Algo nuevo para contar

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Sarwan despertó, sobresaltado

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Sarwan despertó, sobresaltado. Tenía la vaga sensación de que su sueño había sido interrumpido. Pero no sabía cómo, ni recordaba qué era lo que estaba soñando. La claridad del primer sol del día, tímido, blanco, se asomaba entre las cortinas viejas de la posada. La cama del lado estaba vacía.

Apenas había tenido tiempo de desperezarse, cuando Deval llegó a la habitación azotando la puerta. Se veía pálido. Estaba agitado.

—Pensé que era el único que había dormido mal —bromeó el mayor, con una sonrisa cansada.

El otro hechicero se detuvo frente a él, con los puños apretados y haciendo un visible esfuerzo por contenerse.

—Levanta todas tus cosas —ordenó—. Debemos marcharnos, de inmediato.

—¿Y eso? No me jodas desde tan temprano, Deval. Quiero comer algo. Luego me cuentas en qué te has metido.

Se dio vuelta y se acomodó mejor entre las sábanas, pero el más joven lo destapó y lo obligó a sentarse, indignado.

—¡Hazme caso, por una vez! —siseó el rubio, era obvio que hubiera preferido gritarle pero lo evitaba—. ¡Levántate ya!

—¿Te has vuelto loco? ¡Suéltame!

Cuando vio que Deval pateaba la cama, Sarwan perdió la modorra y abrió la boca, sorprendido. No pudo decir nada más. Su ex compañero se volvió a su lado del cuarto y extendió una sábana para colocar sus cosas en un montón.

—Debería darte la paliza que mereces —murmuró, sin dejar de moverse, buscando y descartando las prendas más pesadas de su equipaje—. Pero soy tan culpable como tú. Si no vienes ahora, me la llevaré. No volverás a saber de ella.

Entonces, Sarwan comenzó a entender.

—¿Qué has...? —tartamudeó, ya fuera de la cama—. Nirali. ¡Nirali, ven aquí!

—¡Baja la voz!

—¡Nirali!

No había nada peor para Sarwan que le dijeran que no podía hacer algo. O que no debía. El resorte que se activaba en su interior lo obligaba a hacer lo contrario. Todavía no entendía cómo era que se mantenía lejos de los elementales a pedido de Aruni. A lo mejor tenían que ver esos ojos que él conocía, la nueva forma en que lo habían mirado.

Y así, a los gritos, puso de los nervios a Deval hasta que lo obligó a rendirse.

—¡Como quieras! —exclamó también el otro, resignado—. No debí decirte nada. Lo mejor para ella es alejarse de ti.

Viendo que la desesperación de su ex colega era real, el hechicero volvió a recordar que Nirali no había respondido a su llamado.

—¿Dónde está la mocosa? ¡Responde!

El rostro de Deval ya no reflejaba ansiedad, sino angustia. Estaba por decirle algo, cuando el posadero se asomó desde el pasillo sin tocar. Por alguna razón, el rubio palideció aún más y cerró la boca.

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