Un amigo gratis | EN LIBRERÍAS

Від InmaaRv

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«¿Cuánto tiempo necesitaré para olvidar cada segundo que hemos pasado juntos?» La vida de Nash es un desastre... Більше

Introducción
Cuentos para Sidney: Conocerla.
01 | El baño de chicos
02 | Primer contacto
03 | Sueños frustrados
04 | Escribes, ¿verdad?
05 | El río de mi vida
06 | El trío invencible
07 | Meteduras de pata
08 | Jayden Moore
09 | Solo tienes una vida
10 | Un consejo infalible
Cuentos para Sidney: El puente roto.
11 | Nueva voluntaria.
12 | Somos como equilibristas
13 | Vas a volverme loco
14 | Las cosas se tuercen
15 | Mi canción favorita
16 | Cuestión de maquillaje
17 | Que lo dejen en paz
18 | Feliz cumpleaños
19 | Los koalas no comen humanos
21 | Once y once.
22 | Una estrella fugaz
Cuentos para Sidney: Brillar.
23 | Amor propio
24 | Sin palabras
25 | Serás una fracasada
26 | No me odies
27 | Cuestión de nervios
28 | Interrogatorio improvisado
29 | La culpa
30 | ¿Cómo se besa a alguien por accidente?
31 | Una dolorosa invitación
32 | La fiesta de San Valentín
33 | Me muero de ganas de abrazarte
34 | Una bonita despedida
Cuentos para Sidney: Lo que ella me enseñó.
35 | Nuestra primera cita
36 | Un ramo ideal
37 | La ansiedad
38 | ¿Puedo dormir contigo?
40 | Una idea descabellada
41 | Tú eres mi tesoro
Epílogo.
Capítulo extra

20 | La locura es bonita

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Від InmaaRv

20 | La locura es bonita

—No quiero ser aguafiestas, ni poco profundo, ni nada de eso, pero... Mmm, ¿qué estamos mirando?

El suave murmullo del cantar de los pájaros que sonaba en el parque pasó a un segundo plano cuando lo escuché hablar. Me giré levemente para mirarle de reojo. Nash estaba a mi lado, con la cabeza inclinada hacia atrás y la vista perdida en un cielo azul que parecía aburrirle. Llevábamos más de cinco minutos en silencio y ninguno de los dos se había atrevido a romperlo hasta ahora.

—¿Eleonor?

—Cierra los ojos —le dije—. Cierra los ojos y escucha.

Lo hizo. Se oían risas de niños, el sonido del viento removiendo las hojas de los árboles y nuestras respiraciones yendo al compás. Ahora que no podía verme, me tomé la libertad de volverme para inspeccionar su rostro. Tenía muchas más pecas en el lado izquierdo de la cara que en el derecho, y no dejaba de pasarse la lengua por los labios para humedecérselos.

—Escucho... —pronunció de repente, tras abrir los ojos, con el ceño fruncido—. Uh, nada importante.

Me reí.

—Ignorante.

—Loca.

—La locura es bonita.

—Tú también.

Dejé de observar el cielo para clavar mis ojos en los suyos. El revoltijo de emociones que se arremolinaba en mi interior se disparó en cuanto me di cuenta de que Nash tenía las mejillas sonrojadas. Empecé a sentir un cosquilleo en el estómago. ¿A qué diablos había venido eso?

Entonces, soltó una risita que acabó con la tensión que se había adueñado del ambiente.

—Preciosa —canturreó con burla—. Sobre todo con esas ramitas en el pelo. Qué, ¿acaso has estado viviendo en un arbusto?

—Muy gracioso —me quejé, antes de llevarme las manos a la cabeza para deshacerme de lo que fuera que le hacía reír.

En cuanto estuve segura de haber terminado, empujé suavemente a Nash con el hombro para obligarlo a caminar. Tardamos más de medio minuto en llegar a la zona de picnic que había junto a la gran explanada. Como era de imaginarse, estaba vacía. Hacía tan solo unos segundos que el reloj de mi muñeca había marcado las cinco menos veinte de la tarde; era demasiado temprano para tres cuartas partes de la población mundial, de modo que teníamos todo el parque, a excepción de los columpios, en donde jugaban un par de niños, para nosotros.

Reacia a perder más tiempo, me acerqué a una de las mesas, me senté y le hice una señal a Nash para que se acomodase a mi lado.

—Bienvenido a nuestra última sesión —comencé—: la sesión de la confianza.

Observó con el ceño fruncido cómo me descolgaba la mochila y me la ponía sobre los muslos para empezar a buscar en ella lo necesario para la dinámica. Después de pasarme unos minutos poniéndolo todo patas arriba, saqué de su interior algo parecido a un pañuelo de color negro que era lo suficientemente opaco como para poder usarlo como venda para los ojos.

—¿Estás listo para comenzar? —le pregunté, tendiéndole la tela.

Nash se levantó de un salto y empezó a retroceder de inmediato.

—No. —Negó con la cabeza por lo menos cinco veces seguidas—. No, de ninguna manera. No pienso taparme los ojos con eso.

Enarqué las cejas. Sujeto entre mis dedos índice y pulgar, el trapo no dejaba de balancearse de un lado a otro.

—¿Acaso no te fías de mí?

Parecía tenso.

—No juegues con mis sentimientos de esa manera —me reprochó—. Sabes de sobra que me fío de ti.

—Entonces, cierra la boca y póntela.

Le tendí la venda, esperando a que la cogiese, pero volvió a rechazarla.

—Que no.

—¿Por qué?

—Voy a hacer el ridículo.

—No seas tonto. —Miré a mi alrededor, con el objetivo de asegurarme de que lo que estaba a punto de decir era cierto—. No hay nadie en todo el parque. Estamos solos.

—Haré el ridículo delante de ti.

—¿Acaso importa?

—Mucho.

Le dediqué una sonrisa burlona.

—Bueno, tampoco es como si fuera la primera vez.

Al escuchar mis palabras, Nash volvió a resoplar. Sin embargo, no se apartó en el momento en que me acerqué a él y le ofrecí el pañuelo por cuarta vez. Lo cogió con las manos temblorosas y, a mala gana, se lo puso sobre los ojos y lo ató en la parte trasera de su cabeza. Esperé pacientemente a que terminase de hacerlo.

—Te odio —refunfuñó.

Rodé los ojos.

—Empecemos de una vez.

Tras tomarme un segundo para autoconvencerme de que no iba a apartarse, entrelacé mi mano con la suya y tiré de ella para llevarlo a la explanada. Nash no dijo nada durante todo el trayecto. El estar a ciegas —y el hecho de que yo fuese la única de los dos que podía andar más de tres metros sin comerse el suelo— provocó que se mantuviese aferrado a mí hasta que llegamos.

De repente, me preguntó:

—¿Cómo...? —La frase murió en su garganta. Tras toser adrede para aclararse la voz, trató de continuar—: ¿Cómo sé que no vas a dejarme solo?

—No dejarás de escuchar mi voz.

Negó con la cabeza.

—No me estaba refiriendo a hoy.

Fruncí el ceño. No entendía a dónde quería llegar.

—¿Cómo dices?

—Estoy hablando de mañana —aclaró—, de la semana que viene, del resto de año... Ahora que no estás obligada a de pasar tiempo conmigo, ¿cómo sé que seguiremos siendo amigos?

Suspiré antes de apartar mi mano de la suya y dar un paso atrás, una vez que hubimos llegado a la llanura. Al sentirse solo y desolado, todavía a ciegas, Nash se cruzó de brazos.

—Ya hemos hablado de esto antes —le dije.

—Pero sigues sin contestar a mi pregunta: ¿seguiremos siendo amigos después de esto?

Volví a exhalar profundamente.

—Sí, claro que sí.

—¿Me lo prometes? —añadió.

Me tomé un segundo para observarlo antes de responder. Él también tenía ramitas en el pelo, debido a las hojas de los frondosos árboles del parque, que seguían cayendo a pesar de que ya había pasado el otoño.

—Te lo prometo.

Frunció el ceño e hinchó una mejilla. Finalmente, pasados unos segundos, asintió con la cabeza.

—Vale. —Volvió a quedarse en silencio. Acto seguido, mientras se rascaba el cuello con una mano, añadió—: Esto... creo que deberíamos empezar ya. Esta cosa es bastante incómoda.

—Está bien. —Esbocé una sonrisa y di unos cuantos pasos hacia atrás para alejarme de él. En cuanto notó que me había marchado de su lado, el chico empezó a mover la cabeza en todas las direcciones—. Encuéntrame, Nash.

Su rostro se transformó en una expresión de incredulidad.

—¿Estás loca? Voy a caerme.

—Bueno, se supone que yo estoy aquí para evitar eso.

—... y ni siquiera sé en qué zona del parque estamos —prosiguió, ignorando completamente lo que acababa de decirle—. ¿Primero me tratas como a un perro y ahora planeas que me dé de bruces contra el suelo? Quién quiere enemigos teniéndote a ti cerca, Eleonor.

—No seas exagerado.

Suspiró con cansancio.

—Dime por lo menos dónde estoy.

—En el parque, rodeado de árboles. Hay muchas farolas, mesas y piedras gigantes con las que puedes chocarte... —En cuanto distinguí el horror en su rostro, me eché a reír—. ¡Es broma! Vamos, deja de perder el tiempo y ven de una vez. Solo tienes que confiar en mí.

Lo escuché refunfuñar algo parecido a «eres insoportable» por lo bajo, pero acabó haciéndome caso. Me vi obligada a taparme la boca para ahogar una carcajada en el momento en que dio el primer paso con los brazos levantados, perpendiculares a su tronco, y la frente llena de arrugas, y empezó a avanzar hacia mí poco a poco.

En realidad no estábamos muy lejos. De hecho, podría haber llegado hasta en donde me encontraba en poco tiempo si yo no me hubiese recreado tanto riéndome de él y dándole falsas indicaciones que le dificultaban el camino. Por ejemplo, de vez en cuando le gritaba que era necesario que girase a la derecha para no chocarse, y él lo hacía. Después lo mismo, pero a la izquierda. E incluso le pedí en una ocasión que diese un pequeño saltito, y la escena me pareció tan divertida que tuve que esforzarme por retener una carcajada.

Como era de esperarse, Nash no tardó mucho en darse cuenta de lo que ocurría. En cuanto captó que me estaba mofando a su costa, se paró a mitad de camino y se cruzó de brazos. Después, vino la indignación. No quiso pronunciar palabra hasta que, con pasos vacilantes —y algo temerosos, porque no quería que se enfadase conmigo— me acerqué hasta que los metros que nos separaban se redujeron a uno.

—¿Qué pasa? —interrogué, incapaz de disimular la burla en mi voz.

El chico bufó con desgana. No quiso contestar directamente a mi pregunta.

—Dime que no lo has grabado, por favor.

—¡Claro que sí! —bromeé—. Para la posteridad, Ashu. Aunque déjame decirte... —Hice una pequeña pausa, como si estuviese revisando el supuesto video— que deberías haberte peinado un poco. Has salido horroroso.

Se echó a reír.

—¿Tanto como tú o más?

—¡Oye!

Indignada, di un paso hacia él y lo golpeé en el pecho. Nash aumentó el volumen de sus carcajadas, lo que causó que volviesen a entrarme ganas de pegarle. Pero en cuanto alcé los brazos para darle otra vez, sus manos capturaron las mías y tiró de mí para impedirlo, atrayéndome hacia sí y acortando la distancia entre nosotros a un par de centímetros.

Contuve el aire dentro de mis pulmones. Tenía los antebrazos pegados a su pecho y la boca entreabierta por la sorpresa. Ese cosquilleo que se adueñaba de mi estómago cada vez que estábamos juntos volvió a aparecer. En esta ocasión, tenía más fuerza que nunca: provocó que se me revolviesen las entrañas y que el corazón me bombease muy rápido.

Con los nervios subiéndome por la garganta, alcé la vista para mirarlo. Nash ya no se reía. Ahora estaba completamente serio. Podía sentir la tensión de sus músculos junto a los míos, y la fuerza con la que sus manos se clavaban en mi cintura. No tenía ni idea de cómo habían llegado ahí. Solo era capaz de fijarme en sus labios que, ahora que no pasaban desapercibidos bajo la intensidad de sus ojos azules, habían conseguido captar toda mi atención.

Después, todo pareció ocurrir de repente.

Un grito de sorpresa murió en su garganta cuando me eché hacia adelante y sentí cómo me invadía la calidez de una boca ajena a la mía. Se me llenó el pecho de ansiedad, acelerando los latidos de mi corazón, que parecía querer salírseme del cuerpo; mientras el cosquilleo de mi estómago se intensificaba cada vez más. Fueron tan solo unos segundos los que tardé en darme cuenta de lo que acababa de hacer.

Nash Anderson estaba besándome.

Yo estaba besándolo a él.

El contacto con sus labios resultaba electrizante. Nunca había experimentado algo tan maravilloso. Sentía chispas cargadas de energía recorrer cada facción de mi rostro, cada parte de mi cuerpo, y la felicidad subiéndome por la garganta. Me obligué a poner en marcha mis manos y enredé los dedos en su camiseta para acercarlo más a mí. Se me cerraron los ojos; dejé que todos los sentidos se me desconectaran, mientras esperaba una reacción de su parte.

Pero esta nunca llegó.

En lugar de corresponderme, Nash se quedó quieto. Seguía sujetándome de la cintura, pero ya no ejercía tanta fuerza como antes, y parecía estar completamente paralizado.

Poco a poco, fui asimilando lo que ocurría y me separé de él. En cuanto deshice el contacto con nuestros labios, empecé a sentir cómo me fallaba la respiración. Inspeccioné lentamente su rostro con la mirada. Tenía los labios entreabiertos y los ojos todavía ocultos tras la venda; cosa que agradecí. Era un alivio que no pudiese verme. Dudaba tener la valentía suficiente como para volver a mirarle a la cara después de esto.

—Eleonor, yo... —balbuceó—. Oh, Dios mío, dame un momento. Creo que se me ha olvidado cómo respirar.

Mis labios se torcieron en una sonrisa, que fue decayendo cuando vi cómo daba un paso atrás para alejarse de mí. El miedo me invadió de repente y apreté los labios en consecuencia.

—¿Qué...? ¿Qué acabas de hacer?

Tuve que hacer esfuerzos por contestar a su pregunta sin dejarme llevar por el pánico.

—Besarte.

Incluso a mí me causó un pequeño escalofrío escuchar esa palabra. Nash se tapó la cara con las manos y resopló. No me gustaba el revoltijo de emociones, a cada cual peor que la anterior, que comenzaba a adueñarse de mi estómago. Apenas era capaz de creerme lo que acababa de pasar.

Había besado a Nash: al mismo chico con el que había tenido un encuentro poco afortunado a principios de curso, en los baños masculinos del instituto, y que no se había separado de mí desde entonces. Aquel que me había tomado por loca —y que había pensado que era rara— nada más conocernos. Ese que no había dejado de apoyarme en ningún momento, que me había ofrecido ayuda cada vez que la necesitaba.

Y no había reaccionado. No me había correspondido.

Volví a sentir cómo los nervios se adueñaban de mi cuerpo. No fui capaz de contenerme a formular la pregunta que no dejaba de dar vueltas en mi cabeza:

—¿Vas a rechazarme?

El simple hecho de decirlo en voz alta provocó que se me aguasen los ojos. Me mordí con fuerza el labio inferior mientras me secaba las lágrimas con la manga de la camisa. No iba a permitirme llorar. No ahora.

Nash frunció el ceño y negó repetidamente con la cabeza.

—¿Qué? No, no voy a rechazarte. Yo solo... estoy un poco aturdido. Ni siquiera sé si he terminado de asimilarlo. —Volvió a suspirar—. Mira, sé que estás esperando una respuesta, pero no puedo. No tengo ni la más remota idea de si estoy mirando hacia el sitio adecuado, o de cómo manejar la situación, pero... Por favor, no te vayas. Necesito... necesito mirarte a los ojos. Quiero quitarme esta cosa. Ayúdame, por favor.

Estaba pidiéndome que volviese a acercarme a él; que acortase la distancia entre nosotros tanto como hacía unos minutos, pero yo no me moví.

En cuanto notó que no tenía pensado acceder a su petición, el castaño soltó un suspiro y se inclinó para intentar deshacer el nudo. Lo observé con el corazón en la garganta durante los dos minutos que pasó peleándose consigo mismo, hasta que finalmente, decidió cambiar de estrategia y sacarse la venda por la cabeza.

Se me heló la sangre en el momento en que alzó la vista, conectando nuestras miradas. Por mucho que traté de eliminar cualquier rastro de las lágrimas, nada pudo evitar que se diese cuenta del estado en que me encontraba. Mis ojos rojos fueron los encargados de delatarme.

—Eh... —susurró, torciendo el gesto en una mueca—. Eleonor, no llores, yo...

Me vi obligada a dar un paso atrás cuando intentó acercarse, que sirvió para poner más distancia entre nosotros y darle a entender que ya había tenido suficiente contacto físico por hoy. Nash pilló la indirecta y permaneció en su sitio. Sus potentes ojos azules no dejaban de observarme.

—Ve al grano, por favor —le imploré al ver cómo abría la boca, listo para hablar—. Sea lo que sea lo que vayas a decir, hazlo ya. Terminemos con esto de una vez.

Debí de sonar muy borde, porque noté cómo se tensaba. Sin embargo, esto no le impidió proseguir con la conversación. Tras tomar una profunda bocanada de aire, me dijo:

—Creo que estás muy confundida. —Enarqué las cejas. Eso sí que no me lo esperaba—. Es decir, tú... Bueno, ya lo sabes, me gustas. Y si no lo sabes te lo digo ahora: me gustas mucho, me gustas prácticamente desde el día que te conocí. Además, eres genial, pero... Es que de verdad eres genial, e increíble, y el beso ha sido tan... guau, que me encantaría volver a repetirlo cientos de veces, pero no puedes venirme con esto ahora. No puedes. Sé que soy muy obvio, Olivia me lo dijo. He hecho demasiadas cosas por ti y eso ha podido confundirte, lo sé. Supongo que necesitas tiempo para pensar y...

—¿Qué?

Levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los míos. A pesar de que, lejos de tratar de intimidarme, Nash estaba intentando darme apoyo, me crucé de brazos para sentirme más protegida.

—No te gusto, Eleonor —finalizó—. Solo estás confundida y lo entiendo. Ahora que Jayden...

—No metas a Jayden en esto —pronuncié, tratando de sonar mucho más fuerte y segura de lo que en realidad era—. Él no tiene nada que ver aquí.

—¿Cuánto tiempo llevabas detrás de él? ¿Dos, tres años? No puedes decir que ya lo has superado y venir a por mí ahora. Siento que me estás usando para olvidarle, ¿entiendes? Y no sé si voy a poder soportarlo. Esto ya me ha pasado tantas veces... y en todas ha sido horrible. No quiero volver a repetir la experiencia.

Sus palabras me sentaron como una patada en el estómago. No podía estar hablando en serio. Seguramente me habría dolido menos que me dijese que prefería que solo fuésemos amigos.

—Tienes que estar bromeando. —No podía creerme lo que oía—. Yo no soy como ella, Nash.

Cerró los ojos para evitar mirarme a la cara.

—No, pero eso no quita que estés confunda y necesites tiempo para pensar. —Tomó aire—. Por eso creo que deberíamos distanciarnos durante unos días, ¿vale? Quiero que te des cuenta de que en realidad no sientes nada por mí. Tienes que aclarar tus ideas, pensar en ello y...

—Ya he pensado en ello —le interrumpí porque, ¿cómo contenerme?—. Me gustas, y tengo las ideas claras. Me gustas.

Volvió a negar con la cabeza.

—Tienes demasiadas cosas en las que pensar.

—Y tú una autoestima de mierda.

—Eleonor, escucha...

—Escúchame tú a mí. Tienes problemas, Nash. Estás haciendo las cosas mal. No puedes empezar diciéndome que te gusto y venirme con esto ahora. Es... —Cerré los ojos, dejándome llevar por el coraje— es la forma más cruel que existe de rechazar a alguien.

Apretó los labios.

—No estoy rechazándote.

—No, estás rechazándote a ti. Lo haces desde el día en que te conocí. Pero supongo que era de esperarse, ¿verdad? Tendría que haber sabido que esto iba a pasar. ¿Cómo diablos vas a creer que le gustas a alguien si ni siquiera te gustas tú?

Supe por su forma de mirarme que había dado en el clavo. El chico abrió la boca para hablar, pero acabó cerrándola sin decir nada. Aparté la mirada. Ya había tenido suficiente.

—Me voy de aquí —le dije, aunque dudaba que fuese a intentar detenerme.

Luego, me di la vuelta y me encaminé hacia la salida del parque. Efectivamente, Nash no me siguió.

Tres.



Recuerda que puedes leer la versión mejorada de esta historia en papel, con escenas extras y un nuevo epílogo. A la venta en librerías de España y Latinoamérica :)

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#EstúpidoMiNashelIdiota 

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