El honor de una Sidhu

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Nirali abrió los ojos con desgano, sacudida por la ansiedad en los brazos de Deval y los gritos de Sarwan

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Nirali abrió los ojos con desgano, sacudida por la ansiedad en los brazos de Deval y los gritos de Sarwan. Desde el comienzo de aquel viaje, no dejaba de sentir por las mañanas la rigidez de sus músculos y el dolor de partes de su cuerpo que solía olvidar que existían, por lo que le costó alarmarse en la misma medida que sus compañeros.

—¿Qué te ocurre, idiota? —reaccionó, apenas recuperó la conciencia—. ¡Vas a lastimarme si sigues así!

Se irguió y se soltó del agarre del hechicero extranjero, como si hubiera sido presa de un ataque de mal humor mañanero.

—Ah... Estás bien, flacucha —murmuró él, mientras se ponía de pie y desviaba su mirada hacia el resto del depósito abandonado—. Pensé que habías pasado al otro lado de verdad.

Ella se llevó una mano a la cabeza, confundida frente a los ojos azules que la miraban con mal disimulada preocupación. Más allá, su maestro había caído exhausto luego de descargar toda su frustración sobre los montículos de ropa y libros que habían aparecido junto a ellos.

No estaban al aire libre. El sol iluminaba débilmente desde las ventanas destruidas, el celeste intenso del cielo se colaba entre la suciedad y las telarañas de las aberturas. A la muchacha le costó reconocer el lugar, el suelo áspero, el techo en malas condiciones, sin embargo sabía que habían pasado por allí hacía poco. Entonces vio la sábana, que colgaba como divisorio improvisado en la habitación, y comprendió. Habían vuelto al mismo sitio donde habían pasado la noche, antes de salir hacia Refulgens.

Refulgens...

«...en la lengua de los Antiguos significa resplandor. No es una trampa, es un refugio para los sobrenaturales perseguidos por nosotros.»

«Dime, ¿qué se siente ser atrapado y humillado? ¿Has tenido tiempo de pensar en tus incontables víctimas?»

En un principio fue lento. Tenso. Como si algo de gran magnitud intentara pasar a través del ojo de una aguja. Los datos se escurrieron de a poco, fueron apareciendo en un orden caprichoso, chapucero. Luego, la barrera que los dioses colocaban entre el sueño y la vigilia terminó de derrumbarse, con lo que la marea la inundó. Volvieron a su memoria los recuerdos de la extraña ciudad refugio de los sobrenaturales, gobernada por una salamandra no menos excéntrica. Las calles y sus edificios dorados repletos de gente feliz. La bailarina deslizándose, llevándose la atención de Sarwan. La prisión dorada. La revelación sin preámbulos sobre la historia del mago maldito y sus rituales sangrientos. El final abrasador.

«¡No! ¡Otra vez la nada no!»

¿Qué había querido decir con eso su maestro? ¿Tendría algo que ver el hecho de que habían vuelto al punto de partida? La única razón de que no pensara que todo había sido su imaginación era la presencia del ex compañero de su mentor en esa pocilga. Y la mancha en su palma izquierda, como recordatorio de su unión con la pequeña salamandra que había cuidado en la lámpara. Eso era lo increíble. Lo maravilloso era que todavía estaban con vida. Y lo aterrador era el estado de desesperación en el que parecía atrapado Sarwan.

Espíritus de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora