Un amigo gratis | EN LIBRERÍAS

Par InmaaRv

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«¿Cuánto tiempo necesitaré para olvidar cada segundo que hemos pasado juntos?» La vida de Nash es un desastre... Plus

Introducción
Cuentos para Sidney: Conocerla.
01 | El baño de chicos
02 | Primer contacto
03 | Sueños frustrados
04 | Escribes, ¿verdad?
05 | El río de mi vida
06 | El trío invencible
07 | Meteduras de pata
08 | Jayden Moore
09 | Solo tienes una vida
10 | Un consejo infalible
Cuentos para Sidney: El puente roto.
11 | Nueva voluntaria.
12 | Somos como equilibristas
13 | Vas a volverme loco
14 | Las cosas se tuercen
15 | Mi canción favorita
16 | Cuestión de maquillaje
17 | Que lo dejen en paz
18 | Feliz cumpleaños
19 | Los koalas no comen humanos
20 | La locura es bonita
21 | Once y once.
22 | Una estrella fugaz
Cuentos para Sidney: Brillar.
23 | Amor propio
24 | Sin palabras
25 | Serás una fracasada
26 | No me odies
27 | Cuestión de nervios
28 | Interrogatorio improvisado
29 | La culpa
30 | ¿Cómo se besa a alguien por accidente?
31 | Una dolorosa invitación
32 | La fiesta de San Valentín
33 | Me muero de ganas de abrazarte
34 | Una bonita despedida
Cuentos para Sidney: Lo que ella me enseñó.
35 | Nuestra primera cita
36 | Un ramo ideal
38 | ¿Puedo dormir contigo?
40 | Una idea descabellada
41 | Tú eres mi tesoro
Epílogo.
Capítulo extra

37 | La ansiedad

74.2K 10K 9.8K
Par InmaaRv

Nota autora: os pido por favor que evitéis dejar comparaciones con otros libros en comentarios :( Escribí Un amigo gratis hace mucho, me llevó tiempo y esfuerzo y preferiría que se comentaran cosas solo referente a esta novela. Por favor :( Ver comparaciones desanima mucho. Gracias <3


37 | La ansiedad

NASH


El eco de mis pisadas fue lo único que se escuchó después de que la puerta del hospital se cerrase a mis espaldas. Era un lugar sorprendentemente silencioso, y mi respiración acelerada resonaba por el pasillo.

Mientras avanzaba a toda prisa hacia recepción, traté —en vano— de tranquilizarme. Cuando, hacía unos minutos, había llamado a Mike para que viniese corriendo a recogerme al café Daiana, había estado a punto de sufrir un ataque de ansiedad. Creía que, al llegar allí, al lugar en donde estaba Eleonor, conseguiría calmarme. Pero no. El corazón seguía latiéndome tan rápido como antes.

O incluso más.

Estaba asustado. Tanto, que apenas podía pensar. Lo único que quería hacer era verla. Me moría de ganas de entrar en su habitación, abrazarla y decirle que nunca iba a volver a dejarla salir sola a la calle. Que, a partir de ahora, no cruzaría ninguna carretera sin alguien a su lado. O no. También podría guardar silencio. Me daba igual.

Lo que fuera, pero con ella. Necesitaba estar con ella.

Sin embargo, ahora que estaba a diez pasos escasos del mostrador de recepción, no era capaz de acercarme a preguntar dónde se encontraba. O cómo. Lo que más me asustaba era esto último. Por eso me había quedado parado en medio del pasillo, respirando entrecortadamente y reteniendo las ganas de llorar.

Sabía que tenía que ir junto a la recepcionista, decirle el nombre completo de Eleonor y correr hacia su habitación. Era consciente de que Devon no estaba bromeando; no me quedaba tiempo. Y de que, si Olivia lloraba, tenía que ser por alguna razón.

Algo estaba pasando. Algo muy, pero muy malo.

Esa era la razón por la que no quería llegar a su cuarto: sospechaba que algo podía estar ocurriendo. Y tenía miedo.

¿Tiempo a qué?

No me hacía falta responder a esa pregunta. Ya sabía lo que significaba.

—Vamos, Nash. Tenemos que darnos prisa —me dijo Mike, nada más llegar a mi lado. Yo me limité a mirarlo mientras intentaba controlar mi corazón, que parecía querer salírseme del pecho. No contesté—. Nash, venga.

Me cogió de la muñeca y tiró de mí hasta que llegamos al mostrador. Con cada paso que dábamos, todo parecía ir a más velocidad. Vi a cámara rápida cómo la mujer levantaba la cabeza para mirarnos, escuché de forma distorsionada cómo mi mejor amigo le preguntaba por Eleonor Taylor, y se me paró el mundo cuando la oí contestar.

—Planta tres, pasillo diez. Habitación número trescientos dieciséis. Podéis coger el ascensor si queréis, está a mano derecha.

—Está bien. Gracias.

Al final terminamos yendo por las escaleras. Mike estuvo tirando de mí durante todo el camino, como si creyese que, si me soltaba, saldría corriendo. A juzgar por la rapidez de sus movimientos, deduje que estaba nervioso. De hecho, apostaba a que su corazón latía a la misma velocidad que el mío.

Pero, claro, no era lo mismo.

Yo estaba asustado, él no. Yo tenía miedo de llegar a la habitación, él no. Yo quería con todo mi corazón a la persona que estaba dentro de ese cuarto. Él no.

A pesar de todos mis intentos por lo contrario, fui el primero llegar a la entrada de la sala de espera. La puerta era grande, pesada y de cristal. A través de ella, pude ver un pequeño grupo de personas. Visualicé a Olivia en el fondo, abrazada a un chico que rápidamente identifiqué como Devon. Scott también estaba allí y, sentada a unos pocos metros de él, había una mujer de cabello oscuro que debía de tener más de cuarenta años.

Todo parecía estar en mute desde este lado del pasillo. Olivia lloraba, pero en silencio. Scott se lamentaba, pero yo no podía escucharlo. Y mis oídos tampoco eran capaces de captar los sollozos de aquella mujer. Por un momento, fue como si el mundo entero se hubiese congelado, y deseé que el tiempo no volviese a correr.

Pero entonces, Mike me apartó de un empujón y abrió la puerta.

Luego, estalló el caos.

La situación pareció cobrar vida propia y empezó a avanzar a cámara rápida. Todo pasó de golpe: cuando la mujer alzó la vista, me fijé en que tenía los ojos llenos de lágrimas. Olivia y Devon corrieron hacia nosotros, o yo corrí hacia ellos. No era capaz de distinguir nada.

—¿Dónde está? —pregunté, casi sin poder hablar—. ¿Dónde está Eleonor?

Los ojos de la chica se clavaron en los míos. Estaban rojos y escocidos.

—Ella no... —Se le quebró la voz—. Devon, no puedo hacerlo. Yo...

—¿Qué pasa? —insistí a toda prisa—. ¿Dónde está Eleonor? Necesito verla. Ahora.

—Nash...

—¡¿Dónde está?!

Mi grito alertó a la mujer morena, que se levantó y, con sumo cuidado, se acercó a nosotros.

—Chico —pronunció—, creo que deberíamos ir a otro sitio para...

—No quiero ir a ningún sitio. Quiero ver a Eleonor. Y quiero hacerlo ahora. —Me volví hacia Devon—. ¿Dónde diablos está? —Como no obtuve respuesta, me apresuré a agregar—: ¿Qué ha pasado?

El silencio volvió a instaurarse en la sala. Con el corazón latiéndome a mil por hora, giré sobre mis talones para poder verlos a todos. En algún momento de la conversación, Scott se había acercado a nosotros. Ahora estaba al lado de Mike, que parecía estar aguantándose las ganas de correr hacia Olivia y abrazarla. Ella, por su parte, no podía dejar de llorar. Se sujetaba del brazo de Devon, como si eso pudiese protegerla, y tenía la cabeza gacha.

Pasados unos segundos, la chica se pasó los pulgares por debajo de los ojos, alzó la vista y tomó aire antes de, por fin, responder:

—Yo estaba con ella cuando ocurrió todo —comenzó a decir—. Acabábamos de salir del centro comercial. Eleonor estaba hablando por teléfono. Yo iba a su lado, riéndome de ella. Entonces, se alejó de mí. Supuse que estaría cansada de mis burlas, así que no le di importancia. Después, escuché un frenazo y, la próxima vez que la vi, estaba... Estaba tirada en el suelo. —Tomó aire—. No tardé mucho en darme cuenta de lo que había pasado. Intenté llamar a la ambulancia, pero no recordaba el número. Estaba demasiado... Estaba tan nerviosa, Nash. El conductor se había dado a la fuga, y yo sabía que tenía que darme prisa y pedir ayuda. Así que hice lo primero que se pasó por la cabeza y llamé a mi madre. Luego vino la ambulancia, la subieron en una camilla y se la llevaron. Deberías haber visto la expresión de su rostro cuando... Dios, parecía tan... Yo ya sabía cuándo me monté en el coche para venir al hospital que algo no iba bien.

Me di cuenta de que Olivia estaba empezando a llorar otra vez. Cuando me volví hacia Devon, me lo encontré mordiéndose el labio con mucha fuerza. No quiso mirarme de vuelta. Sentía cómo mi cuerpo irradiaba nerviosismo. ¿Por qué actuaban así? ¿Qué estaba pasando?

—Olivia, ¿qué quieres decir con eso? ¿Cómo está? ¿Le ha pasado algo?

—Nash, ella no fue capaz... —La voz de Luke a mis espaldas provocó que me volviese hacia él. Me sentía respirar de sobremanera. Estaba entrando en pánico—. Cuando llegamos al hospital, nos dijeron que el accidente había causado que mucha sangre se coagulara en su cerebro. Estuvo luchando hasta el final, pero no pudo... No pudo conseguirlo. Tuvo un infarto cerebral.


—¿Qué? —musité, retrocediendo a ciegas, en un acto reflejo—. No, no es verdad. No puede ser verdad. Eleonor no...

Miré a Olivia, rogándole en silencio que me dijese que era una broma. Pero ella negó con la cabeza, y todas mis esperanzas se rompierom en mil pedazos.

—Hace treinta minutos nos dieron la noticia —añadió con la voz rota—. Ha fallecido, Nash.

Dos palabras. Todo acabó con esas dos palabras.

De repente, empecé a sentir que ya no podía mantenerme en pie. Abrí la boca para decir algo al respecto, para gritarle que dejase de mentir, que quería que me dijese la verdad; pero no fui capaz de emitir ningún sonido. Escuché cómo estallaba en sollozos. Las lágrimas me nublaron la vista y el dolor recorrió todas y cada una de las partes de mi cuerpo, como si estuviese siendo aplastado en un espacio muy reducido.

—No. Estás mintiendo. No puede ser cierto. Ella no...

Un hormigueo repugnante me recorrió el estómago. Tenía ganas de vomitar. El corazón me iba a mil por hora y, con cada latido, sentía cómo se me iba rompiendo cada vez más. En trozos pequeños.

Necesitaba marcharme de allí. Quería abandonar mi cuerpo, convertirme en otra persona y huir.

«Mírame, soy patético. Ni siquiera tengo amigos».

«Me tienes a mí».

Pero ya no. Ya no.

No volvería a ver el brillo que aparecía en su mirada cada vez que estábamos juntos. No podría abrazarla de nuevo, ni tampoco sentir su cuerpo emanando calor junto al mío. No sería capaz de volver al parque, a aquel lugar tan importante para nosotros, sin recordar que fue allí donde nos dimos nuestro primer beso. Donde la vi llorar. Por mi culpa.

Me acordé de la sonrisa que apareció en su cara cuando le dije que lo sentía, de sus brazos rodeándome para hacernos caber a los dos en ese minúsculo sillón en el que nos tumbamos aquella noche para ver las estrellas.

Recordarla era como estar montado en un avión a punto de despegar, en donde el motor era el dolor. Como subir a una montaña rusa y quedarme atascado en una de las vías más peligrosas. Como si me rompiesen el corazón, pero de una forma todavía más cruel: partiendo los trocitos hasta hacerlos polvo.

Eleonor había llegado a mi vida para hacerme feliz y se había ido antes de lo previsto, destruyéndolo todo a su paso.

¿Qué iba a hacer yo ahora con tanto desastre?

—Nash. —La voz de Mike llegó a mis oídos de forma distorsionada. No me di cuenta de que estaba a mi lado hasta que me puso una mano en el hombro—. Nash, escúchame. Tienes que respirar, ¿vale? Tienes que respirar.

El pánico me congelaba las venas, me llegaba a los pulmones y me impedía hacerle caso. Me doblé sobre mi mismo y apoyé las manos en mis rodillas. Con la cabeza apuntando hacia el suelo, me era todavía más difícil tragarme el vómito. Intenté coger aire, pero no fui capaz.

Saber que estaba sufriendo un ataque de ansiedad después de tanto tiempo provocó que me pusiese todavía más nervioso.

Negué con la cabeza, en un grito de auxilio que nadie escuchó, pero que Mike supo que había emitido. Con suma rapidez, se agachó delante de mí y me cogió de la barbilla para obligarme a mirarlo a los ojos.

—Eh, escúchame, Nash —pronunció—. Respira conmigo, ¿vale? Estoy aquí. Estoy contigo. Tienes que respirar. Tienes que hacerlo. Hagámoslo juntos. Vamos, Nash. Respiremos los dos. Hagámoslo.

Me puso un brazo en la espalda y yo cerré los ojos para que me fuese más fácil centrarme en controlar mi respiración.

«Uno, dos, tres, cuatro...»

Las lágrimas rodaban por mis mejillas y el corazón me seguía latiendo con fuerza. 

«Cinco, seis, siete...»

Tenía que conseguirlo.

«Ocho, nueve...»

—Eso es, Nash. Sigue así. Vamos. Sigamos así.

«Diez, once, doce...»

—Mike, no puedo. —Tosí—. No puedo. Ella....

—Sí, sí que puedes. Claro que puedes. Siempre has podido.

Poco a poco, dejándome guiar por su voz, conseguí recuperar la movilidad de mi cuerpo. Los latidos de mi corazón fueron regresando a su ritmo normal, y por fin pude respirar correctamente. Aunque todo lo demás seguía igual. Las lágrimas en mis ojos, ese dolor intenso en el pecho y el mareo.

Justo cuando conseguí erguirme, Mike me rodeó el cuerpo con los brazos y nos fundió a ambos en un abrazo muy, pero que muy fuerte.

—Lo siento, Nash —me dijo—. Lo siento mucho.

Yo le respondí en el mismo tono de voz.

—No puede haberse ido. No quiero que lo haga. La necesito aquí, conmigo. A mi lado.

—Lo sé.

Tras unos segundos, conseguí deshacerme de su agarre. Mike tenía los ojos enrojecidos, aunque se limpió las lágrimas rápidamente y esbozó una sonrisa triste en cuanto se percató de que lo estaba mirando. Estaba intentando animarme, porque sabía lo duro que esto era para mí. Trataba de parecer fuerte para no hacerme sentir peor. Por eso era mi mejor amigo.

—Nash... —Olivia llegó a mi lado y me dio un suave golpecito en el brazo. Iba con cuidado, como si temiese que volviera a estallar en lágrimas otra vez—. Hemos llamado a su madre. Estaba fuera de la ciudad, pero ya viene de camino. Todavía tenemos permitido entrar en su habitación. Esto... ¿quieres entrar conmigo?

Se me cerró la garganta. Con solo pensar en verla ahora, se me ponía la piel de gallina. No quería recordar a Eleonor como un cuerpo sin vida escondido detrás de una sábana blanca.

Ante mi silencio, Olivia se volvió hacia Scott.

—¿Y Dylan? —preguntó este.

—No sabemos nada de él. No contesta al teléfono.

Apreté los labios al escuchar la respuesta de Devon.

—Nash —insistió la chica—, ven conmigo. Por favor.

Pese a que mi mente seguía rehusándose a ello, porque sabía que solo iba a servirme para hundirme aún más, terminé haciendo caso a mi corazón y asentí con la cabeza.

Olivia le dirigió una última mirada a la mujer castaña, que supuse que sería su madre, antes de hacerme un gesto con la cabeza y echar a andar por el pasillo. No tardamos mucho en dar con la habitación de Eleonor. La puerta estaba completamente cerrada, pero las luces del interior seguían encendidas. La chica fue la primera en pasar. Yo fui luego, y cerré la puerta a mis espaldas para sentirme más protegido.

Aunque cuando me di la vuelta y vi la sábana blanca que tapaba el cuerpo que había tendido sobre la camilla, mis defensas se vinieron abajo. Se me heló la sangre de nuevo, y el corazón me dio tal vuelco, que sentí que podría quedarme sin él.

Entonces, Olivia cogió cuidadosamente la tela con las puntas de los dedos para apartarla.

Yo cerré los ojos. No quería ver nada.

Y, cuando los abrí, me di de lleno con la imagen muerta de la persona que había conseguido ganarse mi corazón, para después romperlo en mil pedazos.

—Oh, Dios mío... —murmuró Olivia, llevándose una mano a la boca para ahogar sus sollozos—. Oh, Dios mío.

Con cada paso que daba hacia la camilla, fui perdiendo el hilo de sus palabras, hasta que llegó un momento en el que dejé de prestarle atención. Lo único que era capaz de hacer era mirar a Eleonor. O a lo que alguna vez fue Eleonor, y ahora parecía otra persona distinta.

Sus labios rojizos, que estaban secos, habían pasado a ser púrpuras y el tono de su piel era mucho más pálido que de costumbre. Sin embargo, su pelo seguía siendo su pelo, y sus manos todavía eran suaves. Tenía las mejillas ligeramente maquilladas y las uñas pintadas de rojo. Porque seguía siendo ella. Estaba ahí, tumbada delante de mí. Su rostro transmitía tanta serenidad, que podría haber pensado que estaba dormida.

Pero sabía que no era así.

Con las yemas de los dedos, le acaricié el hombro con cuidado. Luego, fui bajando por su brazo, mientras notaba cómo el frío de su piel se colaba en la mía. Repasé sus venas azules con el pulgar, tratando de ganar tiempo. No quería llegar al final, porque sabía lo que me esperaba.

No se la había quitado.

Allí, rodeándole la muñeca, dándole color a ese cuerpo sin vida, estaba la pulsera.

Tragué saliva. El pequeño barco que colgaba de la correa de cuero —algo desgastada por el uso— brillaba por culpa de la luz artificial. Mirarlo me traía tantos recuerdos, que me entraron ganas de darme la vuelta para no tener que verlo de nuevo. Sin embargo, antes de que me diese tiempo a efectuar un movimiento, Olivia llegó a mi lado.

Me puso una mano en el hombro, me dio un suave apretón y, con la voz casi quebrada, me susurró:

—Llévatela.

—¿Qué?

—Llévatela. La pulsera, llévatela. Se la quitarán para el entierro. Seguramente la tiren a la basura pensando que no tiene valor. Sé lo importante que era para vosotros, así que cógela y llévatela. No diré nada.

—Olivia...

—No te arriesgues a perder un recuerdo tan bonito como ese, Nash. No todos tenemos la suerte de tenerlo.

Tomé la decisión antes de oír el final de la frase. Con las manos temblorosas, deshice el nudo que unía ambos extremos y me guardé la pequeña cuerdecita de cuero en el bolsillo. Luego, aguardé. Tenía la esperanza de que Eleonor se despertara y me preguntase que qué estaba haciendo; que me dijese que esa pulsera era suya y no tenía ningún derecho a quitársela. Pero, por desgracia, tardé poco en darme cuenta de que ya no existía esa posibilidad.

Mierda, cuánto dolía.

De pronto, me di cuenta de que había empezado a llorar otra vez. Me dio dolor de cabeza, el corazón se me rompió de nuevo, y sentí cómo despegaba ese doloroso avión y cómo la montaña rusa volvía a detenerse en esa curva tan dolorosa. Odiaba esa situación. Quería despertarme en mi habitación y darme cuenta de que todo había sido un sueño.

Necesitaba encontrar una forma de volver atrás. No quería seguir viviendo de esa manera. No podría soportarlo.

Olivia me rodeó con los brazos, tratando de consolarme, y entrelazó las manos en mi espalda. Entonces, empezó a sollozar en mi pecho. Yo sabía que llorar era de inútiles y que no servía de nada; sin embargo, era lo único que tenía ganas de hacer en ese momento. De modo que solté lágrimas a mi antojo, y la chica esperó sin decir nada hasta que estuve listo para deshacerme de su agarre.

Su abrazo consiguió reconfortarme, pero no tanto como los de Eleonor. Ella tenía un don único para quitarme todos los males y ponerme la piel de gallina. No obstante, sabía que ya no volvía a sentir un abrazo como los suyos. Jamás.

Solo podía darlos ella, y se había ido.

Se había ido. Me había dejado solo.

Y, esta vez, para siempre.



*C va*


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