La Única (COMPLETA)

By KathleenCobac

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Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
Preguntas rápidas La Única
RE EDICIÓN DE LA ÚNICA

Capítulo X

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By KathleenCobac

X

MAXON

—Te tengo que contar algo, pero por favor, no entres en pánico.

—Ya lo hice —admití—. No me gusta cómo me estás mirando.

Marlee se paseó por la habitación. Parecía nerviosa. Demasiado.

—Dios, ella me va a matar —masculló. La vi entrelazar sus manos y estrujar los dedos.

—¿Marlee? De verdad me estás asustando —la miré de reojo—. ¿Le sucedió algo a America? —pregunté aterrado.

Ella sacudió la cabeza.

—No, no... ¿no? —pareció dudar.

—¿Le sucedió algo sí o no? —exigí saber. Ella se giró hacia mí. Noté un halo de incertidumbre en sus ojos.

—Sabrás esto antes que los demás—me dijo—. Y es mejor que nadie más, además de nosotros, lo sepa hasta su regreso.

La miré con sorpresa.

—¿Regresar? —pregunté—. ¿Acaso ella...?

Malee suspiró tan hondamente que creí que se desmayaría.

—Solo promete... no, jura que no dirás nada, por favor...—suplicó. Estaba tan nerviosa que no tuve más opción. Le tome las manos y acepté.

—Por supuesto, no diré una palabra... sea lo que sea que me tengas que decir.

Suspiró una vez más, soltó mis manos y se llevó las suyas a los ojos.

—Con esto ¿entiendes que estoy traicionando la confianza de America, no? —preguntó angustiada. No supe cómo reaccionar a su pregunta—. Me pidió que no se lo contara a nadie que no fuera de mi círculo cercano, es decir, nuestros amigos... pero...—otro suspiro. Comencé a sentir que me escaseaba el aire—. Pero siento que esto debes saberlo... para... para afrontar lo que venga.

Me aterré.

—Espera... ¿no me dirás que America y Philippo, ellos...?

Me miró como si tuviera dos cabezas.

—¿Qué? —exclamó—. ¿Philippo? ¿Qué tiene que ver él en esto? —preguntó sorprendida, levanté los hombros—. ¡No, no! ¡No es nada de lo que piensas!

Me alivié por un segundo.

—¿Entonces? —quise saber. Sentí igual como si algo me jalara por el estómago—. ¡Marlee!

Cerró los ojos y soltó el aire de golpe.

—America fue elegida por los italianos para ser su embajadora —dijo con rapidez—. Ella regresará a Illea como su representante.

...

Frente al espejo alcé el mentón. Giré la cabeza a ambos lados. Sonreí.

A pesar de todos los problemas que había tenido con mi padre al principio, finalmente logré que aceptara a regañadientes uno que otro cambio. Especialmente cuando le dije que vendría el embajador italiano.
Un estremecimiento me recorrió de pies a cabeza al recordar quién llegaría precisamente ese día.
Lo convencí que tendríamos que estar a la altura de la formalidad italiana. Ellos eran más atrevidos, despiertos y coloridos.
De solo imaginármela en aquellos vestidos con los que solía salir en las portadas me recorrió un temblor.
¿Se atrevería a presentarse así frente a mis padres?
Al menos yo, ya me había atrevido.

Sabía que a papá no le gustaba la idea de que su hijo anduviera luciendo barba o el cabello más largo. Pero como aún no me dejaba gobernar y su proyección como rey se prolongaba hacia el futuro por muchos años, logré convencerlo poco a poco que no me necesitaba siempre luciendo tan formal si él era quien siempre daba la cara.

Sin embargo, todo fue más fácil cuando mamá comenzó a apoyarme. Un día quedó asombrada al verme entrar al comedor con un atuendo de dos colores. Un pantalón negro y una chaqueta azul que dejaba el puño de la camisa expuesto. Fue la primera vez que me atreví con algo diferente.
Cuando mi padre me vio exigió una respuesta ante mi drástico cambio de vestuario. Kriss no obstante, cada vez que me miraba se sonrojaba, al igual que las doncellas que pululaban por el palacio.
Parte del atuendo había sido ocurrencia de Marlee, sacó la idea de un par de revistas de moda y se inspiró con algunas fotografías.
La única forma de mantener aquella nueva imagen era convenciendo a mi padre que tenía que lucir más adulto y jovial, más aún si estábamos en conversaciones con los italianos.
Aquello no lo pudo refutar y mi madre se vio encantada.

Con ella de mi lado, sabía que él no podría hacer nada en mi contra.

Esa mañana abotoné la chaqueta justo a la altura del ombligo. La tela era verde y el botón dorado. Se ajustaba a la forma de la espalda, lo que me hacía lucir más alto. Y gracias a los ejercicios matutinos —que estaba realizando con Aspen hacía cuatro meses—, había adquirido mayor masa muscular.
Nunca había sido vanidoso, pero agradecía ver por primera vez en el espejo a la persona que yo creía que era.
Lamentaba haber perdido tantos años en encontrarme y esperaba que a ella le gustara el verdadero yo.

Dos golpes suaves sonaron en la puerta. Me giré despacio.

—Adelante.

El rostro hermoso de mi madre se asomó por la hendidura. Ambos nos miramos y nos sorprendimos mutuamente.
Estaba bellísima. Jamás creí que la vería vestida así en mi vida. Nos habíamos esmerado tanto por estar a la altura moderna de los italianos que mamá había superado con creces el estándar.
Llevaba un vestido largo hasta el suelo en color crema. Era totalmente veraniego, incluso tenía un tajo a la altura del muslo derecho que dejaba entrever la pierna. El detalle de un cinturón dorado con forma de cadena se ajustaba a su cintura.
Su melena castaña caía por un costado y un hermoso —y costoso— collar de brillantes decoraba su cuello.

—Mamá...—alagué. Me acerqué hasta ella y la tomé por las manos cuando cerró la puerta—... Cielos, te ves... Bellísima.

—¿No es muy... informal? —preguntó mirando hacia atrás, como si buscara algo en sus tacones—. Me siento tan extraña —rió—. Desde que entré al palacio jamás había usado algo que no fueran vestidos de gala. Mis asesoras creyeron que sería buena idea usar algo más moderno. Pero, no lo sé... Tal vez debería colocarme el vestido azul...

—Estás perfecta —sonreí orgulloso.

—¿Crees que le guste a tu padre?

—Le encantará —reí. Ella me sonrió achicando sus ojos y se alejó un paso para mirarme.

—¿Y qué me dices de ti, cielo? —dijo entusiasmada. Me miró hacia arriba. Mamá no era muy alta, en comparación conmigo o mi padre. Sin embargo su postura al caminar, que parecía que se deslizaba por el suelo, la hacía parecer alta e imponente—. Dios mío, Maxon... te ha hecho bien juntarte con los chicos —sonrió apretando mis brazos—. ¡Estás guapísimo! No sabes lo mucho que me alegra verte feliz. Saber que tienes amigos en los que contar.

Ladeé la cabeza.

—"Feliz" es una palabra bastante amplia. Estoy bien —acoté. Ella sonrió con dulzura.

—Estar bien es un buen comienzo, tesoro —sonrió. Se acercó y alisó mi chaqueta con las manos, acomodó la corbata y pasó la mano por mi cabello desordenándolo un poco más—. Estás perfecto.

Suspiré.

—¿Lista mi Lady? —le ofrecí el brazo. Miró hacia la puerta que separaba las habitaciones.

—¿Y Kriss? —preguntó.

Fruncí el ceño.

—No he escuchado ruido hace un rato. Supongo que ya la pasaron a buscar —le dije mientras se agarraba de mi brazo. Al parecer notó mi mueca de desinterés.

—Haz aguantado valientemente —dijo con un susurro. Asentí.

Abrí la puerta con un suspiro y salimos al pasillo, un grupo de guardias que vigilaban el umbral nos rodeó y enfiló tras de nosotros luego de saludar con una reverencia.
Comenzamos a caminar por el palacio en dirección a las puertas principales. Cada paso que daba era un vacío. Respiré profundamente preparándome para lo que vendría.
Los nervios me estaban jugando una mala pasada.

—Si no fuera por los soldados no quiero ni pensar en las consecuencias que habría traído a mi vida la monotonía —susurré mirando al frente. Un grupo de doncellas que iban pasando nos hicieron una reverencia. Se las respondimos.

Mamá me miró preocupada.

—Lo lamento tanto, cariño—susurró—. Detesto verte así, si estuviera en mis manos... yo...

Suspiré y bajé aún más la voz sin quitar la vista del frente.

—Si pudiera cancelar el compromiso lo haría en este mismo instante —confesé—.Y lo sabes. La postergación me ha ayudado a mantener la cabeza fría, pero todavía no hallo un modo de poder acabar con todo esto.

Mamá se detuvo. Se colocó frente a mí y me miró con tristeza.

—Nunca quise que sucediera esto —me dijo angustiada, sus ojos temblaban—. Sabes qué pensaba sobre La Selección. Y también estaba segura que elegirías a....

—¡Lo sé! —exclamé sacudiendo la cabeza—. Pero ya no hay vuelta atrás.

—¿Entonces por qué lo hiciste Maxon? —mi madre no sabía nada, nunca le conté lo que había ocurrido con America y sabía que eso la carcomía día y noche. Podía ver cómo en su cabeza aún buscaba las razones para entender el motivo de mi infelicidad cuando la felicidad la había tenido justo frente a mí.

—Ya no importa ahora —suspiré. Le dibujé mi mejor sonrisa y volví a tomar su brazo. La necesitaba.
No volvió a tocar el tema.

A medida que avanzábamos el aire acogedor del exterior nos envolvió con su aroma característico de rosas y crisantemos.
Como sospechaba, Kriss ya estaba ahí. Solté el brazo de mi madre, intercambiamos una mirada, le besé la mejilla y me acerqué hasta mi prometida.

Por suerte había entendido que el código italiano no era tan formal, así que se había decidido por una falda tableada que le cubría hasta las rodillas. Noté unos tacones verdes amarrados a sus tobillos; en la cintura tenía atado un cinto negro que contrastaba con la blusa de un rosa intenso.

—¿Estoy bien? —preguntó. Sonreí.

—Hermosa —admití. No iba a mentirle, era cierto.

Kriss era muy guapa. Tenía una nariz pequeña y muchas pecas alrededor. Sus ojos eran de un profundo castaño y sus pestañas increíblemente largas. Recordaba que en nuestros primeros besos me hacía cosquillas con ellas.
En La Selección solía ser divertida, pero desde que nos comprometimos parecía que todo eso había cambiado drásticamente. Era como si quisiera mantener la compostura de una reina reteniendo toda la energía que la caracterizaba.

Noté que sonreía con timidez. Llevaba el cabello amarrado en una cola alta y dos mechones caían a cada costado de su rostro.

Respiré hondo y me incliné hacia delante para besarla. Se empinó un poco y me devolvió el beso con una risita.

—¿A qué vino eso? —preguntó ilusionada.

No tengo idea. Pensé.

—Quise hacerlo —mentí. La verdad es que estaba probando un punto:
Kriss despertaba en mí lo mismo que muchas chicas despertaban en cualquier hombre. La diferencia era que no había ninguna emoción involucrada en aquellos actos. Podía ser guapa y sí, al mirarla podía sentirme afortunado, atraído. Pero no era un aprovechado.
La verdad era que sin sentir nada más por ella aquel beso solo me causaba un suave calor. Pero nada más.

Suspiré y la guié hasta las escaleras. Mi padre ya estaba ahí hablando con uno de los asesores. Aspen estaba justo detrás de él. Nos miramos y saludó con la cabeza.

—Altezas —dijo rígido. Tuve que aguantar las ganas de reír y sabía que él también estaba haciendo un esfuerzo.

Hacía tres noches habíamos jugado una partida de dados en los establos, dónde él y yo hicimos equipo. La penitencia era beber al hilo varios vasos de coñac si perdíamos la partida. Por suerte ninguno de los dos logró embriagarse, aunque Graham, el chico de las caballerizas y organizador de esa reunión en particular, sí. El pobre pasó en la cama todo el día siguiente.

Aspen se alejó hacia un costado. Noté la tensión en sus hombros y adiviné que aún contenía la risa. Apreté la boca para no largarme a reír también y escolté a Kriss al lado de mi padre.

—Majestad —saludó Kriss. Mi padre se volteó y le sonrió ampliamente.

—¡Hija mía! —dijo dándole un beso en cada mejilla. Rodé los ojos—. Pero qué hermosa estás hoy, igual que una princesa italiana.

Kriss se sonrojó y se aferró a mi brazo.

—Maxon también se ve increíble ¿no cree? Podría ser un príncipe europeo si quisiera —dijo soñadora. Los ojos de mi padre me escrutaron. Sabía que no estaba de acuerdo en cómo lucía, pero no le quedaba más que aceptar lo que veía.

—Claro que sí —dijo apretando mi hombro. Luego me dio una palmada en la espalda y corrió la vista.

A veces me ponía a pensar si mi padre realmente me quería. ¿Qué hubiera ocurrido si hubiese tenido hermanos, o hermanas? ¿Sería igual con ellos?
Kriss me jaló hacia el costado de las escaleras para que mi madre pudiera colocarse a un lado de papá. Lo vi despedir al asesor para enfocarse en ella. La miró y la besó con cariño al costado de la boca. Nunca se daban besos en público.
La tomó de una mano y la hizo girar.

—Bellísima mi amor —la halagó—. Mejor que una italiana.

Ella soltó una risita coqueta.

—¿No es muy poco apropiado? —preguntó temerosa. Él negó con la cabeza. Ese brillo que tenía en los ojos y que existía solo para ella parecía transformarlo en otra persona. Alguien a quién yo no conocía.
Porque para mí no tenía ningún brillo en especial.

—En ti nada es poco apropiado —le susurró. Besó su mano sin quitar los ojos de ella. Percibí el suspiro ilusionado emanar de los labios de mamá. Rodé los ojos.

Papá le sonrió con cariño y engancharon sus brazos hasta instalarse a nuestro lado.
A diferencia de nosotros él llevaba su uniforme real con todas las medallas a la vista. Resoplé... Si tan solo supiera a quién tendría que sorprender...

Un escalofrió me recorrió y comencé a sonreír, ansioso. Sacudí la cabeza para recomponerme. Tenía que parecer sorprendido. Debía fingirme sorprendido.
Pero no podía dejar de pensar en que en unos pocos minutos... volvería a verla.
Mis nervios se dispararon cuando Aspen se acercó hasta nosotros.

—Viene llegando majestad —anunció. Papá se enderezó y acomodó su chaqueta. Yo erguí mi espalda. Sentí que algo frío bajaba por ella. Mi corazón se disparó.
Miré a Aspen de reojo. Él también lo sabía, podía notarlo por el rictus contenido de su rostro.

Kriss me soltó y se llevó las manos al regazo. Noté que miraba a mi madre e imitaba su postura. Elevé los ojos al cielo. Si America estuviera en su lugar probablemente estaría tratando de esconder un chicle que habría olvidado tirar.

Reí anti mi propia ocurrencia. Kriss me miró y aclaré la garganta elevando el mentón hacia el frente.

Los soldados que estaban resguardando el perímetro de la pared se irguieron apenas la limusina atravesó las puertas.

—¡A sus posiciones! —ordenó Apsen.

Los que estaban camuflados como civiles de inmediato se posicionaron a un costado de la fuente y los que estaban con uniforme se apostaron a las escaleras, rodeándonos.
Comencé a hiperventilarme. Conté hasta diez, veinte, treinta. Intenté por todos los medios acompasar mi respiración.
Algunas doncellas se congelaron como estatuas, percibí a mi padre removerse.

La limusina rodeó la fuente y se detuvo justo delante de nosotros, a diez metros de las escaleras.
El chofer se bajó del vehículo, nos hizo una reverencia y se dirigió hacia la puerta de atrás.
Era la hora. Era el momento. Llevé las manos a la espalda y retorcí los dedos. Quería gritar. No aguantaba la ansiedad.

Eran prácticamente diez meses sin verla...casi un año... había sido una tortura.
Cuando el chofer abrió la puerta ella se tomó unos segundos antes de salir. Tragué saliva.
Hasta que finalmente un pie con un tacón brillante salió al exterior.

—¿Es una mujer? —preguntó mi padre.

Nadie le contestó. Comencé a respirar por la boca.

La mano de America tomó la del chofer y se impulsó hacia delante. Un enorme sombrero le cubría la cara. Contemplé el otro brazo curvado hacia arriba para sostener el bolso que colgaba de su codo.
La puerta se cerró tras ella y comenzó a caminar. Me había quedado sin aire.
La forma en la que se movía, la ropa que llevaba, todo...
Mi garganta se había secado.
El impacto había sido tal, que la banda que estaba detrás de nosotros había olvidado tocar el himno. Los miré y moví la cabeza.
De inmediato la música llenó todo el jardín.
La contemplé desde la escalera, con aquel andar elegante, cruzando un pie delante de otro, como si estuviera en una pasarela. Noté que Kriss se miraba la falda.
Ni siquiera mi madre estaba a la altura.
Un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza.
Cuando se detuvo delante de nosotros papá le dijo algo que no escuché. Ella rió melodiosamente y luego contestó en italiano con un siseo exquisito.
Giré la cabeza con lentitud. Para cuando se quitó el sombrero y la cascada de cabello rojizo cayó sobre sus hombros... el mundo desapareció.

Era ella... era mí America...

Su gracia al moverse, al contestar, al sonreír. Era la misma pero mejorada. Mil veces más hermosa, más...más... había dejado de respirar.
Estaba espectacular...

Tragué saliva con dificultad. Aquel calor que no sentía con Kriss, en menos de un segundo se había triplicado en mil grados con solo contemplar a la mujer que me quitaba el sueño.
Kriss y mi madre le dijeron algo, pero no escuché. No podía. Todos los sonidos habían desaparecido con el tambor frenético del corazón en mis oídos.

En algún momento con Kriss compartieron unas palabras, pero America fue suficientemente lista para no mirar más allá de su hombro. No quería que hiciéramos contacto visual. Sin embargo, me sorprendí al sentir las manos de mi prometida rodeando mi brazo con fuerza, como si con ello pudiera asegurarse que no correría a su encuentro.
Entonces sucedió: America agitó la cabeza, su cabello se batió al alrededor de su cuello y finalmente, nos miramos.

El mundo se detuvo. Sus ojos azules estaban marcados con intensidad, sus labios entreabiertos. Volví a tragar saliva.

—Alteza —saludó.

—Lady America.

Casi temí por mi integridad física cuando creí que me quedaría sin habla.
Escuché que mi padre le indicaba que sería escoltada por Aspen. Ella asintió. No pude obviar que entre ella y el soldado habían compartido una mirada especial. Lo noté en los ojos de él cuando un gesto risueño se asomó en ellos. Pero ambos mantuvieron la compostura.
Seguramente se abrazarían con fuerza cuando estuvieran lejos de todos. Y aunque sabía que aquella historia ya era agua pasada, los celos no tardaron en aparecer.
Son amigos, Maxon, no seas infantil. Aspen está casado. Me dije.

Tenía que comprender que yo jamás podría ocupar el lugar que él tenía en el corazón de America. Y, aunque era un sitio privilegiado, aún tenía la esperanza de poder solucionar mi gran error y volver a ganarme un espacio.
Ahora que ella estaba de regreso tenía que intentarlo. No sabía cómo, porque seguramente se dedicaría a trabajar como embajadora y tal vez tendría poco tiempo para otras actividades. Pero no me daría por vencido tan fácil.
Si tenía que volver a ganarme su confianza, su afecto.... y su amor. Lo haría. A fin de cuentas, no tenía que competir contra nadie en Illea, y el italiano no estaba por ahí para abarcarla.
Lo que tanto había deseado por meses finalmente había sucedido. No podía ir por ella Italia, pero había regresado y era la embajadora... Inevitablemente nos veríamos obligados a trabajar juntos. Sonreí y me cubrí la boca con una mano fingiendo una tos.
Aspen la escoltó por el brazo e intercambió una mirada conmigo. Percibí algo de diversión en los ojos de él al pasar por mi lado, cuando, sin esperarlo, sentí el sutil rose del brazo de America contra el mío.
Me congelé. No pude moverme. Por mi nariz penetró el aroma de su perfume. No era nada que hubiese olido antes, ni floral, ni dulce, ni cítrico.
Pero era embriagador. Era su aroma. Algo solo de ella.
Cuando desapareció por la puerta los murmullos al rededor se transformaron en enjambres, como un ciclón avasallador. Parecía que todos hubieran aguantado el aire. Kriss se removió incómoda.

—¿Cómo puede ser? —me preguntó. La miré parpadeando.

—¿Qué? —pregunté muy rápido. Me miró ceñuda. No había notado nada, por suerte.

—Qué ¿cómo puede ser? —repitió—. ¿Cómo es posible que se haya convertido en embajadora? —la escuché levemente frustrada. Se miró su falda nuevamente y se llevó la mano al cinto—. Parecía... ni Celeste lucía tan sofisticada, y eso que ella era modelo.

Iba a asentir, pero sabía que me estaba estudiando ligeramente. Por supuesto estaba atenta a mi reacción.

—Tampoco lo entiendo —dije fingiéndome preocupado. Miré a mi padre que se había volteado dándoles órdenes a sus asesores.

—¡Maxon! —gritó de repente con rabia. Lo miré con calma—. ¡A mi oficina, ahora!

Y sin siquiera despedirse de mi madre entró con rapidez por las puertas. Con Kriss y ella nos miramos. Mamá suspiró mirando su vestido.

—Vaya sorpresa —dijo, parecía contrariada—. ¿Quién iba a imaginarlo?

Moví la cabeza. Kriss se abrazó a sí misma, como si tuviera frío.

—Creo que volveré a mi habitación —anunció. Me sentí fatal al escuchar aquel tono de derrota, casi como si hubiese sido sentenciada a muerte. Podría haberla dejado irse con facilidad, pero no quería que descubriera cuánto me había afectado. Al menos por ese momento prefería que pensara que todo seguía igual entre nosotros.

—¿Estás bien? —le pregunté tomándole la mano. Me sonrió apenas.

—Sí, solo me duele un poco la cabeza —sabía que estaba mintiendo. Asentí y le di un beso en la frente. Su perfume era dulce, pero el aroma de America seguía impregnado en mis sentidos.

—Te veré esta noche —le dije. Asintió con suavidad—. Ponte bonita —agregué con una sonrisa.

Aunque trató de sonreír sabía que nada cambiaría su ánimo. Cuando se retiró, mamá me miró. Quise escapar de su mirada inquisitiva, pero no pude.

—¿Sabías algo de esto? —me preguntó preocupada.

La miré con sorpresa.

—¡Claro que no! —contesté fingiéndome ofendido. Los ojos de mamá se achicaron y luego suspiró. Un rastro de sonrisa se dibujo en su bonito rostro.

—Procura no hacer sufrir mucho a Kriss cuando rompas con ella —me susurró. Besó mi mejilla y regresó al palacio seguida de sus doncellas y unos guardias.

Sacudí la cabeza viéndola desaparecer al otro lado de la puerta. ¿Había escuchado bien?
Con un escalofrío me puse en marcha de regreso, mi padre estaría esperando. No quería ni imaginar hasta qué punto ebulliría su rabia y cómo querría desquitarse.
Unos soldados apostados al lado de la puerta me iban a seguir.

—No se preocupen, sé dónde tengo que ir, vuelvan a lo suyo —les pedí. Asintieron y todo el jardín repentinamente desarmó sus filas y se llenó de movimiento.

Ingresé al palacio y contuve la respiración. Ahora con America volvíamos a compartir el mismo espacio. En esos momentos ella estaba a unos pasos de distancia de mí. Comencé a reír y me llevé una mano a la cabeza.
Pero antes de celebrar, primero, tenía que encargarme de enfrentar la tormenta en la que se habría convertido mi padre.

...

—¡Quiero respuestas! ¿Quién sabía de esto? ¿Cómo carajos sucedió algo así? ¿Qué hace esa mocosa representando a Italia? —bramó—. ¡¿Qué broma de mal gusto es ésta?!

Jamás lo había visto tan enojado. Nunca. En toda mi vida.
Temí que, de encontrar algún culpable, lo enviara a cortar su cabeza solo porque los latigazos no serían suficientes para apaciguar su ira.

—Lo lamento majestad, pero ninguno de nosotros sabía nada —dijo Clifford. Señaló la carta oficial que había llegado desde Italia hace un mes—. El rey Marco Antonio solo dijo que enviaría a un representante diplomático a entablar las negociaciones con Illea. No especificó quién era.

Papá dio un golpe a la mesa y todos dieron un salto. Miré a Aspen que se mantenía impávido a un lado de la puerta. Ambos leímos lo mismo en los ojos del otro.

—¡Comuníquenme con el rey, ahora! —exigió mi padre. Su cara se había puesto roja—. ¡No permitiré que esa mocosa se quede un día en el palacio! ¡Sobre mi cadáver!

—Padre —lo llamé. Tenía que ver un modo de solucionar aquello. Sus ojos brillaban peligrosamente, mi espalda se tensó. Debía medir bien mis palabras—. No puedes expulsarla, es la embajadora italiana. Si lo haces, no solo habrás denostado un intento de Marco Antonio para establecer relaciones con Illea, sino que además le habrás faltado al respeto —y agregué con rapidez—: Si la enviaron a ella debe tener alguna buena razón.

—¡Claro que la tiene! —exclamó mi padre colérico—. ¡Es la favorita de Illea por haberme desobedecido! —Nos apuntó a todos con el dedo—. ¿En qué posición me deja como rey? ¡Primero fue ella, después será el país! ¡Creerán que tienen poder para cambiar sus vidas como ella lo hizo! ¡Sin mi permiso! ¡No permitiré que una agitadora se convierta en una representante del pueblo! ¿Qué no lo ves? ¡Es peligroso para la corona!

—¿Pretendes decirle eso a los italianos? —me arriesgué a preguntar—. ¿Rechazarás a su representante? ¿Sabes lo que significará para Illea aquella humillación hacia el país más fuerte de Europa?

Noté que los puños de mi padre se estrujaban entre ellos. No iba a amedrentarme. No permitiría que echaran a America del palacio. No después de saber que se quedaría entre nosotros por un tiempo. Si ella ya estaba ahí, no se iba a ir tan fácilmente.

Los ojos de mi padre se sostuvieron en los míos. Sabía que me había encontrado algo de razón.

—Mientras no sepamos qué se traen los italianos entre manos y no te cases con Kriss, te prohíbo acercarte a ella —me advirtió. Quedé de piedra.

—¿Qué? —jadeé. La rabia comenzó a aflorar en mi pecho, pero sabía que no podía enfrentarme a él. Los asesores se mantuvieron en silencio—. Soy el príncipe, tengo que cumplir con lo que dictan los estatutos. Tengo que recibir a cada representante de los países que nos visitan, es lo que me enseñaste. Sé que el año pasado ella fue una seleccionada, pero elegí a Kriss, me casaré con ella. ¿Realmente le faltarás al respeto a los italianos prohibiéndome como futuro rey entablar relaciones con su país?

Me sonrojé sin poder evitarlo. Aquellas últimas palabras conllevaban más que una simple idea política.

Mi padre entrecerró los ojos.

—Majestad, tengo al rey italiano en la línea dos —informó un asesor entregándole el auricular del teléfono. Papá puso el altavoz.

Por supuesto evadió cada palabra que le dije, pero por su expresión sabía que algo habría logrado convencerlo.

—Marco Antonio —saludó con calma. Su voz se transformó completamente de enajenada a firme y amable.

Clarkson —la voz del rey italiano sonaba jocosa y alegre—. ¿Qué tal todo por Illea? ¿Ya llegó nuestra representante?

Papá apretó los dientes

—Sí, y debo decir que estoy algo sorprendido —dijo aguantando la rabia. Podía sentir el fuego que emanaba de él—. ¿Así que, te llevas a uno de mis súbditos y lo conviertes en embajador de tu país?

Sarcasmo.

Ay, no.

Lamento no habértelo informado y que nos hayamos llevado a Lady America sin tu permiso. Pero era la persona que necesitábamos como representante y temía que si te lo solicitaba no ibas a dejar que viniera por ser tan joven —explicó. No parecía intimidado por la actitud de mi padre. Más bien, se escuchaba divertido—. Como sabes, mi hijo Philippo, así como el tuyo, se está preparando para recibir la corona en dos años, y mis hijas son representantes del Tratado de los Alpes. Nos hacía falta una cara nueva y joven para poder entablar relaciones con ustedes. Me pareció fantástica la actitud de America en la Selección. Es lo que nos representa dignamente. Disculpa por haberla sacado de Illea sin tu permiso. Pero no hay nadie mejor que ella. Te lo aseguro. Fue la primera de su clase en la Universidad de Montecarlo. Estudió codo a codo con Philippo.

Apreté los puños al escuchar su nombre. Se suponía que entre ellos no había ocurrido nada. Pero eso no explicaba las cientos de portadas que tuvieron juntos.

Mi padre apretó los ojos cerrándolos con fuerza.

—No es que no confíe en tu criterio Marco Antonio, pero, Lady America es una jovencita...

Yo fui rey a los diecinueve años Clarkson, y si mal no recuerdo tú también ascendiste al trono muy joven —reparó con calma—. Lady America no es una niña pequeña y créeme cuando te digo que es la mejor representante que habríamos podido elegir.

Los ojos de papá se abrieron de golpe. ¿Cómo explicarle a Marco Antonio que no quería a America cerca porque el país iba a comenzar a imitarla? Por supuesto, los italianos sabían eso. De lo contrario no la habrían considerado como embajadora. Pero amitirlo en voz alta significaba confesar lo maquiavélico que era, y eso lo podía dejar en una posición retorcida con los italianos.

Era la trampa perfecta. Y mi padre había caído.

—¿Por cuánto tiempo se quedará? —quiso saber. Apreté los puños y los dientes.

Lo que sea necesario para ajustar todas nuestras alianzas —contesto Marco Antonio. Sonreí disimuladamente. Papá me miró y entrecerró sus ojos. Cambié la mueca de inmediato.

—¿Y luego? —preguntó. Lo miré con cuidado. ¿Qué quería decir? ¿La devolvería a Italia?

Luego dependerá de nuestras necesidades y las tuyas. Entonces veremos sí se establece en Illea con una embajada o si regresa a Italia —explicó el rey con calma. Suspiré levemente aliviado.
Esperaba que se quedara, pero por supuesto, no como embajadora.
Como princesa estaría perfecto.

Volví a sonreír y tuve que aclarar mi garganta cuando Aspen me descubrió.

Papá resopló.

—Ya veo... —masculló. Sacudió la cabeza y apaciguó su rabia—. ¿Supongo que eso quiere decir que no vendrás a Illea a visitarnos entonces?

El rey se mantuvo en silencio un instante.

Oh, sí, sobre eso...—carraspeó—. Philippo irá en mi lugar. Será una buena instancia para que cumpla el papel que tendrá que ejercer en un par de años.

Mi padre agachó el mentón levemente. Marco Antonio estaba jugando con él y eso lo irritaba. Odiaba verse en aquella posición. Illea necesitaba demasiado a Italia para poder seguir desarrollándose y eso significaba ceder a todos los caprichos de la monarquía italiana, como por ejemplo, aceptar a America de vuelta entre nosotros y que el príncipe viniera en representación de su padre. Lo que me recordó nuevamente las portadas de las revistas.

Apreté los puños.
El italiano vendría a Illea... Y tal vez ella lo estaría esperando.

—Entiendo... Entonces lo recibiremos como si fuera el rey —dijo mi padre, parco.

Muchas gracias —agradeció Marco Antonio—. Si me disculpas tengo que colgar, hay demasiado que hacer por estos lados.

—Al parecer por aquí también —masculló.

Hasta luego Clarkson.

—Marco Antonio —se despidió.

Cuando la llamada se cortó papá apoyó las manos sobre la mesa. Se quedó en silencio un instante. Su respiración se asemejaba a la de un toro apunto de embestir.
Todos nos quedamos en silencio, con Aspen nos miramos, alzó una ceja y yo levanté un hombro.

—Retírense todos y preparen la recepción para esta noche —ordenó. Me miró, percibí su ira, como si quisiera culparme por lo que acababa de ocurrir—. Hay que tratar bien a la... embajadora —se dirigió a Aspen—. Mayor, ordene a los soldados de civil que se preparen para esta noche, necesitaremos... infiltrados entre los invitados.

Aspen asintió, pero antes que pudiera abrir la boca o que cualquiera de los presentes pudiera decir algo, mi padre se retiró azotando la puerta.

Nos miramos nuevamente y ya sin los ojos acusadores de papá sobre mí, sonreí.
La noche sería interesante.

...

Micah, el coordinador de eventos, se esmeró como nunca en la decoración del salón. Telas verdes y rojas pendían del techo formando olas de colores. Las lámparas de lágrimas parecían estrellas colgando del techo.
La mesa de postres era tan abundante que reí de imaginar a America cuando la viera. Aunque luego recordé que después de haber vivido en Montecarlo probablemente había comido dulces más deliciosos que en Illea.
Eso era algo que debía averiguar. ¿Qué había sucedido en Mónaco? Especialmente con Philippo.
Aunque Marlee me contaba todo, había cosas que necesitaba comprender. La pregunta era cómo averiguarlo sin tener que ir directamente por las respuestas.

Descubrí a Aspen vestido con su uniforme rojo del brazo de Lucy. Les sonreí alzando mi copa, ellos devolvieron el gesto. Kriss estaba enganchada de mi brazo.
En realidad, no podía hacer nada mejor que beber en esos instantes. Los nervios me estaban haciendo pedazos el estómago.
Solo por ser esa noche tuve que volver a mis trajes habituales de gala. Lo que implicaba la formalidad de un smoking negro con corbatín y los zapatos bien lustrados.
Cuando fui a buscar a Kriss a su habitación descubrí que sus doncellas trabajaban arduamente en algún vestido. Tuve que esperar alrededor de media hora para que estuviera lista.
Sabía que se sentía amenazada, tenía miedo que America estuviera de regreso. Y no podía culparla. También era culpa mía que se sintiera de esa forma. Después de todo, nada había ocurrido entre nosotros durante casi diez meses, y ciertamente no iba a comenzar en aquel momento a ser romántico.
Kriss se había esmerado. El vestido era de un tono azul intenso, largo, vaporoso, cuyo corsé se ajustaba a su cintura. Llevaba mangas transparentes de tul y un moño montado sobre la cabeza. Parecía realmente una princesa. Me sentí terrible cuando descubrí que se había colocado las joyas que le había regalado para el día de las Sentencias.
Una forma de recordarle a America que era mi prometida.

Mi padre se paseaba por el salón saludando a los invitados. Recordé que America odiaba ser observada, no podía imaginar cómo lo llevaría cuando todos los ojos estuvieran puestos sobre ella. Mamá se acercó.

—Micah se lució esta vez ¿no? —dijo risueña. Como siempre estaba espectacular. Nadie en el mundo podía opacar a mi madre. Parecía salida de una de esas historias de Dioses miológicos, con el vestido amarrado a un hombro con un prendedor de diamantes y un cinto grueso a la altura de la cintura. Lo más impresionante era la cola de al menos metro y medio. Se había peinado similar a Kriss, solo que había dejado algunos mechones caer por los costados.

Asentí a su pregunta.

—Está todo muy bonito —contestó Kriss mirando las lámparas de cristal.

Sentí movimiento tras de mí. Me volteé y vi a Valiant vestido de etiqueta observando cautelosamente alrededor. Me hizo un gesto con la cabeza, se lo respondí sutilmente y se mezcló entre la multitud.
Lo traté de seguir con la mirada. Se encontró con otro soldado infiltrado, intercambiaron unas palabras y luego fue hasta Aspen, seguramente reportándole si había visto algo extraño.
Yo solía ser una persona modesta, pero debía admitir que mi idea de los soldados camuflados había sido brillante.

Nadie sospecharía que al menos el cuarenta por ciento de la gente agrupada en ese sector iba armada y lista para atacar si alguien osaba hacerle daño a algún invitado.

De repente vi un traje brillante y una sonrisa familiar acercarse hasta mí. Gavril me hizo una reverencia y luego besó la mano de mi madre y la de Kriss.

—Majestad, altezas —saludó sonriente—. Lady America está llegando. Avisaré a Micah que prepare la entrada.

Alcé una ceja. Aquello podía ser divertido, o un desastre. A America no le iba a gustar nada ser enfocada.

—Por supuesto Gavril, haz lo que creas mejor —le dije.

Gavril me guiñó un ojo, le hizo una reverencia a mi madre y se alejó de nosotros.

Kriss se removió a mi lado y me tomó la mano. Estaba sudando.

—¿Estás bien? —le pregunté. Asintió, pero sus labios estaban apretados. Se alisó las arrugas invisibles de su vestido y alzó el mentón imitando a mi madre.
Miré hacia el cielo. ¿En qué momento la dulce chica por la que había sentido algo en la competencia había pasado a ser la sombra de mi madre? ¿Dónde estaba la autentica Kriss?

Un fotógrafo pasó por nuestro lado. Nos dejamos tomar una fotografía y luego comenzó la música de la orquesta.

Vi que Gavril se subía a la tarima que estaba dispuesta para los músicos. Tomó un micrófono y anunció:

—Damas y Caballeros, por favor démosle la bienvenida de regreso a nuestro humilde país a Lady America Singer, la primera embajadora italiana.

Erguí la espalda más de lo necesario. Kriss se pegó a mi brazo sujetándome la mano con demasiada fuerza. Mamá se colocó a mi lado y sonrió radiante, pero luego hizo algo poco habitual en ella: abrió la boca con sorpresa.

—Oh, por Dios...—jadeó.

Me enfoqué en la entrada del salón y el alma se me fue a los pies. Se me secó la boca y el corazón se me contrajo hasta que me dolió el pecho. Tuve que apretar la boca para que no liberar un suspiro.
Estaba....era...
Deslumbrante, hermosa, cautivadora... ¡todas esas malditas palabras no servían para describir lo que estaba viendo!

—¡Es un Dior! —exclamó mamá. Me giré y la miré.

—¿Qué cosa?

—El vestido —explicó anonadada—. Los italianos deben haberle prestado las piezas que estaban en el museo.

—¿Qué museo? —pregunté exaltado. Mamá agitó la mano.

—Da igual... —dijo deslumbrada. Kriss a mi lado volvía a tener aquella mirada abatida en su rostro.

America nuevamente la había opacado.

Vi como muchos hombres se acercaban hasta ella. Intenté distinguir a los soldados pero no había ninguno. Todos eran invitados formales. Reconocí algunos alcaldes con sus hijos, al presidente del banco y a un tipo joven que era líder de una empresa de comunicaciones muy nueva en Illea.
Todos eran doses, por supuesto.
Observé y estudié los movimientos de America, se mantenía elegante, con la espalda recta y el mentón alzado sutilmente. Igual que una reina.
Su sonrisa era sutil y sus movimientos volátiles, como si estuviera flotando.

Suspiré.

—Deberías ir a saludarla —susurró mi madre. Me congelé. La contemplé de lejos viendo como uno de los hijos del alcalde de Paloma le conversaba insistentemente sin soltarle la mano.
Fue una sorpresa cuando mi padre se acercó hasta ella y le ofreció el brazo. Ella le sonrió con dulzura y una reverencia elegante. Comencé a entrar en pánico.
Vi cómo la guiaba hasta el centro del salón abriéndose paso entre la gente que se hacía a un lado. Cuando se vieron rodeados la música comenzó a sonar, algo con violines, y empezó a bailar con ella con una sonrisa afable en su rostro.
Por supuesto él no podía decir nada, ninguna palabra amenazante podía salir de sus labios.
Mamá me golpeó con el codo. La miré de costado y con la barbilla apuntó hacia la pista de baile.

Sabía qué era lo que quería. Sin embargo, no podía ponerme a bailar con America de la nada. Primero necesitaba algo de tiempo. No quería parecer ansioso.
La contemplé bailar junto a mi padre y un cosquilleo me recorrió las piernas. Recordé el vestido rojo que había usado para intentar seducirme. En aquella ocasión se veía preciosa, pero haber forzado la situación lo volvió todo más divertido.
Sin embargo esta vez era diferente. No había intención de seducción, por el contrario. Se notaba que lo que quería era deslumbrar y dejar con la boca cerrada a todos quienes hubieran pensado mal de ella en algún momento.
Mis ojos se fueron al escote de su espalda donde colgaba una cadena con una piedra roja. Tragué saliva y exhalé aire por la boca, imaginando cómo se sentiría su piel, qué se sentiría si...si...
Dios, aquel deseo desesperado de... de...

Nuevamente sentí movimiento tras de mí. Sacudí la cabeza y la espalda para evadir el calor que me había embargado y me volteé. Valiant miraba a los invitados. Se había apoyado contra la pared con una mano en el bolsillo y con una copa de vino en la otra.
Sus ojos se movían de manera imperceptible por todo el salón, como si buscara algo sospechoso.
Algo que había aprendido de los soldados era que su entrenamiento implicaba tener todos los sentidos puestos en mil lugares a la vez. Valiant podía parecer distendido, así como Aspen, que bailaba con Lucy. Pero sabía que la atención de ambos estaba colocada en las conversaciones, en los movimientos y en las personas que entraban y salían del salón.

—Ya vengo —le dije a Kriss. Ella asintió soltando mi mano lentamente. Me alejé un poco de los invitados y caminé hasta Valiant, colocándome a su lado—. ¿Nada sospechoso?

Era mejor si me distraía con otra cosa. De repente el aire escaseó horriblemente. Necesitaba con urgencia quitarme la chaqueta.

—Nada por ahora —contestó siguiendo el movimiento de un grupo de invitados que reían en un rincón. Asentí.

Valiant llevaba algunos años en el palacio, pero mi padre lo había designado como guardia de mi vigilancia personal poco antes que llegaran las seleccionadas. Sin embargo, jamás me había dado tiempo de conocer a cada uno de los soldados ni de aprender sus nombres.
Fue cuando conocí a America y descubrí que trataba a sus criadas como amigas que me sentí terrible por no ser así con la gente que me protegía y daba su vida por mí. Así que me esmeré por conocerlos mejor.
Con algo de suerte, tanto Valiant, como Aspen, Roger, Avery y Carter, se transformaron en grandes amigos el último año. No fue trabajo pedirles a dos de ellos que por favor cuidaran de America y dejaran de trabajar para mí. Aunque más bien fue una petición indirecta al solicitarles que debían proteger al embajador italiano.
Como le había prometido a Marlee, se suponía que yo era el único que no sabía que America era la embajadora que enviarían los italianos, sin embargo, todos los demás lo sabían igualmente, y eso incluía a Roger y a Valiant.
Era frustrante ser parte de un secreto y no poder compartirlo.
Me removí incómodo. Valiant bebió de su copa.

—¿Estás bien? — preguntó. Sus ojos cambiaron de objetivo hacia uno de los alcaldes que se encaminaba con su esposa hacia uno de los balcones.

—¿Lo parece? —gruñí. Seguí el ritmo de mi padre y America en la pista. Quedé sorprendido por un segundo. No había notado su forma de bailar. Se suponía que ella no sabía, y de hecho, mis pies sufrieron en el baile de Halloween del año anterior. Pero en esos instantes se movía como si el suelo no existiera a sus pies. Con elegancia, estirando el cuello y moviendo los brazos en perfecta sincronía. Girando sin tropezar.

Suspiré otra vez. Algo instintivo y feroz comenzó a gruñir desde muy adentro de mi estómago.

—Con todo respeto...—murmuró Valiant mirando a la pista—: Tengo que admitir que America se superó a sí misma.

Asentí.

—Lo sé —admití embelesado. Luego bajé la voz, preocupado—. Mi madre quiere que baile con ella, pero no quiero parecer ansioso —expliqué. Imaginar mis manos en su espalda me estaba costando factura y ni siquiera había hablado con ella aún—. Necesito que se vea casual.

Asintió. Sus ojos volvieron a moverse hacia otro rincón del salón.

—¿Y qué pretendes hacer?

Fruncí el ceño mirando a America bailar. Luego recordé algo.

—¡Valiant!—dije de repente. ¿Cómo no lo había pensado antes? Él achicó los ojos sin quitar la vista de sus objetivos de vigilancia. Sabía que me estaba escuchando—. ¿Tú no eras bailarín?

Por primera vez en ese rato se volteó a mirarme con incredulidad.

—¿Eh?... ¿A qué viene eso?

—¿Lo eras o no? —reí.

—Algo así... actor, en realidad. Pero bailaba si el trabajo lo exigía—contestó incrédulo—. ¿Por qué...?

Sonreí.

—¿Tienes conocimientos sobre bailes de salón?

Frunció el ceño.

—Sí, sí los tengo.

Amplié la sonrisa y miré una vez más a la pista. America acababa de dar un giro elegante que batió el ruedo del vestido a sus pies. Suspiré.

—Perfecto. Sácala a bailar —le pedí. Me miró con los ojos muy abiertos.

—¿Qué? —exclamó con voz baja.

—Sácala a bailar —repetí—. Como eres su guardia personal creerán que la estás protegiendo. Después de ti, la saco yo y no se verá tan extraño. Así podré bailar con Kriss al menos una vez antes de acercarme a ella.

Se pasó una mano por el pelo.

—¿Pero...yo?, ¿Por qué yo? ¿Por qué no Aspen? —preguntó incómodo.

—Aspen está demasiado ocupado comiéndose con la mirada a su esposa —observé risueño. Y en efecto, la parejita bailaba ajenos al mundo que había alrededor. Sin embargo, sabía que Aspen a pesar de estar en su burbuja personal, estaba alerta a todo lo que sucedía en el salón.

Valiant frunció la nariz.

—¿Qué ganas si la saco a bailar? —preguntó. Lo sentí sutilmente turbado.

—Respuestas —sonreí bebiendo de mi copa de vino.

—No estoy entendiendo.

—Necesito que hagas algo —murmuré viendo como America giraba entre los brazos de mi padre. Podía percibir la tensión en sus músculos. Tenía miedo de estar tan cerca de él.

Fruncí el ceño. Sin quererlo imagine las veces que ella habría bailado con el italiano. ¿Qué tan cómoda y libre se habrá sentido en sus brazos?
Apreté la mano contra el pie de la copa.
Valiant no pareció muy convencido con mi propuesta. Resopló, contrariado.

—¿Qué más tengo que hacer además de bailar con ella? —preguntó con tono lánguido.

—Necesito que te la lleves y le hagas algunas preguntas...— dije decidido, pensando bien en mi plan. Casi se le cayó la copa de las manos—. Aléjala de estos buitres —agregué mirando a los invitados que no le quitaban los ojos de encima, especialmente al escote de su espalda—. Finge que la estás protegiendo de los fotógrafos. No sé, eres soldado, encontrarás una buena excusa.

—¿Y qué gano con eso? No puedo alejarme del salón. Si tu padre me ve fuera de mi circuito de trabajo podría tener problemas y quitarme el permiso de infiltrado.

Reí y pensé en una buena oferta.

—Una semana libre de obligaciones, amigo mío —le propuse sonriente poniéndole una mano en el hombro. Era más de lo que ganaba cuando apostaban turnos en las cartas.

Preció pensarlo. Achicó los ojos un segundo y luego dejó escapar una risa agachando la cabeza.

—¿Una semana dices...? ¿Es en serio?—Murmuró pensativo, no obstante noté su tono entusiasta. Asentí moviendo la cabeza, riendo—. Diablos... No puedo negarme a eso —aceptó.

—Yo me encargaré que no te metas en problemas con el rey por mi culpa —dije mirando a la pista. La canción acababa de terminar y todos aplaudían hacia America y mi padre, que se hacían una reverencia mutua.

Valiant respiró hondo. Miró una vez más a la pista y luego se bebió todo el vino que quedaba en la copa de un solo trago. Cuadró los hombros y me guiñó un ojo

— Si lo pones así... muy bien —dejó la copa sobre una mesa y juntó las manos—. Vamos por la embajadora entonces. ¿Qué quieres que le pregunte?

Sonreí de costado. Crucé los dedos, esperando que resultara.

Esto iba a ser divertido.

...

NOTAS

¿Les gustó la reacción de Maxon al ver a America?

La verdad es que aquella pequeña escena con Marlee era necesaria, era importante que Maxon supiera toda la verdad sobre la embajadora. Más adelante sabrán por qué.

Toda la cuestión política entre el rey Clarkson e Italia también tendrá su espacio en esta historia, ya que el tema de las castas es algo que se explotará muchísimo, especialmente a partir del próximo capítulo.

¿Recuerdan que les dije que alguien metería la pata? Bueno, Maxon tal vez lo hizo y no sabe hasta dónde.
A veces un favor puede costar caro...

Claro que nadie se espera las consecuencias de aquel plan.
No diré más en cuanto a eso.

Poco a poco van a ir apareciendo todos los personajes. Ahora que America está en Illea las cosas van a entrar al tema principal de la historia.

En el siguiente se introducirá al personaje de Valiant un poco más a fondo, es un capítulo que me costó mucho escribir, básicamente por algo que atañe al personaje mismo.
Y también habrá una escena Maxerica que espero que les encante.

Todo lo que creí y pensé cuando leí los libros, todas las teorías que formulé y nunca tuvieron respuestas para mí, se verán reflejadas a partir de ahora.

Espero que les guste. Porque en estos momentos, la historia sale de la introducción y se mete de lleno al argumento.

¡Gracias a todos por leer!

¡Nos leemos!

Kate.-

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