Cerca del fin

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Comenzaba el séptimo día de resistencia en Bunhal

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Comenzaba el séptimo día de resistencia en Bunhal. Se cumplía una semana desde aquella noche en que habían atrapado a los soldados enviados por Savir para causar disturbios en la ciudad independiente. Lo que había empezado como la nueva esperanza de liberación para el pueblo sobrenatural, no había sido más que un fiasco. Ahora, parte de los habitantes desaparecían, para ser tragados por los remolinos o las columnas de tierra que los aguardaban en las afueras de la muralla este, mientras el resto se debatía por no dejar que ingresaran los barcos invasores al puerto del oeste o que los arietes destrozaran la muralla sur.

Para Sarwan, aquella había sido la peor noche. No podía negarlo más. El pasado había vuelto. Anjay estaba vivo. O, al menos, lo peor de su legado. La esencia de sobrenaturales estaba siendo robada de nuevo, en nombre de los propósitos egoístas y el deseo de poder de Savir.

Él estaba agotado, en cuerpo y mente. Deval y Nirali habían quedado impactados por el horrible panorama. Ni quería imaginar cómo estarían los bunhalenses y los soldados de Nimai con semejante novedad.

Al amanecer, habían vuelto a la posada. Los habían relevado otros civiles y soldados, ya que no había mucho que ningún hechicero elemental en la ciudad pudiera hacer con sus flechas, agua hirviente y rocas. Sin poderes, eran más una molestia que una ayuda.

—No puedo creer que nuestra magia no regrese —se lamentó Nirali—. ¿Por qué los portales siguen cerrados?

Sarwan se tambaleó hacia su cama, al fondo de la habitación, y se dejó caer. No dio muestras de haberla escuchado. La muchacha tampoco insistió en llamar su atención, solo se apoyó en la pared junto a la pequeña ventana que dejaba entrar la tenue luz de aquel día nublado. Así, el aire se llenó del silencio e impotencia de ambos, hasta que la puerta se abrió de nuevo.

—La muralla norte ha sido aislada por Suryanis —informó Deval, llegando desde la taberna con una jarra de leche y un pan enorme—. No dejarán pasar a nadie desde aquí. Nos han dado la espalda. Puede que tengamos a su ejército encima en cualquier momento.

—Eso es bueno, ¿no? —reaccionó ella, recibiendo la jarra.

El extranjero apoyó el pan sobre la única mesa diminuta que contenía la habitación y sacó un trozo para él. Nirali sorbió un poco de leche y dejó la jarra a un lado, mirando la hogaza con desgana. No comían otra cosa desde hacía días. Sarwan no se movió de la cama. Miraba el techo, vestido y con las botas puestas.

—Bunhal es un botín para cualquiera de los dos reinos —continuó el hechicero, con la boca llena—. Nos usarán como excusa para comenzar otra guerra y Daranis se hundirá más en el odio y la pobreza. Apenas estábamos recuperándonos de la anterior.

—Y Aruni no ha regresado. Hemos sido abandonados por la misma que nos metió en este lío.

Sarwan se sentó en su colchón, con un gruñido de desaprobación.

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