Pájaros en el techo (basada e...

By aylenfuente

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Pájaros en el techo - Aylén Fuente (basada en hechos reales)
Prólogo
Parte 1 - Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 6
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Parte 2 - Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Parte 3 - Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo

Capítulo 5

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By aylenfuente

—Hola Nanny, mi mamá nos va a preparar la leche. Justina está en la casa de su amiga, pero podemos jugar nosotros, ¿no? —El niño castaño de impresionantes ojos celestes observó a la niña sonriente e insegura entrar a su casa— ¿Y Omar?

—Omar se fue a natación con Nicolás. —contestó la niña, siguiendo el paso de su amiguito de seis años.

—¿Y tu hermano? —le preguntó el niño.

—Pintando con mi tía Laia. —Lucas y Nanny caminaron hacia la cocina y se sentaron sobre unas sillas de la mesa.

—¿Querés leche con chocolate? —Preguntó el niño con una sonrisa.

Nanny asintió tímida.

 —¡Mamá, leche chocolatada para los dos! —exclamó entusiasmado. —¿Qué te gustaría ver, Nickelodeon o El Hombre Araña? —el niño agarró el control de la televisión en sus manos y comenzó a cambiar de canal.

—¿El Hombre Araña?

—Sip. Mi película favorita ¿La viste?

—Creo…

—¿Te gusta Nickelodeon? —preguntó el niño.

—Sí, pero veo más Cartoon Network.

—¿Cartoon Network? A sí, pero yo veo más Nickelodeon… no sé por qué pero me gusta.

Nanny comenzó a observar la pantalla de la televisión en donde se encontraban los dibujitos animados.

—No. Ya sé. Veamos El Hombre Araña, es la mejor película. —El niño se puso de pie, caminó hacia el televisor, y con apenas tocar unos botones, la pantalla se volvió azul seguido por la portada de la película.

Nanny se sorprendió.

—¿Sabés qué? Yo cuando sea grande quiero ser como el Hombre Araña.

—¿En serio? —Nanny sonrió al verlo.

—Es mi héroe favorito, encima él tiene a una chica.

—¿Tiene a una chica?

—Sí. Y es re linda. Se parece a vos.

—¿A mí?

—¿Querés verla?

Nanny se encogió de hombros.

Dos tazas de chocolatada fría aterrizaron perfectamente sobre la mesa de roble. El niño sorbió un trago y le sonrió a su amiga, mostrando un bigote de leche sobre su labio superior.

—Ella y vos se re parecen. Salvo por el color de pelo. El tuyo es más lindo. —Lucas aproximó sus manos hacia el cabello de Nanny y lo acarició suavemente. La niña con las mejillas sonrojadas se alejó tímidamente de sus manos y observó la pantalla del televisor. La película había comenzado.

—¿Qué decís si después jugamos a que yo soy Peter Parker y vos Mary James?

—¿Qué?

Nanny se sentó sobre la silla para desayunar. A su lado estaba su hermano y Omar, su primo, tomando un café preparado por la tía Laia. Un dolor de cabeza había provocado unas grandes ojeras debajo de sus ojos, y cantidades de recuerdos de su pasado habían vuelto a reproducirse en su mente una y otra vez, atormentándola.

—¿Cómo descansaron? —preguntó Laia, masticando un pedazo de budín de vainilla.

—Tan fresco como siempre. —Suspiró Omar, peinando su pelo con sus manos.

—Bien, creo. —dijo Bastian, con su típica cara de dormido.

—Bien. —agregó Nanny, con una expresión fría y seca en su rostro.

—Hablé con Laura. —Los mellizos se congelaron al escuchar esas tres palabras de parte de su tía. — Su padre está con su abogado. Ya hicieron la denuncia, pero no se sabe nada de los criminales ni de las cosas que se llevaron.

—¿Mamá está bien? —preguntó Bastian, con una expresión de preocupación.

—Sí. —fue todo lo que dijo. 

El silencio en medio de la mesa provocó que Nanny profundizara sus pensamientos sobre el tema. Algo que temía hacer.

—Bueno —Omar se levantó de su asiento—. Es hora de ir al colegio, ¿vamos primos?

—¡Nanny! —Tiziano corrió a abrazarla al verla caminar hacia la puerta del salón. —Pensé que no ibas a venir, estaba preocupado. —Una pequeña curva en los labios de Nanny se formó al ver el desprolijo peinado de su mejor amigo.— ¿Cómo estás? —le preguntó, esperanzado a que ella le respondiera con la típica respuesta de todo el mundo: “bien”.

—Creo que bien.

—¿Creés? ¿Por qué?

—Empecé la mañana con pesadillas. Y digamos que verle la cara a mi primo no es muy lindo por las mañanas.

—¿Pesadillas? ¿De las comunes o las de siempre?

—Las de siempre, Tiziano. Fueron horribles.

Un brazo y una mochila rozaron los rizos de Nanny, quien giró su vista rápidamente hacia aquella persona.

Julio.

—Uhm… Nanny, creo que tu día podría mejorar. —El chico de cabellos dorados sonrío de forma pícara al ver a Julio pasar. El muchacho llevaba una bufanda azul, unos pantalones marrones y una buzo naranja. Su cabello negro se encontraba corto y prolijo.

—Ni se te ocurra, Tiziano.

Nanny entró al salón enseguida y se sentó sobre la primera mesa que encontró libre. Su amigo la siguió por detrás y la imitó. Un suspiro de parte de ambos provocó que un gran alivio los inundara.

Hoy habían conseguido sillas y mesas libres, no como otros días que tienen que ir a pedir a otros salones porque todos los bancos están rotos.

Julio entró por la puerta junto con un par de compañeros. Nanny notó cuan blanca era su sonrisa. Sus ojos se quedaron hipnotizados a cada movimiento que hacía aquel; sus manos volaban por los aires, sus ojos se achinaban al reír, sus piernas avanzaban hacia uno de los primeros bancos al lado de la ventana, y los pensamientos de Nanny nuevamente comenzaron a volar.

Nanny tragó saliva.

—¡Uf, no! Ahí viene tu primo y su amiguito… no me los banco. —murmuró Tiziano a su lado. 

Los pensamientos de su amiga se rompen al verlos, hace mucho no los veía juntos.

“Es una lástima que ambos hayan repetido tercer grado. Todo hubiera sido mejor si ellos estarían donde deberían estar”, pensó Nanny.

La profesora Flores, con nariz de corneta, los ojos cansados y arrugas en la cara; caminó hacia su banco con un rostro frío y aterrador. Todos sus estudiantes hicieron silencio al verla.

—Buenos días —exclamó.

Solo la mitad contestó: —Buenos días.

—Hoy me levanté con gripe. Me duele la cabeza y no me siento bien. Así que les voy a dar una fotocopia con un texto y preguntas, y van a tener que hacer un trabajo.

Julio, levantó la mano.

—¿Hay que entregarlo hoy?

—No. Es para mañana. Pero como va a ser muy largo, les sugiero que se junten en sus casas ¿de acuerdo?

Alguien en el fondo se animó a preguntar: —Profe, ¿podemos elegir nuestro propio grupo?

—No. Yo ahora voy a decir quién va a estar con quién.

El murmullo de la clase aumentó al oír las últimas palabras. Nadie estaba de acuerdo con la profesora de Historia.

—Bien —la profesora se sentó sobre su asiento y con un suspiro, comenzó a leer los nombres de cada grupo.— Son diez grupos en total, y en cada uno hay tres integrantes. No se preocupe la gente que hace siempre la tarea, porque los voy a reunir con gente que la haga también. Empiezo. Grupo uno… Pérez Julio, De la Vega Bastian y Avellaneda Lucas. Grupo dos… Torres Mariana, Avellaneda Justina y De la Vega Nanny. Grupo tres… Martínez Omar, Jorge Manuel y Rodríguez Miguel.

Nanny abrió grandes sus ojos y observó hacia la otra punta del salón donde se encontraban sus dos compañeras de trabajo: Mariana y Justina. La muchacha de cabello largo y rubio le sonríe.

Ella es Justina, la hermana menor de Lucas, la niña con la que jugaban de pequeños. En los últimos años ya no hablaban, porque desde que Lucas y Nanny se odiaron, se produjo una incómoda distancia que perduró bastante.

Hasta ahora.

Cuando Lucas había repetido tercer grado, se vio obligado a entrar a la misma clase que su hermana. Por eso tomó el control y le recomendó que no se juntara más con “la niña gorda”.

Al lado de aquella bella chica se encontraba Mariana, o mejor dicho Mar, como todos la llaman. Nanny y ella casi nunca hablaban, pero por alguna extraña razón, casi siempre les tocaba hacer los trabajos prácticos juntas.

A Nanny le cae bien… es más, a veces cree que tienen muchas cosas en común.

“Esta vez el grupo no va a ser tan feo”, pensó.

—Muy bien. Quiero que cada grupo se reúna con sus mesas y sillas. Quiero ver a todo el mundo trabajar. —La profesora Flores sorbió su nariz y bebió un poco de su café.

Nanny, sin prestar atención a lo que su mejor amigo le decía, levantó sus cosas y las llevó hacia la otra punta del salón, donde sus compañeras la esperaban.

—Hola chicas —sonrió tímida.

Ellas le devolvieron la sonrisa.

Mientras realizaban una parte del trabajo, las muchachas comenzaron a entablar conversación sin problema. Después de todo, las tres tenían una química inigualable. Casi parecían un grupo de amigas que se conocían hace años.

Mar propuso usar su casa para terminarlo después de la escuela. A Nanny le pareció buena idea ya que no quería volver a su casa para ver todo vacío. Así que las tres decidieron telefonear a sus familias para avisarles que después de la escuela no volverían. Salvo por la madre de Mar, que tendría que preparar el almuerzo para ellas.

La clase fue más divertida que nunca, Nanny se sintió muy a gusto con aquellas.

Cuando el timbre de salida sonó, algunas hojas de la carpeta de Nanny se habían caído al suelo, Justina se las levantó en cuanto las vio. Nanny no pudo creer que ella volvió a hablarle después de todo.

Los ojos de la muchacha rubia se veían tan puros y honestos al entregarle las hojas en sus manos.

—Gracias. —Le dijo Nanny, avergonzada.

—De nada, Nanny. Y… ¿qué vamos a comer, Mar? —preguntó Justina, arreglando el cierre roto de su mochila.

—No sé. Solo espero que mamá cocine sus riquísimas milanesas con puré. Muero de hambre —contestó la muchacha.

Mientras caminaban por el pasillo, Nanny notó que su hermano la estaba esperando en la puerta. A pocos metros estaba su primo y Lucas. Sus ojos se desorbitaron al intentar no verlos.

—Nanny, ¿ustedes van a ir a hacer el trabajo ahora o más tarde? —le preguntó.

—Ahora. No voy a casa, ¿ustedes?

—También.

Omar se acercó caminando junto con su mejor amigo y ambos se acercaron a los hermanos mellizos. Bastian giró para verlos y Nanny con un bufido se cruzó de brazos.

—¿Qué les parece tener a su primo devuelta en la clase? Increíble, ¿no? —Omar sonrió mascando chicle.

—Aburrido. Era más interesante cuando no estabas. —Agregó Bastian.

—¡Qué gracioso! —Omar sonrió falsamente. —¿Y qué te pasa a vos, Nanny? ¿Te comieron la lengua los ratones o estás asustada ahora que Lucas y yo volvimos a ser amigos? ¿Te asusta la idea, no? ¡Claro! A nosotros siempre nos gusta hacerte bromitas pesadas.

—Callate idiota. —masculló Nanny, sonrojada de rabia.

Lucas clavó su fría y seca mirada en Nanny. Ella notó su mala intención y se incomodó.

—Me tengo que ir. —La joven de cabello rizado saludó a su hermano y se escabulló entre los estudiantes para buscar a sus compañeras de trabajo.

“Espero que no se haya notado mi miedo. No puedo evitar recordar los sueños que tuve hoy… no podía mirarlos a los ojos a ninguno de los dos, estoy paranoica”, pensó.

Cuando su hermano mellizo se había ido caminando a paso de hormiga junto con su primo y Lucas, Nanny y sus compañeras caminaron en un silencio incómodo hacia la casa de Mar.

Por un momento, Nanny odió a su profesora de historia por hacerle hacer este trabajo para mañana. No tenía ganas de socializar ni estar con ellas… mucho menos con Justina, no quería volver a pasar vergüenza.

—Perdón que sea tan directa, pero tu primo está re bueno. —Comentó Justina, caminando junto a Nanny. Ella la observó de reojo y no dijo nada.— No me acordaba mucho de Omar… solamente que era un renegado y torpe. —Agregó sonriente.

—Cambió mucho. —contestó por fin la muchacha castaña.

—Para bien, porque tu primo es re sexy —sonrió pícara. Su cabello rubio voló hacia atrás al ser impactado por una ráfaga de viento otoñal—. Cambiando de tema, ¿Viste, Mar, cómo te miro Bastian? —Justina levantó el tono de voz, haciéndose parecer entusiasmada.

Mariana abrió grandemente sus ojos y se paralizó. Nanny, sin entender por qué Justina comentaba aquello, tragó saliva.

—¿Bastian mirarme a mí? ¡Por favor, Jus! —exclamó la muchacha de cabello largo y negro.

—¡En serio, yo lo vi! Creo que le gustás… ¿Vos sabés algo, Nanny?

—Nop. Hasta ahora mi hermano no me comentó nada…

Nanny, insegura de sí misma y con algunos cuadernos de anotaciones en sus manos, se aclaró la voz seguido por acomodar sus perfectos rizos castaños hacia atrás, para que el viento no provoque que su pelo pique sus mejillas.

Ella estaba deseando que sus padres estén bien, que todo se haga justicia y que puedan recuperar las cosas perdidas de su hogar.

También pensó en su hermano; en por qué no le comentó sobre que le gustaba Mariana, la simpática y tímida joven a la que en primaria cargaban por ser gordita.

Nanny entendió por qué se identificaba tanto con Mariana.

Era simplemente, porque la trataban igual que a ella.

Nanny pensó en lo lindo, divertido y cómodo que sería ser Justina, la rubia alta, delgada y hermosa del salón. Un tanto hueca, pero muy vivaracha.

Y es que en cada uno de ellos hay una fuerte historia, que hizo que crecieran así, que sean así.

Cuando las tres jóvenes de diecisiete años habían llegado a aquella bella casucha en una esquina, la comodidad las inundó. Todo era bien hogareño y tranquilo.

—¡Hola chicas, pasen! —les abrió la puerta una mujer de cabello canoso—. Justo estaba por servir la comida, ¿tienen hambre?

—Sí mamá, y mucha. —contestó Mar.

En ese momento, Nanny no sabía si dejar sus cosas sobre el sillón, la mesa, una silla o en el piso.

—Dejemos las cosas en mi cama —agregó la hija de aquella simpática mujer.

Justina y Nanny la siguieron por detrás y con una cierta timidez, dejaron sus mochilas y abrigos sobre la cálida y acolchada cama de Mariana.

Y cuando Nanny ni se había dado cuenta, ya estaba observando fríamente cada movimiento que hacía su compañera Mar, al verla sacar de su pequeño cajón de la mesita de luz, su peor pesadilla.

Un Tamagotchi.

Los ojos de Nanny se agrandaron al verlo en las manos de su compañera; tan llamativo e indefenso como solía verlo desde el principio.

—Perdonen, es que mi bebé no come desde hoy a la mañana, y mamá no me deja llevarlo a la escuela. En realidad, no me deja usarlo. Dice que es obra de Satanás. —masculló la joven dueña del cuarto.

—¿Obra de Satanás? —sonrió Justina, irónica.

—Sip. —contestó Mar.

—Mar, tu mamá tiene razón. —Agregó Nanny, con un pequeño terror en su pecho—. Esa cosa es adictiva y creo que ya es algo tonto, ¿no?

—Sí, bueno. Que tenga diecisiete años no quiere decir que no pueda hacer nada infantil, ¿o no? —Contestó Mariana con desgano— ¿Qué, vos nunca tuviste tu mascota virtual?

Nanny se paralizó, y al tragar saliva reprimió sus recuerdos para no volverlo a ver.

—No.

Desde la cocina, se escuchó el dulce grito de alegría:—¡A comer!

La mesa estaba repleta de carne y papas al horno que le daba una muy buena sensación al apetito de las chicas. Justina esperó a que Nanny y Mariana se sentaran y luego eligió su lugar: al lado de su vieja amiga, la niña que jugaba con ella durante su infancia.

La señora sirvió grandes porciones en cada plato y con mucha satisfacción, tomó asiento. Justina tomó una papa con el tenedor y se lo llevó a la boca, pero en cuanto Mariana la observó de reojo, no se la comió pensando que algo estaba haciendo mal.

—Vamos a orar. —comentó Mar, con su rostro frío.

—Oh.

Justina dejó el tenedor rápidamente sobre la mesa y se disculpó. Nanny todavía no entendía que era lo que iban a hacer.

—Bueno, es que nosotras somos adventistas y oramos antes de cada comida. —agregó la mujer.

Nanny y Justina asintieron y solo imitaron a su compañera en el momento de hacer “la oración”.

Nanny se sintió incómoda.

—¿Y cómo es eso de ser ‘adventista’? — preguntó Justina, tan curiosa como siempre.

—Es hermoso. —dijo Mariana—. Aunque algo molesto algunas veces… por ejemplo, estamos comiendo carne.

—¿Y…?—Justina insinuó por más.

—Elena de White dice que no debemos comer carne.

—¿Y quién es ella? ¿Su diosa? —preguntó Nanny, intrigada.

—¡Para nada! Nuestro único dios es el Dios de arriba. Elena de White es solo una profetiza.

—Oh…—Justina aún no había probado su plato de comida al oír aquellos comentarios—. Qué extraña religión. —Exclamó— ¿Y tienen algún tipo de reglas?

—Sip. No hacemos nada los sábados. Nosotros respetamos a los diez mandamientos del Éxodo.

—¡Difícil! —musitó Justina. —¿Qué ser humano de ahora puede seguir al pie de la letra los mandamientos del pueblo de Israel, hace muchísimos años atrás?

—Se supone que debemos respetarlos, nosotros somos la verdad.

—¿Y cuáles son los diez mandamientos, Mar? —volvió a preguntar Justina.

Nanny casi terminaba sus papas al horno al escucharlas hablar.

—¿Decirlas todas ahora? ¡No! Siempre tuve problemas al memorizarlas… lo que si me acuerdo es que dicen que no debemos robar ni matar, debemos amar a Dios, no debemos mentir, no debemos realizar actos impuros, debemos amar a nuestros padres y algunas cosillas más…

 —¿Robar? —Ironizó Justina—. Cool… ¿Y si no respetamos los mandamientos vamos al infierno?

—Algo parecido…—contestó su compañera.

—¡Qué interesante! —exclamó la joven rubia.

Nanny por fin entendió por qué Mariana de vez en cuando se portaba de una manera extraña.

—Si quieren, chicas, puedo llevarlas a la Iglesia con Mar, ¿quieren? —preguntó amablemente su madre.

Justina y Nanny cruzaron miradas de terror y solo sonrieron tímidas, para no parecer descortés.

—Claro, algún día…—masculló Nanny, después de beber un poco de jugo de naranja.

Cuando las muchachas habían terminado de almorzar y ayudaron a la madre de Mar a levantar la mesa, caminaron juntas hacia la pieza de su compañera para buscar sus cosas. Mariana, tan entusiasmada por la conversación que habían tenido en la mesa, sacó su Biblia de la biblioteca y propuso leerla un poco. Nanny y Justina se negaron dulcemente, y propusieron que sería más importante hacer aquel trabajo práctico que la maldita profesora Flores les había dado para entregar mañana.

Y no tenían mucho tiempo.

Mientras hacían su propio borrador de anotaciones, Mariana le había preguntado a Nanny cómo andaban sus padres con lo del robo. Nanny se sorprendió al enterarse de que ella sabía algo. Pero cuando Mariana le comentó que los había escuchado hablar a Tiziano y Bastian, se tranquilizó.

La única que no comentó mucho sobre aquel tema fue Justina, quien con los ojos grandes y aterrados observaba los labios de Nanny decir:

“Sí, robaron. Y se llevaron todo, TODO”.

Justina se dijo a sí misma que tendría que hablar seriamente con su hermano.

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