Un amigo gratis | EN LIBRERÍAS

Bởi InmaaRv

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«¿Cuánto tiempo necesitaré para olvidar cada segundo que hemos pasado juntos?» La vida de Nash es un desastre... Xem Thêm

Introducción
Cuentos para Sidney: Conocerla.
01 | El baño de chicos
02 | Primer contacto
03 | Sueños frustrados
04 | Escribes, ¿verdad?
05 | El río de mi vida
06 | El trío invencible
07 | Meteduras de pata
08 | Jayden Moore
09 | Solo tienes una vida
10 | Un consejo infalible
Cuentos para Sidney: El puente roto.
11 | Nueva voluntaria.
12 | Somos como equilibristas
13 | Vas a volverme loco
14 | Las cosas se tuercen
15 | Mi canción favorita
16 | Cuestión de maquillaje
17 | Que lo dejen en paz
18 | Feliz cumpleaños
19 | Los koalas no comen humanos
20 | La locura es bonita
21 | Once y once.
22 | Una estrella fugaz
Cuentos para Sidney: Brillar.
23 | Amor propio
24 | Sin palabras
25 | Serás una fracasada
27 | Cuestión de nervios
28 | Interrogatorio improvisado
29 | La culpa
30 | ¿Cómo se besa a alguien por accidente?
31 | Una dolorosa invitación
32 | La fiesta de San Valentín
33 | Me muero de ganas de abrazarte
34 | Una bonita despedida
Cuentos para Sidney: Lo que ella me enseñó.
35 | Nuestra primera cita
36 | Un ramo ideal
37 | La ansiedad
38 | ¿Puedo dormir contigo?
40 | Una idea descabellada
41 | Tú eres mi tesoro
Epílogo.
Capítulo extra

26 | No me odies

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Bởi InmaaRv

26 | No me odies

Dylan no volvió a casa hasta el domingo por la noche, allá sobre las dos de la madrugada, cuando el viento hacía silbar a las ventanas y los árboles cantaban de forma terrorífica.

Mamá se puso a discutir con él en cuanto lo vio entrar por la puerta. Le reprochó miles de cosas y le echó muchas otras en cara, con los ojos llenos de lágrimas. Y como Dylan respondió a sus ataques con frases mucho más hirientes e irrespetuosas, en cuestión de segundos, ambos se vieron sumidos en una dolorosa pelea. Los susurros pasaron a convertirse en gritos y los gruñidos de mi hermano, en golpes a la pared y empujones a los muebles.

Todo terminó cuando Lizzie apareció en el salón arrastrando su bata de princesa y, al ver los ojos rojos de mi madre, se echó a llorar también. Dylan debió sentirse culpable, porque corrió a encerrarse en su habitación inmediatamente, y Devon y yo nos organizamos para tratar de solucionarlo todo. Mientras él iba a consolar a su hermano, yo me llevé a la niña a su cuarto y estuve intentando que se durmiese durante más de treinta minutos.

A la mañana siguiente, nada más levantarme, busqué a mi hermano para arreglar las cosas; pero, en cuanto llamé a la puerta de su habitación, me gritó que me largase y no quiso abrir el pestillo hasta que estuvo completamente seguro de que no iba a volver a molestarlo.

Devon, que estuvo presente en la escena, trató de animarme dándome un abrazo y me obligó a desayunar de forma exprés —casi me ahogo por su culpa— antes de ofrecerse a llevarme al instituto. Cuando llegamos, me aconsejó que me lo pensase dos veces antes de hacer pellas, porque tenía contactos en el instituto que se lo contarían enseguida, y yo le dije la verdad: que no tenía intenciones de faltar a clase.

Todo fue normal durante las tres horas siguientes. Mi horario marcaba que tendría literatura, matemáticas e inglés antes del almuerzo, al cual le sucedían varias asignaturas que iban a dejarme muerta y enterrada bajo tierra.

A pesar de que mi ánimo no era el mejor, me esforcé en que nadie lo notase y estuve toda la mañana con una sonrisa en la cara. Quería que pareciese que tenía la palabra «felicidad» tatuada en la frente. Hablé con todo el mundo, bromeé con mis conocidos e incluso me reí de algún que otro chiste de Scott a pesar de que fuesen malísimos.

Si me preguntaban cómo estaba, yo respondía con un «bien, gracias», porque era mucho más sencillo que decir la verdad. Prefería fingir que todo iba perfectamente y hacerles creer que mi vida era increíble, antes que explicarles mis problemas.

Pero cuando llegó la hora de comer, me quité la máscara, busqué una mesa lo más apartada posible de la de mis amigos, me senté y hundí la cabeza en mi diario; quería volverme invisible y que todos me olvidasen. Fue un cambio brusco en el que nadie deparó, excepto un chico castaño que, bandeja en mano, se acomodó a mi lado unos segundos después.

Podría haber dicho que su presencia me molestaba, pero habría mentido.

—Hola —saludó. En lugar de contestar, yo me limité mirarle de reojo y dedicarle una pequeña sonrisa—. Sé que no te llamé el otro día, pero puedo explicarlo, de veras.

—No importa, olvídalo.

Debí parecer muy poco entusiasta, porque Nash frunció el ceño al escucharme y me picó el hombro con un dedo.

—¿Qué te pasa? ¿Estás enfadada?

—No.

—¿Seguro? —Ni siquiera me dejó responder—. ¿Me odias?

—¿Qué?

Se acercó todavía más, hasta que la distancia entre nuestros brazos fue nula, y me dio un suave empujón a modo de queja.

—No me odies.

—Ya te he dicho que...

—No quiero que te enfades conmigo.

—No estoy enfadada, Nash, por el amor de Dios.

Juntó las cejas todavía más.

—¿Entonces qué te pasa?

—¿A mí? Nada.

—Pero no estás bien —insistió, y volvió clavarme un dedo en el brazo—. ¿Me odias, verdad?

—Oh, Dios mío, eres tan...

—¿Estresante? Lo sé —asumió—. Y tú eres tan...

—¿Rara? ¿Insoportable? ¿Inmadura?

Me miró en silencio durante unos segundos. Acto seguido, esbozó una media sonrisa.

—Yo iba a decir preciosa, pero sí, eso también me vale.

Fue un acto reflejo; cerré mi cuaderno de un golpe y me volví hacia él. Entonces, cuando menos me lo esperaba, Nash acercó su rostro al mío y me plantó un tímido pequeño beso en los labios que apenas duró unas milésimas de segundo. Ni siquiera tuve tiempo a corresponderle antes de que se separase.

Tras aumentar el volumen de su sonrisa y, por consiguiente, el de la mía, me pidió:

—No te enfades, ¿vale?

Estaba a punto de responder, cuando sentí como dos personas más ocupaban la mesa. Scott y Olivia se sentaron junto a nosotros; ella tenía los labios pintados de su característico labial rojo pasión, mientras que él traía una bandeja llena de comida en las manos. La chica fue la primera en hablar:

—Así que tenemos una nueva antagonista —comentó, despreocupada, y yo fruncí el ceño. No sabía a dónde quería llegar—. Julie nunca me cayó bien, pero ahora que sé que es una niñata rompe-relaciones la odio todavía más.

Por poco me atraganto con mi propia saliva. ¿«Rompe-relaciones»?

Me quedé un rato en silencio, mirando cómo mi mejor amiga rebuscaba en su mochila hasta dar un paquete de galletitas saladas y empezaba a comérselas de dos en dos. Al darse cuenta de que ella no iba a darme explicaciones, Nash procedió a hacerlo su lugar.

—Se lo he... —balbuceó—. Se lo he contado esta mañana... durante la clase de historia.

—Y me lo ha detallado todavía más en la hora de matemáticas —añadió Olivia. Luego, arrugó la nariz y se volvió hacia el chico—. No he prestado atención al profesor por tu culpa. Si suspendo, el karma se pondrá de mi parte y te remorderá la consciencia durante el resto de tu vida.

—No vas a suspender —la cortó Scott, cansado—. Siempre dices lo mismo y terminas aprobando con buena nota.

—Hay dos razones para eso —contestó ella—. La primera es que soy fabulosa e inteligente. Y la segunda, que no ingiero ningún potingue venenoso que pueda afectar al rendimiento de mis neuronas —agregó, mirando con asco su plato de sopa.

El pelirrojo rodó los ojos.

—La sopa de la señora Duncan es la mejor que he tomado en mi vida.

—Eres un idiota.

—Por lo menos mi color de pelo es natural.

—Sí, pero también horrible.

—Cállate.

Cilliti.

—¿Por qué eres tan infantil?

—¿Pir qui iris tin infintil?

—Deja de burlarte de mí.

Diji di birlirti di mí.

—¡Olivia!

—¡Ilivii!

—Eleonor —Scott se volvió hacia mí, completamente agitado—, dile que pare.

Iliinir —lo remedó la chica—, dili qui...

—Olivia —la interrumpí—, para.

Sintiéndose excluido de la conversación, Nash se aclaró la garganta para llamar nuestra atención y se humedeció los labios antes de preguntar:

—¿Podemos hablar de otra cosa?

—Creo que será lo mejor —coincidí con voz temblorosa. Normalmente, Scott nunca discutía con nadie. El hecho de que se hubiese enfrentado a Olivia, aunque hubiese sido a pequeña escala, me dejaba con la duda de si estaba enfadado o no. Mi mejor amiga era muy irritante; como siguiese así, seguramente acabaría sacando al pobre chico de sus casillas—. ¿Habéis estudiado para el examen de francés?

Tras hacer una mueca de asco, Scott negó con la cabeza.

—No pienso hablar más sobre los exámenes —espetó—. No quiero deprimirme.

—¿Tan mal te va? —Se interesó Nash, ganándose una mirada petulante de parte del pelirrojo.

—¿Qué parte de «no pienso hablar más sobre los exámenes» no has entendido?

Olivia se echó a reír:

—El «no», supongo.

El aludido se volvió hacia ella con cara de pocos amigos.

—No estaba hablando contigo —gruñó.

Al notar el tono de voz tan brusco que había utilizado, me incliné suavemente sobre la mesa para hablar con él.

—Scott, ¿qué te pasa?

Y Olivia volvió a carcajearse.

—Que está avergonzado, eso le pasa —se mofó, mirando a su amigo de reojo—. Digamos que le he hecho pasar un mal rato.

—¿Qué ha pasado?

Ante la pregunta de Nash, la chica esbozó una sonrisa gatuna.

—Le he obligado a entrar al baño de chicas conmigo.

Me hubiese gustado escupirle mi refresco en la cara, tal y como pasaba en las películas, pero no tenía refresco, ni tampoco la suficiente valentía para hacerlo, así que me conformé con abrir mucho los ojos y poner cara de «qué me estás contando».

—No me miréis de esa forma —nos pidió—. Soy una mujer y necesito a alguien que me acompañe al baño. Scott era mi única opción, así que hice lo que tenía que hacer.

—Y tardaste veinte minutos —gruñó el pelirrojo—, solo para dejarme en ridículo.

—Eso no es verdad.

—¿Ah, no?

—Bueno, quizá sí —terminó por admitir—, pero tampoco es para tanto, enano. No te enfades.

Debido a la mirada furibunda que Scott le dirigió, mi amiga volvió a echarse a reír. La escena me hizo gracia a mí también, y sonreí débilmente mientras me volvía hacia a Nash, solo para comprobar si su expresión era semejante a la mía. Pero no era así; su rostro estaba completamente serio y tenía los hombros tensos. En cuanto averigüé cuál era el motivo, me arrepentí de no haberme dado cuenta antes.

Una chica castaña acababa de llegar a la mesa junto a Chris. Era delgada y pequeña, tal y como yo soñaba ser cuando era niña, y tenía el pelo tan largo que le llegaba diez dedos por debajo de los hombros. Julie.

—Hola chicos, ¿puedo sentarme?

Estuve tentada a gritarle un «no» gigantesco, pero me contuve y dejé que Olivia contestase. Esta, al verse en un aprieto, se aclaró la garganta y dio un dudoso asentimiento con la cabeza, lo que provocó que Julie sonriera abiertamente antes de tomar asiento junto a nosotros, más concretamente frente a Nash y a mí.

Chris imitó su gesto y se acomodó junto a Scott. La conversación no tardó en salir entre ellos, y me pregunté si no les hubiese gustado estar sentados a solas en otra mesa, ya que, cuando estaban juntos, era como si les sobrase el resto del mundo.

—¿De qué hablabais?

La pregunta de Julie había ido única y desvergonzadamente dirigida a Nash. A pesar de estar hablando de un «vosotros», sus estaban clavados en los del chico cuando habló. Y él debió sentirse presionado, porque aunque fingió desinterés, me di cuenta de que estaba temblando cuando respondió.

—De... uh, nada importante.

—¿Recibiste mi mensaje el otro día?

Bum, directa al grano. Nash volvió a revolverse antes de contestar.

—Mi móvil está muerto —aclaró con voz queda. Acto seguido, se volvió hacia mí. Sus labios estaban entreabiertos y su rostro, bastante más pálido que otras veces—. Por eso no te llamé.

—No te preoc...

—¿Qué le ha pasado? —Me interrumpió Julie. No pude evitar sentir una punzada de celos cuando Nash se giró para mirarla.

Me regañé mentalmente.

No podía estar celosa.

—Eric tuvo un arrebato y lo tiró al váter.

Olivia se echó a reír.

—¿Quién es ese chico y por qué yo no lo conozco?

—Es mi primo. No puedes ligar con él, Olivia, tiene tres años —explicó el castaño, con la nariz arrugada—. El cumpleaños de mi hermana es mañana y suele venir toda la familia a celebrarlo. Esta vez habrá menos gente porque cae en martes y es un día laboral, pero organizaremos una fiesta de todos modos. —Y, de nuevo, haciéndome sentir integrada en el grupo, Nash volvió a dirigirse a mí al hablar—: Sid me ha pedido que te invite.

—¿A mí? —articulé, sorprendida—. Uhm...gracias.

—¿Vendrás?

—Bueno...

—Por favor —rogó—. Sin ti, todo será aburrido. Necesito a alguien de mi edad allí. Está mi prima Aroa, pero es bastante más mayor. Y aunque Mike también va a ir, suele estar más con los niño que conmigo. Al fin y al cabo, tienen el mismo consciente intelectual.

Me reí.

—Está bien.

La sonrisa que se formó en sus labios fue tan bonita que me dejó sin palabras, pero no tardó en decaer, ya que Julie interrumpió la conversación de la misma forma que antes:

—Esto... Nash, ¿podríamos hablar después? Tengo que... eh, tengo que decirte algo.

Fue un impulso. Nada más escucharla, me levanté de un salto y empecé a recoger mis cosas. Quizás estaba siendo demasiado obvia —o tal vez eran solo imaginaciones mías—, pero no le di importancia hasta que me percaté de que todos los ojos de la mesa estaban clavados en mí. Algunos de ellos me observaban divertidos, como los de Olivia, mientras que otros, como los de Nash, estaban abiertos de par en par.

Me eché la mochila al hombro y apreté con fuerza una de las correas.

—Os veo luego —solté para disimular—. Tengo examen de francés en menos de una hora y me vendrá bien repasar.

Comparándola con la de mi otro yo transexual, aquella excusa estaba bastante bien.

—Voy contigo —exclamó Nash y, antes de que me diese tiempo a negarme, me sacó a rastras de la cafetería, sujetando su macuto con una mano y mi brazo con la otra. No quise oponer resistencia, de modo que dejé que me llevase a donde quisiera llevarme.

Al final, acabamos en el pasillo, que fue donde nos detuvimos nada más cruzar la puerta del comedor.

En cuanto aflojó su agarre entorno a mi muñeca, hice esfuerzos por soltarme y abrí mi mochila para rebuscar algo en ella; cualquier cosa, porque solo quería mantenerme ocupada. Estaba a punto de sacar las llaves de casa para ponerme a contar cuántos dientes tenían —así de desesperada estaba—, cuando lo escuché hablar.

—¿Estás enfadada?

Mi respuesta fue tan automática, que Nash debió pensar que la tenía preparada.

—¿Qué? No.

—Oh, vamos. Sé que Julie no te cae bien. Lo que ha hecho...

Me hice la tonta.

—¿Qué ha hecho?

Quizás lo era.

—Venga, Eleonor. Tú lo sabes de sobra.

—Mira, no tengo ni idea lo que estás...

—No voy a quedar con ella, si te sirve de algo —me interrumpió—. Tengo pensado seguir evitándola.

—No deberías.

—Pero lo haré.

—Escucha...

No llegué a terminar la frase. Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, mis ojos captaron movimiento al fondo del pasillo. Un chico de pelo negro como el azabache, alto y de cuerpo bien trabajado se acercaba a nosotros a paso rápido y constante. Lo único que hizo cuando pasó por mi lado para entrar en la cafetería fue pronunciar un rápido «nos vemos, Eleonor» que me hizo sonreír. Sus ojos color miel me echaron un último vistazo y, segundos más tarde, lo perdí de vista.

A mis espaldas, Nash se aclaró la garganta, aparentemente molesto, y preguntó con desgana:

—¿Quién es?

—Es un viejo amigo, se llama Neisan —contesté, volviéndome hacia él. Como estaba segura de que no era suficiente, me apresuré a darle más información—: Su hermano fue uno de los primeros socios que tuve en UAG.

Nash chasqueó la lengua con desagrado.

—No me cae bien.

Puse los ojos en blanco.

—Pero si ni siquiera lo conoces.

—No necesito conocerlo para saber que me cae mal —aclaró, seco. Acto seguido, empezó a hablar de otra cosa—: ¿Qué le pasaba a su hermano?

—Problemas de autoestima, como la mayoría de los adolescentes. No se consideraba nadie especial.

El castaño se llevó una mano a la nuca y asintió con la cabeza, como si comprendiese perfectamente su situación. Yo estaba segura de que lo hacía.

—Es normal —dijo—, yo también pensaba antes que no era nadie.

—¿Y qué pasó?

—Llegaste tú —vaciló—. Tú, tu estúpida forma de ser y esa asociación que al principio me pareció absurda. Y cambiaste mi forma de ver el mundo, Eleonor. Lo revolucionaste como tú solo podrías hacerlo. —No sé si me sorprendió más la intensidad de sus palabras o la rapidez con la que pasó a hablar de algo distinto, como si quisiera que pasara por alto lo que acababa de decir—: Escucha..., sé que todo el tema de Julie te molesta bastante porque, sinceramente, a mí también me molestaría si estuviese en tu lugar. Por eso, quiero que sepas que...

—Julie no me molesta.

Soltó un suspiro de fastidio.

—Pero mira que eres cabezota.

—¿Yo? ¿Cabezota? Eres tú el que no deja de insinuar que estoy celosa.

—No estoy insinuando que... —Soltó una carcajada—. Espera un momento, ¿estás celosa?

«Tocada y hundida», pensé. Pero ni loca le diría algo así.

—No —contesté en vez de eso.

—¿Estás segura? —insistió. Ahora la sonrisa le ocupaba la mayor parte del rostro—, porque podría ir ahora mismo con Julie y decirle que estoy listo para escuchar lo que sea que tiene que contarme.

—Adelante.

—Y quizás...

—¿Podrías estar con ella mientras yo aprovecho el tiempo para ir buscar a Neisan y pedirle su número de teléfono? —lo interrumpí—. Porque, mira tú por dónde, nunca llegué a tenerlo.

De un momento a otro, el melifluo sonido de su risa se hizo dueño del pasillo. Nash aprovechó ese mísero instante en el que dejé de estar enfadada con él para dar un paso hacia adelante y pegar nuestros rostros. Nuestra cercanía era tal, que tuve que pestañear varias veces para no marearme. A tan poca distancia, las pecas de su rostro se veían todavía más pronunciadas. No pude evitar preguntarme si algún día tendría el tiempo suficiente como para contarlas todas, o si era una cantidad imposible de expresar con dígitos numéricos.

—Hacerte enfadar es tan divertido.

Se me puso la piel de gallina. Como sabía que, en realidad, su único objetivo era molestarme, hice esfuerzos por disimular mis nervios.

—Para mí no es divertido.

Ladeó la boca en una sonrisa.

—Bueno, pero para mí sí.

—Ajá. —Me puse las manos en las caderas—. ¿Y si yo no dejase de tomarte el pelo? Dime, ¿te gustaría?

Se quedó unos segundos en silencio, como si estuviese pensando en una respuesta. Después, dijo:

—A mí me gusta todo de ti, Eleonor.

Abrí mucho los ojos, dejándome llevar por la impresión. No sabía si estaba más sorprendida por su repentina confianza o por el momento que había elegido para soltar esa frasecita; pero como no podía recriminarle por mostrarse mucho más seguro que de costumbre —cosa que, siendo sincera, me encantaba—, decidí centrarme en lo segundo.

—No puedes decir ese tipo de cosas ahora —me quejé, aunque era incapaz de contener la sonrisa—. Se supone que estamos discutiendo.

Nash se puso colorado. Sus labios se curvaron en una sonrisa tímida y se llevó una mano a la nuca para revolverse el pelo. Yo, por mi parte, no pude mantenerme firme en mi papel de «chica enfadada». Dejándome llevar por las ganas, me acerqué a él y le di un beso en la mejilla.

Después, me alejé para mirarlo a la cara. Y podría jurar que nunca antes le había visto sonreír de una manera tan absurdamente bonita.

—Eres genial —me susurró. A continuación, entrelazó su mano con la mía y tiró de mí para obligarme a caminar—. ¿Quieres que te acompañe a clase?

—Puedo ir sola —contesté con burla.

—Es más romántico si dejas que vaya contigo.

—Ya, pero sigue sin ser necesario.

—Voy a ir de todas formas.

—Bien.

—Bien.

Después de soltarle la mano, eché a andar por el pasillo. No pude evitar sonreír cuando noté la presencia de Nash a mi lado y me di cuenta de que, a pesar de todo, me había seguido. Para parecer desinteresada, me aproveché del silencio para sacar mis libros de la mochila. Iba a tener más tiempo para el examen si no tenía que entretenerme buscándolos cuando llegase a la clase.

Me di cuenta de mi error cuando cuatro alumnos, dos chicos y dos chicas, pasaron junto a nosotros, pero en dirección contraria. Ágatha, una chica pelirroja, fue la primera a la que distinguí. Sus ojos, lejos de fijarse en mí, recayeron en Nash y lo inspeccionaron de arriba abajo, pero él no se molestó mirarla de vuelta.

Después, vinieron Grace y Lucas. No quise prestarle atención a ninguno de los dos; ella se había ganado mi odio a base de palos y él, por su parte, llevaba evitándome desde la cena del otro día; de modo que me limité a mantener la vista al frente.

Estaba a punto de apresurar el paso cuando, de repente, alguien me dio un empujón que consiguió desequilibrarme, y entonces todos mis libros cayeron al suelo.

—Ten más cuidado, rubita. Se te ha caído la dignidad.

Tuve que armarme de paciencia para no soltarle a Grace un guantazo de esos que solo me traerían problemas. Tenía ganas de echar de una patada a mi lado pacifista y dejarme llevar por el violento, pero era consciente de que no podía hacerlo. Así que, en su lugar, me limité a dirigirle una sonrisa irónica y me agaché a recoger mis cosas.

Cuál fue mi sorpresa cuando me di cuenta de que alguien lo había hecho por mí. Justo cuando estaba a punto de darle las gracias a Nash por haber sido tan considerado, alcé la vista y me di de lleno con unos ojos completamente distintos a los suyos.

—Lo siento. —Alcancé a oír.

Lucas me puso los libros sobre los brazos con cuidado. Bajo mi atónita mirada, ladeó un poco la boca, se mordió el labio y, sin más, se fue con sus amigos, dejándonos a Nash y a mí solos en el pasillo.


Recuerda que puedes leer la versión mejorada de esta historia en papel, con escenas extras y un nuevo epílogo. A la venta en librerías de España y Latinoamérica :)

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