Espíritus de fuego

By CynStories

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Él buscaba una venganza, ella quería encontrar su destino en un camino peligroso. Nirali siente que hay algo... More

No hay conocimiento inútil
El dilema de los extraños
Sin mirar atrás
Eso que no advirtió
Desvío, cortejo y misterio
La noche de la bienvenida
Los niños en Kydara
Picazón y revelaciones
La mirada que no olvidó
Del olvido y otros castigos
El honor de una Sidhu
Las nuevas reglas
El fuego que comienza a encender
Ideas perturbadoras, higos que caen en la conciencia
Tu deseo, mi deseo y el de él
Algo nuevo para contar
De indiscreciones y persecuciones
Confesiones en la oscuridad
La noche del traidor
Del sueño a la realidad
La novedad en las alas y un rostro familiar
El juego del rey, la respuesta del príncipe
Un día de provecho
Las posibilidades que él vio en sus ojos
La magia de las palabras
Buscando nuevos destinos
La mayor sinceridad
La roca que cae por la ladera
Lo que olvidó al llegar a la colina
Bautismo de fuego
Sobre el color de las noticias
Lo posible, lo imposible y todo lo intermedio
Entre crédulos e incrédulos
Recuerdos de Kydara
Cerca del fin
Explosión particular
Peores cosas se han visto
La desolación, al este
La desesperación, al sur
Experimentos fallidos
Almas en pena
El orgullo de ser diferente
La alumna que quiso brillar
Epílogo: De ciudades abiertas y puertas cerradas
Sobre los nombres de los personajes

De la locura organizada

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By CynStories

Se detuvo al notar que se encontraba en una colina, cerca del límite de la ciudad con la entrada a Suryanis. Nunca había visto las luces del país vecino, tan adelantado en comparación a Daranis. La magia los había beneficiado bastante. Era una pena que a solo a ella le estuviera perjudicando todo aquello. A lo mejor era cierto. Las mujeres no debían lanzarse en aventuras. Lo único que podía hacer era meterse en problemas, ponerse en peligro, no ser capaz de defenderse a sí misma. A lo mejor debía volver a su pueblo, aceptar la protección del anciano que la había pretendido.

Detrás de ella, Sarwan aterrizó con suavidad.

—No deberíamos separarnos del grupo —la regañó—. Hay enemigos escondidos, por si no lo escuchaste recién.

—Ya lo sabíamos, desde que entramos a este pueblo —contestó ella, con brusquedad—. Y nos la hemos pasado vagando por separado.

Notó que él se le acercaba, se veía impaciente.

—Ahora vamos a organizarnos bien —dijo, era evidente que estaba apurado. Y muy molesto—. Ven conmigo, tenemos que trazar un plan para la llegada de aquella loca de Aruni.

Ella se apartó con rapidez, cuando vio que el hechicero intentaba tomarla de la mano.

—Yo no voy a colaborar con ella —aclaró, decidida—. Apenas encuentre un transporte, me iré a Suhri. Olvidaré que todo esto ocurrió. Cuando Nimai logre subir al trono, hablaré bien de los elementales a todo el que quiera oírme. Ahora déjame un rato sola.

Lo vio armarse de paciencia, revolverse el cabello castaño con la vista en el horizonte iluminado y volverse hacia ella.

—Lo siento, Nirali, pero no estoy para caprichos. Vamos a comer algo y conversamos bien.

—¡Tómame en serio por una vez! —gritó la muchacha, cuando él volvió a intentar llevársela.

Era la primera vez que tenían un desacuerdo tan profundo. Lo peor era que la aprendiz sentía que no era por falta de oportunidades. Desde el inicio, había sentido que no conectaba con su maestro lo suficiente. Nunca se habían entendido del todo, pero esa noche estaban en dos universos distintos.

—Tú eres la que no se toma en serio —respondió Sarwan, exasperado—. ¿Qué pasó en esa plaza? Dijeron que te lanzaste contra un montón de soldados.

—Si ya te lo contaron, no sé para qué preguntas —murmuró ella, herida en su orgullo al recordarlo.

Sarwan se le acercó aún más, aunque no fue para volver al centro de Bunhal. La sorprendió, más serio que nunca y hablándole en un tono de voz que jamás le había escuchado. Ella sintió escalofríos. ¿Él estaba mostrando arrepentimiento?

—Nirali, no es tu culpa. Como ya habrás deducido, no fui del todo sincero contigo y mi necesidad del dinero de tus padres cuando te recluté como mi alumna.

—Lo sé, aunque no lo hayas dicho. Y no necesito saber más —concedió ella y le mostró la cicatriz en su cara y las mangas quemadas de su chaqueta, a partir del incidente con Ankur y la explosión de poder—. Mira esto, mira lo que ocurrió y lo que puede llegar a ocurrir si me descuido. No puedo más, Sarwan. No soy capaz de enfrentar a nadie. No pude ni defender a unas mujeres con sus niños en este lugar.

Las cosas seguían poniéndose inverosímiles. La expresión de Sarwan había mutado a una de tristeza.

—Podríamos estar días enteros con la lista de cosas por las que debo pedirte perdón, Nirali —dijo él—. Pero no voy a permitir que te acobardes ahora. Lo que ocurrió en esa plaza pudo haberte costado la vida.

—Lo sé. Por eso volveré a mi pueblo. Ni siquiera debí venir contigo —confesó, tentada por las lágrimas que ya viajaban hasta su cuello—. Yo iba a ser sacerdotisa en el templo de Daia, en las montañas de la entrada a Suhri.

—No, Nirali. Debemos entrenar más duro, para que estés preparada —siguió el hechicero, tomándola de los hombros y mostrándole la marca color rojo en su mano izquierda, la que le recordaba su unión con la salamandra—. Mira esto.

—Eso no importa. Aprenderé a controlarlo —negó la muchacha, angustiada por el llanto que no cesaba—. Meditaré con las sacerdotisas. Me mantendré fuera de problemas. No volveré a agitarme por nada en este mundo. ¡Déjame ir!

—¡No lo entiendes! —exclamó él—. Nirali, cuando te vi por primera vez...

—Ya no importa —lo interrumpió, desesperada.

No entendía la razón de tanta ansiedad. Ella había querido ir con él, él lo había permitido. Ahora ya no era divertido. ¿Tenía el derecho a retirarse o ya lo había perdido con la explosión en el bosque de Mukul? La insistencia en los ojos dorados de su maestro parecía darle la respuesta.

—Sí importa —informó Sarwan, tomándola de ambas manos con una solemnidad que nunca le había mostrado—. Como has leído en los libros que tomamos de tantos pueblos en el camino, todos los humanos tenemos afinidad con alguno de los elementos. Algunos más, otros menos. Cuando te encontré, tu aura vibraba como el fuego. Pero se suponía que debías tardar mucho más en que la salamandra te aceptara. Otros como tú jamás pudieron llegar y terminaron en el círculo de maldad, la noche en que pretendían sacrificar a Aruni.

Nirali abrió los ojos como si intentara abarcar aún más de lo que la luna de esa noche le permitía. Necesitaba ver la expresión de su maestro. Debía saber si le estaba mintiendo otra vez. Lo terrible era ver la sinceridad en el rostro de Sarwan Lal Nehru. Casi hubiera preferido al embustero simpático de siempre.

—¿Ellos eran como yo? —balbuceó, shockeada otra vez.

—No todos, algunos tenían menos vibraciones en su aura. Pero el que cayéramos en Refulgens nos afectó.

Eso implicaba que le había mentido en Suhri, cuando la siguió desde el mercado hasta su casa. Luego, cuando ella le había preguntado en el granero de Darshan si había visto algo en ella. Y ella le había creído, en ambas ocasiones.

—Nunca viste nada en mí —dijo, en voz baja, mientras lo asimilaba—. ¿Cuándo pretendías devolverme a mi pueblo? ¿Qué excusa ibas a dar?

—Estabas en peligro por ese viejo que quería hacerte su esposa. Y pretendías entrar en las servidoras de Daia. Solo daríamos vueltas por el reino un par de años —confesó él, pensativo—, la lámpara se rompería en algún accidente, ganaríamos algunas monedas y luego irías al templo. Nadie saldría lastimado.

Sarwan no le soltaba las manos, como si temiera verla evaporarse junto con la ilusión. Y ella no estaba tan sorprendida, al fin y al cabo. Solo la había invadido una tristeza enorme.

Aquella niña, que con desear liberarse de un problema conseguía ingresar a un mundo mágico, ya no existía. En su lugar, había una joven que solo podía preocuparse por los habitantes inocentes de un pueblo refugio. Una que había preferido ponerse en peligro ese mismo día, en una plaza frente a un montón de soldados, por impedir una injusticia.

—Me lo merezco. Sabía que mentías —admitió, con una sonrisa amarga—. Pero yo sí vi algo en ti. Sentí cosas por ti.

Por fin, él dejó ir sus manos. La palmada amistosa que le dio en el hombro fue la mejor respuesta.

—No estoy a la altura, Ni. Además, mi camino está en otra parte. Dónde, no lo sé. Pero no me aprovecharé de ti más de lo que ya lo he hecho.

El viento se llevó las últimas dudas entre ellos. Nirali pensó que ya estaba todo aclarado.

—Perfecto. Has tenido tu descargo. Ahora déjame volver a Suhri. Esto será mi secreto.

—Ya no te aceptarán en el templo —afirmó él, convencido—. Tu camino ha cambiado, por mi culpa.

Su vida había tomado otro rumbo, en vano, sin probabilidades de llegar a lo más alto y por culpa de la sed de dinero de un desconocido. Todo eso, dicho en tan pocas palabras y con semejante tranquilidad, la sacó de quicio.

En una nube de ira, se encontró golpeándolo y a los gritos. Al menos no había nadie de testigo.

—¡Deja de pedirme perdón, Sarwan! ¡Debiste tomarme como el príncipe de los cuentos, o asesinarme y devorarme como el demonio de las pesadillas! No puedes quedarte en medio de eso. No eres nada. ¡Déjame ir!

Él la aferró a su pecho, la abrazó con fuerza y le habló al oído, mientras ella seguía revolviéndose en pleno ataque de furia.

—Quisiera devolverte —murmuró, con su mejilla pegada a la de ella—. Quitarte la esencia de la salamandra y llevarte sana y salva hasta el templo para que vivas tranquila por el resto de tus días.

—¡Entonces hazlo! —rogó la joven, rindiéndose al llanto en sus brazos.

El abrazo del hechicero se intensificó, pero se volvió tembloroso. Hubo un ligero cambio en su respiración y su voz se volvió confusa para sus oídos. De no haberlo conocido en esos meses, Nirali hubiera pensado que Sarwan también estaba a punto de llorar.

—¡Es que no puedo! Ni siquiera Anjay pudo tomar la esencia que otros sí absorbíamos con facilidad, para entregársela a los que le interesaban bajo el mando de Savir. Apenas logró invocar a elementales vivos para robárselas, y lo que vi parecía un terrible esfuerzo. Murió en el intento —explicó, y le tomó el rostro entre las manos para mirarla más de cerca—. Has recibido un don, Nirali. Y tendrás que aceptarlo.

Ella se soltó y retrocedió. Las ganas de correr a casa eran cada vez mayores. La ahogaba la necesidad de huir del problema, de regresar en el tiempo y que nada cambiase. O que todo cambiase, excepto ella. Y sí, lo había confirmado. Sarwan estaba diciéndole una verdad horrible, en medio del llanto de un niño que tampoco sabía muy bien cómo enfrentarse a su realidad.

—No es lo mismo pelear con cazarrecompensas molestos, o borrachos de tabernas, que un ejército de locos organizados, Sarwan —advirtió, antes de volverse al paisaje de la colina.

«Tal vez puedo huir hacia Suryanis» se dijo. «Aquella gente de Refulgens está escondida, bien protegida. Puede continuar así».

—Nosotros también estamos locos —rebatió él, con su actitud socarrona de siempre—. Y nos organizaremos rápido. Por lo que dijeron de Savir y sus planes, debemos hacerlo. Si no peleamos, es posible que no tengas un pueblo al cual volver.



Deval llegó a la colina poco después. Estaba molesto. En medio de la conversación, la comida y el alcohol, aquellos dos habían desaparecido.

En un principio, se había preocupado por Nirali. Temía lo que pudiera ocurrirle en un pueblo lleno de degenerados y vándalos que actuaban a escondidas por órdenes de Savir. Luego, notó que el hechicero tampoco estaba por ninguna parte y la furia lo obligó a salir por Bunhal, a ciegas.

Sabía cómo ella lo miraba, desde que cayeron en Refulgens. Incluso antes, cuando los perseguía a escondidas para emboscar a su ex compañero para conseguir su venganza. A partir de entonces, las cosas habían sido extrañas entre los tres.

No había tenido tiempo de evaluar mejor las intenciones de la muchacha después de lo ocurrido al amanecer del primer día allí. Él mismo se había encontrado haciendo planes y viendo la forma de hacerle una propuesta que sonara decente para llevarla con él a su escuela de hechiceros en la capital, una vez que todo terminara. Ahora, ni siquiera sabía si habría una capital después de la lucha entre Nimai y Savir. Siempre eran los ciudadanos los que terminaban pagando el precio de las luchas de los de arriba.

Entonces, los encontró. Algo en su pecho se encogió, en una forma muy dolorosa, al verlos allí reunidos. Temió lo peor.

«Oh, dioses. ¿Qué carajo es lo peor?» pensó, espantado. «¿Qué significa que haya algo mejor o peor en cuanto a Nirali? ¿A mí qué mierda me importa que esté aquí con ese tarado de Sarwan?».

La respuesta llegaba un poco tarde, aunque con una claridad terrible para él. La vergüenza por no haber confesado sus sentimientos, el miedo de perderla, las ganas de correr hacia ellos e interrumpirlos, todo era un remolino que anulaba al resto y lo dejaba titubeando detrás de un árbol, a distancia prudente. Nunca había sido bueno para esas cosas.

En ese momento, la joven salió del silencio algo dramático en el que parecía sumida.

—Acepto. Entréname con todo lo que tengas —dijo, con el mentón en alto y su silueta recortada sobre las luces de la frontera con Suryanis—. Quiero estar lista para luchar y defender a quienes lo necesiten.

Algo pegó un salto en el estómago de Deval al oírla. Se preguntó si sería una indigestión, mientras observaba al otro hechicero inclinarse como un payaso frente a la chica.

—Me parece bien. Aquí el Gran Sarwan Lal Nehru te dará todo lo que sabe, por el módico precio de sus honorarios regulares de un mes.

«¿Qué están haciendo? ¿Acaso van a ponerse a jugar en un momento como éste?» gruñó en su cabeza, reprimiendo las ganas de meterse en la conversación.

—Deberías ser más amable —protestó Nirali, al ver a su maestro extendiendo la mano para recibir su paga antes de empezar.

—Nunca dije que fuese gratis.

Una media sonrisa fue la primera reacción de la aprendiz. Y Deval ya no pudo apartar la mirada.

—Está bien —aceptó, adoptando una pose defensiva con piernas y brazos, como le habían enseñado—. Ya que no podré tenerte como al príncipe del cuento, tomaré de ti todo lo que pueda obtener.

Sarwan adoptó la pose de ataque, de espaldas al árbol donde el suryaniense los observaba.

—Así no hablan las princesas de los cuentos tampoco —la provocó, antes de hablar en voz bien alta—. ¿No lo crees también, Deval?

Él se aclaró la garganta, antes de salir de su escondite. No dijo en voz alta lo que opinaba. Temía quedar como uno de esos juglares pastelosos y debiluchos. En vez de eso, se limitó a saludar a la muchacha con un movimiento de cabeza que ella correspondió. Más tarde tendrían su propia conversación. Por el momento, se acomodó sobre una roca y se dispuso a observar. Ya daría sus propias sugerencias después.

—Es la idea —respondió Nirali, sacando de sus ropas un nuevo saquito, conseguido a partir de apuestas en el camino a Bunhal—. Aquí están mis monedas, Sarwan. Ven por ellas.



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