un mes tendremos mucho dinero, y nos mudaremos a una casa más grande, donde cada uno podréis tener vuestra habitación, que podréis tener todo lo que queráis siempre dentro de los límites que establezcamos y que la familia Cullen será oficialmente “rica”.

Nuestras caras tuvieron que ser totalmente un poema. ¿Nosotros? ¿Ricos? ¿De verdad? La noticia aun no había procesado por nuestras mentes, pero podíamos hacernos una idea del futuro que le esperaba a la familia Cullen. Emmett estaría contento porque al fin podría tener el Jeep que siempre había soñado, yo estaba totalmente ilusionada porque podría tener más ropa que ahora, mamá se encargaría de la decoración de toda la casa y con eso era feliz, pero la felicidad de papá llegaría cuando toda la familia estuviese unida. Edward era un caso aparte, porque durante los días siguientes a la noticia se había comportado como si que fuésemos a ser ricos no le importase en absoluto. Papá nos enseñó unas fotos de la casa que tenía pensada comprar y a todos nos encantó.

Consistía en una especie de mansión a las afueras de Forks, rodeada de bosque, muy luminosa y con grandes ventanales de cristal. Un rato después fui a hablar con Edward, que fumaba un cigarrillo sentado en las tejas del techo del primer piso.

-Hola-le saludé sentándome a su lado.

-Hola.

-¿Te parece bien todo esto?-pregunté. Vi cómo una nube de humo se evaporaba ante la cara de mi hermano.

-Sí.

-Pues no lo parece. Cuando nos lo dijeron actuaste como si no te agradase al idea.

-Pequeñaja… Lo que me pasa es que he crecido en esta casa, y ahora de repente, coger mis cosas e irme a vivir a otro sitio…

-¡Oh…!-dije abrazándole-. ¡Si es que en el fondo eres un cacho de pan!

-Ya, pero muy, muy, muy en el fondo-replicó. Dejé de abrazarle y se levantó-me voy, he quedado.

-Déjame adivinar… Bella.

-¿Cómo sabes eso?-preguntó saltando al interior de su habitación por la ventana.

-La pregunta sería que cómo no lo sé… ¿estáis juntos?

-No-contestó rotundo-, no estamos saliendo, solo tenemos que hacer un trabajo de Biología juntos.

-Ya, y yo me chupo el dedo… ¡Vamos Ed! Tengo 17 años, no 3.

-Alice, esto es solo… Atracción física, nada más… A mí me gusta y yo le gusto a ella, no tiene más ciencia.

-Algo me dice que este lío que os traéis no va a ser tan simple como eso, ¿has llegado a sopesar la idea de que podrías enamorarte de ella?

-No, y eso no va a pasar. Te recuerdo que yo no me enamoro, el amor es para imbéciles y masoquistas a los que les gusta sufrir.

Bella

Se acercaba el fin de semana, era viernes y Edward y yo no habíamos vuelto a tocarnos desde el sábado. He de decir que me sentía extraña porque después de tanto tiempo volví a sentir la necesidad de besarle en medio del pasillo, y que luego me llevase al cuarto del conserje y me hiciese de todo lo habido y por haber. Pero tenía que reprimirme. Esto solo lo sabían Eirc, Jena y

Lissa, y no precisamente porque se los dijera de buena gana. Me lo habían sonsacado, sólo les faltaba ponerme una linterna frente a la cara para que pareciese el interrogatorio de la CIA. Era última hora del viernes, tocaba Biología y también verle a él. El señor Banners nos recordó una vez más que el plazo de entrega de los trabajos acababa la semana que viene.

Me recosté en la silla y de pronto sentí la mano de Edward en mi muslo, que subía hacia una zona muy peligrosa lentamente y sin que nadie se diese cuenta de nada. So rostro permanecía impasible, observando la pizarra y la explicación del señor Banners sobre algo que ahora mismo no quería entrar en mi cabeza. Entonces, justo en mi ingle, paró, la quitó y dejó un papelito doblado en dos en su lugar. Respiré en silencio y abrí el mensaje.

“Hoy en tu casa a las cuatro”.

Lo miré y respondí en seguida. Luego dejé a Eric en su casa y fui a la mía para recoger un poco y adecentar las zonas comunes. No tenía ni idea de para qué iría Edward a mi casa, aunque podía hacerme una idea. Mi padre llegaba a las siete en punto, así que teníamos tres horas. Comí algo ligero y me puse a ver la tele. Cuando menso lo esperé, al fin había llegado. Me levanté del sofá en calcetines y fui a abrir la puerta. Un dios heleno estaba ante mí, con su característica sonrisa socarrona y su pelo alborotado. Unas pequeñas gotas caían desde este; estaba lloviendo fuera.

-Pasa, no vayas a mojarte-le dije haciéndome a un lado.

Se quitó la chaqueta y se quedó en un jersey de cuello de pico de color gris oscuro, un pantalón vaquero negro y unas converse del mismo color del jersey. Había algo que me había extrañado de él durante toda la semana, así que se lo pregunté cuando nos pusimos a hacer el trabajo en el salón.

-¿Por qué has llevado toda esta semana bufandas?

Él sonrió y se la quitó, me señaló una parte de su cuello y pude ver con mucha claridad un chupetón rosado que se marcaba en su pálida piel.

-Creo que esto ha sido tu culpa-me contestó. Yo me reí.

-Bueno, no podrás decir que tú no quisiste…

-Y no lo digo-me contestó riéndose.

Suspiré y volvimos al trabajo. Después de un rato de dolor de cabeza con asuntos de biología me levanté y fui hasta la cocina para brindarle algo de beber. Dejé las latas de refresco sobre al encimera y cerré la nevera. Luego las cogí y cuando me di la vuelta pegué un pequeño brinco.

Edward estaba justo detrás de mí, y ahora nuestros pechos estaban muy juntos, y ni hablemos de nuestros rostros. Mi corazón empezó a palpitar y las pulsaciones se extendieron por todo mi cuerpo. Él, con mucha facilidad, me subió a la encimera, yo abrí mis piernas para hacerle hueco allí, dejó las latas a ambos lados de mi cuerpo y llevó sus manos hasta la base de mi cintura, prácticamente en el comienzo de mi trasero. Yo pasé mis brazos por su cuello y pronto nuestras bocas empezaron a moverse la una sobre la otra, nuestras lenguas se enredaron con ganas, y nuestros corazones palpitaban acelerados a la vez. Luchábamos por apretarnos más y no dejar una pizca de separación entre nuestros cuerpos. Pasó su lengua por mi labio inferior antes de murmurar con voz ronca algo:

-Te necesito…

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