Epílogo: De ciudades abiertas y puertas cerradas

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Ya habían pasado dos años desde aquella despedida, luego de la liberación de Bunhal y Daranis

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Ya habían pasado dos años desde aquella despedida, luego de la liberación de Bunhal y Daranis. Muchas cosas habían cambiado en la vida de los habitantes del continente a partir de entonces.

Hasta el presente, los cambios seguían en curso, pero había un aura de optimismo sobre lo que podía lograr una sociedad en la que humanos y sobrenaturales trabajaran juntos.

Entre las innovaciones más importantes, se podía mencionar la apertura de las antiguas ciudades refugio para todo el que quisiera visitarlas. Había varias en distintos puntos del territorio. Refulgens era la más alejada, en dirección al sur. Y allí se había citado a Deval Khan, nuevo oficial a cargo de la integración de sobrenaturales al ejército daraniense.

—No puedo creer que llego hasta aquí con un mapa —murmuró para sí, de pie frente a la entrada donde alguna vez solo había habido un camino de tierra—. Rutas señalizadas, carteles luminosos. Esto es obra de esa mujer estrafalaria, sin duda.

Echó un vistazo a su alrededor, admirado de la cantidad de visitantes humanos y de toda clase que pasaban a su lado, sin problemas. Aquello había sido un camino de tierra abandonado, lleno de arbustos secos, donde él se había escondido por horas esperando a su ex compañero, en busca de una venganza.

Había encontrado mucho más que eso. Su nuevo uniforme y la alianza en uno de sus dedos eran la prueba pero, más que nada, la paz de no tener aquel peso sobre los hombros. Casi podía ver al antiguo Deval detrás de un árbol, carcomido por las preguntas y el enfado. El de ahora era capaz de ingresar a Refulgens con la frente en alto.

—Espera un poco —lo regañó Nirali, bastante molesta—. No vas a perderte en medio de este gentío, que luego Roshan empieza a llorar y no se calma con nada.

—Lo siento —respondió, mirando a su esposa con algo de pena, para luego dirigirse al pequeño de cabellos oscuros y ojos azules que iba de su mano—. Vamos a ir todos juntos y a detenernos frente a todo lo que se vea interesante, Ro, ya lo verás.

El niño se entusiasmó al oírlo. Había heredado bastante del carácter de ambos, con la terquedad de él y la curiosidad de ella, por lo que salir a dar una simple caminata por la calle podía convertirse en una aventura de horas.

Así fue que los tres avanzaron con lentitud, entre lo que parecía una feria instalada en las calles. Comerciantes de todas etnias ofrecían sus productos. Hombres y mujeres paseaban descalzos, a la usanza del lugar. Grupos de niños con ojos rojos correteaban a otros que levantaban el vuelo y se ponían fuera de alcance entre risas. Algún malabarista callejero escupía fuego por la boca, maravillando a los humanos que entregaban sus monedas para ver más. Y, en la calle principal, pudieron ver el palacio dorado en el que la pareja había estado prisionera alguna vez, luego de una cena abundante.

—Nunca pensé que sentiría nostalgia por ese momento, con lo mal que lo pasamos —admitió Nirali, poniendo en palabras lo que él también venía pensando.

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