No hay conocimiento inútil

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Había pasado la medianoche y el viento helado golpeaba con fuerza en el pueblo de Darshan, casi desierto

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Había pasado la medianoche y el viento helado golpeaba con fuerza en el pueblo de Darshan, casi desierto. Podía ser un momento especial para buscar calor en el interior de un vaso de Taj, la bebida tradicional de las tabernas de la región. Pero, en la Calle de las Luces, donde se alineaban los bares y burdeles, ésa era la hora en la que los perdedores habían agotado sus monedas y eran echados a patadas. Ya era una rutina en aquella zona. Los vecinos estaban acostumbrados al escándalo. Por lo general, solían estar muy ocupados bebiendo y jugando como para quejarse.

En uno de esos locales, el cliente de la última mesa decidió que era su momento. Se levantó, subió por una escalera angosta hasta dar con una puerta de pésimo aspecto y golpeó, tres veces, con sus nudillos cubiertos por guantes oscuros. Desde el interior se abrió una pequeña rendija, por la cual asomó un par de ojos impacientes, antes de volver a cerrarse. De inmediato le fue cedido el paso, ya era habitual su presencia allí. Tanto como la escena que se estaba desarrollando, en el interior de la diminuta sala llena de humo y gritos.

Un par de mesas con monedas, cartas esparcidas y vasos de Taj a medio beber habían sido olvidadas por los jugadores. Todos estaban al fondo, en un esfuerzo conjunto por detener al loco que se había rebelado contra su mala suerte.

La última persona en llegar avanzó hacia el que lanzaba insultos y amenazas contra todos los presentes y lo arrastró hasta la puerta con algo de esfuerzo. La diferencia de altura y complexión era notoria. El alborotador era una mole de dos metros, brazos fuertes y espalda ancha. El que se lo llevaba era menudo y con la cabeza, cubierta en una capucha, apenas le llegaba al pecho. Era un espectáculo bastante peculiar.

Desde otra puerta, ingresó un grupo de hombres igual de altos y fuertes. Igual de mal afeitados y mal vestidos. Con ellos iba el tabernero, un sujeto entrado en años pero de expresión temible.

—¡Un momento! —exclamó con voz potente—. Sarwan, eres un muy mal perdedor, ¿lo sabías?

—¡No es cierto, estos malditos me han embaucado! Todo el tiempo lo hacen y piensan que no me doy cuenta —respondió el aludido, con sus ojos del color de la miel convertidos en dos furiosas hogueras, y el encapuchado todavía aferrado a su manga.

Los demás jugadores le respondieron, ofendidos, y el ambiente amenazó con volverse agresivo otra vez. Entonces el dueño del lugar golpeó con fuerza los tablones del suelo con su bastón. Resultado: silencio total.

—Escúchame bien lo que voy a decirte, porque no lo repetiré —comenzó el anciano, con una determinación alimentada por el fuego poderoso de los que han manejado asuntos como ése por años—. Sarwan Lal Nehru, desde hoy tu presencia no es bienvenida en este lugar.

El más alto pareció aumentar su indignación.

—¡No puede hacerme esto!

—¡Sí que puedo, este es mi negocio! —recalcó el otro—. ¡Si vuelvo a verlos por aquí, a ti o a ese muchacho enclenque, te juro que...!

Espíritus de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora