El ángel de la oscuridad

By KarenDelorbe

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A pesar de las historias que le cuenta su abuelo, Joanna no cree que los ángeles puedan existir. "Si no lo ve... More

Aviso: ¡El ángel vuelve a Wattpad!
Prólogo
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39. Último capítulo
Epílogo
¡Novedad!

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By KarenDelorbe


 Sintió un cosquilleo en la base de su estómago. Quizás debió comer algo más que un sándwich de queso. Aunque no era hambre lo que sentía. ¿Qué era? Parecían nervios, pero ¿por qué iba a estar nerviosa? Qué idiotez. A pesar del alboroto que la rodeaba, de pronto, todo pareció sumirse en la calma más profunda. La gente continuaba hablando, sin embargo, ella no llegaba a escucharlos. Una intensa sensación de paz la invadió. No duró mucho porque una sensación más fuerte se hizo presente. Se sintió observada, vigilada, perseguida. ¿Qué sucedía?

Miró hacia todas partes, buscando el motivo de su intranquilidad. Instintivamente, sus ojos se posaron en las penumbras, al otro lado de la calle. Algo la llamaba desde allí, la invitaba a acercarse. Jo resistió el impulso, pero no pudo dejar de mirar en aquella dirección. Había algo que parecía moverse entre las sombras. Algo siniestro.

¿Por qué motivo se sentiría así? Debía ser que Viole le metía cosas en la cabeza. Aunque sabía que algo se ocultaba detrás de aquel manto de oscuridad. Lo percibía. No era tonta. Había visto suficientes películas de terror como para saber que los asesinos siempre acechaban a sus víctimas desde los escondrijos más tenebrosos. Ni loca iría hasta allá.

Estaba tan absorta revisando la oscuridad del otro lado de la calle, que la pareja de atrás tuvo que llamarle la atención cuando llegó su turno para pedir el helado.

─¡Oh! Lo siento. Deme un kilo de Chocolate con almendras.

Ahora sí que podía regresar, triunfante. Sería recibida como una heroína, después de una batalla.

Se preparó para volver, pero no se olvidó de la extraña sensación que había tenido minutos antes. Ya no parecía haber nada allí, en la penumbra. Nada en absoluto. Lo atribuyó a su creciente imaginación, surgida desde el inicio de su convivencia junto a madamme misterio. De todas las compañeras que pudo elegir, había escogido a una que trabajaba como tarotista. Por supuesto que jamás en su sano juicio había dejado que le leyera el futuro. Se conformaba con saber que el presente era más de lo que podía soportar. No necesitaba que alguien le dijera que empeoraría. Aparte de que no creía en esas cosas. Si no lo veo, no lo creo, era su lema.

Violeta siempre la perseguía, pidiéndole hacerle una lectura.

─¡Por favor! Solo una. Si no quieres, no te diré lo que te salió.

─Que no —repetía siempre.

─¿No te da curiosidad? ¿Ni un poquito?

─No. Prefiero el suspenso. Pienso que si las cosas se revelan antes de tiempo, la trama deja de ser interesante. Como la protagonista, tengo derecho a elegir.

─Pero si tu vida no es una película...

─Tú con tus locuras, y yo con las mías. ¿Está bien?

Después de haber recordado aquella conversación, decidió que, quizás, ir a ver eso que le llamaba tanto la atención no sería tan mala idea. Todavía había mucha gente en la calle, y si alguien la asustaba podía gritar, como en sus películas favoritas (y salir corriendo, claro).

─Ojalá que no sea como en Scream... ─se dijo, dirigiéndose lentamente hacia el lugar─ soy una tonta, ¡como si pudiera escapar de un asesino armado! La próxima vez, traeré el spray de pimienta (si es que hay una próxima vez). Solo espero sobrevivir esta noche, para comerme mi medio kilo de helado.

A pesar de su monólogo, no dejó de caminar. Le encantaba sentir un poco de miedo de vez en cuando. Lo necesitaba, antes de enfrentar su cruel destino junto a su amiga, amante de las películas románticas.

─¿Qué no sabe Violeta que la cursilería está pasada de moda?

Cuando llegó al lugar exacto, dejó escapar un suspiro de alivio. No había más que un gran vacío.

Un sentimiento de nostalgia surgió de la nada. Era como si algo faltara en ese sitio. Algo... que hasta hacía unos momentos estaba allí.

La vuelta se le hizo interminable. Le dolían los pies de tanto permanecer parada. ¡Malditas botas nuevas! Estaba hambrienta y cansada. Por suerte había conseguido el helado. La próxima vez, enviaría a Evan a comprarlo. No podría decirle que no.

El eco de sus pasos en la calle desierta la asustaba. Llamaba demasiado la atención. ¿Dónde se había metido toda la gente? Menos mal que le faltaban dos cuadras. Aún así, se dijo que nunca más iría sola tan tarde, a pesar de su anterior rapto de valentía o estupidez. ¿Qué había querido probar? La ciudad no era el mejor lugar para desafiar a la suerte. Cosas malas ocurrían todos los días.

Tuvo un escalofrío. Lo acompañaba un sentimiento de inquietud, como si en verdad se encontrara en peligro. La vida comenzaba a una cuadra, donde se reunía Chris con sus amigos a beber cerveza. No eran chicos malos, pero dejaban muuuucho qué desear. Su madre los calificaba como vagos. Él solía decir que así era la vida de los músicos.

Jo estaba nerviosa. ¡Qué paranoica! —pensó—. Giró su cabeza, para ver si alguien la estaba siguiendo. Por supuesto que no había nadie. Pero eso no la tranquilizó. Estaba segura de que estaba siendo observada desde alguna parte. Quizás no era nada. Sin embargo, no podía ignorar esa corazonada. Tenía que ponerse a salvo.

Un frío recorrió su nuca y erizó su cabello, diciéndole en qué dirección debía mirar. Alzó su cabeza hacia la azotea de uno de los edificios que había pasado hacía un instante. No era demasiado alto.

Entonces descubrió que tenía razón. Sus sospechas habían sido ciertas. Su corazón pareció detenerse, por una fracción de segundo, tiempo suficiente para que el terror la invadiera. Una figura, inmóvil como una estatua, se alzaba arriba, donde el tiempo parecía no transcurrir a velocidad normal. Estaba inmersa en la negrura de la noche, expectante... contemplándola fijamente. Resultaba una imagen intimidante, ya que su contorno se desdibujaba debido al viento. Se asemejaba a un espectro, un alma en pena. Jo no podía dejar de mirarlo, él no dejaba de observarla.

Sus ojos permanecían ocultos, al igual que su rostro. ¿Quién sería ese hombre?

La visión duró hasta que ella se atrevió a parpadear. No quería hacerlo, por temor a que el hechizo se rompiera. Era tan atrapante... tan misterioso. Pero pestañeó y el extraño observador silencioso desapareció de su vista, dejándole una sensación de enorme vacío... De nuevo. ¿Sería él quien estaba en el callejón? ¿O acaso finalmente se había vuelto loca?

La soledad se hizo presente más que nunca. Sujetó fuertemente la bolsa con el helado, y apresuró el paso. Las calles no eran seguras; no esta noche.

─¿Violeta? ─gritó, azotando la puerta de un empujón.

Dejó el helado en el freezer y su amiga apareció, con una enorme sonrisa y el teléfono en la mano.

─Es tu madre. Quiere saber si irás mañana.

Joanna tomó el aparato.

─¿Hola?... sí, mamá... iré. No te preocupes. Saludos al abuelo —colgó.

─¿Largo paseo?

─Ni te imaginas ─suspiró la joven, sacándose las botas y lanzándolas por la puerta de su habitación. Después se dejó caer sobre el sofá.

La noche estuvo bien. Ellas solían hacer lo mismo cada sábado, religiosamente. Era una cuestión de rituales femeninos. Cena, película, helado, y hablar de lo mal que habían resultado sus citas (siempre terminaban de la misma forma), en el caso de Jo, lo mal que había resultado su no cita... etc.

─¡Es increíble que te dejara plantada! ─dijo Violeta, metiendo la cuchara en el helado─ un día de estos, se va a arrepentir por ser tan idiota.

─¿Podemos hablar de otra cosa? Ya me cansé del tema Chris. Me pone los nervios de punta.

─Está bien. ¿Cuándo crees que tu primo deje a esa vaca de Verónica y se dé cuenta de que soy la indicada para él? ¡Diossss! ¡Como quisiera que se le cayeran todos los dientes!

─Apuesto a que no nació con esa nariz ─rió Joanna, metiéndose la cuchara a la boca.

—Ni con ese busto.

—Los hombres son todos iguales —gruñó Joanna —¿Cuándo elegirán a la chica con cerebro?

—Cuando las vacas vuelen.

La chica pelirroja alzó su vaso de gaseosa y brindó:

─¡Porque nuestra vida esté libre de hombres! No los necesitamos más que para una sola cosa: ¡Que carguen nuestras cosas cuando vamos de compras!

─¡Salud! —rió Jo.

El domingo era el día de reunión familiar. Joanna se levantó temprano y, sin que lo quisiera, se encontró con el auto rojo en la entrada del edificio. La música sonaba a todo volumen, mientras la mano que asomaba hacia fuera (llena de pulseras de todos colores), golpeaba rítmicamente la puerta del conductor.

─¿Qué estás haciendo aquí, Evan? Todavía no te perdono lo de ayer —ella lucía furiosa. Como cada santo domingo.

─Encima que hago de tu chofer, te quejas. No te entiendo, Jo. Pensé que preferías ir en esta belleza de auto, a tener que viajar en taxi. Al menos, yo no te cobro.

─Ni deberías. ¿Pudiste entregar el trabajo a tiempo, o te quedaste dormido otra vez?

Él rió.

─Sí, gracias. A propósito, lamento lo de las gotas. No volveré a hacerlo. Es que te veías tan cansada, que quise ayudarte.

─Agradezco que intentes ayudarme, pero no lo vuelvas a hacer o figurarás en la lista de desaparecidos.

─Qué carácter... ¡Está bien! No tienes que ponerte violenta. ¿No me digas que volviste a tener una noche libre de hombres? Siempre terminas amenazándome el día después.

Ella lo miró con cara inescrutable.

—Ya me parecía —susurró el muchacho. Esa Violeta era una mala influencia. Muy mala. ¿Cuándo aprendería Jojo a escoger a sus amistades?

En ocasiones su prima le daba miedo. Desde que vivía con esa chiflada no hacía más que mostrarse hostil con él. Claro, el incidente con Chris había contribuido a su desprecio por el sexo masculino. Pero ¿él qué tenia que ver? Solo estaba en el medio de aquella situación, como el salame del emparedado. Nada más. ¡Era tan bueno! Pero eso no hacía más que empeorar las cosas. ¿Por que ella cedía a todas sus peticiones, y luego se las echaba en cara? ¿Por qué no le decía que no, directamente? No se ofendería.

Mujeres... —pensó— están todas locas.

Ella parecía saber lo que estaba pensando. Antes de que se desatara la furia de la montaña, el muchacho apretó el acelerador.

─¿Cómo está Verónica? ─le preguntó ella.

¿Qué intenciones tendrás? —se preguntó el joven, viéndola con el rabillo del ojo— Seguro que unas no muy buenas. ¿Pero por qué la odias, si ella es tan, tan perfecta?¿Acaso serán celos? ¡Sí! Seguro que estás celosa porque quieres pasar más tiempo con tu adorado primo...

─Está muy bien.

─¡Qué raro que no la trajiste!

─Es domingo, y es mi día de descanso ─ella se rió ante tal afirmación. Verónica podía cansar a cualquiera, incluso a Evan─ Además, es domingo familiar. No puedo andar con ella colgando de mi brazo todo el santo día. No es un koala, ¿sabes?

─Pues parece ─murmuró Joanna—. Por como te agarra a veces...

Cómo odiaba a esa chica. No porque fuera la novia de su primo. Eso no le interesaba. El problema era que le mentía. Ocultaba su horrible personalidad bajo una máscara de inocencia cuando estaba con él. Siempre había sido así. En la escuela se las había arreglado para hacer de su vida un infierno. Verónica la perfecta, la hermosa, la diva, no era más que manipuladora y una mentirosa. Y el ciego de Evan le creía. Lo trataba como a un esclavo.

En menos de una hora, habían llegado a la casa de Sonia, la famosa reportera del periódico local. Su madre. El día estaba despejado y un poco caluroso. Perfecto para una comida en el patio. Probablemente el abuelo ya los esperaba, ansioso, como siempre. Era como un niño.

─Cuidado cuando salgas ─le advirtió él─ no azotes la...

Demasiado tarde. La puerta del auto hizo un sonido que hizo temblar a su dueño.

─¡Cuidado con mi bebé, Jo! ─aulló el joven, acariciando el vehículo─ no es nada, mi pequeño. Ella es una bestia. Te pondrás bien, te lo prometo ─lo besó.

─¡Los hombres y sus estúpidos autos! No fue para tanto, deja de lloriquear.

─Eres una insensible. ¿Sabes lo que me costó este coche? Sangre sudor y lágrimas. Muchas lágrimas.

─Lo sé ─sonrió ella─ tu papi te compró el auto si no dejabas tus estudios. Hicieron un buen trato. Ahora deberás cumplir con tu parte.

─Estoy atado de pies y manos. Verónica, mi padre, todos me presionan. Solo faltas tú en la lista. Solo soy una víctima de las circunstancias.

─No sabes lo feliz que sería yo si lo dejaras ─suspiró ella, pensando en la cantidad de trabajos e investigaciones que había tenido que hacer, mientras él se paseaba por la playa con su tabla de surf.

Esos días se acababan desde ese momento. Él lo sabía y por eso estaba tan deprimido. Tenía que ponerse al corriente con los estudios o la pasaría mal. Su padre le quitaría el auto y Verónica lo dejaría. Bueno, eso no sonaba tan mal. Siempre habría un lugar para él en la tienda de música, si decidía regresar. O podía vender helados.

Los chicos entraron directamente por la cochera. Sabían que debían dirigirse al patio. Allí, la mesa estaba puesta y Sonia los esperaba con una sonrisa.

─¡Tía! ─Evan corrió a abrazarla. Así había sido siempre, un chupamedias de primera.

─Oh, querido. Tu padre no podrá venir el día de hoy. Llamó hace un rato. Va a quedarse en el hospital.

Como siempre.

─Bueno, mejor para mí. No quiero que me achaque otra vez con lo de mi irresponsabilidad.

Evan respiró aliviado. No se llevaban muy bien que digamos, desde que la madre de él había tenido ese accidente que la había dejado en estado de coma, hacía ocho años, por conducir a alta velocidad. Cada vez que se veían, se notaba la tensión flotando en el ambiente. Procuraban verse lo menos posible desde entonces. Una verdadera lástima.

Un anciano en ropa deportiva apareció con una gran bandeja llena de hamburguesas, sorprendiendo a los jóvenes. Tenía una sonrisa de oreja a oreja y bailaba al ritmo de la melodía que estaba entonando, una canción de Aerosmith.

Evan y Joanna se miraron y no pudieron reprimir las risas al contemplar a su abuelo. Era más moderno que ellos dos juntos.

─A ver, a ver... ¿Quién quiere comer una hamburguesa? —les guiñó un ojo.

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