La Única (COMPLETA)

By KathleenCobac

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Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
Preguntas rápidas La Única
RE EDICIÓN DE LA ÚNICA

Capítulo XXXII

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By KathleenCobac

Notas:

Ya en la recta final solo les puedo decir que ante cualquier detalle que se me haya pasado, me disculpen.
Este es el capítulo más difícil que me ha tocado escribir. Demasiados detalles, demasiadas emociones, así que espero haberlo condensando bien.

¡Disfrutenlo!

...

XXXII

MAXON

No podía estar haciendo esto.
Era una tortura.

Aguardé detrás de la puerta mientras mi madre me sujetaba por el brazo. Debía haber sido al revés y yo sostenerla a ella, pero si la soltaba probablemente saldría arrancando o caería al suelo.

La necesitaba para no desmayarme.

Escuché la música y cerré los ojos.

—Aún estás a tiempo Maxon —me susurró ella viéndome de reojo—. No hagas esto...

Apreté los labios.

—Ya lo hablamos madre —dije bajito sin mirarla. Porque sabía que si hacía contacto con sus ojos me derrumbaría—, esto es lo correcto.

Ella respiró hondo. Casi podía decir que estaba enojada.

—¿Correcto para quién? —exclamó intentando controlar el tono de voz—. Yo aquí solo veo errores Maxon. Creí que después de todo lo que había ocurrido este año te casarías con...

—Ya, déjalo así, por favor...—supliqué angustiado. Recordar mi último encuentro con America me estaba matando lentamente. Al menos se había llevado un recuerdo tangible de mi amor por ella. Ya que lo nuestro jamás podría ser posible.

—Hijo... no estoy entendiendo nada...—su tono de angustia me rompió el corazón. ¿Cómo explicarle a mamá? ¿Cómo decirle que esta boda era un plan de mi padre para evitar los ataques del sur? ¿Cómo confesarle que él estaba liado con ellos? ¿Cómo revelarle todo eso sin matarla de tristeza?

Cerré los ojos y le besé la frente.

—No tienes nada que entender má...—le susurré—. Siempre amé...a Kriss...

Decir eso en voz alta me valió una entrada al infierno de los mentirosos. Creí que sería fácil fingirlo, pero si con solo mencionarlo la voz me había traicionado, ¿cómo iba a pretender por el resto de mi vida frente a todo el país que estaba realmente enamorado de ella?

Mi madre cerró los ojos con cansancio. Durante todo el día había estado acostada debido a un fuerte dolor de cabeza, incluso hasta pocas horas antes del inicio de la ceremonia.

Podía notarlo al ver sus ojos irritados y cansados, era razonable que le molestaran la luz y la música. Pero aún así se mantenía regia y erguida, como toda una reina.
No quería discutir con ella y tampoco darle más razones para que se pusiera peor. Suficiente tenía con todos sus problemas diarios, y sumarle a ello aquella decisión tan abrupta de casarme con Kriss en menos de una semana del último ataque, había sido un golpe bajo para su estado de salud.

Pero al parecer el argumento de que había estado a punto de perderla en el ataque y que habíamos recapacitado fue suficiente para convencer a mi padre y mi madre de oficializar la boda.

Él fue quien se vio más aliviado con la noticia y decidió duplicar la cantidad de soldados en el salón por si alguien se atrevía a detener la ceremonia.
Fue mi madre la que aún no podía comprender mi actitud. Sabía que no me creía, pero no podía dar explicaciones de nada.

Ya no había marcha atrás.

—Solo espero que seas feliz...—susurró mirando hacia el frente. Cuadró sus hombros y alzó en mentón con elegancia. Detrás de sus palabras se filtraba la rabia y la dureza por no poder hacerme cambiar de opinión. Sabía que le estaba mintiendo, que estaba haciendo algo que no quería.

Pero prefería que lo creyera a que tuviera la certeza de que así era.

Cuando la música cambió se me heló la espalda. Me afirmé con más fuerza de su brazo. Ella colocó su mano libre sobre la mía que sobresalía por el hueco de su codo, y apretó. Conteniéndome.

—Es hora... ¿estás seguro?

Tragué saliva.

¿Estaría America entre los invitados? Necesitaba verla al menos una vez más.

—Lo estoy...

Entonces las puertas se abrieron. La música era lenta, melodiosa y sumamente... pomposa. La gente estaba de pie, observándome. Un hombre se cruzó delante de mí antes de que pudiera si quiera parpadear y comenzó a tomar fotografías.

Cerré los ojos un segundo cuando la luz del Flash quedó impregnada en mis retinas. Comencé a ver cuadritos blancos por todos lados.

—Un poco más lejos...—le susurró Gavril, que, ataviado con un traje espectacularmente... brillante, intentaba guiar al fotógrafo. ¿Qué acaso ese sujeto no sabía que debía tomar distancia para sacar una buena fotografía?

Por un segundo intercambié una mirada con Gavril y lo vi rodar los ojos al cielo como si estuviera criticando mi actitud con aquella boda.
¿Quién lo entendía? Si para la fiesta de año nuevo me había obligado prácticamente a besar a Kriss frente a todo el mundo.
Comencé a caminar lentamente siguiendo el sonido de la música que reverberaba en todas las paredes. Cada paso era una tortura. De algún rincón la voz suave de una mujer se mezcló con las cuerdas.
Estaba aterrado.

Mi padre esperaba al final del altar a un costado. La madre de Kriss aguardaba del otro. Cuando le había comentado a ella que producto de la boda debía de invitar a sus padres, entró en pánico, especialmente cuando el mío había amenazado la vida de ellos. Así que invitó solo a su madre con la única condición de que un grupo de soldados la mantuviera vigilada.
Así que le solicité a Roger y a un par de soldados de la confianza de Aspen que la cuidaran.
Aún así, ver a la mujer a los pies del Altar esperando a su hija me causó una terrible sensación de culpa. Miraba de reojo a mi padre como si no confiara en él y le sonreía a la gente con la misma timidez de Kriss.

Cuando llegué al final del altar el sacerdote hizo una reverencia, mi madre se inclinó elegantemente y luego papá le ofreció la mano. Los dos sonrieron con dulzura y por un momento me sentí en un universo paralelo. Aunque había algo en la expresión de papá que me ponía nervioso, más aún cuando lo veía mirar hacia los lados cada cierto rato.

Tal vez temía por un ataque que arruinara aquel día.

El Sacerdote me obligó a quedar a un lado de mis padres viendo hacia el frente y me atreví a estudiar a los invitados. Había demasiada gente y no conocía a nadie. O al menos, no había caras conocidas.

Se suponía que al casarme con una seleccionada habrían invitado a las demás chicas, pero como era una boda prácticamente de emergencia solo estaban los alcaldes, asesores e incluso actores, actrices o modelos que en mi vida había visto.

Había mucha gente, demasiada... pero no había nadie que realmente importara. Al menos si hubieran estado mis amigos tal vez no me habría sentido tan solo.

El sacerdote bendijo una sarta de cosas a las que apenas le puse atención. Aquello por suerte prolongaba más de lo necesario la entrada de Kriss.
Había practicado una sonrisa frente al espejo toda la semana para que se viera realista. Pero todo lo que había resultado eran unas horribles muecas desganadas y desilusionadas.

En algún momento el hombre me bendijo y mencionó algo sobre la prosperidad y la fertilidad que me heló hasta los huesos.
Algunas personas bostezaban y otras se mantenían con la vista ilusionada ante lo que estaba sucediendo en el altar. Mis ojos vagaron sutilmente por entre los invitados pero no logré ver a America, tal vez estaba más atrás, y no la culpaba.

Si hubiera que tenido que asistir obligado a su boda tampoco habría querido estar en primera fila viéndolo todo.

Apreté los puños.

Cuando el Sacerdote alzó el báculo de oro y lo deposito en cada uno de mis hombros como señal de honor y fuerza como esposo y compañero, fue cuando la música cambió lentamente.

Era hora de recibir a la novia.

Cerré los ojos con pesadumbre para poder contenerme y no saltar por una ventana.
Y ahí fue cuando algo vibró sobre nuestras cabezas. La música se apagó de golpe y todos miramos hacia arriba.

Y... algo explotó.

—¡Ataque! —gritó alguien. Y la gente se volvió loca.

Miré hacia todos lados sin comprender nada. ¿Qué estaba ocurriendo?

Mis padres se abrazaron, el sacerdote se escondió debajo del altar y yo agarré a la madre de Kriss de la mano.

Un grupo de guardias nos rodearon para protegernos, pero sucedió algo extraño.

Comenzaron a disparar a los invitados.

Me lancé al suelo llevándome a la madre de Kriss conmigo. Los soldados no dejaban salir a nadie. ¿Qué estaba ocurriendo?

¿De dónde venía el ataque?

—¡Mi hija está arriba! —exclamó la madre de Kriss. Solo entonces comprendí que habíamos escuchado la explosión fuera de las puertas del salón.

Me arrastré por el suelo hasta llegar a ella.

Los disparos llenaron el aire, los gritos de desesperación, las pisadas, la gente intentando arrancar.

¡Estábamos acorralados!

¿Qué estaba ocurriendo?

—No, ¡tengo que ir por mi hija! ¡Mi hija! —exclamó la mujer que se puso de pie de golpe.

—¡No! ¡Agáchese! —grité. Entonces la vi caer repentinamente hacia atrás de golpe—. ¡NO! —Gateé hasta ella, la mujer tenía una herida sangrante al costado del abdomen—. Mantenga la calma, estará bien —jadeé. Me arrodillé manteniendo la cabeza agachada y me quité la capa haciendo un muñón para aplacar la sangre que emanaba de la herida.

—Kriss... Kriss...—sollozaba.

Comencé a desesperarme.

—Por favor, respire... respire...

—¡MAXON!

Me volteé con fuerza. Mi madre estaba bajo los brazos de mi padre siendo protegidos por un grupo de soldados que disparaban hacia los rebeldes infiltrados.

¿Cómo había sido tan idiota? ¿Cómo no me había dado cuenta?

—¡La madre de Kriss está herida! —grité.

De repente un chico se agachó a mi lado. Casi lo golpeo creyendo que era un rebelde, pero resultó ser Graham.

—¿Qué haces aquí? —lo miré sorprendido. Él achicó los ojos.

—Vi a un grupo de rebeldes entrando al palacio desde los establos —se arrodilló al lado de la mujer y presionó la herida con la capa—. Mantente a salvo, yo me encargo de ella...—miró hacia el techo—. ¡Ve por Kriss!

Asentí sintiéndome algo perdido. Los gritos y la desesperación de los invitados llenaban todo el Salón. Delante de mis ojos había mucha gente herida...

—¡Maxon! —la voz de Roger llamó mi atención, se inclinó a mi lado y me entregó un rifle—. Sé que sabes usarlo y sin Aspen aquí eres el único que puede ayudarnos.

Asentí. Miré hacia arriba calculando la trayectoria de las balas y cuando vi un resquicio libre me puse de pie de golpe y salté sobre el altar hacia el otro lado apoyando el rifle en el mármol. Miré detenidamente el caos alrededor. Había gente llorando en el suelo y soldados peleando contra compañeros.
¿Cómo saber quién era quién?

—¡Haser! —gritó Roger escondiéndose junto a mí detrás del altar, y sin siquiera pensarlo dos veces comenzó a dispararle a uno de los soldados que solía acompañar a mi padre.

—¿Qué haces? ¡Es del sequito de mi padre!

—¡Es sureño! —gritó, y volvió a disparar contra otro tipo que tenía una barba rubia.

—¿Cómo lo sabes?

Me miró de costado antes de volver a cargar su arma y disparar contra otro soldado.

—Porque soy del norte —dijo. Me quedé congelado un momento viendo cómo disparaba contra cada uno de los soldados que peleaban al fondo del salón.

—¡¿Qué tú, qué?!

—¡Abajo! —exclamó empujando mi cabeza. Ambos quedamos agachados contra el altar. El sacerdote estaba encogido como un cachorro asustado en el hueco que había bajo la mesa.

—¿Cómo que eres del norte? —exclamé.

Se giró por encima de su hombro levantándose para ver sobre la superficie del altar y disparó otra vez.

—Somos muchos Maxon, estamos aquí para protegerte... —contestó agitado volviendo a apoyar la espalda contra el altar.

—¿De qué? —grité.

Me miró una vez más antes que una bala pasara justo por sobre su cabeza salpicando el mármol del altar.

—¡De Coil! —Se inclinó hacia el costado y entonces me agarró por el brazo—. ¡Ahora! ¡Dispara!

—¿A quién? —grité.

—¡A todos quienes están disparando a la gente!

Asentí aterrado. Me encaramé sobre el altar y cerré un ojo sobre el rifle. Estaba acostumbrado a usar uno contra un animal indefenso mientras yo estaba oculto entre el follaje. Pero con todo el mundo en movimiento... ¿cómo atinarle al rebelde correcto?

Entonces lo descubrí. Eran quienes estaban bloqueando las entradas.

Apunté y disparé.

Intenté no dejar a ningún muerto y procuré que las balas les dieran en las piernas o brazos para dejarlos inútiles. Miré hacia todos lados.
Divisé al fondo del salón a Philippo peleando cual karateka contra unos sujetos que se le lanzaron encima. Los soldados de nuestro lado lo ayudaban a combatir. Entonces me di cuenta que no me había preocupado por America.

Con desesperación comencé a buscarla por entre las personas. Nadie podía salir del salón, nadie podía escapar y las pocas personas que estaban en el suelo no se parecían a ella. Pero... ¿Dónde estaba?

Me agaché apoyando la espalda contra el altar, Roger estaba sudado y respiraba agitado.

—¿Has visto a America? —le pregunté aterrado. Me miró un segundo y luego tragó saliva.

—¡Mierda! —exclamó. Una silla voló por encima de nosotros y chocó contra las cortinas con estandartes que decoraban el fondo del salón. El sonido de vidrios rotos indicó que había llegado hasta el otro lado.

—¿Qué ocurre? ¿Dónde está America, Roger? —exigí saber. Las balas seguían chocando a nuestro alrededor. Los gritos no cesaban, el terror y el aroma a pólvora inundaban el aire. Respiré agitado encogiendo las piernas con la espalda apoyada contra las paredes del altar. El sacerdote gemía y gritaba como un cachorro.

Los ojos de Roger temblaron.

—Me pidió salir del salón cuando entraste, ¡está en el jardín!

—¿Qué? —jadeé—. No me digas que...

Se escuchó un grito grupal, como si estuvieran forzando algo tras de nosotros. Pero mi cabeza solo pensaba en America.

—Pero el ataque estaba planeado para boicotear la boda...—dijo desesperado—. Tiene que estar bien, America es inteligente, sabrá ocultarse.

Asentí inseguro.

Diablos America... ¿Dónde te metiste?

Estaba tan desesperado por saber de ella y de Kriss que tenía que encontrar un modo de salir por la puerta principal.
Cuando alcé la cabeza para mirar por encima del altar otra vez, vi que varios de nuestros soldados tenían rodeados y desarmados a un grupo de rebeldes. Los otros estaban desmayados en el suelo.

Alguien logró abrir la puerta principal y mucha gente arrancó despavorida.

Me puse de pie a la defensiva, sosteniendo el rifle ante cualquier amenaza. Mis padres estaban protegidos detrás de las cortinas con un grupo de soldados que los sacaron del área de tiro.

No comprendí nada. Se había infiltrado un grupo de rebeldes del sur con armas peligrosas, llenaron el salón de personas sin poder salir, y sin embargo... solo había heridos.

Por suerte.

—¡Atenlos de pies y manos y llévenlos al calabozo! —ordené gritando con todo lo que me dieron los pulmones.

Los soldados me quedaron viendo un segundo como si no pudieran creer que la orden viniera de mi boca.

—¡LLÉVENSELOS! —grité.

Y de inmediato se pusieron en marcha acarreando con ellos a los rebeldes heridos y a los ilesos.

Me alejé del altar hacia mis padres. Aunque en realidad estaba más preocupado por mamá, que estaba pálida.

—Maxon, gracias a Dios... —me abrazó con fuerza.

—¿Están bien?

Papá miraba hacia todos lados visiblemente aterrado.

—Fue una emboscada —observó. Achiqué los ojos, algo en su tono de voz no estaba bien.

—¡Maxon! —escuché tras de mí. No era la voz de America pero por un momento mi mente distorsionó la de Celeste haciéndome creer que era ella.

—Celeste, estás a salvo, gracias a Dios —me acerqué aún acarreando el rifle conmigo. Detrás de ella vi a Roger y a otro grupo de soldados agacharse a un costado del suelo sobre algún compañero.

—¿Están todos bien? —preguntó Philippo. Tenía el ojo morado y la boca con sangre, pero por lo demás parecía ileso. Ella lo abrazó. Alcé una ceja intentando no parecer obvio.

—Eso creo...—miré a todos lados—. ¿Han visto a America? —pregunté nervioso. Mi cabeza seguía sin entender absolutamente nada.

¿El ataque tenía como fin detener la boda? Pero ¿no era lo que Coil quería? ¿Lo que mi padre quería? Me llevé una mano a los ojos sin comprender absolutamente nada.

—Salió al jardín poco antes de que entraras —contestó Celeste angustiada. Arrastré la mano hasta mi boca, exhausto. Haber mantenido la concentración y disparar a un blanco en movimiento sin saber si era el correcto o no, no era tan fácil como parecía.

—¿Pero no la han vuelto a ver? —insistí. El corazón comenzó a golpearme el pecho con fuerza.

—¡Alteza! —exclamó alguien. Celeste y Philippo se miraron preocupados. La voz de Graham llegó por encima de sus cabezas.

Cuando me giré hacia él, un soldado cargaba con la madre de Kriss en sus brazos.

—¡Oh, no, Charlotte*! —exclamó mi madre, quien acudió rápidamente hacia la mujer.

—Estará bien, la bala solo la rasguñó —explicó Graham—. Ya detuve la hemorragia, será mejor que la lleven a la enfermería.

—¿Pueden llevar a todos los heridos? —pregunté a los soldados ilesos. Observé el salón, había personas en el suelo que se quejaban con dolor.

Descubrí a Gavril dándole una botella con agua a una mujer que estaba sentada sobre la alfombra apoyada contra la pared. Mis ojos vagaron por todos lados.

America no estaba.

No aparecía.

Comencé a ponerme nervioso.

—Mi hija...—jadeo la madre de Kriss.

—¡Dios mío, Kriss! —exclamó mi madre—. ¡Maxon!

—Iré por ella —sacudí la cabeza, mi padre hablaba con un grupo de soldados y les daba órdenes para resguardar el perímetro—. ¡Roger! —lo llamé. El soldado se giró hacia mí—. Necesito resguardo. ¿Puedes venir con algunos de tus compañeros?

Asintió lentamente.

Fue cuando uno de los soldados que se había agachado levantó la cabeza. Me quedé sin aire un segundo.

—¿August? —el rebelde llevaba encima el uniforme de mis soldados. Me costó comprenderlo todo de inmediato—. ¿Qué haces...?

—Llevarán a lady Charlotte a la enfermería —Interrumpió Graham acercándose. Philippo y Celeste se unieron a nosotros.

—Nosotros buscaremos a America —dijo Philippo.

Asentí sin quitar los ojos de encima a August. ¿Qué diablos hacía en el palacio infiltrado como un soldado?

—Hay que ir por Kriss —dijo entonces y luego se acercó hasta mí—. Más te vale que esté a salvo.

No comprendí el tono ni las palabras amenazantes, solo logré captar que si estaba Kriss en peligro ganaría otros poderosos enemigos que en un principio estaban de mi lado.

¡Pero cómo iba a saber yo que tenía infiltrados sureños en el palacio!

—Kriss es inteligente, sabe cuidarse —intenté convencerme. La verdad era que Kriss a pesar de todo lo que me había confesado, seguía siendo demasiado dulce. Cualquiera podía hacerle daño si no oponía resistencia.

Graham, August, Roger y otros dos soldados se encaminaron hasta las salidas apuntando con sus armas a enemigos invisibles. Yo me volteé hacia Celeste y Philippo.

—Vayan por America y si la encuentran, avísenme...—pedí asustado. Yo tenía que ir por ella, yo tenía que buscarla. Pero el ataque había sucedido en el segundo nivel, donde Kriss estaba sola aguardando a que fuera la hora para entrar al salón.

—Claro que sí —dijo Philippo. Y ambos se alejaron saliendo por uno de los balcones. Noté que él agarraba un revolver del suelo de uno de los rebeldes y cargaba el arma.

Suspiré. Al menos uno de los dos sabría defenderse.

...

La segunda planta estaba totalmente llena de escombros, desde las escaleras que conectaban el rellano del subsuelo hasta los escalones siguientes.

Fue difícil pasar por ellos hasta que entre todos movimos las tablas y los pedazos de madera que habían volado por los aires.

Cuando finalmente alcanzamos la superficie descubrimos el pasillo totalmente desolado y repleto de polvo flotante. Los cuadros, las paredes, todo estaba repleto de hollín.
Por un momento pensé que el ataque no había sido tan brutal como otras veces. Si el plan de los rebeldes por alguna razón era impedir la boda que ellos mismos deseaban, entonces ¿por qué el ataque simple? ¿Por qué no las bombas o el incendio de los últimos asaltos?

Parecía como si hubieran arrojado una bomba de humo, quebrado la ventana y destruido algunos muebles. Al parecer solo había sido ruido.

¿Pero, por qué?

—¡Maxon! —escuché desde el fondo del corredor. El polvo flotante no dejaba ver claramente quién estaba al otro lado, pero la voz la reconocí de inmediato.

—¡Aspen! —llamé. Por entre el polvo y el humo lo vi asomarse junto con Carter, Lucy, Marlee y Mera— ¿Qué haces aquí? ¡Pueden verte!

—¿Estás bien? —preguntó asustado. Asentí.

—Eso creo... ¿Han visto a America?

Todos me miraron asustados.

—¿No está contigo? —chilló Marlee.

Negué con la cabeza.

—Creí que podría estar con ustedes, arrancó al jardín antes de que comenzara la boda...—expliqué preocupado.

—¿America estaba en el jardín para el ataque? —exclamó Meridia—. ¿Cómo puede ser tan tonta?

—¡Ayuda! —se escuchó de repente. Todos nos quedamos en silencio—. Por favor...

—¡Es Kriss! —gritó Graham.

Y sin siquiera darnos tiempo de reaccionar corrió por el pasillo desapareciendo detrás del polvo.

—¡Oh, por Dios! —exclamó Lucy. Marlee hizo amago de salir corriendo pero Carter la agarró por el brazo.

—Ni se te ocurra, recuerda que acarreas a Kile dentro de ti, puede ser peligroso —la regañó. Ella se soltó molesta.

—¡No estoy enferma Carter! ¡El embarazo no me invalida!

—¡Pero un ataque sí! ¿Cómo sabes si no hay rebeldes ocultos en las paredes?

Ella resopló frustrada.

—Si yo no voy tú tampoco —dijo enojada, él la miró sorprendido—. No traes un arma. Es peligroso también para ti.

—¡Ya cállense los dos! ¡La señorita Kriss necesita ayuda! —exclamó Lucy angustiada—. O vienen los dos o no viene ninguno —dijo con voz de mando. Los dos se quedaron en silencio.

—Voy —dijo Marlee sin esperar al veredicto de su esposo.

—¡Ayúdenme, por favor...! —escuchamos de nuevo.

Sacudí la cabeza.

—Pueden quedarse a solucionar sus problemas aquí, yo voy a ayudarla —dije comenzando a perder la paciencia. Y corrí dejándolos atrás.

La habitación que le habían asignado a Kriss como novia era un espacio pequeño. Se suponía que era para darle más intimidad. Pero todo el camino que llevaba hacia ella estaba totalmente abarrotado de escombros.

Cuando me acerqué hasta la puerta seguido por Roger, Lucy, Aspen y August —quién aún no explicaba qué hacía ahí—, descubrimos la puerta destrozada. Un sofá estaba volteado, como si lo hubiera usado para tapar la puerta y el tocador con el espejo estaba hecho añicos en el suelo.

El armario estaba abierto y Kriss en el suelo lloraba amargamente mientras Graham la consolaba.

Escuché a Lucy gritar sorprendida.

—Kriss...—suspiré. Corrí hacia ella y me agaché—. Gracias a Dios estás a salvo... ¿qué ocurrió?

Entonces me miró angustiada. Su respiración errática me asustó.

—Se la lle...va...ron...—jadeó. Lo dijo con tan poco aire que no le entendí.

—¿Qué cosa? —pregunté con suavidad. Graham me miró asustado cuando ella hundió la cabeza en su pecho aferrándose con las uñas a la camisa.

—Se la llevaron, Maxon —explicó él. Reí de los nervios. Algo frío comenzó a subirme por la columna.

—¿Se llevaron qué? —pregunté sin comprender.

—A... a America...—lloró Kriss separando la cara del pecho de Graham. Sus ojos se fijaron en los míos por un segundo.

Fue solo un momento. Y el mundo colapsó a mí alrededor.

—¿Qué? —jadeé. Me puse de pie y miré hacia todos lados, la habitación destruida, el espejo hecho añicos—. No, no...no...

Me llevé las manos a la cabeza, el rifle cayó al suelo produciendo un ruido sordo sobre la alfombra.

—¿Estás segura? —preguntó Aspen con la voz temblorosa.

—Ellos... ellos venían por mí —hipó—. Y ella lo descubrió... porque los escu... escuchó en el jardín...

—No, no, no... —comencé a desesperarme. Abrí la chaqueta a la altura del cuello para que pudiera entrar aire a mis pulmones—. No puede ser... ¡NO! —Me lancé sobre Kriss y la agarré de los brazos con fuerza, sacudiéndola— ¡¿Qué hiciste Kriss?! ¡¿Qué hiciste?!

—¡Maxon, basta! —gritó August apartándome con fuerza. Kriss lloró con más intensidad—. ¡Le estás haciendo daño!

—¿QUÉ OCURRIÓ? —rugí— ¿QUIÉN SE LA LLEVO? ¡HABLA!

—¡Los rebeldes! —gritó—. ¡Ellos venían por mí! —me miró aterrada—. America me quitó el velo, se lo colocó en la cabeza y me empujó dentro del armario. ¡Si estoy viva es por ella! ¡Ella me salvó!

—No puede ser... —jadeé desesperado, todo daba vueltas, sentía un vacío a mis pies—. No... no puede ser...

—¿Por qué gritan, qué...? —Marlee se detuvo a mitad del umbral de la puerta seguida por Carter y Mera.

—Los rebeldes se llevaron a America —lloró Lucy, que corrió a abrazar a Marlee. Ella se quedó paralizada.

—¿Qué...?—sus ojos me buscaron—. No... no es cierto, ¿cómo...?

—Se hizo pasar por Kriss —explicó Aspen abrumado. Yo seguía sin poder dar crédito a lo que estaba escuchando—. Le salvó la vida. Aparentemente los rebeldes venían por ella.

—Eso explica la puerta destrozada —observó Carter. Yo no sabía dónde poner las manos.

Estábamos perdiendo tiempo. Hace apenas algunos minutos estaba a punto de casarme con Kriss y luego me enteraba que America había sido secuestrada porque los rebeldes venían por la novia.

Pero, ¿por qué querían a Kriss? ¿No se suponía que la boda era parte del trato que mi padre había hecho?

Pero... eso era una teoría de America.

Una teoría a la que estúpidamente todos habíamos cedido.

Y ahora ella estaba desaparecida, y quién sabía si viva o muerta.

—No... Dios mío, ¡NO!...—lloré con desesperación y corrí hacia el balcón agarrando las manos contra la barandilla—. ¡AMERICA! —grité hasta que me dolió la garganta.

—¡Tenemos que ir por ella! —dijo Aspen. Mis ojos se fijaron en el horizonte oscuro que se desplegaba ante mis ojos.

Ya estaba harto. Exhausto.

Toda mi vida había actuado de forma políticamente correcta porque era lo que dictaba mi estatus de príncipe, pero ya era demasiado.
Comencé a ver en rojo. Mi respiración se calmó, pero se volvió gruesa y caliente, como si una bola de fuego se estuviera creando en mí estomago. Aferré las manos con tanta fuerza a la barandilla que me dolieron los nudillos. Aún quedaban reminiscencias de heridas antiguas por haber golpeado la pared el día que America fue atacada. Pero no me importó el ardor en los dedos.

Alcé la mirada bajo las cejas. La boda era lo que mi padre quería, la Selección había sido algo que él me había llevado a hacer sin mi consentimiento. Él había torturado a Kriss, asesinado a la hermana de Natalie, a la madre de Mera y a Cheng por interponerse en sus planes.
Además... había engañado a mi madre... y matado a mis hermanas...

Ese hombre era una sombra en mi vida. Me había obligado a temerle, me había obligado a mostrarme ante él como un hijo sumiso dispuesto a aceptar sus condiciones. Había destruido mi espalda a golpes de vara por defender a mi madre, por defender a America.

Él era el causante de todo lo malo en mi vida.

Escuché que decían mi nombre desde el interior de la habitación. Los sollozos de Kriss se confundían con los de las demás chicas. Las voces de los soldados y de August se camuflaban mientras discutían algún plan de acción.

Me giré y entré lentamente.

Esto se acababa ahora.

—Iremos por ella —sentencié. Todos guardaron silencio.

—Estás loco —dijo Aspen sacudiendo la cabeza—. No sabemos dónde se la llevaron, y esté donde esté, recuerda que estará bajo la custodia de Coil. ¿Cómo lo enfrentarás?

Los miré. No sabía cómo se habrían visto mis ojos, pero Aspen retrocedió asustado.

—Irán conmigo —los apunté con el dedo y recogí el rifle que había arrojado al suelo—. Cada uno de ustedes...Pero antes...

Me asustó mi propia calma, pero era una calma camuflada de rabia y odio. Estiré mi mano hacia Kriss. El aire que salía por mi nariz resonaba como la de un toro a punto de embestir.

—Discúlpame —le dije intentando sonar amable, aunque la rabia contenida se delataba en el temblor de mi voz—. No pretendía gritarte y me alegra que estés a salvo. Pero ahora te necesito en una pieza... esta guerra acaba hoy.

—¿Qué? —preguntó Kriss—. ¿Qué pretendes hacer?

Los miré a todos. Estaba totalmente decidido en acabar con todo ese teatro ahí mismo. Nada de nuestras vidas, de todos los que estábamos en esa pequeña habitación, ni siquiera la de August, era legítima.

Todos pertenecíamos a mi padre. Que Marlee y Carter vivieran ocultos en las cocinas, era por culpa de él. Que Aspen tuviera que fingir su muerte y ocultarse junto con ellos, también.

Que Anne estuviera en coma en el hospital era su culpa, que la madre de Meridia hubiera muerto era su culpa, que mi madre hubiera abortado a mis hermanas... era su culpa.
Los ataques, las heridas de Kriss, la guerra con Nueva Asia... todo era por culpa de él.

Y ahora America estaba desaparecida. Si los sureños habían decidido secuestrar a Kriss debían tener una razón que justificara su actuar. Si querían hacer la boda para luego secuestrarla.... El único que podía responder a esas preguntas, era mi padre.

—Todos vienen conmigo, ahora...

Me aterré de mi propia voz. Fría, calculadora. Jamás me había escuchado así, pero no podía perder más tiempo. Siempre había hecho todo a escondidas de él, ahora era tiempo que el país se enterara de la verdad.
Quería ir por America, la salvaría, fuera dónde fuera, no me importaba si tenía que recorrer el país hasta dar con su paradero. Sin embargo, para llegar a ella necesitaba saber dónde comenzar y eso solo podía decírmelo una persona: mi padre.

...

Mientras bajaba las escaleras en dirección al salón de la ceremonia para reencontrarme con papá, sentí los pasos silenciosos de todos los demás chicos tras de mí.

Kriss seguía sollozando mientras August trataba de sacarle información sobre algo, pero ella se negaba a responder.
Ninguno entendía lo que yo quería hacer, me siguieron por fidelidad. Pero por la mirada preocupada de Marlee, de Aspen, Lucy y Mera, sabía que algo sospechaban.

—Maxon...—llamó Marlee cuando me detuve cerca de las puertas del salón. Me volteé— ¿Qué vas a hacer?

Suspiré. El olor a quemado invadió mi nariz.

—Pueden retirarse si quieren —la miré—. Tú y Carter.

—Eso depende... —dijo él. Volví a suspirar.

—Voy a encarar a mi padre, pero no puedo hacerlo sin ustedes —los miré a todos—. Él sabe dónde está America, lo sé. Es hora de acabar con todo este teatro...—apreté la boca—. Debí hacer esto hace años —reí con amargura—. Lamento haber encontrado las agallas ahora, justo cuando he perdido algo importante...—apreté los puños—. Es hora de que pague por lo que hizo...

—¡No, Maxon! ¡Espera! —exclamó Aspen, pero yo ya había entrado al salón.

No me equivocaba. Él estaba ahí rodeado de sus asesores. Tenía los hombros caídos y la espalda curva, como si estuviera cansado. Pero no me causó compasión.
Todo estaba desordenado, algunas ventanas quebradas y la alfombra repleta de escombros. Ya no había gente desmayada en el suelo.

Mi madre estaba sentada en una de las sillas acompañada de sus doncellas. Tenía la cabeza agachada.

Hubiera preferido que no estuviera ahí. Pero no tenía opción.

Calmé mi respiración. Los minutos pasaban y cada vez America se alejaba un poco más de mí. Tenía que hacerlo rápido.

Pero controlar la respiración no me ayudó a sentir paz. Por el contrario. Solo pensar en ella, amarrada, golpeada y torturada por esos rebeldes me hizo sentir acido carcomiéndome las entrañas.

Mi padre alzó los ojos hacia mí. Y entonces vi el fuego que atiza a los toros.

No lo pensé. Todo lo que siempre fui desapareció en un segundo transformándome en otra persona. Corrí hacia él con toda la fuerza que me dieron las piernas y me arrojé encima agarrándolo por el cuello de su chaqueta.

—¿DÓNDE ESTÁ? —Bramé—- ¿DÓNDE SE LA LLEVARON?

—¡Maxon! —escuché gritar a mi madre.

—¡Habla! ¡Maldición! ¿Dónde está? —exigí saber sacudiéndolo con fuerza.

—¡Guardias! —exclamó alguien. Y de repente me vi separado de mi padre mientras entre dos soldados me agarraban por los brazos.

—¡Clarkson diles que lo suelten! —pidió mi madre acercándose con rapidez.

—¿Qué demonios te sucede? —jadeó papá agarrándose el cuello— ¡Ese no es el comportamiento apropiado para un hijo de Illea! ¡Acaso te volviste loco! —gritó. Otros guardias se reunieron en torno a él para protegerlo. Grité intentando soltarme.

—¡Tú causaste esto! —exclamé desesperado—. ¡Confiesa dónde se llevaron a America!

—¿America? —preguntó mi madre—. ¿Qué... acaso le ocurrió algo?

La miré aterrado.

—¡La secuestraron los rebeldes! —grité cargado de rabia e impotencia— ¡Tú sabes dónde la tienen! ¡Confiesa!

Los ojos de mi madre fueron de mí hacia papá. Pero él se había quedado congelado.

—¿Se la llevaron? —susurró.

Tal vez mi padre era un gran actor. Su expresión de terror era una gran hazaña. Pero no iba a caer.

—¡No te hagas el inocente! ¡Tú sabías esto! ¡Los contrataste para que se llevaran a Kriss! —lloré.

Mi padre abrió los ojos con terror cuando miró detrás de mí. Escuché pasos.

—¿De qué habla Maxon, Clarkson? —preguntó mamá asustada. Me sentí terrible por ella. No podía estar sucediendo esto con ella ahí. Era el peor modo de enterarse de las cosas.

Los ojos de mi padre seguían viendo tras de mí. Cuando giré la cabeza vi que todos habían ingresado a la habitación. Kriss lloraba angustiada, pero para mi sorpresa, estaba con la espalda erguida mirándolo con dureza.

—¡Confiese! ¡Confiese por qué me querían secuestrar! —lloró—. ¡Esos hombres venían por mí! —Entonces esa fuerza desapareció y cayó al suelo de rodillas, August y Graham la sostuvieron para volver a ponerla de pie—. Ya no aguanto... me quiero ir a casa...

—No entiendo... cómo...—mi padre miró a todos. Pero fue mamá la que habló primero.

—¿Oficial Leger? ¿Qué...?—sus ojos vagaban tras de mí. Los soldados aún no me soltaban los brazos—. Pero si yo asistí a su funeral...

Ante la sorpresa de todos los soldados alrededor, los que me sostenían se distrajeron y logré soltarme. Me separé de ellos y me acerqué hasta Aspen.

—Aspen tuvo que fingir su muerte madre —mascullé, mamá abrió la boca. Mi padre también parecía sorprendido.

¡Qué hipócrita!

—¿Cómo dices? —preguntó con los ojos muy abiertos. Pero fue Aspen quien contestó.

—¡No se haga el inocente! —gritó enojado, bajo su hombro y sobre su pecho estaba cobijada Lucy, tal vez para darle fuerzas—, ¡usted fue quién me mandó a matar!

Nunca esperé que admitiera aquello de golpe, pero fue bueno para poder dar pie a lo que necesitaba saber.

Papá lo miró sorprendido y luego frunció el ceño como si no entendiera nada. Los soldados se miraron entre ellos. Si algo había aprendido de ellos los últimos meses es que le tenían muchísimo respeto a Aspen. Parecían no caber de la impresión al verlo con vida.

—¿De qué diablos estás hablando muchacho? ¡Jamás hice tal cosa!

—¡Deja de fingir! —exclamé—. ¡Confiesa! ¡Admite que mandaste a matar a Aspen porque te escuchó negociar con los rebeldes la muerte de Cheng!

—Maxon, basta...—susurró mi madre. Creí que se pondría mal por aquella situación inverosímil, más aún después del ataque y de la frustración a la boda, pero a pesar de su mirada cansada y del evidente gesto que hacía cuando le dolía la cabeza, se mantuvo erguida— Estás delirando hijo... esto ha sido demasiado, la boda, el ataque... haber agarrado un rifle para defendernos...—se acercó con cautela hacia mí, pero mi padre la afirmó por el brazo.

—No lo hagas Amberly —le ordenó—. ¿Acaso bebiste? —gruñó hacia mí enojado. Lo miré iracundo. America tal vez estaba sufriendo y yo seguía sin hacer nada. Miró a rededor—. Retírense —exigió a los asesores.

—Pero Majestad...

—¡Largo!

Los cuatro hombres que estaban con él salieron por la puerta desvencijada del salón. Respiré hondo, mi nariz temblaba.

—¡No he bebido nada! ¡Quiero saber dónde está America! ¡Y no me iré de aquí hasta tener respuestas!

Mi padre vaciló un segundo.

—¡No lo sé! ¡Y no sé de qué diablos estás hablando! —exclamó. Una pisca de miedo asomó en sus ojos—. Si realmente le sucedió algo hay que dar la alarma, porque es la embajadora italiana.

—¡Pero si hubiera sido yo le daría igual, ¿no?! —exclamó Kriss. Todos nos volteamos hacia ella, mi padre se acercó.

Sus ojos la observaron de pies a cabeza como cerciorándose de algo.
No respondió.

—¡Ya basta! —bramé—. ¡No me quedaré de brazos cruzados esperando a saber dónde se la llevaron! ¡Iré yo mismo por ella! ¡No me importa cruzar cielo, mar y tierra hasta hallarla! Pero si muere...—lo apunté con el dedo— Será tu culpa...

—¡Hijo, ya basta! —exclamó mi madre—. Necesitas descansar —dijo nerviosa—. Estás diciendo disparates. Tu padre no quiere el mal de nadie, confundes las cosas... ¿seguro que no te golpeaste en la cabeza?... él no...

Pero una risa seca y amarga la detuvo. Kriss estaba agarrada del brazo de August que aún seguía disfrazado de soldado. Por su puesto mi padre jamás sabría quién era, pero aún así era raro ver al descendiente directo de Illea frente a quien ocupaba la corona del país.

—¿Qué no quiere hacerle daño a nadie? —rió Kriss entre lágrimas. Parecía una lunática—. ¡Diga eso una vez que le muestre esto! —lloró desesperada. Y ante la sorpresa de todos se levantó el vestido para mostrar las cicatrices que surcaban su piernas—. ¡Y podría mostrarle las marcas en el cuello de las veces que me ha estrangulado! ¡Pero ya desaparecieron!

Mi madre se llevó las manos a la boca y abrió los ojos con terror.

—¡Por Dios muchacha! ¿Quién te hizo eso?

—¡ÉL! —gritó apuntando a mi padre—. ¡Su esposo me ha estado torturando desde que decidí romper con el compromiso! ¡Amenazó con matar a mis padres! ¡Con matarme a mí! ¡Me ha torturado por meses!

Jamás creí que Kriss tendría el coraje y la fuerza para decir la verdad. Durante un año se había mantenido en silencio, temiendo por las amenazas de mi padre, aterrada de las consecuencias que podía traer su confesión. Pero ahí estaba. Seguramente cansada de batallar, cansada de seguir siendo torturada.

Conocí ese sentimiento hacía muy poco. En algún momento llega un punto en el que ya no quieres seguir luchando. Simplemente te arriesgas con todo y esperas que el resultado no sea tan devastador. Kriss estaba viviéndolo.

Luchar, guardar secretos, ser maltratada y estar obligada a actuar como una princesa finalmente le había costado la cuenta. Había confesado. Probablemente no le importaba morir, ya no le importaba nada mientras se supiera la verdad.

Pude sentir su rabia y su miedo. Era probable que luego del sacrificio que America hiciera por ella hubiera aprendido que arriesgarlo el todo por el todo era la única salida para salvar a otros.

Mi madre comenzó a temblar. Retrocedió asustada y con las manos buscó el respaldo de una silla quemada para sentarse en ella. Las doncellas se acercaron corriendo para atenderla, pero ella se las quitó de encima moviendo los brazos.

—¿De qué está hablando Kriss, Clarkson? —susurró—. ¿Por qué dice que tú le hiciste daño? ¿Qué broma de mal gusto es ésta?

—¿Broma? —lloró Kriss. Noté a Marlee y a Carter ocultos detrás de Meridia y Graham, nadie los había notado aún—. ¡El rey me ha torturado todos estos meses desde que quise acabar con el compromiso! ¡Yo no quiero casarme con Maxon!

Creí que mi padre negaría todo magistralmente. Pero su expresión de contrariedad no me la esperaba.

—¿De qué estás hablando niña? —dijo abriendo mucho los ojos— ¡Jamás te he tocado un pelo! —miró a mi madre asustado—. ¡Lo juro! ¡Nunca golpeé a esta jovencita!

—¡Ya deja de ser tan descarado y de mentir! —le exigí—. ¡Durante meses llevaste a Kriss al ala oeste del palacio! ¡La torturabas a escondidas de mi madre! ¡Confiesa de una vez! ¿Qué diablos quieres de ella? ¡Hoy nos íbamos a casar para darte lo que tanto deseabas y luego planeaste todo para secuestrarla! ¡Yo solo quiero encontrar a America! ¡Di todo de una vez!

—¿Clarkson...?—mamá me miró con los ojos húmedos, mi padre se acercó hasta ella y se arrodilló a sus pies.

—Lo juro mi cielo, jamás le hice nada a esta niña —nos miró, su nariz tembló y se dirigió a los soldados—. Cierren la puerta —miró a las doncellas de mi madre y frunció la nariz—. Ustedes, apártense.

—Pero majestad, la reina...

—Yo me haré cargo de mi esposa, háganse a un lado —se puso de pie mientras los soldados seguían sus instrucciones. Se quedó al lado de mi madre y nos miró a todos—. Estás calumniando al rey Maxon, ¡y no te lo voy a permitir! Puedo ser tu padre pero también soy tu soberano.

—¡Un soberano que hace negocios con los rebeldes del sur para evitar que nos maten con sus armas! ¡Ya lo sé todo! ¡Por eso mataste a Cheng! Porque tenía negocios con los sureños —dije enojado. Él me miró sin parpadear.

—¡No he matado a nadie! —exclamó colérico—. ¡He hecho cosas malas en mi vida y sí, me arrepiento de algunas! ¡No soy una blanca paloma! ¡Por eso le dije a Lady Ambers que no podía marcharse del palacio cuando pidió terminar la relación contigo! —miró a mi madre cuando ella exclamó aterrada—. No podía Amberly, ella era la representante el pueblo, tenía que casarse con Maxon.

—¿Y por eso la torturaste hasta dejarle marcas en su cuerpo? —grité—. ¿Por eso amenazaste con asesinar a sus padres?

—¡No tenía opción! —exclamó con una expresión extraña, parecía como si intentara intimidarme con su postura erguida, aunque sus ojos temblaban—. ¡La corona está en decadencia! ¡El gobierno somos nosotros! Somos los únicos que mantenemos este país en pie, la Selección era una forma de mantenerlos felices y controlados —se llevó las manos a la cabeza, mi madre había comenzado a llorar. Quise acercarme, pero Aspen me agarró por el brazo—. Siempre ha sido así... y sí —miró a Kriss—, te forcé a quedarte en el palacio y amenacé la vida de tus padres, ¡pero nunca iba a cumplir aquella amenaza! ¡Y tampoco jamás te he golpeado!

—¡Ya basta! —lloró— ¡Usted me llevó a esa oficina oscura muchas veces! ¡El día del evento infantil me llamó esa noche y...!

—Espera, espera... —dijo papá conmocionado—. ¿El evento con niños? Ese día pasé encerrado en diferentes reuniones. Aproveché que estaban todo en el jardín para discutir acuerdos económicos con tranquilidad —miró a mi madre—. Tú estuviste conmigo cariño, esa noche te pedí un masaje en los hombros porque no aguantaba el estrés...—me miró a mí con furia—. Estás hundiéndote solo Maxon, no sé qué diablos pretendes con esto, pero si es un motín, más te vale tener las pruebas que necesitas para acusarme de aquellas atrocidades.

Kriss soltó un alarido.

—Nunca lo va a confesar, Maxon...

—¡Porque no tengo nada que confesar! —gritó—. ¡Ya fue suficiente! ¡Guardias, llévenselos!

—¡NO! —grité— ¡No hasta que me digas dónde está America!

Los guardias se detuvieron a mitad de camino cuando grité. Parecían dudar entre a quién obedecer y a quién no.

—¡No lo sé! ¡Pero si hay que organizar un equipo de búsqueda yo me haré cargo! Y tú...—gruñó acercándose hasta mí, con el dedo me golpeó el pecho—. Te espero en mi oficina en cinco minutos.

Su sola amenaza me ardió en la espalda, el pecho y la cabeza.

—¡No pienso ir a tu oficina ni ahora ni nunca! —grité—. ¡Me niego a que me sigas torturando con la vara por el resto de mi vida solo por confrontarte!

—¿Vara? —preguntó mi madre con un suspiro desalentador. Papá se puso pálido. Yo no iba a decir más de lo necesario, nadie tenía que saberlo. Pero me bastó mencionar aquella palabra para que su mueca se distorsionara.

—¿Qué es lo que pretendes?

—Saber la verdad...—mascullé apretando los puños a los costados. Por mi cabeza no dejaba de pensar en dónde estaría America, qué le estarían haciendo o si estaría viva.

—No... sé... de... qué... me... hablas...—dijo apretando los dientes.

—Eres un hombre vil...—susurré acercándome hasta él—. No puedo creer que sea tu hijo, no puedo aceptar que el hombre que me dio la vida sea tan maldito...

—Maxon, te estás pasando...—gruñó. Sus ojos brillaron con fuego.

—Entonces dime la verdad... ¡¿dónde está America?!

—¡No lo sé! —gritó. Mis manos no aguantaron, volví a arrojarme sobre él y caímos al suelo. Lo agarré nuevamente por el cuello de la chaqueta y comencé a sacudirlo.

—¡Deja de mentir! ¡Por una vez en tu vida sé el rey noble que se supone que eres! ¡HABLA!

—¡Maxon detente! —gritó Aspen agarrándome por las axilas mientras mi madre corría a arrodillarse sobre papá.

—¿Pero qué es lo que te ocurre? ¿Qué no ves que tu padre dice la verdad?

Sentí las mejillas húmedas. La rabia me había hecho llorar. No podía ser que mi madre no me creyera.

Los soldados nos rodearon, algunos me apuntaron con sus armas mientras otros resguardaban a mi padre.

—Torturaste a Kriss, intentaste matar a Aspen, negocias con los sureños y ¡ahora America está desaparecida por tú culpa! ¡Yo solo quiero la verdad! —jadeé mientras Aspen me arrastraba lejos.

—¡YA TE DIJE QUE YO NO FUI! —bramó él—. ¡Yo no he torturado a nadie ni he mandado a matar a nadie! —se colocó de pie con ayuda de mi madre, las doncellas estaban agazapadas a un rincón—. Estoy apegado a las leyes, que es lo que todo soberano debe hacer, y sí, si tengo que castigar a un insolente, o a alguien que no cumpla con las reglas, lo hago. Porque como rey tengo que hacer respetar el orden establecido —me miró fijamente, había un brillo desesperado en sus ojos—. Pero yo no he torturado ni mandando a matar a nadie sin razón alguna.

—¿Quiere que hagamos algo con ellos, señor? —preguntó un soldado. Pero fue mi madre la que habló.

—No, espera...—dijo mi madre—. Tiene que haber una muy buena razón para que estés acusando a tu padre de este modo, Maxon...—dijo con autoridad—. Aunque él nunca quiso a America no es razón para que lo culpes de esas cosas tan horribles.

—Kriss y Aspen son testigos de sus atrocidades —sollocé con rabia—. Ellos fueron víctimas en su presencia.

—¿Qué pruebas tienes al respecto? —preguntó mamá—. ¿Tienes alguna forma de probarlo?

Aspen y Kriss dieron un respingo.

—No —dijo él—. Porque estaba oscuro...—y algo en su voz se distorsionó. Los miré a ambos, Kriss y él intercambiaron una mirada—. Tú acabas de decirlo —le dijo a ella—. Que estaba oscura la habitación...

—El día del evento de los niños tu padre se quedó conmigo toda la noche...—dijo mi madre. Kriss se llevó las manos a la boca. Mi cabeza comenzó a hacer corto circuito.

—No fui yo...—dijo mi padre agotado—. No soy un santo y tampoco pretendo serlo —explicó con la voz gruesa—. He cometido cosas horribles y no me arrepiento de todo lo que he hecho... pero como rey tengo que velar por la integridad de mi pueblo y de mi país... si tenerte amenazada funcionaba para que siguieras aquí adentro, lo haría —confesó. Mi madre cerró los ojos con pesadumbre—. Pero jamás usaría la fuerza ni la violencia si no fuera necesario... si nunca hiciste nada no tenía por qué torturarte, niña.

—Las heridas de America fueron producidas por una vara metálica...—susurró Mera que se había mantenido en silencio. Mis padres la miraron sin comprender.

—¿Qué heridas? —preguntó mi madre con espanto.

—Las que le hicieron los rebeldes que entraron una noche a su habitación cuando America no quiso firmar el documento de Cheng —expliqué con dolor al recordar sus heridas sangrantes.

—La misma vara que golpeó a Kriss...—agregó Mera cerrando los ojos—. El mismo veneno en altas dosis que casi mata a Aspen.

Mis ojos se abrieron de golpe. Papá se llevó una mano a la cara.

—No puede ser...—jadeó.

—No entiendo, ¿Clarkson, qué...?

—Alexander Coil estuvo aquí —dijo Aspen entonces, de repente se veía sumamente avergonzado, Kriss estaba pálida—. Él fue quien mandó a matar a Cheng... el que me envenenó... el que... te torturó, Kriss...

—Haciéndose pasar por el rey —susurró August a mi espalda.

—¿Quién es Alexander Coil? —preguntó mamá angustiada. Papá agitó la cabeza hacia mí.

—El líder de los sureños...—contestó y me miró fijamente—. El hombre con el que llevo tratando de negociar la paz por años...

Mi madre quedó tan impresionada que tuvo que apoyarse del hombro de mi padre.

—¿Entonces es cierto? —lo miró compungida—. ¿Negocias con los sureños?

Él la miró abatido.

—Tienen armas nucleares, cielo... si no hacía algo podían acabar con la mitad del país...—cerró los ojos y se llevó la mano a ellos apretando el tabique de la nariz—. Por esto es que no estás listo para ser rey, Maxon —al bajar la mano sus ojos me miraron con decepción—. No sabes controlar tus emociones. Cuando eres rey debes hacer todo por debajo de la alfombra, esto nadie puede saberlo —miró a los soldados—. Y si alguno de ustedes abre la boca yo mismo me encargaré de exterminarlos uno por uno.

—¡Clarkson! —exclamó mi madre viéndolo espantada.

Él la miró de reojo con un leve dejo de arrepentimiento.

—Lamento que tengas que enterarte de este modo de todas estas cosas...—susurró cansado. Por un momento procesé lo que Meridia había dicho, que Coil había sido quien en realidad había torturado a Kriss y querido matar a Aspen, pero aún quedaban cosas que necesitaba resolver. No todo me cuadraba.

—¿Entonces te cobijarás en esa excusa y dirás que fueron los sureños quienes ordenaron raptar a Kriss? Está bien, tal vez tu no causaste esas cosas, pero sí has cometido otras atrocidades, ¿acaso quieres que le diga a mamá por qué asesinaste a la madre de Meridia? —pregunté sin pensar. En algo mi padre tenía razón, solía irme de lengua muy rápido cuando estaba enojado. Debía aprender a controlar eso.

La rabia había hecho que perdiera a America al final de la Selección por ser tan impulsivo, y ahora estaba a punto de hacer algo indebido solo porque no tenía más ideas para hacer confesar a mí padre. Sabía que él conocía el paradero de America, tenía que saberlo.

—¡Maxon! —exclamó Meridia— ¡No!

—¿Qué? —por primera vez en ese rato mi madre se vio interesada y aterrada a la vez. Se separó de papá caminando hacia mí—. ¿Qué tiene que ver la muerte de Shiara en todo esto?

—Nada, majestad —se apresuró a contestar Mera—, no es...

—¡Ya basta Mera! —grité. Mi cuerpo temblaba, todo dentro de mí era un remolino de confusión y dolor. Yo solo quería saber dónde estaba America, y si para eso tenía que desenmascarar a mi padre hasta hacerlo confesar, lo haría. Los ojos de él por primera vez me vieron aterrados—. Si sigues creyendo que mi padre es un santo, madre, pues no lo es...—lo miré—. Lo sé todo... dime dónde está America...

—Maxon...—jamás en toda mi vida creí que vería a papá tan aterrado—. Hijo, no sabes lo que estás haciendo.

—¡Claro que lo sé! —estallé— ¡Dime dónde está America! ¡Dime por qué querías que secuestraran a Kriss! ¡Si admites tener negocios con los sureños algo tienes que saber al respecto!

Mi padre se acercó temblando. Mamá nos miró.

—¿Es cierto, entonces? ¿Negociaste el secuestro de la muchacha?

—No es lo que piensan...—dijo. Estaba aterrado. Jamás creí verlo así. Pero no era por nosotros, era por mi madre. La miraba como si temiera que en cualquier momento fuera a dejarlo—. Aprende a controlar esa lengua...—masculló muy cerca de mi cara—. ¿Qué pretendes, eh? ¿Arruinarme?

—Quiero respuestas...—le contesté del mismo modo.

Esperé que en mi expresión comprendiera que estaba dispuesto a decir todo si no confesaba, entonces me sorprendió cuando sus ojos se aguaron.

—Tú no sabes lo que he tenido que arriesgar para mantener la paz, para protegerte y proteger a tu madre...—masculló—. Ya suficientes problemas me has causado, primero al haberte enamorado de esa chiquilla y además me calumnias de algo que jamás hice, tratándome de torturador y asesino.

A pesar de sus ojos acuosos no pude sentir lástima, porque mi corazón seguía rogando por una pista que me llevara hasta America.

—Puede que nos hayamos equivocado en culparte de algo que hizo Coil —sorbí mi nariz—. Pero eso no quita todo el daño que has causado, no puedes negarme lo que le hiciste a la madre de Meridia... —hice una mueca de dolor cuando la agonía emigró de mi pecho hasta mi boca—. Tú mismo dijiste que no eras una blanca paloma, y estoy cansado de que mi madre siga creyendo que lo eres.

—Maxon, no lo hagas...piensa en tu madre—casi sentí una súplica en sus palabras.

—Maxon, basta, no sigas...—pidió Meridia desde atrás.

—¿Qué tengo que ver yo en todo esto ¿Qué tiene que ver Shiara? —jadeó mamá. La miré un segundo a los ojos. Solo uno. Y luego me acerqué y le tomé las manos. No dije nada. Pero mi madre era inteligente. Sola ató los cabos. Porque claro, la madre de Mera solo había hecho una cosa por ella mientras estuvo en el palacio.

—No entiendo... —susurró y comenzó a ponerse pálida—. ¿Qué sabes tú de Shiara, Maxon?

Suspiré.

—Solo que te ayudó a concebir...

—¡Maxon, cállate! —gritó Mera desde atrás, pero Aspen pareció comprender que la situación era delicada así que la aferró por los brazos antes que llegara hasta mí. Mi padre se quedó congelado.

—No lo escuches Amberly —sus ojos fueron directos a Meridia.

—Si vas a amenazarla por haberme dicho la verdad, hazlo en mi presencia —le dije sin quitar los ojos de mamá—. Tengo testigos que pueden hablar en tu contra.

—No sabes lo que estás haciendo —dijo él desesperado—. Estás jugando con algo que no comprendes...

—¡Claro que no lo comprendo!—lo miré con rabia e impotencia. El dolor que estaba en mi pecho no aguantó más—. ¡No comprendo cómo pudiste asesinar una mujer solo porque fue testigo de tus fechorías!

Craso error. Nunca debí mencionarlo de esa manera. Jamás debí dejar que esas palabras abandonaran mi boca.

La desesperación por encontrar a America estaba erradicando cualquier comportamiento racional en mí. Siempre había actuado con serenidad. Con cuidado.

Pero estaba tan asustado por ella, tan alterado, que solo me quedaba amenazarlo con la verdad más cruda. Porque sin dudas que él había sido el culpable de aquellos abortos.
Tal vez me había equivocado con Aspen y Kriss, todos, en realidad. Pero Mera tenía su propia versión. Y ella había escuchado todo de boca de su propia madre.

El problema, era la mía. Que cayó al suelo de golpe con los ojos muy abiertos. Tuve que sostenerla y abrazarla mientras mi padre me miraba sin dar crédito a lo que mi lengua había soltado.

—¡CALLA! —gritó mi padre.

—¿De qué hablan? —escuché susurrar a Lucy. Aspen negó con la cabeza. Meridia estaba espantada. Jamás creí verla con aquella expresión de terror en su rostro. El silencio era sepulcral.

—¿Qué dijiste...?—susurró mi madre muy bajito, totalmente choqueada. Él se acercó hasta nosotros y me apartó de un solo golpe. Sujetó a mamá por los brazos y la miró directamente a los ojos.

— Maxon está delirando amor mío, no lo escuches, no le creas...

—¿Asesinaste a Shiara? —preguntó bajito. Todos nos quedamos en silencio. Ella lo miró directo a los ojos—. Respóndeme Clarkson... ¿asesinaste a Shiara...?

El silencio fue un tormento. Hasta que contestó.

—Sí...—susurró. Escuché un gemido tras de mí, Mera estaba siendo sostenida por Aspen, mamá se llevó una mano a la boca e intentó arrastrarse por el suelo retrocediendo, pero papá la retuvo.

—Era demasiado peligroso mi amor, no tienes idea...

—Era mi amiga... de no ser por ella jamás habríamos tenido a Maxon... ¿por qué? ¿Por qué Clarkson?

Los ojos de mi padre se posaron sobre mí. Su mirada me condenaba a los peores infiernos por haber dicho todo eso.
Pero necesitaba presionarlo. Mamá tenía que saber con quién estaba casada.

No podía creer que tuve que llegar a esas circunstancias, de haber perdido a America, para tener las agallas finalmente de poner a mi padre contra la pared.
Necesitaba presionarlo. Tenía que confesar.

—Es... complicado...—susurró él. Me sorprendí al verlo llorar. Mamá jadeaba.

—No soy idiota, explícamelo...—le exigió con dolor. Su ceño estaba levemente fruncido, el dolor de cabeza estaba siendo más intenso.

—Amberly, aquí no es el momento ni el lugar para...

—¡Explícame! —gritó—. ¿Por qué mataste a alguien tan buena como Shiara? ¿Qué te hizo?

Papá se llevó la mano a la boca y emitió un quejido angustiante.

—Sabía demasiado...—confesó finalmente. Mi madre lo miró con los ojos tan abiertos que me asusté. Parecía ida.

—¿Qué?... ¿Qué sabía?

—Amberly, por favor...

—¡Dime, Clarkson! Por favor... si realmente me amas, dime la verdad... ¿qué sabe nuestro hijo que no me has dicho?

—¿Le dices tú o le digo yo? —mascullé. Papá me miró con tanto dolor que por un segundo me arrepentí por ponerlo en aquel aprieto. Pero no podía dejarme lamentar.

—Maxon, no tienes idea de lo que estás haciendo, no sabes...

—Claro que lo sé...—gruñí y miré a mi madre. Me acerqué hasta ella sintiendo el peso del mundo en mi espalda—. Gracias a esa mujer habría podido tener tres hermosas hermanas...—entonces desafié a mi padre—. ¿Por qué no las dejaste nacer? —le espeté angustiado.

Mamá se quedó en silencio por mucho rato. Todos lo hicieron. Era como si con mis palabras y con la información que le había entregado su cerebro finalmente atara los cabos.
Fue la escena más... dolorosa que jamás hubiera querido presenciar en mi vida. Ver a mi madre dar un alarido de dolor fue tan terrorífico como presenciar a mi padre llorar con angustia.
Los soldados no sabían qué hacer, mis amigos estaban congelados, Meridia me miraba como si se sintiera traicionada.

—¡NO, no! ¡No tiene sentido! ¡NO! —gritó mamá que se puso de pie de golpe. Un leve mareo la invadió y se fue hacia un lado, pero alcancé a atraparla antes de que cayera. Me abrazó con fuerza—. ¡Dime que es una pesadilla! —miró a mi padre—. ¿Tú provocaste los abortos? ¿Por eso mataste a Shiara? ¿Porque te descubrió? ¡Y yo me culpé de todos ellos!

—No, no... querida, no...—papá se escuchaba como un cachorro desamparado— No es cómo crees, no...

—¡Entonces dime! —lloró mi madre desconsolada—. ¡Dime que no fuiste tú! Por favor... —suplicó con agonía. Su cuerpo se balanceó hacia delante y la afirmé por el abdomen.

—Mamá...

—¿Estás feliz ahora? —gimió mi padre.

—Solo di la verdad, acabemos con esto... —susurré.

El frunció la nariz y respiró profundamente cerrando los ojos con agonía.

—No sé dónde se llevaron a la chica, Maxon —susurró—. Pero sí, Coil negoció el secuestro de Lady Ambers para poder culpar a los rebeldes del norte —jadeó. August repentinamente se vio más interesado, todos nos sorprendimos con aquella confesión, Kriss jadeó.

—¿Qué? —pregunté choqueado— ¿Entonces lo admites?

Me miró alzando el mentón. Intentando imponer la poca fuerza que le quedaba.

—Cuando seas rey entenderás que hay cosas que deberás hacer como soberano para proteger a tu familia y a tu país, Maxon —susurró—. Ya dije que he hecho cosas que me pesarán en la vida para siempre. Los norteños son gobernados por el único heredero legitimo del trono —explicó desalentado—. Acabar con el linaje de los Illea implica mantener la sangre Schreave intacta...—susurró. Noté que August se movía tras de mí, pero Kriss lo retuvo—. Secuestrar a la chica era el plan para establecer una alianza con Coil y poder usar las armas. Atacábamos a los norteños culpándolos por el secuestro, y como no tienen para defenderse podríamos haber acabado con el último Illea a cambio de ofrecerle a Coil poder dentro del gobierno...

—Monstruo...—escuché susurrar a alguien.

—¿Y la boda? ¿Para qué la boda? —pregunté. Mi madre miraba a papá como si no lo conociera. Toda esa veneración que tenía para él súbitamente había desaparecido.

—Porque iba a salir en televisión: la novia secuestrada, el momento esperado por toda la nación, a favor o no de ella, todos siempre quieren ver a la nueva princesa. Ante su secuestro habría llamado al país contra los rebeldes del norte. Todo Illea habría luchado contra los rebeldes del norte...

—¿Tenías todo fríamente calculado, no? —pregunté sorprendido y aterrado a la vez.

—Todo por proteger a mi familia, sobretodo a ti, mal agradecido, y a tu madre.

—¿Arriesgando la vida de otros? —lloré—. ¿Y mis hermanas? ¿También eran una amenaza para ti? ¿Para tu corona?

El dolor en los ojos de mi padre fue tan palpable que de repente me sentí mal por él.

—No, por favor... no digas que es cierto...—lloró mamá.

Mi padre agachó la cabeza.

—Es...—suspiró y se llevó una mano a la boca—. Cierto...

Mamá lanzó otro alarido, tan doloroso, que finalmente terminó por caer al suelo.

—¿Por qué, por qué? —lloró.

Papá se agachó junto a ella y le afirmó los brazos con fuerza obligándola a mirarlo.

—¡Jamás me perdonaré haber hecho eso Amberly! ¡La muerte de mis niñas me seguirá por siempre!

—¡No les digas así! —gritó—. ¿Qué padre asesina a sus hijas? —su voz se transformó en un ahogo. Mi padre la abrazó con fuerza. Ella no se pudo zafar.

—Porque Coil me tenía amenazado con las armas —jadeó—. Nos iba a lanzar sus bombas y a destrozar el país con el armamento nuclear si no le ofrecía algo a cambio —lloró desesperado—. Jamás supe cómo decírtelo... Hasta que él se enteró que estabas embarazada de una niña... entonces...—se separó y la miró con terror—. Me ofreció una boda con su hijo. Mi hija con su hijo. Coil solo quiere ser rey, tener a alguien de su familia en el trono... Ese mal nacido me obligó a comprometer a cada una de nuestras hijas con sus hijos—jadeó aterrado—y yo...para salvarlas... para salvarlas de ese destino maldito tuve que hacerlo... tuve que... —se soltó de ella y cayó al suelo totalmente desvalido. Por un momento me sentí un reverendo idiota. Él tenía razón en todo. Yo era demasiado impulsivo, siempre me quedaba con las versiones generales, nunca con la investigación de fondo. Me sentí una basura—. Cada vez que los médicos decían que era una niña Coil mandaba una carta estableciendo el compromiso con uno de sus hijos... Así que para salvarlas de aquel destino, vi la peor salida... pero lo hice por ellas...

Mi madre lo miró aterrada.

—Nada, Clarkson, nada justifica lo que hiciste...—jadeó. De repente se puso blanca—. Mis niñas... Por Dios...

Entonces, se desmayó. Y un hilo de sangre salió de su nariz.

—¡Madre! —exclamé. Las doncellas corrieron hacia ella. Mire a los soldados—. Llévenla a la enfermería, ¡deprisa!

—Espero que estés feliz...—susurró mi padre aún sentado en el suelo. Tenía la espalda curva y los hombros caídos. Sus ojos estaban pegados en el mármol del suelo—. Todos estos años intenté protegerte a ti y a tu madre de ese hombre... negocié con él para mantenerlos a salvo... tuve que cometer la atrocidad de abortar a tus hermanas para que no fueran víctimas de él... Jamás me perdonaré por hacerlo y cargaré con la culpa el resto de mi vida... y agradece que Coil no tuviera hijas, de lo contrario, tampoco estarías aquí para contarlo...

Lo miré desolado. Mi padre parecía un trapo maltratado.

Nadie detrás de mi dijo nada.

—Si hubieras hablado desde un principio no habría tenido que hacer esto...—susurré—. Momentos desesperados exigen medidas desesperadas...—jadeé con un nudo en el pecho—. Entonces... ¿sabes dónde se llevaron a America?....

Finalmente me miró.

—El refugio más cercano está al norte de Ángeles —dijo, sus ojos estaban irritados, estaba realmente destrozado—. No sé si se la llevaron a ese lugar. Es un bunker oculto en los bosques de Northenline*, bajo tierra. No hay como salir. Una vez que entras solo puedes escapar si es con ayuda de uno de ellos...—cerró los ojos con pesadumbre—. Nunca quise que le sucediera nada a esa chica... si nunca quise que te casaras con ella no fue porque no me gustara, era porque Coil le encontró potencial. Si te casabas con ella era capaz de hacerte daño usándola. Y no dudo que lo vaya a hacer una vez que descubra que la tiene en su poder...

Comencé a temblar.

—Padre...

Se puso de pie con cansancio.

—Tu madre está enferma —me confesó con los ojos inyectados de sangre. Estaba destruido—, tiene un tumor en la cabeza. No sé cuánto tiempo le queda de vida... Pero quiero que sepas que la amo. Que de verdad la amo. Y que tú eres fruto de ese amor que acabas de destruir.

Y sin más se puso de pie y se alejó del salón. Llamó a los guardias y se fue escoltado por ellos.

Me quedé de pie, en silencio, procesando lo que acababa de causar. Digiriendo lo que me acababa de confesar de mi madre.

Era un desastre.

Había descubierto otra verdad a punta de presión y desesperación.
Al final resultaba que mi padre había vivido un calvario toda su vida. Y debido a eso decidí no guardar ningún secreto a no ser que fuera absolutamente necesario y no dañara a otros en el proceso.
Cuando me volteé donde mis amigos, estaban todos impactados.

—Eso fue... intenso —dijo August.

—¿Estás bien? —me preguntó Aspen cuando me acerqué hasta él, negué con la cabeza.

—No...—confesé—. No sé qué hice...

Carter y Marlee se acercaron asustados.

—No puedo creer lo que acaba de suceder...—susurró ella.

—¿Tu padre fue capaz de...?

—Ya, déjenlo...—miré a Meridia, cuyos ojos estaban cargados de ira—. Lo lamento.

—Solo ve por America, porque no veo cómo tu padre solucionará este problema después de todo esto...

Y se marchó del salón con paso rápido.

Hasta respirar dolía.
Todos nos quedamos viendo unos con otros mientras sentía que mi vida poco a poco se convertía en pedazos de cristal listos para ser pisoteados.

—Aspen —lo llamé. Se acercó con cautela—. ¿Los rebeldes capturados los dejan en el calabozo?

—Sí, ahí los llevamos siempre.

—Vayan a interrogarlos y oblíguenlos a confesar la ubicación exacta del bunker del que habló mi padre —pedí. Asintió. Lucy y Marlee me miraron.

—¿Qué hacemos nosotras?

Tragué saliva sintiendo un doloroso nudo en la garganta.

—Cuiden de mi madre...Si quieren pídanle ayuda a Celeste y a Mera, confío más en ella que en Asher—les pedí. Me fijé en Carter, Graham, Aspen y August—. ¿Vendrán conmigo?

—¿Y enfrentarme cara a cara a Coil? —dijo August— ¡Cuenta conmigo!

—Claro, iremos contigo —dijo Aspen afirmándome por el hombro. Asentí.

—Vayan por Roger, también lo necesitaremos. Quiero solo gente de confianza conmigo.

—Aspen...—susurró Lucy.

—Estaré bien —dijo él besándole la frente.

Por último me fijé en Kriss, y la abracé. Cuando nos separamos la miré con tristeza.

—Sé que es el peor momento para decírtelo, pero tu madre fue herida en el ataque —se llevó una mano a la boca.

—¿Qué?

—Pero estará bien —dijo Graham— fue solo un roce...—me miró de costado como si me regañara por tener tan poco tacto—. Te acompaño a verla.

Ambos se fueron con rapidez del salón, Marlee y Lucy también se fueron no sin antes haberse despedido de sus esposos y de pedirles encarecidamente que encontraran a America y volvieran todos con vida.

De repente tuve las súbitas ganas de despertar. Pero luego descubrí que aquello no era una pesadilla. Era muy real: Mi vida había quedado reducida a ese momento y al resultado de aquella búsqueda.
De mí dependía si el final terminaba siendo un sueño, o una pesadilla.

...

Tuve que vestirme con la ropa de los soldados. Lo que me recordó a aquella vez que fui con America a entrevistarme con August.
Era extraño usar aquellas prendas. Estaba acostumbrado a vestir pantalones de tela, camisas y chaquetas ajustadas. Llevar pantalones de mezclillas con rajaduras en las rodillas, una camiseta de algodón, un sombrero con visera y zapatillas, me sentaba extraño.
Pero por otro lado me gustaba que me hiciera sentir uno más de los chicos.
Me coloqué una cazadora color musgo que tenía varios parches y escondí las armas en los bolsillos interiores. Era parte de la ropa que usaban algunos soldados que trabajaban como infiltrados, sí que tenía muchos compartimentos secretos.

Aspen apareció al rato junto con Roger. Ambos no se veían muy contentos. Algo habían hecho para conseguir información del bunker y llegaron al acuerdo de no volver a hablar de ello.
Esperaba que no se refirieran a las torturas que les habían enseñado cuando eran disciplinados como soldados.
Pero no podía estar seguro.

Después de recorrer todo el jardín buscando a America, les informé a Celeste y a Philippo sobre la situación. Él quiso ir con nosotros, pero le pedí que se quedara en el palacio para pedir ayuda a Suiza en el caso que Coil ganara esa noche. Necesitábamos resguardar el país, y si el príncipe heredero de Italia salía herido o muerto, ahí sí que Illea se vería amenazada por todos los rincones del mundo.

El plan era subirnos a unos de los camiones de provisiones tal y como lo habíamos hecho la vez que visitamos a August. Nos bajaríamos al norte de la ciudad y luego caminaríamos a través del bosque colindante.

Estaba siendo totalmente irresponsable. Estaba acarreando a mis amigos y a un grupo pequeño de soldados para ir por America sin saber a qué nos enfrentaríamos.
Al menos esperaba tener razón en algo: La misión necesitaba discreción. Esperaba no haberme equivocado.

Poco antes de salir recordé hacer algo importante. Porque si no regresaba con vida era bueno que alguien estuviera al tanto.
Así que pasé por las cocinas y me dirigí hacia el sector de los soldados. Respiré hondo antes de tocar la puerta de la habitación que buscaba.

—¿Alteza? —me saludó Lena. Sonreí.

—¿Valiant está despierto?

—Sí, claro... adelante.

Cuando entré a la habitación vi a mi amigo sentado contra los cojines de la cama. Al verme se reacomodó. Tenía puesta una camiseta, pero las vendas que amarraban su pecho se traslucían por debajo.

—¿Estás bien? —me preguntó preocupado—. Escuchamos ruidos de ataque.

—Es una larga historia —contesté—. Pero no hubo boda...

—¿Qué no...?

—Mira, no te puedo explicar todo lo que ha sucedido las últimas horas porque tengo prisa...—solo entonces me miró de pies a cabeza.

—¿Por qué estás vestido así?

Suspiré.

—Porque los sureños secuestraron a America, y voy por ella —expliqué. Sus ojos se abrieron con tal terror que hizo amago de levantarse.

—¿Qué? ¡No! ¿Cómo sucedió? ¡Voy contigo...!

—¡No, no! Detente —lo empujé contra las almohadas—. No puedes salir así. Sigues herido.

—Pero, no... ¿qué ocurrió? ¿Cómo? —me miró desesperado. Lena se sentó en la cama.

—Calma, no hace bien que te alteres...—susurró—. ¿Qué ocurrió? —Me preguntó. Miré alrededor.

—¿Y tu hermana?

—Está con la señora Claide de las cocinas —respondió ella. Asentí y respiré hondo.

—Los sureños venían por Kriss porque mi padre negoció con ellos un ataque hacia los rebeldes del norte que son liderados por August Illea —conté rápidamente, Valiant parpadeó rápido.

—¿Illea?

Me llevé una mano a los ojos.

—De verdad es complicado...—mascullé—. Pero papá quería acabar con el descendiente legítimo para que no fuera una amenaza al trono. Negoció con los sureños el secuestro de Kriss para inculparlos a ellos y declararles la guerra. Los del norte no tienen armas potentes, pero los sureños sí. Kriss era la carnada para causar la guerra, pero America la salvó. No sé qué hizo exactamente, algo con el velo de novia, y se la llevaron a ella en su lugar... —conté abatido.

—No, Maxon... ¡Tengo que ir contigo! ¡Tengo...! —hizo amago de levantarse.

—¡Valiant! —exclamó la chica reteniéndolo con suavidad por los hombros—. No puedes arriesgar más tu vida. No tienes fuerzas, no dejaré que te expongas de este modo.

La miré de reojo. Había una expresión de dolor en sus ojos que él no estaba viendo ante la desesperación por salir de ahí.

—Tiene razón, ya hiciste muchísimo por mí...

—¡Pero quiero hacer algo por ella!

Aquellas palabras me causaron una sensación extraña, pero más le causaron a ella. Que se alejó bajando la mirada.

—Y lo harás si te quedas aquí...—le dije—. America me odiaría toda la vida si sabe que te llevé conmigo en estas condiciones.

—¿Por qué viniste a decirme esto entonces? —preguntó acongojado.

Le sonreí con tristeza.

—Porque sé que es importante para ti —tal vez no debí decir eso, especialmente porque la tristeza de Lena fue palpable. Carraspeé—. Sé que son buenos amigos —corregí—. Y necesito que alguien sepa de mi paradero. Iremos a los bosques del norte detrás de la ciudad. Se supone que hay un Bunker donde se resguardan los rebeldes que están atacando el palacio.

Sus hombros temblaron, pero asintió finalmente.

—Tráela con vida...

—Por supuesto...

Nos miramos y estiró su mano. Se la apreté con fuerza en el típico saludo que simbolizaba una amistad de varios años.

Recordé el día del ataque cuando él se interpuso ante la bala. Cuando fui a visitarlo aclaramos nuestra amistad. Especialmente cuando dijo que no lo pensaría dos veces en dar su vida por quienes le importaban.
Creo que jamás me sentí tan miserable como en ese momento.
Tener amigos que dieran la vida por ti era algo que en todo lo que llevaba de existencia jamás se me había pasado por la cabeza. Porque siempre veía que los soldados la daban por mi familia, pero jamás por significar algo para ellos.
Pero para Valiant, Aspen y Roger era un amigo. Y si ellos estaban dispuestos a dar la vida por mí, yo lo haría por ellos.

Odiaba haberme sentido celoso por sus sentimientos hacia America, más aún cuando yo lo arrojé a ella sin pensar en las consecuencias.
Decidí olvidarme del asunto cuando le vi el pecho ensangrentado.
Si era capaz de dar su vida para que yo estuviera con ella, no había nadie más noble ni valiente que él.
Por eso no podía dejar que arriesgara nada más. Y por él, por mí, por todos, traería a America con vida. Yo regresaría con vida.
Para que su propio sacrificio no fuera en vano.

...

Cuando abandonamos el palacio dentro de aquel camión con las armas bajo nuestras ropas, con el único propósito de encontrar a America, sabía que íbamos a una trampa, o a una muerte segura.
Pero no me iba a dejar amedrentar.
Miré a todo el grupo que iba con nosotros antes de entrar a la oscuridad de la parte trasera del vehículo, y me prometí a mí mismo que nadie moriría esa noche, más que Coil.

...

NOTAS

Todos los capítulos son difíciles de escribir, pero éste fue un suplicio.
Los detalles, la historia de Clarkson, la intervención de cada uno de los personajes para que todo tuviera sentido.
Fue demasiado. Espero que lo hayan entendido.

También espero que pudieran comprender que todo fue una trampa de Coil. Él torturó a Kriss, él envenenó a Aspen, él se hizo pasar por el rey para asustarlos.
Pero ¿por qué?

En el siguiente capítulo lo sabrán. Porque America hablará con él. Con el enemigo real.

Detalles del capítulo:

Charlotte* No sabía cómo se llamaba la madre de Kriss, así que le puse un nombre.
Shiara* Es el nombre que elegí para la madre de Meridia.
Northenline*: locación dentro de Angeles. No sabía qué nombre ponerle al bosque.

¿Cuánto queda ya? ¡4 capítulos para el final!
Y solo como spoiler, en el próximo capítulo habrá una escena muy... no lo sé, pero sé que tal vez las Maxericas lo amen.

Eso por ahora.

Y gracias por la paciencia.

¡Nos leemos!

Kate.

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