Pájaros en el techo (basada e...

By aylenfuente

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Pájaros en el techo - Aylén Fuente (basada en hechos reales)
Parte 1 - Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Parte 2 - Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Parte 3 - Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Epílogo

Prólogo

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By aylenfuente

Para el cumpleaños número diez de Nanny y Bastian, su tía Susana le había regalado a la niña un Tamagotchi, esos bichitos que están dentro de un aparato colorido que tenés que atenderlos cada vez que tienen hambre, y al niño, un buzo de Bugs Bunny, ese que tanto deseaba desde hace tiempo.

Nanny se había puesto tan contenta con su regalo que adoptó a su nueva mascotita y día a día la cuidaba como si fuera la cosa más importante de su vida. El pequeño bicho robótico se había convertido en una adicción, y su dependencia hacia él había llegado al extremo.

Su hermano mellizo, Bastian, no estaba de acuerdo con que su hermana se divirtiera con una de esas porquerías y no con él. Desde que Nanny se había convertido en su esclava, no le dirigía la palabra en ningún momento. Y eso lo mataba de celos.

Un domingo, cuando la tía Susana y la tía Laia habían llegado a casa de la familia de la Vega para almorzar pasta, Nanny había notado el triste rostro que tenía su tía favorita, Laia. Y como siempre, corrió hacia ella para abrazarla, esta vez, dejando el Tamagotchi sobre el acolchado de su cama. Su tía Laia la recibió con tanta emoción y cariño que luego de hacerle un par de cosquillas, le tendió un chocolate Kinder. Nanny por un momento se sintió mal al pensar en su hermano mellizo que no había recibido un chocolate, hasta pensó en convidarle la mitad, pero en ese momento vio cómo la tía Laia abrazó y besó a Bastian, regalándole uno igual al suyo. La niña sonrió satisfecha y corrió hacia su hermano para comparar sus chocolates y medir cuál era el más pesado, ya que eso significaba que dentro estaría la mejor sorpresa de todas.

Por la puerta, segundos después, entra la tía Susana con sus hijos gemelos: Omar y Nicolás. Uno de ellos tímido, y el otro extrovertido. Uno con la apariencia de un ángel, y el otro con la apariencia de un demonio.

Bueno, eso es lo que creía Nanny cada vez que jugaba con ellos… porque Omar siempre le pegaba o se burlaba de ella; en cambio Nicolás siempre le sonreía simpáticamente, la apoyaba en sus ideas con los juegos nuevos y siempre estaba de su lado. 

“Nicolás es el mejor primo de todos”, pensó la niña.

Los niños gemelos corren hacia sus primos mellizos, Nanny y Bastian, para abrazarlos después de una semana de abstinencia a los juegos entre pares. Los cuatro crearon una pequeña ronda, y, saltando mientras giraban, festejaron su reencuentro. Hoy sería un gran día para los cuatro, ya que después de comer, irían a dormir a la casa de la tía Susana para pasar unos días de las vacaciones.

La tía Susana se acercó a Bastian y lo estrujó en un abrazo mientras besaba su mejilla derecha, dejándole la marca de sus labios en color rojo carmesí. Bastian protestó con un quejido y se limpió las marcas de su rostro con su buzo gris de Bugs Bunny. Sus primos rieron al verlo, menos Nanny, quien sabía que ahora le tocaba a ella. La loca de los besos se acercó a su única sobrina mujer y la besó fuertemente en la mejilla, luego en la frente y después en la cabeza.

—¡Cada día más hermosos, mis sobrinos!—exclamó la tía Susana, arreglándose su enrulado peinado pelirrojo.—¡Tengo la familia más hermosa de todas!—caminó trastabillando por culpa de sus tacones viejos y se acercó hacia Samuel, su hermano preferido.

—¡Hola, querido!—besó ambas mejillas.

Samuel se encontraba ayudando a su hermosa y querida esposa Laura, mientras ella revolvía los espaguetis y él rallaba el queso.

—¡Laura!—la saludó alegremente.

—Hola Susana, ¿cómo andás?—Laura secó sus manos con el delantal de cocina que llevaba puesto.

—¡Chicos, saluden a sus tíos!—gritó Susana, llamando a sus gemelos.

Los pequeños obedecieron y llegaron corriendo al instante a la cocina, para abrazar a sus tíos.

—Traje el vino que le gusta a Samuel y flan para el postre.—Susana sacó de su bolso una fina botella de vino argentino directo desde Mendoza y se lo entregó a su cuñada Laura, para que se encargara de él.

La tía Laia entró a la cocina y saludó a su hermoso hermano Samuel y a su cuñada Laura. Ambos la recibieron amablemente.

—Yo bueno, traje Coca cola y más chocolate para los chicos, que sé que les encanta a Nanny y a Bastian.—Sonrió al colocar la botella de coca cola sobre la mesada de la cocina.

—¡Ay, Laia! ¡Tanto chocolate a los chicos les va a hacer mal!—exclamó Susana.

—Bueno, creo que los niños no comen mucho chocolate, ¿no viste lo delgados que están?–bromeó Laia, con una sonrisa.

Mientras las hermanas de La Vega ponían la mesa y ayudaban a su hermano y cuñada a cocinar, los cuatro niños estaban en la pieza de Nanny, jugando a las muñecas.

Nanny tenía a su favorita, Carla; Bastian tenía a Kelly; Omar a un dinosaurio de plástico que le faltaba la cola y Nicolás tenía a una muñeca de tamaño real que le faltaban los ojos. Desde que Omar y Nicolás habían descubierto su pasión por crear historias con muñecos, adoraban la idea de entrar siempre a la pieza de su prima Nanny para jugar. A demás ella siempre olía bien, el suelo estaba tapizado de felfa morado y todo a su alrededor hacía juego. No como en la pieza de su primo Bastian, que lo único que había eran posters de Bugs Bunny, de orquestas sinfónicas, bandas de rock e instrumentos de cuerda por todos lados… sin mencionar que sus ropas sucias estaban esparcidas por el suelo.

—¡A comer!— se escuchó la voz de Laura, desde lejos. Los cuatro se levantaron de un salto y entusiasmados, corrieron hacia la puerta.

—Ey Nanny, ¿me imagino que no le vas a contar a nuestros amigos que jugamos a las muñecas con vos, no?—Omar la observó con desconfianza, antes de abrir la puerta.

—No, se los prometo.—Contestó la niña, satisfecha por el juego.

Omar abrió la puerta y detrás de él desaparece Bastian, ansioso por comer su plato favorito.

Nanny había decidido quedarse unos segundos más para guardar a Carla dentro de su cofre.

—Nanny.—dijo Nicolás, en la entrada de su pieza.

—¿Qué pasa, Nico?

—Después tengo que contarte algo… es sobre mi mamá y la tía Laia.—el niño frotó su brazo, algo nervioso.

—¿Es algo malo?

—Creo que sí.—su rostro mostró preocupación.

—Bien, después de comer me lo decís. Ahora muero de hambre…—la niña sacudió su pantalón y observó a su primo. Nicolás asintió.

—Pero que sea en un momento que Omar no escuche… él se lo va a decir a todos.

Antes de ir a comer, Nanny guardó su Tamagotchi en el bolsillo por si su mascota necesitaba alimentarse.

—¡No saben lo que fue viajar en tren hasta acá! ¡Uf, me tiene harta estas líneas que se cancelan cada dos por tres!—comentó Susana, sirviéndose queso sobre sus fideos.

—¿Los trenes se habían cancelado?—preguntó Samuel, sirviéndose otro plato de espaguetis.

—No, hoy por suerte no. Pero ayer para ir a lo de mi amiga fue un quilombo.

—A veces no es culpa de la línea, es culpa de la gente que corta las vías. —Agregó Laia después de tomar un trago de vino.

—¿Y Laia, cómo te está yendo con esa nueva pintura con la que estás trabajando?—le preguntó su hermano.

—Bien, gracias. Enrique me la quiere comprar.—sonrió orgullosa.

—¿En serio? ¡Guau!—se sorprendió Laura.—La próxima vez que vayamos a tu casa quiero comprar alguno para las paredes del pasillo, casi siempre que paso siento que le falta algo… ¡y nada mejor como un cuadro pintado por Laia, una gran artista!

Las mejillas de Laia se habían sonrojado por semejante elogio de parte de su cuñada.

—Gracias, en serio. Mi sueño siempre fue pintar, y me hace tan feliz de que a mi familia le guste.

—¡A mí me encanta tía, yo quiero pintar y dibujar como vos cuando sea grande!—comentó Bastian, con la salsa de tomate alrededor de sus labios.

—¡Ay Bastián, limpiáte la boca!—Nanny golpeó levemente su hombro.

Omar y Nicolás rieron ante su reacción.

—¿Y a vos, Susana, cómo te va con tu nuevo trabajo de cocinera?—Laura servía coca cola sobre el vaso de su esposo.

La tía Susana tragó forzadamente y respiró hondo, antes de responder.

—¡De diez, sí, me va de diez! El doble turno de lunes a viernes me está matando… pero amo cocinar, es mi vida. Y estoy segura que la gastronomía es lo mío.

—¿En dónde trabajás, tía?—preguntó Nanny, después de tomar un trago de coca cola.

—¿Viste el restaurante ese al que los llevé a comer el otro día?

Nanny levantó su mirada hacia arriba, pensando.

—Sip.

—Bueno, ese mismo.—sonrió.

—Guau, ¡el de cinco estrellas!—exclamó Bastian, sorprendido.

El rostro de Nicolás cambió por completo. Su mirada cayó al suelo y con su pie, pateó levemente la pierna de Nanny. Ella levantó la vista y asintió con la cabeza, preguntándole qué pasaba.

Nicolás acercó su rostro al de ella, con una de sus manos ocultando su boca para decir un secreto y le dijo:—mi mamá no tiene ningún trabajo.

—¿Qué?—preguntó su prima, sin entender.

—Secretos en la mesa es de mala educación.—Acotó Omar, muerto de celos de que su hermano no compartiera con él su secreto.

—¿El dicho no era, secretos en reunión, es de mala educación?—preguntó Bastian.

—Es lo mismo.—Omar le sacó la lengua.

Nanny, sin importarle el comentario de Omar, observó a su primo Nicolás con curiosidad… “¿Me dijo que la tía Susana estaba mintiendo?” Pensó.

—Chicos, se portan bien ¿me escucharon?—Laura besó las mejillas de sus mellizos, sabiendo que los iba a extrañar en estos tres días que no los vería.

—Tranquila Laura, ¡si tus hijos son unos santos!—exclamó Susana, despidiéndola.

—Ya lo sé, pero es que los voy a extrañar. Ellos son mis consentidos.

—¡Ay mamá, basta! ¡Me arrugás mi buzo favorito de Bugs Bunny!—protestó Bastian, intentando alejarse de los brazos de su madre.

—Perdón hijo… ya te guardé tus CDs favoritos de esas cosas que te gustan a vos.

—¡Rock y música clásica, mamá!

—Sí sí, eso…

—¿Y el de Nirvana me guardaste?

—Sí. Ese también.

—Menos mal, sin mi música no puedo vivir.—el niño cargó su mochila sobre su hombro.

—Y a vos Nanny, te guardé algunos libros y em… tu perfume y tu agenda, ¿está bien?

—Sí, mamá.—la abrazó.

—Adiós hijos, no quiero que hagan enojar a su tía Susana, ¿me escucharon?

—Sí, papá.—contestaron al unísono.

Mientras caminaban hacia la estación de trenes, los niños se despidieron de su tía Laia, quien tomaba solo un colectivo para llegar a su hogar. Nanny sabía muy bien que ahora deberían portarse de forma correcta porque la tía Susana estaba a cargo.

Y cuando ella está a cargo las cosas se salen de control… bueno, no todas. Algunas.

El problema es que la tía Susana a veces desaparece, y Nanny siempre tiene que encargarse de los hombres. Y eso era demasiado para ella… ¿por qué no le tocó tener alguna prima o hermana mujer que la entendiera?

—Nanny, voy a comprar alguna gaseosa para el viaje y luego mis remedios… no voy a tardar mucho, el tren viene en veinte minutos. Así que por favor, cuida a tu hermano y a tus primos de que no hagan líos, ¿sí?—su tía arregló su viejo vestido de ama de casa y a los segundos se esfumó, sin dejarle tiempo a su sobrina de que le contestara.

—Uf. Siempre yo los tengo que cuidar… ¿No entiende que tengo la misma edad que ustedes?

—Pero vos sos mujer, y sos la más responsable. Nosotros somos machos y no sabemos lo que hacemos.—bromeó su hermano.

—Sí claro…—bufó, después de sacar su Tamagotchi del bolsillo.

—¡Uh, otra vez con esa cosa!—exclamó su hermano, esta vez con el ceño fruncido.

—¿Qué nene? ¡Es mío! ¡Dejá de joder!

—¡Estuviste toda la semana con eso, lo odio!

—¿Por qué, eh? Porque es más divertido que vos, ¿no? ¡Ja!—le sacó la lengua.

—Bien. Si Nanny quiere jugar con esa cosa hasta que mi mamá vuelva, nosotros vamos a jugar con la gente.—le propuso Omar a Bastian.

—Pero… ¿con la gente?

—¡Sí! Vamos a jugar que somos un par de huérfanos que necesitan monedas para comer.—sonrió travieso.

—¡Sí, que divertido!

Omar y Bastian desaparecieron entre las personas del andén.

—¿Y? ¿Vos tampoco vas a ir con ellos?—le preguntó Nanny a Nicolás, pulsando las teclas naranjas de su mascota virtual.

—Nop. Quiero aprovechar este momento para contarte… eso, sobre lo que me enteré de mamá y la tía Laia.

Nanny suspiró impaciente.

—Bien, ¿qué cosa? Que sea rápido porque ahora tenemos que ir a buscar a ese par de bastardos que por su culpa la tía Susana me va a retar.—dijo sin despegar los ojos del Tamagotchi.

—Es que… yo sé que no es bueno escuchar las conversaciones de los grandes. Pero Nanny, escuché algo que me puso muy triste.—al escuchar aquello, Nanny levantó la vista solo por un segundo para contemplar los ojos tristes de su primo favorito.

—¿Y qué tan feo es eso que escuchaste hablar a las tías? ¿Qué no te van a regalar nada para navidad?—la niña limpió el estiércol de su mascota.

—Mmm, nop. Eso no.

—Bueno Nicolás, me estás poniendo nerviosa, ¿qué es lo que pasa?

Un chico de aproximadamente quince años, vestido de negro y con una visera azul sobre su cabeza, pasó corriendo al lado de Nanny y le arrebató el Tamagotchi de las manos. Nanny reaccionó de inmediato, y con el ceño fruncido comenzó a correrlo.

—¡Ey, es mío! ¡Cómprate el tuyo, analfabeto!

—¡Nanny, no! ¡No lo corras!—exclamó Nicolás, intentando detenerla.

—¡Soltame Nicolás! ¡Ese estúpido se está llevando a mi bebé!—lo empujó, librándose de él. —¡Ayuda, me robaron!

El joven muchacho vestido de harapos saltó debajo del andén. Ahora Nanny dudó si debía saltar y perseguirlo para rescatar su regalo de cumpleaños.

El ladrón de juguetes comenzó a correr por las vías, y Nanny, tan intrépida y furiosa siguió persiguiéndolo, hasta casi alcanzarlo.

—¡Devolvéme mi Tamagotchi!—Nanny se trepó sobre él y ambos cayeron al suelo de piedras húmedas.

—¡Nanny!—exclamó Nicolás, creyendo que algo malo le había pasado a su prima. En ese momento, decidió correr con todas sus fuerzas y rescatar a Nanny y al Tamagotchi, como lo habría hecho uno de sus héroes favoritos de los cómics.

El joven ladrón se levantó de un salto arrojando al Tamagotchi sobre las vías y se esfumó, corriendo como un animal salvaje.

Nanny se arrodilló adolorida sobre las piedras y frotó su brazo que estaba raspado.

Nicolás, quien vio que el Tamagotchi voló lejos hacia las peligrosas vías, decidió ir a rescatarlo a él antes que a su prima. El niño tenía un mal presentimiento, por eso quería compensarlo con convertirse en un héroe y salvar el tesoro más preciado de Nanny, su prima favorita.

—¡Nicolás! ¡No vayas, el tren va a salir!—gritó ella, poniéndose de pie.

Pero el niño no la escuchó, porque las campanas avisaban que el tren estaba por marcharse.

Lo último que Nanny vio fue a su primo levantar al Tamagotchi de las piedras, seguido por ser atropellado atrozmente por el tren.

Desde ese día, todo había cambiado.

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