Confesiones en la oscuridad

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Llegaron de madrugada, gracias a un mercader, al conflictivo límite de Daranis y Suryanis

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Llegaron de madrugada, gracias a un mercader, al conflictivo límite de Daranis y Suryanis.

—Esta es la entrada a Bunhal, muchachos —anunció el hombre que conducía el carro—. Yo los dejo aquí, tengo que continuar hasta el norte.

Deval se desperezó, sentado a su lado, y sintió el crujir de algunos de los huesos de su espalda.

—Muchas gracias, Taru.

—No fue nada, maestro Khan. Cuando esté por la capital, vaya a ver a mis hijas —contestó el otro, con entusiasmo—. Siguen hablando de usted, aunque hayan pasado meses desde su última visita.

Deval sonrió con cortesía y evitó dar una respuesta exacta a lo que el comerciante acababa de decirle. Su aparición por Varma, la capital del reino, su estatus como maestro de hechiceros a favor de la caza de sobrenaturales, todo era incierto en ese momento. Incluso su interés en las jóvenes que podían ser de utilidad, en un casamiento que le diese otra posición ante los nobles de Daranis.

Por culpa de un rencor estúpido, que lo había obligado a seguir una pista fortuita sobre Sarwan, ahora se encontraba metido en el lodo. Con lo cuidadoso que había sido para construirse un buen nombre desde la guerra. Había bastado una noche con Sarwan en una celda para convertirse en un traidor al rey Savir. Aunque tampoco se sorprendía demasiado de sí mismo. Nada en su vida había permanecido quieto por mucho tiempo. Ni siquiera sus convicciones.

«¿Cómo es que he pasado de querer asesinar a Sarwan a cooperar con él? Podría haber desviado el camino del carro, llevármelo a Varma, entregarlo a los hechiceros del palacio y que le saquen toda la información que tenga. Todavía puedo enviar a alguien a avisar de lo que está por ocurrir, así cae Aruni también».

—Nirali, despierta —dijo el mayor, en la parte de atrás del carro—. Vamos, ya tenemos que bajar.

—Oh, me duele todo el cuerpo —protestó la chica, con la voz tomada por el sueño interrumpido—. Se me quedará marcada la madera en la espalda por siempre.

—Todo sea por no morir a manos de esa mujer, ¿no?

—Sí, lo que sea.

La culpa atenazó al hechicero rubio por un momento. Se alejó un poco, para que el aire helado de la noche le quitase el aturdimiento. De paso, eludía a sus compañeros cuando bajaban del transporte y saludaban a Taru.

Caminó un poco por el sendero, pensativo.

«Nirali... Ella no tiene la culpa de todo esto. Pero llegará el momento en que Sarwan la abandone y la perjudique. Y una guerra con Suryanis tendrá otras víctimas, miles, que serán más inocentes que ella».

Deval se dijo que había tenido suerte en encontrar un viejo conocido que les hiciera el favor de llevarlos. Sin embargo, habían perdido una jornada entera y no habían podido detenerse a descansar bien. Les quedaban dos días para que Aruni se reuniera con ellos y debían tener identificadas a sus presas para entonces.

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