La Única (COMPLETA)

By KathleenCobac

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Introducción
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XIX
Capítulo XX
Capítulo XXI
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Capítulo XXVIII
Capítulo XXIX
Capítulo XXX
Capítulo XXXI
Capítulo XXXII
Capítulo XXXIII
Capítulo XXXIV
Capítulo XXXV
Capítulo XXXVI
EPÍLOGO I
EPÍLOGO II
Preguntas rápidas La Única
RE EDICIÓN DE LA ÚNICA

Capítulo VII

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By KathleenCobac


Este capítulo sucede tres meses después que América se marcha de Illea. Calculando que se fue a finales de Enero, este capítulo pasa en Abril.
El capítulo de Maxon pasa en Mayo. Éste es previo al anterior.

*La línea temporal es: 1 de Febrero llega a Italia. Finales de Febrero parte a Montecarlo.
Entre Marzo y Noviembre está estudiando. Regresa la primera semana de noviembre a Illea*

No sé si me odiarán o amarán al final, pero solo quiero aclarar que todo lo que sucede aquí ya estaba planeado desde mucho antes de comenzar a escribir esta historia.
¡Qué lo disfruten!

...

VII

3 MESES DESPUÉS

Sucedieron tantas cosas a la vez que en algún momento sentí que mi vida giraba en espiral sin dirección alguna.
Dos semanas después de firmar el contrato que me convertiría en embajadora, recibí carta de Marlee informándome sobre una nueva explosión, leve, pero que había causado un pequeño incendio en las caballerizas.
Por suerte ningún cuidador ni caballo salió herido.

Así, nuevamente, ante el temor de que la vida de su hijo y nuera corriera peligro, la boda volvía a postergarse por orden del rey.
No podía alegrarme por aquella noticia tomando en cuenta el nivel de destrucción de los ataques, pero era inevitable sentir algo de alivio.
Me había enterado de aquello a finales de finales de febrero y Maxon aún no se casaba.

Las cartas de Marlee llegaban con mayor frecuencia de la que hubiera imaginado. Cada dos semanas nos comunicábamos y recibía noticias de ella y ella de mí. Lo más impactante fue anunciarle que me convertiría en embajadora, aún no podía asimilar bien aquella idea y ya estaba aterrada de que aquello se supiera.
Por suerte, el rey Marco Antonio solo dio a conocer mi paradero en Montecarlo cuando ya había comenzado mis estudios. Me advirtió que habría mucha prensa persiguiéndome, así que inventamos que andaba de vacaciones. El rey no quería que se supiera que estaba preparándome para ser embajadora, por lo tanto tuve que pedirle a Marlee que le contara solamente al grupo que ella consideraba de su entera confianza.
Como viajé con Philippo y Nicoletta hicimos un acuerdo que yo iba como compañía de ambos mientras el futuro rey de Italia complementaba sus estudios.
Hasta ese momento el plan había funcionado, ya que los medios solo hablaban de mí como una amiga cercana a la princesa y su hermano.

Al menos así comenzó al principio. Después... los amarillistas comenzaron a decir cosas que no eran ciertas.

...

Las primeras semanas fueron intensas. Los estudios comenzaron casi de inmediato sin darme tiempo de adaptación. Tenía que pasar inadvertida cada vez que iba a alguna de las clases y pretender que en realidad al que acompañaba era a Philippo, que había comenzado con su ardua preparación como rey con ayuda de varios ministros.
Cuando lo conocí sospechaba que se creía demasiado guapo como para conquistar a cualquier mujer, y en efecto, lo era. Cada vez que los reporteros lo descubrían en algún casino o fiesta siempre estaba rodeado de mujeres, mientras Nicoletta y yo lo observábamos de lejos.

Su hermana había comenzado a perder la paciencia, tanto en términos de responsabilidad como de sociabilidad. Apenas pusimos un pie en Montecarlo Philippo ya había ligado a una chica que era hija de un gran empresario. La fotografía de ellos llenó más de una revista y Nicoletta tuvo que encararlo para que dejara de avergonzar a la familia una vez más.
Como era de esperarse, después de pasar un par de noches con la chica, ya no volvimos a saber de ella.
Sin embargo, a medida que las semanas fueron avanzando y a pesar de los escándalos de los que fui testigo, muchas cosas cambiaron.
Una fue haber notado descaradamente su coqueteo hacia mí. Algo que me aterró de un modo que no supe manejar.
Al principio creí que estaba jugando o que lo estaba imaginando, pero cuando comenzó a enviarme flores a la habitación del hotel donde nos estábamos alojando, comprendí que la cosa podía ir en serio. En algún momento comencé a sentirme alagada y levemente entusiasmada, no obstante, pronto él volvía a hacer noticia por culpa de alguna otra chica y el encanto desaparecía tan rápido como había llegado.

...

Debido a los estudios pasaba la mayor parte del tiempo en clases, desde las ocho de la mañana hasta las siete de la tarde, y a veces tenía que leer actas o tratados que me mantenían despierta hasta la madrugada. Nunca fui una buena estudiante, de hecho, odiaba leer. Pero tenía que esmerarme si quería volver a Illea. Ya estaba en Montecarlo y había firmado el contrato que me ataba a ser embajadora, no podía fallar

Fue una de esas noches que sonó mi puerta. Era pleno Abril y la brisa del verano entraba por la ventana perfumándolo todo con aroma a jazmines. La ciudad brillaba a mis pies y la bahía se expandía en el horizonte. Solo vestía un pantaloncillo corto de piyama, una camiseta holgada y había atado mi pelo en una cola con la ayuda de un lápiz. Sobre la cama estaban esparcidas las cientos de hojas que debía estudiar.
Cuando abrí la puerta me sentí repentinamente intimidada. Philippo estaba apoyado en el marco, con su sonrisa radiante, sus rizos cubriéndole los ojos verdes y un atuendo veraniego de bermudas y camisa blanca. En sus manos tenía una margarita que había arrancado de algún lado porque el tallo estaba fibroso.

Me sentí inhibida y pequeña. En un intento bruto por ocultar mi piyama crucé las manos sobre el pecho, como si aquello pudiera impedir que me viera en aquellas condiciones.

—¿Salimos? —preguntó ampliando su sonrisa de dientes perfectos. Cuando estábamos juntos solíamos hablar en inglés, aunque poco a poco mi italiano iba mejorando y ya comenzaba a comprender algunas cosas. Sin embargo, debía admitir sin vergüenza que la fonética inglesa en Philippo tenía su encanto.

—No puedo, tengo que terminar de leer las normas de Bochnic para mañana —dije abatida recibiendo la margarita, frunció su nariz.

—Por suerte lo estudié hace años —rió—. No hay nada más aburrido. ¿Necesitas ayuda?

Lo preguntaba en serio. Me sonrojé recordando cómo estaba vestida.

—No te preocupes, estaré bien —dije levantando un hombro. Fue cuando me miró descaradamente de pies a cabeza.

—Es algo temprano para andar con piyama ¿no? —rió— Y yo que tenía pensado invitarte a dar un paseo por la costa.

Sentí como mi cuello se calentaba.

—¿Ahora? —pregunté algo cansada—. ¿Seguro? —me asomé al pasillo esperando encontrar a alguien—. ¿Y Nicoletta?

—Tiene mejores cosas que hacer —me guiñó un ojo—. Anda, cámbiate y salimos.

—¿Y Bochnic? —pregunté, movió la mano en el aire.

—Sé todo sobre ese sujeto, te cuento en el camino.

Sonreí y miré hacia atrás, al desorden de papeles, libros y marcadores de colores sobre mi cama, y terminé aceptando.

Y efectivamente Philippo sabía todo sobre Newton Bochnic, el primer ministro electo de Alemania después de la cuarta guerra.
Caminamos bordeando la costanera. El mar se expandía algunos metros desde donde estábamos. Todavía costaba que me acostumbrara al mundo que existía a mí alrededor. Los hoteles más lujosos que había visto en mi vida se enfilaban majestuosos alrededor. Montecarlo era una ciudad viva, repleta de gente feliz, radiante... sumamente elegante y... rica.
A juzgar por sus atuendos, la primera vez que puse un pie en la ciudad comprendí de inmediato por qué le llamaban la Ciudad de los Reyes. Todo era lujo, todo era ostentación. Los mejores automóviles del mundo recorrían las calles.
Cuando recordaba a Illea repentinamente sentía como si el tiempo se hubiese detenido en mi país. No dejaba de pensar en aquellos hombres con overol bajo la lluvia que trabajaban apilando cajas en el aeropuerto de Labrador.
Mientras en Europa todos parecían vivir igualitariamente, en Illea el rey necesitaba de una casta menor para poder jactarse de su poder. Para mantener un orden innecesario.
En Europa no era necesario el Toque de Queda. No existía y no iba a existir.

—Estás callada —observó Philippo. Agité la cabeza. La brisa sacudió mi vestido.
A diferencia de los atuendos que había usado en Illea, tanto en el palacio como en mi propia casa, en Italia y Montecarlo me había hecho un armario completamente diferente. Tenía vestidos con estampados, largos y vaporosos que ondeaban al viento. Pantalones que parecían faldas largas y blusas transparentes que costaban tres veces un collar de oro. Nicoletta había decidido que necesitaba un cambio de estilo para poder adaptarme a mi nueva imagen. Así que antes de partir a Mónaco me llevó donde su estilista que despuntó mi cabello y realizó una permanente que ondeaba las puntas de la mitad hacia abajo. Ella le llamaba "wave hair", como las ondas que se armaban después de salir del agua.
Por suerte mantuvo el largo, así que seguía llegándome un poco más arriba de los codos.
Para salir con Philippo me había colocado un vestido blanco y largo de chifón que no tenía espalda y cuya falda estaba separada por capas delgadas y volátiles que se batían entre mis piernas. Los tirantes eran delgados y el escote recto.
Lo solía usar para bajar a la playa, pero no le veía sentido en buscar algo más elegante si solo íbamos a caminar.

—Estaba pensando —contesté. Lo miré y su sonrisa se torció. Algo que había aprendido de él es que tenía muecas para todo. Y esa sonrisa en especial era cuando se traía algo entre manos.

—¿No me quieres decir? —se detuvo frente a una banca debajo de una hilera de árboles decorados con luces pequeñas. Nos sentamos y miré hacia el horizonte, donde el mar se desplazaba a nuestros pies.

Suspiré.

—Estaba pensando en lo diferente que es Illea del resto del mundo —susurré impresionada—. Es como si las guerras hubiesen detenido el tiempo. Illea no ha evolucionado en casi doscientos años. Pero aquí... —miré alrededor, tras de mí, un grupo de turistas que debían tener mi edad se sacaban fotos con sus celulares frente a uno de los hoteles más lujosos de la ciudad—, aquí es como si nada hubiese cambiado.

Philippo mantuvo la sonrisa y asintió. Sentí que cruzaba su brazo por mi espalda, apoyándolo en el respaldo de la banca. Me separé un poco despegando mis hombros. Aquella conversación la había mantenido una vez con Nicoletta, pero me seguía impactando emocionalmente.

—Es que sí cambiaron —dijo mirándome fijamente—. Crees que nada cambió, pero lo cierto es que sí sucedieron muchas cosas.

Asentí.

—El Tratado —recordé. Mis estudios me habían llevado a investigar prácticamente casi toda la historia del mundo desde antes de la tercera guerra, cada vez que aprendía algo nuevo mi cerebro buscaba un espacio donde guardar la información, pero cuando lo encontraba, olvidaba otra cosa. Era un desastre.

Philippo hizo un movimiento con la cabeza.

—No me refería a eso —dijo curvando los labios. Odiaba esa mueca, era como si se burlara de mí. Lo miré de costado—. El tratado fue solo una firma sobre un papel, un acuerdo. Fue la gente la que hizo el cambio. Buscaron la paz. Europa expandió sus fronteras, los países se volvieron uno solo. Pero Illea...

—Separó todo...—recordé frustrada—. Temo que el gobierno de Clarkson termine llevándolos a una guerra.

Sentí que Philippo se pegaba más a mí, me hice a un lado arrastrándome por la banca.

—Entonces deja que se hunda —dijo con la voz áspera, ésta vez lo miré directamente. Estaba con los ojos entrecerrados mirando hacia el mar, como si intentara enfocar algo al horizonte—. No queremos ni podemos apoyar a un país que trata a su gente según su estatus. Aquí todos somos iguales, sin importar tu cuna. Si Clarkson se esmera por regir de ese modo, déjalo que se destruya. Si su reino tiene que caer por su mal manejo, que caiga. El país volverá a resurgir como debió haberlo hecho antes que Gregory Illea se denominara a sí mismo su rey.

Lo dijo con tanto ímpetu, había tal poder en su voz, que lo imaginé fácilmente portando la corona de su padre sobre aquellos rizos que esperaba nunca tuviera que cortarse. Tal vez era fiestero y cambiaba de novia como de zapatos, pero al menos su moral y sus ideales estaban bien resguardados.

Sonreí muy a mi pesar. En parte con orgullo por conocer ese lado monárquico y poderoso que corría por las venas de Philippo, y en parte porque no quería imaginar a Illea cayendo en la miseria por culpa de su rey. No podía dejar que eso sucediera mientras mi familia, mis amigos y Maxon estuviesen allá.

Lo miré con tristeza.

—No sé cómo evitar que eso ocurra, no quiero que Illea caiga —dije con decisión—. Pero por ahora, la única esperanza pesa en Maxon.

Philippo acortó la distancia un poco más, no pude arrastrarme de nuevo porque estaba justo al borde de la banca. Su sonrisa de perfilados dientes blancos brilló con las lamparitas que colgaban de los árboles.

—Habrías sido una reina extraordinaria —dijo estirando su brazo para pegarme a él, intenté zafarme sin resultado.

—Pero ya no lo fui —dije nerviosa—. Voy a ser embajadora y eso debería bastar.

Soltó una risa graciosa y se rascó la barba con la mano libre.

—¿Y de Italia? —sugirió entrecerrando sus ojos verdes. Sentí su aliento rosar mis mejillas, la temperatura subió por mi cuello.

Entonces no eran imaginaciones mías, Philippo sí había estado descaradamente coqueteando conmigo los últimos meses, pero al parecer no había encontrado el momento de hacer su jugada.
Me levanté estrepitosamente de la banca justo cuando acercó la cara. No alcanzamos a besarnos de pura suerte.

Miré hacia todos lados. La prensa lo perseguía donde quiera que él iba, necesitaba asegurarme que no había ningún paparazzi escondido detrás de los árboles preparado para enmarcar el beso entre el príncipe italiano y la ex Seleccionada de Illea. Ya suficiente revuelo había causado la noticia de mi paradero en Montecarlo como para seguir revolucionando a todo mi país.
La primera vez que me tomaron una fotografía fue junto a Nicoletta en un restaurante y tuve que posar forzadamente. Mi cara salió en todas las revistas y periódicos extranjeros y fue la primera vez que Illea se enteró que había escapado.

No quería ni pensar que sucedería si me veían con Philippo en un ambiente tan romántico como a las orillas del mar mediterráneo rodeado de hoteles lujosos y luces que parecían luciérnagas.

Philippo entornó sus ojos bajo las cejas sin dejar de sonreír. ¡Oish, qué molesto! Siempre tenía la sensación de que estaba a punto de hacer alguna cosa, como una hiena al acecho.

—No —dije tajantemente. La brisa remeció las capas de mi vestido revelando mis piernas. El príncipe descaradamente subió sus ojos por ellas y trastrabillé al dar un paso hacia atrás—. ¡Ya basta! —dije molesta.

Rió echando la cabeza hacia atrás.

—Te lo estoy diciendo en serio —dijo levantándose. Mi cabeza cruzó los cables. No logré comprender bien lo que quiso decir.

—¿Qué? —jadeé. Tras de nosotros rugió el motor de un auto deportivo blanco que estaba haciendo carrera con otro de color rojo. Creí que jamás tendría la oportunidad para ver una maquina como aquella, pero Montecarlo tenía los mejores museos de vehículos del mundo, la gente gritó entusiasmada. Philippo ni siquiera se volteó a mirar.

—America —dijo con calma. Se acercó hasta mí y se pasó una mano por el cabello, desordenando sus risos—. Creo haber sido bastante directo desde el primer día que te vi en mi casa y no siento necesario tener que explicártelo.

Parpadeé confundida. Sentí que mi columna se erizaba con un escalofrío. Eso no estaba bien, no... no estaba para nada bien.

—Pues, vas a tener que explicármelo porque no te estoy entendiendo —pedí nerviosa—. ¿Qué idea se te cruzó por la cabeza? Porque yo no te he dado señales de nada...

Esperaba.

Porque si era honesta conmigo misma, y esperaba serlo, a pesar de que Philippo fuera muy guapo para lo que estaba acostumbrada a conocer en chicos, nunca había sentido por él nada más que simpatía. Lo que era extraño, tomando en cuenta que era un príncipe y que en esos mismos instantes se estaba ofreciendo en bandeja.

Sin embargo la respuesta seguía siendo obvia dentro de mí. Seguía enamorada de Maxon, y aunque la boda aún no se llevaba a cabo —lo que me preocupaba y alegraba a la vez—, estúpidamente seguía teniendo esperanzas.

Philippo rió y miró hacia atrás donde la gente se había reunido para seguir la carrera improvisada.
Se acercó y me afirmó por los brazos, sus manos eran cálidas y suaves, de dedos largos y delgados. Por supuesto algo de adrenalina sentí, es decir, era humana y mis hormonas estaban vivas. Eso no quería decir necesariamente que estuviera enamorada.

De todos modos sentí la corriente eléctrica desplazarse por mi pecho hasta mis piernas. Que un chico como él tuviera la mirada tan penetrante y esa sonrisa avasalladora no estaba ayudando a que me concentrara en lo importante. Al parecer él tenía claro cuáles eran sus armas, lamentablemente yo no recordaba las mías.

—¿Las flores en tu habitación no te decían nada? —preguntó inclinando la cabeza hacia un lado—. He estado todas estas semanas buscando el instante para poder tener un momento a solas contigo.

Me encogí de hombros.

—Philippo, me halagas pero...

Rió.

—Pero sigues enamorada de Maxon ¿eso?

Sentí que me ruborizaba. Me solté de su agarre con suavidad. Aquella sonrisa volvía a aparecer en él, esta vez con un rictus de molestia.

—Sé que es una estupidez, pero no puedo olvidar de la noche a la mañana a alguien con quien me iba a casar. Han pasado solo tres meses —Philippo alzó una ceja—. ¡No era un novio cualquiera! ¡Iba a casarme con él!

—Ya sé la historia —dijo levemente irritado. Me sorprendió escucharlo usar aquel tono cuando siempre andaba sonriente—. Pero sabes que él no va a romper su compromiso —dijo contrariado, se llevó las manos a los bolsillos y suspiró—. He estado mirando tus avances. El profesor Olief solo habla maravillas de ti. Papá le ha preguntado. Tiene muy buenas referencias tuyas, cree que realmente podrías ser una excelente monarca si no fueras embajadora.

Me mordí los labios, acongojada.

—No voy a ser reina Philippo —repetí. Era algo que me llevaba diciendo en mi mente todos esos meses. No necesariamente por extrañar la corona, era por todo lo que implicaba—. Ni de Maxon... ni tuya.

Se llevó la mano tras el cuello. Su expresión repentinamente pasó de fastidiada a cansada.

—¿Qué tengo que hacer? —preguntó mirándome fijamente. Sus ojos verdes parecían hechos de agua marina—. ¿Qué esperas del hombre que se transforme en tu compañero?

Sonreí.

—Que sea mi amigo —contesté—. Mi confidente. Que me haga reír, que me prometa al menos un par de discusiones al mes, pero que por sobre todo... —me acerqué y le puse una mano en el pecho—. Que sea fiel.

Sus ojos se abrieron con sorpresa, como si no se hubiese esperado las últimas palabras.

—Ameri...

—Eres un gran tipo Philippo, pero así como tú me has estado observando, yo a ti también —expliqué—. Eres encantador, guapo, sofisticado y te sabes divertir. Pero no quiero ser una portada más de revista. No quiero ser parte de tu vida para luego sentirme desplazada no por una, sino por diez chicas diferentes que se crucen en tu camino. No está en ti ser fiel, ya lo he visto. Tu propio padre te lo planteó en la última reunión. Dijo que te prefería soltero antes que casado. Cualquier opción para ti es válida mientras no tengas una mujer que te ayude a gobernar, porque solo la harías infeliz y darías pie a escándalos que han sobrevivido a la corona por años—dije con sutileza, los ojos de Philippo se apagaron de golpe—. Eres increíble, y la verdad es que siento que he encontrado en ti y en Nicoletta dos grandes amigos, pero... no puedo. No puedo sentirme atraída hacia alguien que sé que después de divertirse conmigo se aburrirá e irá por otra —iba a abrir la boca, pero lo detuve colocándole una mano en el hombro—. No dudo que algún día encuentres a esa chica que ponga tu mundo de cabeza, y realmente quiero que lo hagas. Pero no seré yo, lo lamento.

Suspiró profundamente y movió los hombros para quitar mi mano. De repente sentí que había dicho demasiado. Philippo era una gran persona, tenía un bello corazón. Pero era inmaduro y poco realista. Algo que preocupaba a su padre, porque necesitaba a alguien con sensatez para poder portar la corona junto al peso que conllevaba gobernar a los países dentro del Tratado. Por eso lo había enviado también a Mónaco, necesitaba que madurara.
Lamentablemente la ciudad tenía las mejores escuelas para los reyes, pero era el mundo de la perdición si adorabas las fiestas.

Se pasó las manos por la cara y dio varias vueltas a mí alrededor, como si estuviera procesando mis palabras.

—Ni siquiera me has dado una oportunidad y ya me estás juzgando —dijo desalentado—. ¿Realmente crees que soy tan irresponsable?

Agité la cabeza.

—No, no... —rayos, no quería que se ofendiera, pero siempre mi lengua hablaba antes que mi cabeza procesara lo que debía decir—. Lo que quiero decir es... —resoplé frustrada—... lo que quiero decir es que... no me gustas de ese modo. No tenemos... química. Lo lamento, de verdad. Cuando viajamos juntos, en algún momento creí que podría sentirme atraída, porque sí, eres muy guapo y me gustas... físicamente —dije poniéndome nerviosa. Philippo comenzó a acercarse con una ceja alzada—. Después me confundiste con las flores, y... yo estaba con lo de las clases y sí, lo admito, en algún momento me ilusioné creyendo que te gustaba, pero luego sucedió lo de esa chica a la que abandonaste y después te fuiste a desquitar con modelos que me pasaban por cuatro cabezas, y... ¿de qué te ríes?

Philippo de repente estalló en una carcajada y me apretó contra su pecho en un abrazo que me dejó sin aire. Me separé de él empujándolo pero descubrí que tardaría un rato en calmarse. Sus ojos estaban anegados en lágrimas risueñas.

—Ay Dios, ahora entiendo porque todos te encuentran tan graciosa —dijo tomando aire y secándose los ojos con las palmas de las manos. Fruncí el ceño.

—¿Qué es lo divertido? ¡Te estaba hablando algo serio!

—¡Demasiado serio! —rió—. ¡Por Dios America! No tenías que explicarte. Tienes razón en todo—siguió riendo. Me crucé de brazos y lo miré seriamente hasta que súbitamente se quedó callado y se aclaró la garganta.

—Explícate —mascullé.

Respiró hondo y movió los brazos a la par.

—Entiendo lo que me quisiste decir y... lamentablemente tienes razón—admitió—. Pero no perdía nada con tantear terreno. Realmente te encuentro preciosa y sí, suceden cosas con todo esto cuando te veo —se señaló el cuerpo completo y sentí mis mejillas, espalda y pecho calentarse ¿Cómo podía ser tan descarado?—. Pero es cierto que no soy bueno con los compromisos. Aunque me habría gustado dejar que el tiempo hiciera lo suyo —me guiñó un ojo, intenté tragar saliva pero mi garganta se había secado—. En fin... creo que es primera vez que una chica me rechaza antes de invitarle un trago.

Sonreí, la súbita rabia que sentí por un momento desapareció cuando vi su sonrisa. Esa debía ser su arma más potente con las chicas, era hipnótico.

—Me alegro que lo hayas tomado bien —suspiré aliviada, asintió—. Y te agradezco por... por haberlo intentado, me siento halagada.

Se encogió de hombros restándole importancia al asunto.

—Eres hermosa, por supuesto que me habría fijado en ti de cualquier manera pero...—volví a sonrojarme—... tu corazón se quedó al otro lado del océano y no puedo hacer nada por cambiar eso. Solo depende de ti.

Asentí. No podía fijarme en nadie más mientras Maxon siguiera sin casarse. ¡Estúpida esperanza! Kenna tenía razón, no importaba cuán lejos me fuera, él seguiría en mi cabeza todo el tiempo.

Suspiré tratando de compasar esa sensación de derrota. Tal vez era la única mujer del mundo que acababa de rechazar al príncipe italiano. Pero no podía suceder nada con él. Simplemente era imposible. Podía haberme sentido atraída en un principio, pero ya que lo había comenzado a conocer... más allá de simpatía, no sentía absolutamente nada que pudiera enamorarme.
Honestamente me aterraba convertirme en una conquista más, o, de haber sido una novia oficial, ser objeto de burla por los cuernos.
Lo vi reír con un rictus de derrota. Pero entonces un brillo extraño cruzó por sus ojos, miró tras de mí y frunció los labios llevándose la mano a la barbilla.

—¿Sabes? —dijo mirando fijamente tras de mí—. No es necesario tener algo real para revolucionar a los medios.

Fruncí el ceño. A pesar de que el ambiente estaba tibio, una brisa helada removió mi vestido. Crucé los brazos sobre mi pecho.

—¿De qué hablas?

Su sonrisa se transformó de encantadora a maquiavélica. Alcé una ceja.

—Solo necesitas hacerles creer que es cierto —dijo. Y antes que pudiera reaccionar me agarró por la cintura, me pegó a su pecho, me hizo cosquillas y plantó un beso en mi mejilla. Lancé una carcajada muy aguda justo en el instante que un fotógrafo salía de detrás de un auto estacionado. El paparazzi nos sacó la foto y salió arrancando. Para cuando me percaté de lo que había sucedido, ya era tarde.
Me solté de Philippo aterrada, lo empujé y le golpeé el pecho con las manos.

—¿Pero qué has hecho? —exclamé enfadada—. ¡Ahora todos creerán que tenemos algo!—gemí angustiada, me llevé una mano a la frente y otra a la cintura siguiendo la trayectoria del fotógrafo que ya había desaparecido.
Philippo asintió, orgulloso de sí mismo.

—Exactamente —dijo sonriente. Lo fulminé con la mirada.

—¿Por qué? —gruñí. Me guiñó un ojo.

—¿No que sigues prendada de Maxon? Bien, entonces juguemos —dijo divertido—. Veremos si está tan enamorado de su novia como para ponerse celoso cuando nos vea juntos en la portada de una de las revistas.

—¡Te volviste loco! —exclamé aturdida. Él agitó la cabeza, sus rizos se balancearon contra su rostro.

—Hay que partir por algo —rió—. Si no puedo ser tu novio real, puedo ser la distracción que llamará la atención de los medios y de paso, de él. Si sigue pensando en ti, hará todo lo que sea para averiguar qué está ocurriendo. Además, matamos dos pájaros de un tiro. Si me ven con la misma chica todo el tiempo creerán que he madurado. Serás mi pantalla. Nos beneficia a ambos.

Me llevé las manos a la cabeza.

—¿Nos beneficia?—exclamé sintiendo que mi última gota de esperanza se evaporaba—. ¡En el remoto caso de que él aún siga sintiendo algo por mí, si ve esa fotografía va a creer que tú y yo tenemos algo, va a pensar que ya no hay oportunidad y se casará con Kriss! —dije desesperada. No me había dado cuenta de cuánto me molestaba aún que estuvieran comprometidos a pesar de la última cancelación. Pero Philippo le restó importancia al mover a mano en el aire.

—No lo va a hacer —dijo resueltamente—. Si realmente amara a esa chica se habría casado con ella a pesar de los ataques y las amenazas —me miró fijamente—. Apuesto mi virginidad que contigo no lo habría pensado dos veces, ya se habría casado.

Solté una risa amarga.

—Tú no eres virgen —solté sin pensar. Luego me mordí la lengua. Philippo seguía siendo el príncipe y yo le había gritado, golpeado y humillado. Parecía que aquello era una característica mía de la cuál tenían que cuidarse. Y sin más, acababa de decir algo sutilmente íntimo de él de lo que yo ni siquiera tenía conocimiento—. Disculpa, yo...

—¿Cómo estás tan segura? —preguntó sin embargo con una sonrisa pícara, me sonrojé—. ¿Quieres comprobarlo?

Mi cuerpo volvió a emitir electricidad por todos lados.

—¡Rayos! ¡Philippo! ¡Cállate! —exclamé avergonzada. Él soltó una carcajada y me pasó un brazo por los hombros, pegándome a su costado.

—Anda, novia de mentira, te invito a beber algo, juro que no me propasaré —dijo cruzando sus dedos frente a mi cara. Rodé los ojos.

—Ya no sé si puedo confiar en ti —dije abrumada mirándolo de costado.

—No te queda de otra —dijo suspirando fatalmente—. Soy el único que conoce el camino de regreso al hotel.

Y tenía razón. Habíamos dado tantas vueltas para llegar a dónde estábamos que no recordaba por dónde devolverme.

—Dios...—suspiré—. Está bien —acepté finalmente con una sonrisa.

—Ahora que todos creerán nuestra mentira, ¿qué te parece infiltrar unos cuántos besos? Para hacerlo más real, quiero decir.

Levanté un dedo en el aire, alcé una ceja.

—No te pases —amenacé—. Puedo ser muy violenta si me lo propongo y me da igual que seas un príncipe.

Reí de mi propio chiste al recordar mi primer encuentro con Maxon y una de las primeras citas. Sacudí la cabeza para olvidarme de aquella metida de pata.
Philippo apretó los labios y levantó su mano libre pidiendo paz. Sonreí tímidamente.
Tal vez no era mala idea tener a Philippo como amigo, por supuesto tendría que enseñarle a controlar ciertas cosas, pero ya las cartas estaban echadas. Dentro de las próximas horas mi fotografía junto a él estaría en todas las revistas del mundo. Suspiré al imaginarme a Maxon. Tal vez estaba siendo ilusa y a él no le importaría. Tal vez después de tres meses ya estaba enamorado de Kriss. Tal vez después de todo este tiempo ya se había olvidado de mí.
Pero como la esperanza era lo último que se perdía... suspiré.

Aunque era un plan loco, era un buen plan. Después de todo, con Maxon nos íbamos a casar. Así que debía apelar a que un amor así no se disolvía en tan poco tiempo. Tal vez debía contarle todo eso a Marlee apenas llegara al hotel. Mientras ella me siguiera dando detalles de la boda de él, yo le daría detalles sobre mi relación de mentira. Alguien tenía que saberlo, y ella era la única indicada.

....

Ese día regresamos alrededor de la medianoche al hotel. Habíamos ido a un bar muy bonito que quedaba en la azotea de un edificio de lujo. Como estaba oscuro nadie me notó especialmente, pero Philippo apenas puso un pie en el local ya estaba rodeado de mujeres. Lo habría dejado así, pero él mismo fue quien dijo que andaba con compañía. No dijo mi nombre, pero yo sabía que ya todos sospechaban quién era.
Por suerte en el rincón exclusivo que nos dieron no nos molestaron tanto. Para cuando descubrí la hora decidí que era momento de regresar, de lo contrario al otro día daría un pésimo argumento sobre las normas de Boshnic.
Cuando llegué a mi cuarto Philippo se despidió besando mi mano y me guiñó un ojo. De esa forma se cerraba nuestro acuerdo. Suspiré sintiendo que me había metido en un tremendo problema. No sabría cómo hacer para acostumbrarme a que me abrazara o me hiciera gestos románticos en público.
Habíamos quedado en que toda su familia sabría lo del plan solo para que su padre no forzara nada conmigo, aunque Philippo insistía en que tal vez una cosa llevaba a la otra...
Cerré la puerta a mi espalda sintiendo el peso de aquel plan sobre mis hombros. Era una pésima idea. Ni siquiera era buena actuando, no sabría fingir. ¿Cómo diablos haría para mirarlo con ojos de enamorada si pensaba en otro?

Me arrojé sobre la cama sintiéndome agotada. Vi las hojas tiradas por todos lados y lancé un quejido. Cogí una en blanco y comencé a escribirle una carta a Marlee y otra a mamá, especialmente a ella para que no gritara de éxtasis cuando viera a su hija abrazada con otro príncipe. Sabía que me mandaría un testamento por ser tan inescrupulosa al utilizar a Philippo por un fin personal, pero... si era de mutuo acuerdo ¿qué le iba a hacer?
Guardé las cartas en los sobres respectivos y me lancé entre las hojas.
Suspiré, recordando cómo mi vida había cambiado los últimos tres meses:

La noticia que la ex Seleccionada de Illea estaba en Montecarlo causó un fuerte remecimiento en las diferentes monarquías. Francia había escrito a Illea e Italia exigiendo explicaciones, ya que nadie de mi país que no fuera de la misma monarquía había viajado a Europa antes. Marco Antonio, con su bondad y simpleza de siempre, solo contestaba que yo era amiga de su hija y que la invitación había sido hecha de manera personal y no a través de la corona.

Marlee me había escrito muchas cartas a partir del momento en que en Illea se enteraron de mi paradero. Nicoletta me había ayudado para que todas las que llegaban a Marlee no pasaran antes por la dirección de correos del rey. Así que no habíamos sido descubiertas, que era a lo que más temía al principio.
Pero, de todas las cartas, había una que me gustaba siempre detenerme a leer y que llevaba conmigo a todos lados. Estiré la mano y cogí el papel que tenía las líneas de los dobleces bien marcados. Suspiré y la miré. Esa carta era la única que me llenaba de esperanzas todas las mañanas, todos los días:

«America, amiga mía:
No tienes idea del revuelo que has causado en el país. Aspen ha asistido a las reuniones del rey y solo lo escucha despotricar contra ti.
Aún no puede comprender cómo es que pudiste cruzar el océano sin su permiso. Es todo un misterio que intenta resolver. Está buscando culpables y no los encuentra.
Lo mejor de todo es que la gente está hablando de ti. ¡Estás en todas las revistas y portadas! La población entera está pidiendo tu regreso. ¡Todos quieren saber de ti! Especialmente en cómo lograste cruzar el océano y codearte con la monarquía italiana.
El rey no entiende nada. Aspen ha dicho que Clarkson no soporta la idea de que tú nombre siga en la boca de todo el mundo y se hayan olvidado de Kriss que es la novia.
Por cierto. Sé que querrás saber. Últimamente Maxon pasa más tiempo conmigo que con Kriss, me llama a toda hora solo para hablar de algo que no sea del clima. Ayer me tuvo jugando cartas hasta entrada la tarde solo para esquivar su cita con ella.
Se está aburriendo, lo he percibido. El problema es que me termina aburriendo también a mí. Le dije a Aspen y Carter que lo invitaran con los chicos a sus juntas. Al parecer les gustó la idea.
Esa boda no va a resultar y con cada postergación Maxon se ve sumamente aliviado. Supuse que querrías saberlo.
Espero tener pronto más novedades tuyas.
Un abrazo.»

Volví a sonreír. Era de hace un mes y cuando llegó no dejé de sonreír en todo el día.
Las que vinieron después no tenían tanta información como hubiese querido, pero al menos Marlee seguía destacando que Maxon pasaba más tiempo en su compañía y la había convertido en algo así como una confidente. Por supuesto agradecía enormemente que hubiese ocurrido.
Nadie mejor que Marlee para ser nuestra guardadora de secretos.

Suspiré. Me senté nuevamente en la cama y tomé los informes que debía estudiar. Era demasiado tarde, pero deber era deber.
Entonces recordé que al día siguiente no solo tendría aquella estúpida presentación de Bochnic, también tendría las clases de baile que eran terriblemente brutales. Siempre terminaba con cardenales, articulaciones dañadas y dolor de pies.
Sin embargo, a sabiendas que no iba a dormir en toda la noche, solo imaginar que tendría que hacer ejercicio al otro día me había sentado como patada en el estómago.

—Ay... no —gemí. Y caí nuevamente sobre la cama.

...

NOTAS

La verdad es que desde antes de comenzar a escribir este fanfiction ya sabía cómo iniciaría y cómo terminaría, y qué función cumpliría cada personaje.

Lamento para quienes tenían su fe puesta en Philippo, pero él solo será la distracción que America necesita para hacerle creer a Maxon que "podría perderla".
Quise transformarlo en un amigo, creo que le hacía falta a lo largo de la historia.
Philippo será ese personaje un poco cara dura que America necesita para distraerse de los problemas. Será quién le aconseje y que de alguna manera la ayude.

Es muy importante en esta historia que tenga una amiga que le guarde secretos y otro que la haga reír, va a servirle mucho para poder sobrellevar todo lo que venga.
Para Philippo también tengo planes, pero se irán desarrollando a medida que avancen los capítulos.

Nos leemos.

Kate.-

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