Las nuevas reglas

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Nirali volvió al cobertizo con la bolsa de monedas, para hallar los restos de una pelea entre Deval y Sarwan

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Nirali volvió al cobertizo con la bolsa de monedas, para hallar los restos de una pelea entre Deval y Sarwan. El desorden en el suelo era peor que antes, los destrozos en techo y paredes se habían multiplicado y ambos guerreros estaban en silencio, sin mirarse. Su maestro tenía un ojo hinchado. Al extranjero le sangraba el labio inferior.

—Muy bien. ¿Ya se han puesto al día? —expresó la joven, a modo de saludo. El más alto se adelantó para tomar el dinero, que ella escondió en su espalda con rapidez—. No.

Él la observó, sorprendido.

—¿Qué bicho te ha...?

—Desde ahora, las cosas se harán de otra manera —aclaró, tratando de que no se le notara el terror de quedar sola en el camino por cambiar las cosas—. No he recibido suficiente de ti como mentor para que merezcas estas monedas.

Sarwan jadeó, incrédulo. Se llevó las manos a la cabeza, se echó el cabello hacia atrás y cerró los ojos, como buscando algún resto de paciencia.

La risita de Deval, que no se molestó en fingir que no los oía, solo empeoró las dudas de Nirali.

—¿Qué vas a hacer? —la increpó su maestro, más cansado que molesto—. ¿Regresarás a tu pueblo?

—No.

—¿Aceptarás casarte con ese viejo del Concejo?

La muchacha sintió que algo se oprimía en su estómago al pensar en la gente que había quedado en Suhri.

—Si al menos hubieses escuchado algo de lo que te conté en estos meses —le reprochó, con una sensación agria en la garganta amenazando con dejarla en evidencia, como la llorona que Deval decía que era—. No pienso volver. No ha cambiado nada en nuestro trato. Solo que, esta vez, yo administraré este dinero.

Dicho esto, dio un suspiro entrecortado por los nervios y aguardó a que estallara el lugar. Por algunos segundos, él había quedado boquiabierto. Lo había pillado desprevenido, eso seguro. Así y todo, pareció asimilarlo con rapidez.

Nirali tampoco se lo esperaba. Lo había hecho. Había cambiado las condiciones del acuerdo que tenían y él no había reaccionado indignado. Ni siquiera parecía enojado. Ella sabía que era un mal perdedor. Incluso el extranjero había dejado de burlarse, para concentrar su atención en la posible respuesta de Sarwan.

«Vamos. Di algo. Estoy lista para renegociar, ceder la mitad de las monedas. O regalarte todo y correr para buscar a Lamms y su carreta».

Sin embargo, los ojos del hechicero volvieron a estar fijos en ella y no estaban echando chispas de furia, como cuando perdía con las cartas. Tampoco tenían aquel aspecto arrogante y siniestro del que sabe que puede contra un rival, que él había dedicado a cada uno de los competidores que habían intentado robarle una presa. Eran diferentes.

«No me hagas esto. No me mires así».

La joven volvió a sentir aquel hormigueo desconocido en sus entrañas cuando se dio cuenta de que lo que había en esa expresión era el brillo del desafío. Sarwan le estaba sonriendo de una forma extraña, como si hubiera descubierto que ella tenía una buena mano, pero el juego todavía estuviese por la mitad. Un calor agradable la invadió. Por primera vez, se sentía de igual a igual con él. Envalentonada, abrió la bolsa y sacó una parte del contenido para entregárselo, a modo de adelanto.

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