La Única (COMPLETA)

By KathleenCobac

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Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
Preguntas rápidas La Única
RE EDICIÓN DE LA ÚNICA

Capítulo XIII

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By KathleenCobac


Como siempre muchas gracias por seguirme, por publicitarme y por hablar tanto de esta historia en redes sociales.

¡Son lo máximo!
Y si saben de alguna página donde estén hablando de La Única, díganme para hacerle seguimiento.

¡Disfruten del capítulo! :D

...

XIII

Le tomé la mano y la sentí tibia. Algunas asperezas recorrían su palma.
¿Por qué nunca la había visto en el palacio antes?

Su sonrisa era extraña, como si estuviera analizándome. Sus ojos curiosamente no eran tan oscuros como el resto de su piel y cabello. Tenían un matiz dorado, como el ámbar.

Se volteó hacia la mesa cuando me soltó y se sentó en una de las banquetas quitándole la revista a Marlee.

—¿Pudiste acabarlo? —preguntó mirando el puzle, Marlee negó con la cabeza.

—Es imposible. Apenas paso del nivel uno, no sé cómo me convenciste de hacer el tres —rió. Meridia levantó un hombro y con el lápiz comenzó a llenar los espacios.

—Ayuda al cerebro —dijo sin darle importancia.

Las quedé mirando un rato, al ver que ninguna me ponía atención decidí sentarme. No tenía planes de volver a mi habitación y mucho menos tener un encuentro furtivo con Maxon si se aparecía por los pasillos.

Meridia alzó una ceja cuando me senté. Erguí la espalda. Casi temí que para compartir espacio con ella debía pedirle permiso.

—¿Deseas un té? —preguntó. Marlee soltó una risita.

—Eh...está bien —acepté.

Dejó el puzle a un costado, apoyó los codos sobre la mesa y alzó una ceja curvando los labios. Me miró un instante. No pude despegar mis ojos de los de ella.

De repente me sorprendió poniéndose de pie con estrépito. Rodeó la mesa y se paró a mi lado.

—Dime el primer aroma que se te venga a la cabeza —pidió. Fruncí el ceño.

—¿Qué...?

—Lo primero que pienses —interrumpió.

Ni siquiera fue necesario.

—Eh... ¿albahaca?

Era el aroma que más olía en el ambiente. Las cocineras estaban preparando algo con pesto, no fue difícil pensar en ello primero. Con una sonrisa se alejó hasta el mesón donde descansaba un hervidor de agua. Abrió uno de los estantes y cogió un tazón gris.

La vi moverse por toda la cocina. Miré a Marlee, pero ella me hizo un gesto con la cabeza que indicaba que no hiciera preguntas.

Escondida en la camiseta de la mujer había una llave que colgaba de su cuello, con ella abrió un estante más grande y me sorprendí al ver una infinita cantidad de frascos. Leyó algunas etiquetas y eligió cuatro de ellos.
Al cabo de diez minutos tenía frente a mí un tazón humeante de té, solo... que no era lo que me esperaba.

Meridia se sentó otra vez frente a mí y me miró, esperando.
Al llevarme el tazón a los labios el aroma penetró en mi nariz evocándome como nunca a mi infancia. Recordé a mi padre, a sus pinturas en el garaje, a las risas de May, las bromas de Gerad, la comida de mamá, la voz de Kenna...Kota fue el único que no invadió mi mente.
Suspiré emocionada.

—Dios... huele a mi casa —susurré. Meridia apoyo el mentón en la mano.

—Entonces ¿le atiné?

La miré impresionada.

—¿Cómo lo hiciste?

Rió alzando un hombro, coqueta.

—Estás hablando conmigo linda, todavía no nace alguien que no me sea fácil de leer.

Fruncí el ceño. Dejé el tazón sobre la mesa.

—¿Eres bruja, acaso? —reí. Poco a poco comencé a comprender cómo era su comportamiento. Cómo tenía que tratarla.
Se llevó un dedo a los labios, se mordió la uña con misterio y alzó una ceja.

—Algo así —dijo. Marlee soltó una carcajada.

—¡Te falta poco para serlo! —exclamó. Luego me miró—. Mera les hace un té a todas las personas que la conocen por primera vez —explicó—. Conmigo fue al revés porque la conocí cuando me ayudó a curar mis manos y la espalda de Carter.

Le miré las manos y efectivamente las cicatrices eran mucho más leves de lo que realmente podrían haber sido. Se asemejaban casi a rasguños de gato. Finitas y pequeñas.

—Entonces ¿eres médico, o algo así? —quise saber. Meridia frunció los labios.

—No...—miró a Marlee como si estuviera confirmando si podía abrirse conmigo. Luego de unos segundos bebió de su propio té y me contestó—: Soy algo así como la enfermera de los pobres.

Sonreí.

—¿Cómo es eso? ¿Ayudas a las doncellas?

—Soldados, doncellas, lavanderos, estableros, cocineras, y cualquier persona que no pertenezca a la realeza —rió secamente—. Si me pagaran por cada persona a la que he salvado la vida sería millonaria.

Abrí la boca con impresión.

—Es... fascinante —observé—. ¿Hace mucho que trabajas en esto?

Negó con la cabeza.

—No, linda, no trabajo en esto —dijo con sorna—, soy jardinera. Trabajo en los huertos, para eso me pagan.

No parecía muy contenta.

—¿Entonces...cómo....?

Bebió un poco más de su té y respiró hondo.

—La naturaleza tiene millones de secretos...—plantó el codo sobre la mesa y alzó un dedo girándolo como si enredara un rizo— y yo los conozco todos y cada uno de ellos.

Me encogí de hombros con suavidad.

—Es... bueno saberlo —dije sin saber qué decir realmente.

Se levantó de la mesa y caminó hasta los estantes para guardar algunas cosas. La seguí con la mirada.

—Claro que si eres embajadora dudo que quieras aparecerte por estos lados a que te cure con hierbas alguna dolencia —dijo con un leve dejo de irritación—. Probablemente te llevarán donde Asher.

Marlee resopló.

La miré.

—Cuando nos azotaron con Carter las medicinas que nos pasó Maxon sirvieron momentáneamente. De no haber sido por el tratamiento de Mera tal vez Carter no habría vuelto a caminar con normalidad.

—Los antibióticos no sirven para ese nivel de daño —dijo Meridia guardando los frascos en el estante con llave—. Especialmente los que están dispuestos para los de la plebe —se apoyó en el mesón y cruzó un pie sobre el otro.

—Temo que no entiendo —admití avergonzada. Ella alzó una ceja, se cruzó de brazos y suspiró.

—Cuando hay ataques Asher y sus enfermeras solo atienden a los soldados que pueden recibir tratamiento inmediato. Si hay algún moribundo u otro con heridas superficiales, o los dejan morir o simplemente no los atienden —explicó. Me llevé una mano a la boca.

—¿Cómo que los dejan morir? —exclamé—. ¡Creí que eran prioridad! ¡Ellos defienden la vida del rey!

—Eso es lo que todos pensamos, y es ahí donde Mera entra —dijo Marlee—. Cuando hay ataques ha pasado horas en vela con todo el cuarto de las doncellas repleto de soldados con heridas que podrían haberles costado la vida y que Asher no estuvo dispuesto a atender.

—Dios mío...—susurré impactada. Meridia se encogió de hombros como si aquello no surtiera ninguna emoción especial en ella. Casi como hablar del clima.

—Estás dándole demasiada importancia, Marlee—dijo serena—. No hago más de lo que otro haría con mis conocimientos en mi lugar.

—En realidad, eres la única —acotó Marlee con una sonrisa dulce.

Por primera vez en ese rato Meridia dibujó una sonrisa diferente, más... fraternal y menos inquisitiva.

—Agradécele a mi madre —rió. La miré curiosa.

—¿Ella también cura heridos como tú? —quise saber. La sonrisa desapareció de su rostro, sus ojos se plantaron sobre mí como si estuviera analizando si responderme o no.

Al cabo de un rato, contestó.

—Mi madre está muerta —contestó parca—. Murió cuando yo tenía doce años.

Percibí que Marlee movía la cabeza como instándola a continuar. La miré de costado, al parecer ella sabía esa historia.

—Lo lamento... no lo sabía —dije avergonzada.

Con una nueva mirada, un poco más gélida, volvió a la mesa y se sentó nuevamente frente a mí. Frunció los labios y miró hacia la única ventana que había en el lugar. Descubrí que daba justo hacia las caballerizas. Mis ojos se quedaron prendados del otro lado donde un caballo de crin dorada era devuelto a su establo por uno de sus cuidadores.

—Con mi madre llegamos a vivir al palacio cuando yo tenía cinco años —contó llamando mi atención. Sus ojos se habían quedados fijos a algún punto sobre mi cabeza—. Éramos seis.

Asentí. Lo suponía.

—¿Y cómo llegaron aquí? —pregunté con suavidad. Marlee a mi lado suspiró.

Meridia achicó los ojos, recordando. Luego se succionó las mejillas como si comiera algo acido, pensando.

—Con mis padres vivíamos en Hunduragua —explicó—. Papá era un idiota, alcohólico y abusivo. Nunca le trabajó a nadie y había semanas que no volvía a casa —aquel vacío de las castas volvía a retorcerme el estómago. No estaba tan equivocada con las historias que se tejían dentro de las paredes del palacio—. Mi madre era la única que trabajaba. Limpiaba casas. Así fue como cuando tenía veinte años conoció a Amberly —contó. Abrí los ojos con sorpresa y de inmediato mi cabeza hizo las conexiones, como si la lógica se hubiera abierto paso por mi mente—. Mi familia por generaciones, desde mucho antes que Illea existiera, perteneció a un linaje de curanderos que vivían en la selva. Mi madre mantuvo aquellos conocimientos hasta su muerte. Ella ayudaba a todos los vecinos de nuestra humilde comunidad. Algunos nos pagaban con comida —dijo suavemente, achicando un ojo—. Era muy pequeña para recordar con detalle, pero no tengo en mi memoria haber pasado hambre. Mamá era muy querida.

—¿Y qué tiene que ver la reina en todo esto? —pregunté sintiéndome una idiota por pasar por alto aquel pedazo de su historia que a ella parecía enorgullecerle.

Respiró hondo y comenzó a jugar con un huequito pequeño que estaba marcado en la madera de la mesa.

—Se hicieron amigas. Mamá trabajaba en su casa —dijo como si no fuera importante—. Amberly vivía con muchos dolores de cabeza por culpa del aire tóxico del sur y ella la ayudó con aquellos malestares —explicó—. Cuando fue llamada para la Selección hubo una trifulca a las pocas semanas en nuestra localidad y mi padre murió baleado —alzó los hombros—. No es que me importe realmente, ni siquiera tengo recuerdos de él.

Un escalofrío recorrió mi columna. Algo había en su forma distendida de hablar que me causó temor.

—¿Y qué pasó contigo y tu madre?

Movió la cabeza. Recordando.

—No sé si conoces bien la historia de la Selección de la reina, pero duró muy poco tiempo. Apenas mi padre murió nos quedamos sin casa, porque, claro, los rebeldes se apoderaron de ella —contó con un leve dejo de rabia en la voz—. Con mamá vivimos en la calle algunas semanas hasta que Amberly fue elegida. Nos buscó por días hasta que nos halló en un callejón.

—¿Así que ella las trajo al palacio?

Asintió.

—Cuando le dijo a Clarkson creyó que era mejor para nosotras trabajar en las cocinas. Mamá era una excelente cocinera, así que nos instalamos en este cuarto que en esos años era una bodega —dijo mirando la acogedora salita—. Pero mamá siguió trabajando secretamente como curandera y ayudó a la reina con sus dolores y... otras cosas.

De repente algo en su relato me hizo mover las piernas con nerviosismo. Luego descubrí que su voz se había cargado de hielo a pesar de que su semblante y sus ojos estuvieran serenos.

—Nuestras vidas mejoraron muchísimo...—continuó, pero algo seguía sin convencerme en su tono de voz. Me mordí los labios—. Los años pasaron... nació Maxon y a los cuatro años de su nacimiento... mi madre falleció.

Me llevé una mano al cuello, lo tenía frío. La sala era acogedora y aún así una corriente helada me estaba consumiendo. ¿Qué era aquella sensación?

—¿De qué murió? —quise saber. Marlee se removió incómoda a mi lado. Los ojos de Meridia me taladraron, como si hubiese ido demasiado lejos.

—Accidente en el huerto —contestó rápidamente—. Cayó de un árbol.

Bajé el mentón. Durante mi vida como una cinco no había tenido ninguna experiencia cercana a la muerte, con excepción de mi padre. Sin embargo conocía historias similares. Aspen había pasado por muchos funerales tanto de amigos cercanos como de su propio padre, quienes no sobrevivieron al frío, a los accidentes laborales o al hambre.
Aquella frialdad con la que Meridia hablaba de la muerte de su madre tenía un peso similar al odio que Aspen profesó por esas muertes por ser tan injustas.
Yo no hablaba así de mi padre, o al menos, no lo sentía de ese modo. Había sido una tragedia que me golpeó como nunca, pero cuando hablaba de él lo hacía con cariño y sabía que sonreía cuando lo recordaba.
Con Meridia no sucedía así.

Si le tenía tanta devoción a su madre, ¿por qué la rabia al hablar de su muerte?

—Lo siento, de verdad —susurré. Marlee a mi lado miraba a Meridia como si estuviera esperando que dijera algo más.

—Fue hace mucho —dijo de repente con un ánimo distinto—. Llevo veintitrés años viviendo aquí, así que prácticamente es algo que he ido olvidando.

—¿Veintitrés años? —exclamé—. ¿Y nunca has reunido dinero para marcharte y tener tu propia casa?

Rió con sarcasmo, su tono fue tan cruel que me ofendí.

—¡Ay, Dios! ¡Pero qué ingenua! —rió con más fuerza—. Disculpa, disculpa —se agitó—. No, linda. Aquí y allá, donde sea que vaya, seguiré siendo una seis. Mi sueldo no se diferencia al de los criados que andan por ahí trabajando de casa en casa.

Fruncí el ceño, ofendida.

—Pero si trabajas en el palacio, creí que te pagarían de forma justa.

Esta vez fue Marlee la que me miró con suspicacia.

—La verdad es que no es así... nuestros sueldos son mínimos —dijo con cierta vergüenza—. Creo que el rey cree que lo compensa por dejarnos vivir aquí.

Apreté los puños y sentí el calor de la rabia invadir mi estómago.

No llevaba dos días en el palacio y ya me había enterado de dos historias que tenían vidas miserables pudiendo ser mejores.
Meridia con su talento podría haber estudiado medicina, pero jamás lo conseguiría con la miseria que ganaba. Lo peor, tal vez jamás saldría del palacio y moriría como su madre. Producto de algún accidente sin precedentes.
Me mordí la lengua para no seguir preguntando. Por suerte en ese instante la puerta se abrió y por ella entró Lucy. Nos quedó mirando como si no hubiese esperado vernos ahí.

—Oh...

—Hola Lucy —le sonreí.

—Hola —dijo tímidamente. Me llamó la atención que esa actitud sumisa volviera a aparecer después que el día anterior se mostrara decidida y sonriente.

—¿Qué tal? —preguntó Marlee.

—Todo bien, gracias —parecía nerviosa. Sus ojos fueron directo a Meridia—. Eh... ¿tienes un momento Mera?

La mujer agitó la cabeza y se levantó con rapidez.

—¡Cierto! Lo había olvidado.

De un momento a otro la sombra que se cernía sobre ella mientras relataba su historia desapreció. Abrió el estante con la llave que colgaba de su cuello y sacó del interior un frasquito que parecía gotario.

Se acercó hasta Lucy y la cubrió con su cuerpo para que no la viéramos. Marlee alzó los hombros cuando nos miramos.

—....gotas, tres veces al día —escuché susurrar. O tal vez había oído mal.

—¿Crees que funcione? —Lucy habló más alto, se escuchaba... ¿esperanzada?

—Confiemos que sí —esta vez Meridia habló un poco más alto. Lucy le agradeció y le susurró algo más que no alcancé a oír.

—Hasta luego chicas —dijo al cabo de un rato cuando dejaron de hablar, la vi esconder el frasco en uno de los bolsillos de su falda. Apenas logré mover mi mano para despedirme cuando ella desapareció por la puerta.

Meridia volvió al mesón y puso a funcionar el hervidor de agua.

—¿Más té? —preguntó. Miré mi tazón, aún no me había bebido del todo mi té y el agua ya estaba fría.
No quería ser impertinente y preguntar a qué había venido Lucy. Pero era lógico que, de ser cierta la historia que Meridia me había contado, había venido a verla por ayuda médica.
¿Qué necesitaría?

—Estoy bien, gracias —dije algo abatida. Tenía un montón de cosas en la cabeza y no sabía cómo ordenarlas.
Dos días... solo dos días llevaba en Illea, y ya me había enterado de cosas que al ser una Seleccionada jamás me habría imaginado.
Marlee se había vuelto a concentrar en el puzle. Ella llevaba más tiempo que yo viviendo tras las murallas del palacio, especialmente, bajo él. ¿Cuántas cosas sabría? ¿Cuánta información selecta manejaría que el rey no imaginaba?
¿Y Meridia?
Algo muy turbio había en aquellas historias y temía encontrarme con un factor en común.

Temblé.

Era en esos precisos instantes cuando necesitaba a mi padre. Él habría sabido exactamente qué decirme.

...

Regresé a mi habitación alrededor de las ocho. A pesar que le insistí a Marlee para que no me atendiera como mi doncella igualmente llegó con una bandeja de comida a la hora de la cena.

—Supuse que no querrías bajar al comedor —dijo. Asentí.

—Adivinas bien —reí—. Te hace bien jugar a los puzles.

Rodó los ojos con una sonrisa.

—¿Quieres que te acompañe? —preguntó. Le sonreí radiante.

—Por favor —le supliqué. Con una sonrisa pícara dejó la bandeja con comida en la mesa que estaba al interior de la pequeña oficina dentro del cuarto.
Al parecer sabía que le diría que sí, porque dos platos repletos de comida estaban dentro de la bandeja.

Nos sentamos en la pequeña mesita redonda y comenzamos a comer.

—¿Qué tal Meridia? —me preguntó— ¿Te cayó bien?

Me llevé el tenedor a la boca con un trozo de patata.

—Es difícil decir...—dudé—. Tiene un carácter intenso.

—No ha tenido una vida muy fácil —dijo apretando los labios. Incliné la cabeza hacia un lado—. Como muchos.

—Es bastante triste —admití. Me mordí el labio inferior, pensando—. Marlee... no te ha pasado que...—medité bien mi pregunta—. ¿No sientes que mientras fuiste Seleccionada estabas alejada del mundo? Llegué ayer y ya estoy sorprendida del sufrimiento con el que podrían cargar las personas que trabajan aquí. Me siento terrible por no haberme dado tiempo antes para conocer mejor a la gente que trabajaba para nosotras.

Marlee asintió con tristeza.

—Es cierto —admitió—. Luego de los azotes no te imaginas la cantidad de personas que nos ayudaron —contó—. No tienes idea de lo diferentes que son ambos mundos, el de aquí arriba y el de abajo.

—No tengo que imaginármelo—suspiré—. Lo creo...

—¿De qué te enteraste que estás tan sorprendida?

La miré un segundo. Me limpié la boca con una servilleta y ladeé la cabeza.

—Anoche, en la fiesta...—me mordí el labio, recordando—. Me puse a hablar con uno de los soldados que vigila mi puerta, Valiant.

—Oh, sí —asintió—. ¿Conversaste con él? —preguntó curiosa.

—Me contó la vida que llevaba antes de ser un soldado y sobre la enfermedad de su hermana.

Movió ampliamente la cabeza.

—Ah, por eso le preguntaste a Roger sobre ella —recordó con tristeza—. Ambos son muy buenas personas. Roger es un padre ejemplar, no hay día que no hable de sus hijos, y Valiant...—suspiró con tristeza—. Es un gran chico. Jamás había conocido a alguien que se desviviera por otra persona como él lo hace por su hermana.

—¿La conoces? —quise saber. Negó con la cabeza.

—Las veces que se junta con ella es en instancias fuera del palacio. Pero la he visto en fotografías —sonrió con dulzura—. Es una niña muy bonita. Es una pena que cargue con esa enfermedad. El mayor temor de Valiant es que ella muera y que no pueda hacer algo más por darle una mejor calidad vida.

Abrí los ojos con sorpresa.

—¡Pero si da todo por ella! ¿Cómo puede creer que no es suficiente? —exclamé. Marlee bebió un poco de jugo y me miró de costado.

—Todos damos lo máximo por las personas que queremos America, pero nunca es suficiente y nunca lo será para quién hace el esfuerzo —planteó—. A ojos de todos nosotros, Valiant puede ser alguien que realmente esté dando su vida por ella, pero para él jamás será suficiente.
Me llevé una mano al cuello intentando quitarme la tención.

—¿Cuántas historias conoces que se parecen a la de él? Porque la de Meridia sigue dándome vueltas la cabeza.

Marlee apretó los labios y desvió la atención de sus ojos hacia un rincón.

—Muchas —contestó con pesadumbre. Se llevó el tenedor a la boca y lo dejó pegado a sus labios mientras pensaba—. Hay una cocinera cuya hija fue violada por un rebelde, la chica quedó embarazada y la encarcelaron por salirse de la regulación de tener hijos fuera del matrimonio; Hay un chico del establo, Graham, que se iba a casar con una tres, nunca nos ha dicho a qué casta pertenecía antes de ser establero, pero su novia lo abandonó una semana antes de la boda y quedó con una tremenda deuda con el banco debido a que su casta no tenía suficiente dinero para pagarlo todo, así que lo está pagando con trabajo aquí en el palacio; Ya conoces la historia de Lucy, que fue vendida como esclava junto con su padre; Paige, cuya tía le quitó todo su patrimonio y la dejó en la calle... la verdad, es que hay muchísimas historias que no las creerías si te las contara.

De repente ya no tenía hambre.

—¿Estás bien? —preguntó Marlee. Alejé el plato y crucé los brazos sobre la mesa, apoyándome en ellos.

—Debería sentirme afortunada, ¿sabes? —murmuré mirando el plato a medio llenar—. Fui una cinco toda mi vida y lo que más pasé fue hambre. Y tal vez algo de decepción por el desplante de mi hermano Kota hacia todos nosotros, pero... no recuerdo haber sufrido. No recuerdo haber tenido un pasado cargado de dolor. Fui alguien muy feliz a pesar de las circunstancias...—la miré de soslayo, alzando la mirada—. Hoy en la reunión vi la indiferencia de Clarkson hacia Maxon como jamás creí verle hacer. Es decir, sabía que así era, que nunca ha sido amoroso, pero verlo en acción... —temblé—. Todas esas historias de sufrimiento de cada uno de todos los empleados del palacio no tienen diferencia a la vida que él lleva por ser hijo de su padre.

Marlee bajó la barbilla con tristeza.
No sabía si Maxon le había contado sobre las heridas en su espalda. Tal vez no lo había hecho ya que eran pruebas de lo subyugado que estaba por su propio padre. En realidad no era bueno que alguien más lo supiera.

—Eres una persona muy generosa amiga mía —dijo finalmente después de un largo silencio—. Tal vez no lo notas, pero... escucharte hablar así, oyéndote tan preocupada por otros... hasta por el mismo Maxon que es el príncipe... Creo que tienen razón al creer que serías una excelente reina.

Reí desganada.

—No creo que lo vaya a ser, y si por alguna razón lo fuera, desearía que no tuvieran su fe depositada en mí con tanta fuerza. Odiaría decepcionarlos.

—Nunca decepcionas, aunque tú creas que es así —dijo con cierto halo de misterio en su tono de voz.

Iba a responderle cuando sonaron golpes suaves en la puerta. Marlee miró por la ventana que estaba en aquella pequeña oficina y se levantó con curiosidad.

—¿Quién puede venir a esta hora?

Mi espalda se congeló.

—¡Si es Maxon dile que estoy dándome un baño! —salí de la salita y me colé al baño cerrando la puerta. Abrí la llave de la bañera y apoyé la oreja tras la puerta.

Al cabo de unos segundos escuché ruidos de pasos y voces. Hubo un par de conversaciones que llegaron apabulladas. Después de algunas risas golpearon la puerta del baño.

Di un salto con el corazón en la mano.

—Mer, sale —dijo la voz risueña de Marlee —Querrás ver esto.

Cerré la llave de agua y abrí la puerta asomando la cabeza. Lucy y Aspen estaban en la habitación. Respiré aliviada.

—Hola —reí. Lucy sonrió y me tendió una carta.

—Te la mandan directamente desde arriba —dijo soltando una risita. Aspen contuvo la misma mueca, aunque por la forma en la que cerraba sus ojos no parecía estar de acuerdo con algo en particular.

Abrí la carta y desdoblé el papel.

"Recuerdo que te gusta la música. Sé que no puedes vivir sin ella. Espero que este presente alegre tus tardes con esas maravillosas melodías que solías tocar cuando estabas sola... o creías que lo estabas.
Bienvenida de nuevo Mi Lady.
Maxon"

Miré hacia todos lados sin comprender. El corazón me latió con fuerza.

—¿Qué...?

Aspen rió divertido y fue hasta las puertas abriéndolas de par en par. Del otro lado Roger, Carter y él empujaron un hermoso piano de cola.

—¿Pero...? ¡Qué! —exclamé sorprendida.

—El violín y el arpa llegarán mañana en la tarde —anunció Carter. Parpadeé mil veces, Marlee lanzó un gritito hacia el piano.

—¡Qué maravilla! ¡Es hermoso!

—¿Violín? ¿Arpa?—pregunté choqueada. Aspen lanzó una carcajada.

—Debo admitir que se está esmerando —observó divertido cruzándose de brazos.

Agité la cabeza con rapidez.

—¿Pero quién se cree este idiota que es? ¿Acaso piensa comprarme con regalitos?

Todos asintieron emitiendo un entusiasta "¡Aha!".

—¡No están ayudando!

—A mí solo me pidieron que trajera el piano —dijo Roger alzando las manos en paz—. Pero sí, estoy de acuerdo en que es un gran regalo de bienvenida.

—Ahora que el rey no está puede darse la libertad de jugar sus cartas —dijo Carter mirando a Marlee, ella le devolvió la sonrisa.

—¿Cómo que no...? —miré a Aspen recelosa, pasando por alto el hecho que Maxon se estuviera aprovechando de las circunstancias—. ¿Todavía no regresa?

Recordé que en la reunión había solicitado una limusina. Se suponía que era para realizar algún arreglo sobre el acuerdo del tema de exportación, pero, ¿por qué aún no regresaba?

—Y no regresará —dijo Roger—. La reina lo anunció hace una hora: el rey no volverá hasta el jueves.

—Eso es una semana —observé. Marlee y Lucy se miraron entre ellas.

—¿Y a qué salió? —preguntó Lucy. Los miré a todos y me moví con rapidez cerrando las puertas de la habitación y corriendo las cortinas.

Me miraron preocupados.

—Esto es malo —dije mirándolos con miedo—. No sé qué trama, pero en la reunión se descontrolo. De no haber sido porque Maxon me defendió tal vez habría sido capaz de golpearme.

Todos los ojos se enfocaron en mí con el mismo temor. Aspen asintió.

—¿Qué ocurrió? —preguntó Lucy llevándose las manos a la boca. Los miré uno a uno y les relaté lo sucedido en la reunión con algunas intervenciones de Aspen que ayudaba con el relato desde su perspectiva.

Para cuando terminé todos tenían la mirada sombría.

—¿El plan de los italianos es unir a las castas? —preguntó Carter sorprendido. Moví la cabeza de un lado a otro.

—Al parecer es parte de sus propuestas. Es el único modo de que entren el país con los negocios que Illea necesita.

—Y te están usando como carnada —intervino Aspen con rabia.

—No lo veo así —los defendí—. Éticamente las castas es un sistema que denigra a las personas según su estatus. Los italianos no aprueban eso y como representante quieren que cambie algunas cosas para que ellos puedan hacer negocios con Illea.

—¿Pero qué ganan ellos cambiando el sistema de castas? —quiso saber Roger. Levanté los hombros.

—Quieren exportar, quieren entrar a Illea que es un país rico de muchas formas, pero no pueden hacerlo mientras nuestro sistema de organización sea tan arcaico. Necesitan que la gente sea libre —expliqué—. Va contra la moral de la realeza italiana hacer negocios con un país que utiliza un sistema con el que no están de acuerdo. Sería hipócrita si lo hicieran.

—Quieren liberar a Illea para poder entrar —comprendió Marlee—. Tiene sentido.

Me mordí el labio.

—El rey Marco Antonio es un buen hombre. Más allá de los negocios lo que quiere es ver a la gente de Illea libre, como en Europa —sonreí al recordarlo frente a la chimenea cantando con sus nietos—. No tolera las injusticias.

Todos guardaron silencio un segundo procesando lo que les había contado. Cuando de repente Carter se apoyó en la cola del piano con una mueca pensativa.

—Creo que estamos pasando por alto un punto importante —dijo sonriendo ampliamente. Marlee suspiró al verlo—. Sin importar las razones, o lo que sea que haya llevado a la piraña a salir del palacio...Hemos olvidado que cuando el gato no está...

—...Los ratones hacen fiesta —completó Roger con una mueca que no se parecía en nada al soldado bien portado del día anterior.

—Exactamente —Carter amplió la sonrisa achicando los ojos, ambos chocaron las manos con complicidad. Noté a Marlee ruborizarse.

—¿Y eso qué quiere decir? —quise saber. Aspen se llevó una mano a los ojos.

—Qué las cocinas serán un caos —rió—. Pero procuren no hacer tanto escándalo, sino tendré que dar explicaciones arriba.

—¡No seas aguafiestas Lager! —rió Roger pasándole un brazo por los hombros, mirándome—. Serás muy bienvenida a nuestras reuniones si está aburrida, Lady America.

Rodé los ojos y miré al cielo.

—¡Basta con eso! ¡Tengo nombre!

—¡Lady America! —gritaron todos riendo.

Me crucé de brazos y comencé a reír. La carta aún estaba en mis manos. Había olvidado el piano a pesar de que estaba justo delante de mis ojos. Me ruboricé.
Maxon había vuelto a hacer una jugada.
Bien, ¿eso quería? ¿Jugar?

Entonces, eso iba a tener.

Si creía que iba a tenerme en sus manos por regalarme un piano... hermoso por cierto, no la iba a sacar fácil.

Si pensó que después de haberme expulsado sin dejarme dar una explicación las iba a sacar barata, pues, se equivocaba.
Porque ni los regalos, ni unas disculpas, serían suficientes.

—Cuenten conmigo —sonreí de costado—. Me encantaría asistir a la fiesta de los ratones.

...

Al día siguiente decidí desayunar en el comedor. Me coloqué uno de esos vestidos veraniegos que no tenían nada de elegante en comparación a cómo lucirían Kriss y la reina.
Sin el rey alrededor no tenía que disfrazarme de embajadora.

Desordené mi cabello para que cayera con volumen sobre mis hombros y espalda. Apliqué una pisca de brillo en los labios y elegí usar el brazalete con la estrella de ocho puntas de papá como una forma de darme fuerzas para lo que estaba a punto de hacer. Para sentirlo conmigo.

Marlee llegó temprano, pero en lugar de ayudarme se lanzó sobre la cama a leer una revista mientras me cambiaba.

—Nos reuniremos a las ocho en las cocinas —dijo mientras buscaba los puzles al final de la revista—. ¿Vendrás?

Sonreí.

—Ahí estaré —me volteé hacia ella abriendo los brazos—. ¿Qué tal?

Marlee subió los ojos de la revista y sonrió.

—Te ves linda —aprobó—. Muy tú —alzó una ceja y achicó el ojo contrario—. ¿Qué pretendes viéndote tan... America?

Reí. Miré el piano y esbocé una mueca sardónica.

—Él cree que fue una jugada inteligente... ya verá que no le saldrá tan fácil —murmuré. Marlee lanzó un gritito.

—¿Lo harás? —Se sentó en la cama de un solo salto—. ¿Devolverás el golpe?

Caminé hasta la puerta y alcé el hombro mirándola por encima.

—Oh, sí.

...

Roger me dejó a la entrada del comedor. Las puertas estaban cerradas, coloqué a mano en el pomo y tomé aire profundamente.
El rey no estaba, no era tan malo.
Pero estaba Maxon...

Respiré tres veces, Roger me dio un empujón suave.

Y entré.

La mesa estaba prácticamente abandonada en comparación a cuando habíamos treinta y cinco chicas Seleccionadas.

Cuando vi a la reina, a Kriss y a Maxon sentados en un extremo, me detuve e hice una reverencia con toda la elegancia que me permitió mi educación en Montecarlo.

—Buenos días —saludé. Miré a la reina—. Majestad.

—¡Lady America! ¡Qué bien que vino a acompañarnos!

Sonreí.

—Creo que necesitaba recomponerme un poco de todas las emociones de los últimos dos días —dije—.Hoy me animé a bajar al comedor—. Miré a Kriss que parecía estará analizando mi comportamiento—. Mi Lady.

Ella movió la cabeza a modo de saludo. Mis ojos se fueron hacia Maxon que tenía la barbilla levemente inclinada hacia delante.

—Alteza...—hice otra reverencia.

—Lady America —lo vi sonreír disimuladamente.

Un mayordomo cruzó por delante de mí y me guío hasta la mesa corriendo la silla justo a un lado de la reina.
La situación era de lo más incómoda. El silencio se cernió sobre nosotros como una avalancha. No había más ruido que el de los servicios chocando contra los platos.
Desvié mi atención hacia los soldados apostados cerca de las ventanas, algunos llevaban el uniforme, otros iban con su atuendo informal. De inmediato noté quiénes podrían haber sido seis, debido a sus pantalones desgastados y camisetas con estampados antiguos.

—¿Café? ¿Té? —preguntó el mayordomo.

—Té está bien, gracias.

El ambiente era de lo más monótono. Incluso el té me pareció insulso después de haber probado el de Meridia. Nada se le comparaba.
La reina intercambió algunas palabras con Kriss y al cabo de un rato se dirigió a mí, sorprendiéndome ante el apabullado silencio.

—¿Es cierto que el príncipe heredero de Italia vendrá a Illea el próximo mes? —preguntó. Escuché una leve tos. Maxon había tenido que dejar la tasa sobre el plato, se llevó el puño a la boca para no hacer más ruido. Kriss le colocó una mano en el hombro preguntándole si estaba bien. Alcé una ceja.

Round uno.

—Sí, Philippo vendrá en representación de su padre —dije sirviéndome una tostada—. Será genial volver a verlo.

—Oh... ¿entonces es cierto que entre ustedes...? —Kriss dejó la pregunta en el aire, por primera vez desde que llegué me miraba algo más entusiasmada.

Noté que Maxon apretaba un puño sobre la mesa, al lado de su tasa.

Solté una risita y ladeé el cuello echando el pelo hacia atrás.

—Las revistas dicen muchas cosas... —agité la cabeza mirando al cielo—. Los periodistas son terribles.

—Eso no responde lo que te pregunté —dijo Kriss. La miré de costado sosteniendo la sonrisa.

—Kriss, no es el comportamiento apropiado de una princesa ser impertinente —masculló Maxon repentinamente alterado.

—¡Maxon! —exclamó su madre. Ambas lo quedaron viendo con sorpresa.

—Oh, no... no hay problema, puedo responder a eso —dije con dulzura—. Con Philippo somos muy buenos amigos... grandes amigos, en realidad.

Maxon se apoyó en el respaldo con un resoplido que fue demasiado notorio. No pude ver cómo lo miraba la reina, pero Kriss sí parecía extrañada con su reacción. Me sentí mal por ella, pero no iba a detenerme, ya había entrado al ruedo.

El silencio volvió a caer encima de nosotros. Maxon no me miró en ningún momento. No podía hacer mi jugada si no hacíamos al menos contacto visual.

Carraspeé con suavidad y cogí la taza llevándomela a los labios. Entonces hubo un pequeño segundo en que cruzamos nuestras miradas.
El corazón se me aceleró. La temperatura subió, casi se me cae la taza de las manos. Pero logré dejarla con suavidad sobre el plato.
Entonces giré la cabeza hacia otro lado, me llevé un mechón de pelo detrás de la oreja y... tiré mi lóbulo disimuladamente.
Round Dos.

Me apoyé contra el respaldo y lo miré una vez más. Parecía sorprendido y noté que su pecho subía y bajaba.
¿En qué momento había comenzado a escasear el aire?

No respondió. No respondía.

Sentí la decepción al darme cuenta que me estaba devolviendo el golpe del día anterior. Al menos en eso nos parecíamos.

No sabía cuál de los dos era más orgulloso.

Un sonido detrás de nosotros me hizo voltear. Lucy acababa de entrar al comedor. Tenía un sobre amplio y cuadrado en sus manos. Hizo una reverencia a mitad de camino. La reina le contestó con dulzura, al igual que Kriss y Maxon.

—Lady America —saludó. Me levanté y rompiendo con los protocolos la abracé.

—Buenos días Lucy —los soldados a mí alrededor se removieron incómodos. Me dio igual lo qué pensaran. No era de la realeza. No estaba preparándome para ser princesa.
Era una representante italiana y ellos eran amables y empáticos con su gente. Yo no estaba siguiendo los protocolos de Illea.

Lucy se separó mirándome contrariada.

—Le... llegó esto —dijo. Me entregó el sobre. El remitente me hizo lanzar un gritito entusiasta.

—¿Qué es? —quiso saber Kriss—. ¿De Italia?

Me volteé y agité la cabeza.

—Mejor —sonreí. Me giré hacia Lucy—. Gracias por traerlo.

Me hizo una reverencia con la cabeza y disimuladamente me guiñó un ojo.

—No hay de qué...

Con rapidez se despidió de la reina, de Maxon y de Kriss, y se retiró del salón. Abrí el sobre y cogí las cosas que venían adentro.

El correo había llegado rápido.

Me volteé hacia los comensales que me miraban curiosos, incluso Maxon. Pero no tenían que saber lo que tenía en mis manos. Era algo que no quería compartir con nadie más que no fuera con la persona a lo que se lo entregaría.

—Majestad, si me disculpa, tengo que retirarme —me disculpé apenada, tratando de sonar convincente.

—Por supuesto, gracias por acompañarnos. Espero verla más seguido por aquí.

Asentí.

—Será un placer.

Le hice una reverencia a Kriss y luego me dirigí a Maxon. Pero antes que me girara para salir noté que se llevaba la mano a la oreja y volvía a tirar de ella como el día anterior.
Había caído.
Curvé una sonrisa y salí de ahí sin decir nada más.

El juego había comenzado.

...

NOTAS

Este capítulo tiene muchísimos detalles que tomar en cuenta.
¿Qué tal Meridia? Yo la adoro. Me encantan todas sus escenas, especialmente su acidez.
Claro que aún no conocen nada de ella, esperen a verla más adelante.
America finalmente descubrió que no le queda más opción que jugar el mismo juego que Maxon, y tal vez él se arrepienta en el próximo capítulo, que será nuevamente, ¡desde su perspectiva!

Por otro lado, van a haber muchas escenas de este grupo en particular que vive en las cocinas. Es un modo de marcar la diferencia entre la vida del palacio y la vida de quienes viven bajo su techo. Ya que en aquellas cocinas las castas no existen y es algo que America y Maxon ya lo saben y por lo mismo, lo disfrutan.

Siempre quise que hubiera un grupo de amigos en la historia, creo que hacía mucha falta para que no anduvieran siempre todos tan tensos.
Y bueno, ya que el rey no está, por supuesto todos andarán más relajados.

¡Muchas gracias a todos por seguir aquí!

¡De verdad! Son grandiosos, los mejores lectores del mundo.

¡Los quiero y nos leemos!
Kate.-

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