No te despiertes.

By DekaOntiveros

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«El sueño es una parte integral de la vida cotidiana, una necesidad biológica que permite restablecer las fun... More

Capitulo uno.
Capitulo dos.
Capitulo tres.
Capitulo cuatro.
Capitulo cinco.
Capitulo seis.
Capitulo siete.
Capitulo ocho.
Capitulo nueve.
Capitulo diez.
capitulo once.
Capitulo doce.
capitulo trece.
capitulo catorce.
Capitulo quince.
Capitulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capitulo dieciocho
capitulo diecinueve.
Capitulo veinte.
Capítulo 21
Capítulo 22
Capitulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capitulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capitulo 33
Capítulo 34.
Capitulo 35.
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40.

Capitulo 38

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By DekaOntiveros

—Es un bonito edificio, ¿no crees? —Austin me miraba mientras yo admiraba aquella obra arquitectónica. Si fuera un poco más versada podría describir, pero para mi limitado vocabulario lucía como una casa victoriana, de altos ventanales y finos detalles.

—Sí, se ve mejor cuando no vas en la parte trasera de una camioneta rogando por tu vida —respondí con ironía.

Una sonrisa se asomó por la cara de Austin antes de que subiera los escalones. Lo seguí aún sintiendo cómo mis entrañas se retorcían de solo recordar lo que me había pasado en aquel lugar... Bueno, las ganas de huir no se detenían.

Austin tocó el timbre.

—¿Diga? —respondió un hombre a través de un altavoz.

—Soy Austin —habló con un tono monótono, como si lo hubiera hecho demasiadas veces.

El sonido de algunos mecanismos moviéndose me sorprendió y cuando éstos terminaron el parlante volvió a sonar.

—Bienvenidos —dijo la misma voz de antes pero ahora con un toque más cortés.

Entonces la enorme puerta se abrió.

—Andando —me animó Austin a entrar primero.

Asentí y atravesé las puertas hasta un recibidor que parecía de lo más normal, en donde un hombre, rígidamente apostado cual guardia real, procedió a retirarme el abrigo y la mochila que llevaba.

Me quedé un momento como una estatua. Era un mayordomo, con su traje negro y el cabello castaño peinado pulcramente hacia atrás. No reaccioné hasta que sentí la mano de Austin en mi espalda.

—Hola Klaus —Lo saludó casualmente Austin mientras se quitaba su saco y bufanda.

—Buenas tardes señor Austin —¿A caso hizo una reverencia cuando lo saludó?

—¿Está el señor Scott? —se despeinó un poco el cabello tratando de alejar unas gotas de agua.

—En la oficina —le dijo con un tono calmado. Aunque su postura era algo rígida, tenía unos ojos castaños que lo hacían lucir como alguien muy amable.

—Muy bien, entraremos entonces —le avisó Austin antes de señalarme otras puertas de cristal.

—Por supuesto, pasen —con un movimiento de mano nos señaló el camino.

Austin nuevamente aguardó a que yo entrara primero.

—¿Un mayordomo? ¿Es en serio? —temía que de pronto hubiera retrocedido al menos unos cincuenta años en el pasado.

—A Scott le gusta lo clásico —se hundió de hombros casualmente y miró hacia el frente. —Abre bien los ojos —me susurró cuando pasé a su lado y las puertas se abrieron.

Delante de mí se encontraba otra habitación circular de lo más gigante, con una isla central en donde cuatro mujeres contestaban teléfonos y tecleaban frente a monitores; parecía ser un centro de información. El techo era altísimo y un candelabro colgaba de él. A mis costados había habitaciones con gente que no dejaba de teclear también o que parecían inmersos en una excelente charla por su celular, todos trajeados. Supuse que la alerta de advertencia que me había emitido Austin apenas un momento atrás, se refería a que la gente no se fijaba por donde iba. Con sus narices en sus tabletas electrónicas no se daban cuenta que yo estaba enfrente pero tampoco chocaban entre ellos; era como una colonia de hormigas. Fue asombroso y a la vez aterrador.

—Vamos, luego podrás seguir contemplándolos con la boca abierta —Austin se encontraba andando unos pasos delante de mí.

Dejamos esa enorme sala-recibidor y fuimos hasta unas imponentes escaleras blancas.

—Es en el tercer piso —quizás se dio cuenta de mi rostro cuando miré los incontables peldaños. —Podemos usar el ascensor también.

—No, no, está bien. No es como que tenga la peor condición del mundo —intenté tranquilizarlo.

Su rostro se iluminó con mi respuesta.

—Pondré a prueba qué tan bien funcionan esas carreras tuyas —dijo con tono irónico.

—Espiar a la gente es muy feo, Austin —respondí, esperando que se avergonzara aunque fuera un poco, pero él sólo sonrió y comenzó a subir.

Cuando desvié la mirada hacia el ascensor me di cuenta de la cantidad de gente que lo usaba a diferencia de aquellas imponentes escaleras. No quise que aquello sembrara una pizca de sospecha y opté por ignorarlo.

A cada nuevo piso que subíamos me daba cuenta de que todo se volvía más estéril. Las puertas estaban cerradas y más personas con bata blanca iban de aquí para allá. Pero eso no era lo más extraño, sino que todas parecían reconocer a Austin, con una sola mirada o incluso una sonrisa lo saludaban. Eso no debería de importarme porque este es el mundo en el que él creció, pero un pinchazo de envidia me atormentaba. No dejaba de pensar que yo debí haber sido como él, con todo este mundo de posibilidades, con toda la tecnología y conocimientos que me pueden brindar; no sería una ignorante que apenas está abriendo los ojos a esta nueva vida.

Finalmente llegamos a un largo pasillo de baldosas y luces blancas.

—Mi mamá debería estar aquí esperándonos —volteó para todos lados buscándola pero estaba repentinamente solitario.

—Podemos esperarla —ofrecí.

—Será mejor que la busque —parecía cada vez más inquieto pero aun así me dedicó una sonrisa. —¿Puedes esperar aquí un segundo?

—Sí, por supuesto —aunque trataba de parecer calmada, estar en aquel lugar sola me ponía los cabellos de punta.

—Ya regreso —me avisó mientras daba la vuelta al final del pasillo.

Dejé escapar un pequeño suspiro que esperaba me calmara. Revisé mi celular, aun había cobertura y tenía el número de Steven en llamada rápida. Todo estaba bien... Bueno, todo había estado bien hasta que escuché el grito.

Inmediatamente miré hacia ambos lados. Volví a escuchar ese grito que sin duda era de un hombre y venía desde donde había desaparecido Austin.

—¿Austin? —pregunté a la nada, pero no hubo respuesta.

Todo estuvo en silencio durante unos instantes en los que pensé que tal vez era mi mente jugándome una mala broma, pero aquel sonido se escuchó una vez más.

Sin pensarlo me lancé corriendo hacia aquel lugar. Al girar me encontré en otro pasillo donde solo alcancé a ver cómo parecía que llevasen a alguien a rastras.

—¡Hey! —los llamé, pero ellos ya habían desaparecido en otro pasillo.

Corrí nuevamente hacia ahí y me topé con que estaban arrastrando a un hombre hasta un cuarto, y por un segundo creí reconocerlo. No era rubio, no podía ser Austin, pero era imposible que fuera en quien yo estaba pensando.

A tientas comencé a caminar hacia aquella habitación con el corazón latiéndome fuertemente. Pareció tardar una eternidad el tiempo que transcurrió hasta que llegué a la enorme ventana que dejaba ver dentro de aquella extraña habitación. Había alrededor de cinco personas, entre médicos, enfermeras y lo que parecían ser químicos. Aquel hombre que era apenas un chico, gritaba fuertemente, pero cuando logré entender lo que decía, éste no aullaba de dolor.

—¡Por favor, por favor la necesito! —les rogaba con los ojos desorbitados y con lágrimas en ellos.

Yo conocía esos ojos bastante bien. Mi pecho se apretó al reconocer a Jeremy, el novio de Rachell, posado en esa camilla rogándoles que lo ayudaran, con la cara más patética que jamás había visto en toda mi vida.

—¡La necesito! ¡Solo una vez más, por favor! ¡La necesito! —continuaba diciendo, y aunque nadie lucía como si fueran a hacerle el menor caso, una de las enfermeras comenzó a ponerle un torniquete en el brazo y a limpiar su vena con una torunda. El rostro de Jeremy se iluminó con tanta felicidad que parecía un gesto casi lujurioso. Entonces lo vi: el líquido morado brillante que se encontraba en una botellita que la enfermera pronto tomó en su jeringa; no tardó en inyectarlo en el brazo. Los músculos de Jeremy se relajaron para después dejarse caer en la camilla. Supe que ahora se encontraba en su propio mundo y que nada de lo que yo dijera lo sacaría de eso.

Retrocedí horrorizada y un médico se fijó en mi reacción arrugando el ceño, pero me alejé de ahí antes que él pudiera hacer algo más, o tratar de usarme como parecía estar usando a Jeremy, para algún retorcido experimento.

A mí alrededor solo veía cómo todo se transformaba en un borrón, con mi cabeza agachada tratando de salir de ahí, mis dedos estaban fríos pero mis palmas sudaban. Solo quería salir de aquel sitio de locura, necesitaba tomar aire y poder pensar. Pero no podía alejar el rostro de Rachell de mi mente. Cuando se lo dijera... ¿Pero cómo podría explicarle aquello? No podía, ella no debía saberlo, pero..., tenía que saberlo.

Llegué hasta el recibidor donde el mismo mayordomo de antes pareció sorprendido de verme ahí. Lo ignoré y fui hasta el pomo de la puerta, pero una mano en mi hombro me hizo girarme; era él, el mayordomo, quien me extendía mi abrigo y la mochila.

—No olvide esto, señorita —ni siquiera me había dado cuenta que estaba conteniendo el aliento.

—Gracias —tomé mis cosas y abrí la puerta.

—¿Se siente bien? Se ve muy pálida. Gusta que llame a un taxi —me dijo Klaus antes de que saliera por la puerta.

—Estoy perfectamente, gracias —él parecía no muy convencido pero en ese momento no me importaba nada más que salir de aquel retorcido lugar.

Atravesé el umbral de la puerta y el aire frío me dio en la cara. Por un momento pensé que iba a desmayarme, todo me daba vueltas.

Entonces escuché cómo alguien me llamaba desde la distancia.

—¡Jena! —Austin estaba corriendo hacia mí, poniéndose su abrigo apresuradamente.

—¡No! —esto lo hizo detenerse. —No vengas —le pedí.

—¿Por qué? —arrugó el ceño. —¿Qué ocurre? —se encontraba a unos pocos metros.

—No finjas —le exigí perdiendo el poco control que aun tenia.

—No entiendo qué está pasando, si pudieras explicármelo Jena.

—¡No me mientas! Puedes mentirles a todos los demás, ¡pero no te atrevas a mentirme a mí, Austin! —todo este tiempo él me estaba conduciendo hacia eso. —Tu sabías bien lo que estaba pasando ahí —lo acusé dirigiendo mi dedo índice hacia aquella bella casa con un secreto oculto.

Aguardó unos segundos pero pude notar cómo en su mente todo estaba aclarándose.

—No es lo que parece, Jena —parecía verdaderamente consternado.

—¿Nunca lo es, verdad? —sonreí amargamente. Todo esto era mucho más que la comedia más dramática del mundo. —¿Qué se supone que voy a decirle a Rachel? —me cubrí el rostro con las manos, no podía alejar los gritos de Jeremy de mis oídos.

—Tienes que saber que él está ahí por su propia voluntad —sus rasgos se endurecieron con esta confesión.

—Porque ahora es un adicto —esta declaración hizo que los músculos de su cara se aflojaran.

—Nosotros no somos responsables de sus actos —me sorprendí a mi misma pensando que jamás lo había escuchado hablar con una voz tan fría. ¿Qué tanto conocía a aquel chico que estaba frente a mí?

Estaba descubriendo que Austin tenía quizás más caras que un diamante.

—¿Nosotros? —emití una carcajada vacía. —¿Así que tú también eres parte de todo esto? De una empresa que se dedica a embaucar a adolescentes con problemas.

—Jena, él estaba desesperado, nada estaba saliendo bien en su vida, le retiraron la beca, no iba a poder entrar a una universidad decente, sus padres están a punto de divorciarse.

—Eso no les dio el derecho de convertirlo en..., en eso –señalé hacia la casa.

A lo lejos se escuchó un trueno, iba a llover pronto.

—Iba a contárselo a todos —agachó la mirada avergonzado.

—Eso no importaba Austin, es una persona, ahora solo es... —no podía decirlo, no podía mencionar que Jeremy jamás volvería a ser el mismo.

—Lo sé —gotas de lluvia comenzaron a resbalar por su rostro.

Nos quedamos en silencio mirándonos fijamente durante unos instantes. Analicé sus ojos de zafiro, había una gran pena en ellos. Él no era una mala persona y sabía que todo eso estaba mal, pero también podía ver su lucha interna; él creía que todo aquello era parte de una investigación que nos ayudaría a comprender mejor el alcance de todo esto, de verdad creía que con esto ayudaba a Jeremy a sacarlo de su miseria, pero no se daba cuenta que solo estaba hundiéndolo más, lo estaba dejando sin opciones, solamente tenía esas breves ensoñaciones donde era feliz.

—Él puede dejarlo —dijo por fin Austin, aun con un tono frio.

—Pero él no quiere hacerlo y ustedes tampoco harán que lo haga —le dije con resignación.

—Hablaré con ellos —apretó fuertemente los puños.

—¿Qué?

—Mi mamá trabaja aquí, puedo convencerla y ella hará que se detenga, lo dejarán en paz —estaba tan lleno de confianza.

Me costaba creer eso, no podía borrar de mi mente el tono de desdén con el que había hablado antes.

—¿Qué pasa si les dice a todos lo que... le hicieron? —le pregunté aun dudando.

—No le creerán, ni siquiera tú lo creíste al principio —otra vez sonreía con altanería. —No creo que tenga muchos problemas. A las personas que entran en este programa se les paga muy bien, es por eso que Jeremy inicialmente entró, porque necesitaba el dinero, ahora incluso podría pagarse una universidad de mediana categoría.

Sabía que su familia estaba pasando por un momento difícil pero no me imaginé que fuera a ese grado.

Lentamente Austin comenzó a acercarse a mí, como si temiera que saliera huyendo como un ciervo en el bosque.

—Todo saldrá bien Jena, te prometo que él no ha sido lastimado en todo este tiempo y que pronto estará bien.

—¿Qué hay de Rachell?

—¿Qué hay con ella? —alzó la barbilla retadoramente.

—Tengo que decírselo.

—Será mejor que solo intentes alejarla de él. Jeremy no es una mala persona pero..., estará muy inestable los siguientes días.

—No puedo mentirle —me sentía ofendida de que se atreviera solo a proponer esa idea.

—No lo vas a hacer, solo tratarás de protegerla —estaba parado prácticamente enfrente de mí, con una sonrisa conciliadora en su rostro. —Además, ¿cómo vas a explicarle cómo lo descubriste? —sonreía triunfante, sabía que me había atrapado.

No había manera de confesar algo como aquello sin desenmascararme también.

—Todo lo que quiero es que esté a salvo. —No podía soportar la idea de tener que decirle a Rach todo aquello. Además, cómo le explicaría lo de Jeremy y lo que yo hacía ahí. Si le revelaba todo eso también le revelaría lo de Steven y Austin; esos eran sus secretos, no míos.

Austin me sonrió una vez más.

—Confiaré en ti —ojalá hubiera sonado un poco más creíble.

—Eso es todo lo que quiero —sus ojos se achicaron mientras me observaba y comenzó a sacar algo de su mochila, una bolsa negra que me ofreció.

—¿Qué hay dentro? —le pregunté alarmada.

—Somnolix —apretó los labios, dudoso. —Por si aún los quieres.

Miré aquella bolsa con recelo. Esa sustancia podía ser tan poderosa o dañina, dependiendo de cómo se usara. Quizás podría dársela a Michelle, ella sabría qué hacer, quizás esto los ayudaría. Sentí un tirón en mi estómago. Si hiciera eso, ¿Austin lo tomaría como una traición? De todas maneras él sabía a lo que se estaba arriesgando conmigo, conocía de qué lado me encontraba. Además, la idea de ser aún más ágil, más rápida en el otro lado, me parecía atractiva. Solo un poco, solo una vez, quería saber lo que era no ser una carga.

Extendí mi mano y tomé la bolsa.

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