Un amigo gratis | EN LIBRERÍAS

By InmaaRv

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«¿Cuánto tiempo necesitaré para olvidar cada segundo que hemos pasado juntos?» La vida de Nash es un desastre... More

Introducción
Cuentos para Sidney: Conocerla.
01 | El baño de chicos
02 | Primer contacto
03 | Sueños frustrados
04 | Escribes, ¿verdad?
05 | El río de mi vida
06 | El trío invencible
07 | Meteduras de pata
08 | Jayden Moore
10 | Un consejo infalible
Cuentos para Sidney: El puente roto.
11 | Nueva voluntaria.
12 | Somos como equilibristas
13 | Vas a volverme loco
14 | Las cosas se tuercen
15 | Mi canción favorita
16 | Cuestión de maquillaje
17 | Que lo dejen en paz
18 | Feliz cumpleaños
19 | Los koalas no comen humanos
20 | La locura es bonita
21 | Once y once.
22 | Una estrella fugaz
Cuentos para Sidney: Brillar.
23 | Amor propio
24 | Sin palabras
25 | Serás una fracasada
26 | No me odies
27 | Cuestión de nervios
28 | Interrogatorio improvisado
29 | La culpa
30 | ¿Cómo se besa a alguien por accidente?
31 | Una dolorosa invitación
32 | La fiesta de San Valentín
33 | Me muero de ganas de abrazarte
34 | Una bonita despedida
Cuentos para Sidney: Lo que ella me enseñó.
35 | Nuestra primera cita
36 | Un ramo ideal
37 | La ansiedad
38 | ¿Puedo dormir contigo?
40 | Una idea descabellada
41 | Tú eres mi tesoro
Epílogo.
Capítulo extra

09 | Solo tienes una vida

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By InmaaRv

09 | Solo tienes una vida

—Tenemos que hablar.

Nash alzó las cejas ante esto último, lo que no me sorprendió en absoluto. Hasta a mí me había resultado extraña la desesperación que transmitían mis palabras. Pero es que era cierto: había estado comiéndome la cabeza con lo ocurrido el viernes durante los tres últimos días. Ahora necesitaba arreglar las cosas; pedirle perdón, que él lo aceptase y que todo volviese a ser como antes.

Nunca fuimos muy amigos, ni tampoco confiamos mucho el uno en el otro pero, poco a poco, Nash y yo habíamos ido formando una especie de vínculo entre nosotros. No podía permitirme perder eso ahora.

—Creo que...

—Cállate —me ordenó, haciendo un gesto con la mano frente a mi nariz—. Sé que tenemos que hablar, por eso he venido. Creo que te debo una disculpa.

—¿Qué?

Ni siquiera tuve tiempo de pensar antes de interrumpirle. Su reacción no había sido, en absoluto, la que me esperaba.

—He estado pensando...

—¿Pensando?

Frunció el ceño. A lo mejor creía que me estaba burlando de él.

—Sí, pensando. Ya sabes, pones en funcionamiento tu cerebro, le das vueltas a un tema... Por Dios, Eleonor. He estado pensando. He estado pensando mucho.

—¿En qué?

—En ti. Y me he dado cuenta de que lo que he hecho está mal. No debería haberte tratado así, lo sé. Creo que exageré un poco las cosas. En realidad el cuaderno está vacío, no tengo nada que esconder. Nunca tengo la inspiración suficiente como para escribir algo que me guste. Supongo que me molestó que lo abrieras sin mi permiso, pero me he dado cuenta de que es una tontería y...

Pestañeé con incredulidad. No podía salir de mi asombro. Nash parecía nervioso. Además, se estaba disculpando. Yo debería estar nerviosa, yo debería estar disculpándome. No él.

—No es una tontería —repuse—. Estabas en tu todo derecho de enfadarte, Nash.

Justo cuando estaba a punto de empezar a pegarme cabezazos contra la pared por no haber dejado que él asumiese toda la culpa, que habría sido una tarea mucho más sencilla, el chico entrecerró los ojos y me sonrió. Fue una sonrisa limpia y cerrada —no enseñó los dientes en ningún momento— que me tomó por sorpresa.

—No estoy enfadado, tonta. —repuso, negando con la cabeza—. Y tampoco estoy en mi derecho. Al menos, no después de haber estado faltando a todas nuestras quedadas. ¿Cuántas fueron? ¿Ocho, nueve, diez? Lo sé, soy un idiota. Debería haberme dado cuenta antes de lo importantes que son para ti.

Abrí la boca para hablar, pero ninguna palabra salió de ella. No podía creerme lo que oía. Nash estaba pidiéndome disculpas por faltar a nuestras sesiones. Después de todo, parecía verdaderamente arrepentido. Y yo acababa de quedar con Jayden mañana, durante la hora libre, aunque sabía que esos sesenta minutos estaban más que reservados para la asociación y el chico que tenía en frente.

Tragué saliva. De repente, empecé a sentirme muy mal conmigo misma.

—Lo siento mucho.

—Nash...

—Por favor, perdóname.

Pese a la culpa que me removía las entrañas, una sonrisa apareció en mis labios. Nash la observó durante unos segundos, con las cejas juntas.

—¿Eso significa que me perdonas o que no lo haces? —me preguntó, rascándose el cuello—. Me confundes, Eleonor.

—Solo si tú me perdonas antes.

—Trato hecho. —Casi de inmediato, añadió—: Ahora que ya estamos en paz, ¿puedes dejar de hacer eso, por favor?

—¿De hacer qué?

—De sonreír. Me distraes. Sonríes todo el rato, y es molesto.

Enarqué las cejas.

—¿Disculpa?

—Por favor, para.

Pero no le hice caso. Al ver que ese gesto que tanto odiaba seguía presente en mi rostro —e incluso podría decir que se había enfatizado—, Nash rodó los ojos y se dio la vuelta para entrar en la cafetería. Como todavía muchas cosas que decirle, solté una leve carcajada antes de echar a correr detrás de él.

Una vez allí dentro del comedor, visualicé su cabello castaño al final de la fila de estudiantes que esperaban para pedir su comida.

Hoy había mucha más gente que otros días, ya que los lunes la cocinera se dignaba a dejar de lado la sopa mohosa y servir otro menú, que básicamente consistía en puré de patatas y un filete de carne requemado.

—Odio la comida de la cafetería —le susurré nada más llegar a su lado.

Nash se estremeció al notar mi presencia.

—No deberías decirlo aquí —me aconsejó, mirándome de reojo—. La Señora Duncan es muy sensible. Ya sabes, podría ponerte gato para comer en vez de ternera.

—¿De verdad crees que eso es ternera?

Se encogió de hombros.

—Lo dudo. Solo lo he probado una vez, y me sentí como un caníbal. No sé a ti, pero a mí eso me sabe a carne humana.

—No seas exagerado...

—Estoy hablando en serio. Además, estaba podrida, y tenía un hueso. Fue como chupar el dedo de un muerto del cementerio. Apuesto a que va allí a por la carne.

—Vas a conseguir que vomite, para.

Tras soltar una carcajada, tiró de mí para hacerme dar un paso hacia adelante y que ningún listo se nos colase en la fila.

—Eres una quejica.

—Eso no es verdad.

Volvió a reírse.

—Sí, claro que lo es.

—No, tú eres el problema. —Dudé un momento antes de continuar—: ¿Sabes? No sabía que eras así.

Nash frunció el ceño.

—Así, ¿cómo?

—No sé, así.

—Bueno, supongo que al principio parezco aburrido.

Hice una mueca.

—Yo no pienso que seas aburrido —le dije—. En absoluto.

De un momento a otro, me lo encontré sonriendo de nuevo. Abrí mucho los ojos. ¿Qué bicho le había picado?

—Vaya, gracias.

Estaba a punto de responderle, pero entonces Nash me empujó suavemente los hombros y me di cuenta de que era nuestro turno.

Como era habitual, la cocinera me miró con cara de pocos amigos nada más coger la bandeja y ponerla sobre el mostrador. Ni siquiera se molestó en preguntarme qué quería beber, sino que llenó un pequeño vasito de plástico de agua del grifo y lo me lo tendió sin cuidado alguno, vertiendo casi todo su contenido. Al ver sus ojos brillosos (se divertía mucho maltratándome), retuve una palabrota y falseé una sonrisa; era mejor no enfadarla.

—No quiero puré —pronuncié con cautela—. Soy alérgica.

Mentía, pero la Señora Duncan no tenía por qué saberlo. A lo mejor me daba dos filetes en vez de uno.

—Qué pena —ironizó, sonriente—. Es lo único que tenemos.

Y me echó en el plato una enorme cucharada de puré de patatas.

—¡Siguiente! —chilló.

—Perdone, pero...

—Ya le ha dicho que es alérgica —me interrumpió Nash. Había pegado su brazo al mío para quedar frente a la cocinera—. ¿No debería servirle otra cosa?

Me volví hacia él con los ojos muy abiertos. Que intentase convencer a la Señora Duncan era considerado de su parte, pero no iba a conseguir nada. Es más, estaba segura de que incluso iba a salir perdiendo.

Tras unos segundos observándonos, la mujer susurró algo como: «Pff, adolescentes» y, con una velocidad supersónica, cambió los cubiertos metálicos de Nash por unos de plástico. El chico frunció el ceño cuando se percató de lo que estaba pasando, pero no tuvo tiempo para quejarse, ya que me apresuré a agarrarle del brazo para sacarle a rastras de allí antes de que siguiese metiendo la pata.

—¡Esa mujer te odia! —exclamó al llegar a nuestros asientos. Después, puso su bandeja de comida sobre la mesa—. ¡Por tu culpa me ha cambiado los cubiertos! ¿Tú sabes lo difícil que es comer con un tenedor de plástico?

Retuve una sonrisa. ¿Estaba enfadado de verdad?

—¿Lo siento?

Tras soltar un suspiro, se dejó caer sobre el banco.

—Recuérdame que no vuelva a pedir comida contigo cerca.

—Demasiado tarde. —Chasqueé la lengua mientras me sentaba junto a él—. Te ha fichado. La maldición de los tenedores de plástico ha recaído sobre ti y no hay ninguna forma de romperla. Lo siento.

Se rio sin ganas.

—Dios mío, estás loca.

Y yo me uní a sus carcajadas.

Después de eso, ambos decidimos que era la hora de callarnos y dejar que el silencio se adueñase de la situación. Nash hizo lo mismo que siempre: pasar del mundo. En cuanto se puso los audífonos y la música le inundó los oídos, dejó de prestarme atención.

Me tomé la libertad de observarlo mientras removía con asco el puré que la señora Duncan nos había servido para comer.

Debía admitir que Nash era un chico muy guapo. Con sus ojos azules, el pelo oscuro y la piel pálida, llena de pecas, sospechaba que podría entrar perfectamente dentro de la lista de posibles pretendientes de cualquier alumna del instituto —al menos, de cualquiera que no tuviera las expectativas demasiado altas—. Aun así, no me costaba entender que siempre fuese solo a todos lados. Durante estos últimos meses, Nash había adquirido la costumbre de cerrarse a todo el mundo. Incluso a mí, que tenía mano para estas cosas, estaba pareciéndome difícil descubrir cómo era su personalidad.

La gente de nuestra edad no solía invertir su tiempo tratando de conocer a una persona. Ese era el problema.

—¿Podrías dejar de mirarme?

Escuchar su voz me tomó por sorpresa. Delante de mí, el chico apretó los labios, presa de la incomodidad. Se había quitado uno de los cascos y ahora lo redondeaba entre sus dedos índice y pulgar.

—¿Perdona? —titubeé.

—Me pones nervioso.

Sin poder evitarlo, tragué saliva. Tenía sentimientos encontrados: aunque me gustaba saber que tenía ese efecto en él, odiaba que también ocurriese a la inversa. Me temblaban las manos. ¿Desde cuándo Eleonor Taylor era incapaz de gestionar sus emociones? Eso solo me pasaba con una persona, y esa persona era Jayden.

—Bueno, yo...

Pero no pude terminar la frase. De repente, mi mirada recayó en algo que consiguió captar toda mi atención: encima de la mesa, abierto por una página casi en blanco, estaba su cuaderno. Me pareció ver mi nombre caligrafiado en letras cursivas al principio de dos de los tres párrafos que Nash había escrito, lo que provocó que me diese un vuelco el corazón.

¿Estaba escribiendo sobre mí?

Antes de que me diese tiempo a asegurarme, la libreta fue cerrada de golpe. Volví a tragar saliva mientras levantaba la cabeza, esperando toparme con los ojos de su dueño, pero no los encontré. Nash se había tapado la cara con las manos, muerto de vergüenza. Apenas era capaz de ver su rostro.

Mierda, mierda, mierda.

Solté un suspiro y me preparé mentalmente para lo que estaba a punto de hacer. Llevaba días pensando en ello, pero no tenía planeado hacerlo si no era necesario. Ahora me daba cuenta de que no había otra forma de hacer que empezase a confiar en mí. Si quería que lo hiciera, iba a tener que demostrarle que yo también confiaba en él.

Así que, antes de que me diese tiempo a echarme atrás, cogí mi diario de la mochila y lo deslicé sobre la mesa hasta que el castaño lo tuvo al lado de su plato de puré. Nash se dedicó a observarlo con recelo durante unos segundos, hasta que por fin se atrevió a mirarme a los ojos.

—¿Qué es?

Tomé aire. No podía creer que hubiese renunciado a sentarme con Scott y Olivia para hacer esto.

—Mi diario —respondí con un hilo de voz—. En él escribo sobre todo en general: dinámicas, horarios, personas... Y quiero darte permiso para que lo leas.

A Nash pareció sorprenderle mi propuesta.

—Pero...

—Yo invadí tu privacidad y tú tienes derecho a invadir la mía. Es la mejor forma de hacer que todo vuelva a ser como antes. Adelante, hazlo.

Como todo esto no acabase pronto, iba a empezar a pegarme cabezazos contra la pared. Yo solo alcancé a leer el título de su cuaderno, pero quién sabe qué más habría visto si no me hubieran interrumpido. Sin embargo, aunque tenía la certeza de que estaba haciendo lo correcto, no podía ignorar los nervios que me torturaban el estómago.

¡Había tantas cosas vergonzosas en mi diario!

Debería haberlo arrancado todo antes de dárselo. Si leía las entradas que hablaban acerca de Jayden, iba a darme un patatús.

—¿Nash? —insistí, al darme cuenta de que no había movido ni un solo músculo. Se limitaba a mirar mi libreta, con los ojos entrecerrados, como si no terminase de creerse lo que le estaba diciendo.

De pronto, reaccionó. Arrugando la nariz, empujó el pequeño cuaderno con las manos hasta que este cayó sobre mi regazo.

—No quiero hacerlo —soltó—. Yo no soy así.

El mundo se me vino abajo. Quizás lo había hecho para intentar hacerme sentir mejor, pero solo consiguió empeorar las cosas.

—Mira... —empecé a decir, tomando el diario entre mis manos y tendiéndoselo otra vez—. Entiendo que mi vida no te resulte interesante, pero...

—No es por eso.

—¿Entonces?

Ante mi tono de desesperación, se inclinó sobre la mesa para acercarse a mí.

—No se puede apagar el fuego con fuego, Eleonor.

—No te estoy pidiendo que apagues nada —seguí insistiendo. A su vez, me eché hacia atrás para guardar las distancias—. Quiero que me perdones.

—Me basta con una disculpa sincera.

Entorné los ojos. Sí, claro. Será que las tres veces que le pedí perdón el viernes no le parecieron lo suficientemente sinceras.

—A mí no —perseveré, y volví a empujar el cuaderno—. Léelo.

Me lo lanzó de vuelta con una media sonrisa en los labios.

—Léemelo tú.

—¿Qué?

—Lo que has oído. —A diferencia de mí, que estaba casi más histérica que esta mañana, cuando Jayden se había sentado a mi lado, Nash guardó la calma—. Léelo para mí, cuéntame todo lo que quieras contarme. Yo voy a escucharte. Dime solo lo que quieres que sepa, no más. —Y, por si la humillación que ya sentía no fuera suficiente, agregó—: Así es como se hacen las cosas.

Sus palabras me ofendieron. No podía creerme que hubiese tenido el valor de decirme eso. ¿Cómo se atrevía? Si quisiera, podría haberle hundido a base de reproches. No lo había hecho ya que no lo consideraba adecuado, pero ahora estaba empezando a arrepentirme de ello.

Reacia a dejarme mangonear por alguien como él, alcé la barbilla y abrí el diario. No obstante, a medida que pasaba las páginas, mi ánimo fue decayendo. Levanté disimuladamente la cabeza para mirarle. Nash seguía esperando que empezase a leer. El problema era que no había nada que pudiese contarle. Todo era privado, todo me avergonzaba.

A sabiendas de que no me quedaba más remedio, ordené a mis dedos que se detuvieran en la penúltima página escrita. En ella, hablaba sobre él. Fue el día en el que nos encontramos antes de clase, después de que prácticamente saliese huyendo del aula. Recordaba a la perfección qué era lo que había puesto.

—¿Has encontrado algo?

—Sí —respondí mientras observaba la hoja, dudosa—. Esto... Escribí sobre ti.

Mirándolo por el lado bueno, ahora teníamos algo más en común.

Mi confesión debió sorprenderle, porque frunció el ceño.

—¿En serio? ¿Qué pusiste?

—Eh... —Me aclaré la garganta—. Bueno, que eres una persona muy tímida, ya sabes. Nada interesante.

«Que mereces la pena».

Cerré los ojos con fuerza. Además de cotilla, mentirosa.

—Oh.

—Lo que me falta por apuntar es por qué —añadí, al no encontrar ninguna otra forma de romper el silencio.

—¿Por qué, qué?

—Me falta apuntar por qué eres así —aclaré—. Tiene que haber una razón, ¿no? Es como si le tuvieses miedo a la gente.

Se revolvió en el sitio, incómodo.

—Eso no es verdad.

—Vale, a lo mejor la palabra miedo es muy exagerada, pero sí que les tienes bastante respeto. Siempre te sientas solo en el comedor, ¿por qué?

—Bueno, ahora tú te sientas conmigo.

Hice un gesto para restarme importancia.

—Yo no cuento.

—¿Desde cuándo has dejado de ser una persona? ¿Qué eres ahora? ¿Un perro?

—Céntrate, Nash.

—¡Estoy centrado! —exclamó en un susurro. Después, alzó la voz hasta que esta recuperó su volumen normal—: ¿De verdad quieres saber por qué? Dios, mírame: soy un simple... extra.

Fruncí el ceño, sin comprender a qué se refería, pero ni siquiera se paró a respirar.

—Empecé a salir con Ágatha porque pensaba que era algo seguro —continuó—. Me dije a mí mismo que éramos amigos, que me quería y que no sería capaz de hacerme daño; pero todo se fue a la mierda mucho más rápido de lo que creía. Tardó tan solo dos meses en engañarme por primera vez. Me dolió como mil demonios, pero la perdoné. Unas semanas después, pasó de nuevo, esta vez fue con dos chicos distintos. ¿Sabes que hizo cuando me enteré?

—Nash...

—Fue el día de nuestro sexto estúpido merversario. Ágatha me dijo que creía que se merecía a alguien mejor que yo. Pensaba que no era bueno para ella y que lo nuestro llevaba roto mucho tiempo, así que era mejor dejarlo definitivamente. —Tragó saliva antes de proseguir—: Fue ahí cuando me di cuenta de que no soy más que un extra.

—¿Qué?

Al escucharme, soltó un suspiro.

—Mira a tu alrededor y dime qué ves, vamos. —Como no sabía qué responder, dejé que continuase hablando. No quería equivocarme—: ¿Quieres saber lo que veo yo? Protagonistas. Protagonistas y personajes secundarios. Veo estereotipos por todos lados. —Fruncí el ceño—. Fíjate bien. A tu derecha, los del club de ajedrez; los raros, los empollones. ¿Alguien se toma la molestia de conocerlos antes de juzgarlos? No. Esa es la respuesta: no. Tan solo por estudiar ya tienen que ser aburridos, asociales y frikies. Detrás de ti, están ellas: las chicas populares. Todos piensan que son engreídas, egocéntricas e insensibles, pero no es verdad. Y a tu izquierda, los que son considerados «vagos» y «chicos malos» por no venir a clase. Todo el mundo dice que se meten en peleas, que son unos rompecorazones y que no tienen sentimientos, cuando en realidad es mentira.

Aguardó un momento en silencio y, como no dije nada, decidió continuar:

—Míralos, Eleonor. Todos ellos son protagonistas de sus propias vidas. Las aprovechan al máximo, a pesar de que la gente les juzgue. Algunos incluso son exactamente como los rumores dicen que son. Míralos, y ahora mírame a mí. ¿No te das cuenta? No formo parte de ninguno. —Volvió a inclinarse sobre la mesa, reduciendo la distancia entre nosotros, aunque no demasiado—. Vivimos en un mundo lleno de estereotipos y yo no encajo con ninguno de ellos. Si la vida fuese una película, todos los demás serían protagonistas, mientras que yo tendría que conformarme con ser un extra. Y los extras no aparecen en la mejor parte de la peli. Solo desaparecen, viven por vivir, igual que yo. Y supongo que algún día desapareceré, sin tener nada que contar, porque mi vida es tan poco interesante que no puedo permitirme contar nada. —Soltó una risa llena de ironía—. Por favor, mi película tiene un guion de mala muerte. Nunca pasa nada que merezca la pena. ¿Acaso no lo entiendes?

Sus palabras me dejaron de piedra. No podría creerme que Nash tuviese una forma de pensar tan deprimente.

—Lo entiendo —le dije, sacudiendo la cabeza—: Pero te equivocas, no vivimos en una película.

Por fin, se echó hacia atrás. Su aliento dejó de mezclarse con el mío y pude volver a respirar tranquila. Nuestra cercanía me había estado incomodando tanto que se me había olvidado pensar en qué debía decirle. Y eso era un problema: tenía que cuidar muy bien mis palabras si no quería que esto acabase mal.

—¿Qué diferencia hay? —preguntó con sequedad—. Todo sigue siendo una mierda.

—Las películas pueden volver a reproducirse —le puse uno de mil ejemplos—, pero la vida no. Una vez que se acabe, se acabó. ¿De verdad quieres pasar el resto de tus días actuando como un extra?

Se encogió de hombros.

—No me importaría.

Suspiré. No podía creerlo.

—Claro sí. —Mi acusación provocó que alzara las cejas—. Solo tienes una vida, Nash. Protagonízala. Hazla interesante.

—Lo dices como si fuera fácil, pero no lo es.

—Claro que sí, solo necesitas encontrar a alguien que te anime a hacerlo.

—¿Estás de coña? —Se rio con ironía, como si pensase que lo que acababa de decir era la cosa más absurda del mundo—. Vamos, Eleonor. No hay nadie en el mundo que esté dispuesto a perder el tiempo conmigo. Asúmelo.

Solté un suspiro y me crucé de brazos, sin dejar de mirarlo en ningún momento.

«Tienes unos ojos tan bonitos, Nash, y no los usas».

—¿Sabes qué? Tienes razón. Seguramente no haya nadie en el mundo dispuesto a perder el tiempo contigo. A la gente no le gusta perder el tiempo, mucho menos con desconocidos. Pero yo te conozco, y creo que estar contigo no es una pérdida de tiempo. Así que lo haré —le dije—. Te ayudaré a escribir el guion. Y será todo lo interesante que quieras, con una sola condición: que tú lo protagonices. ¿Trato hecho?

Al ver su expresión de recelo, plasmé una sonrisa en mis labios y le tendí la mano. Nash se lo pensó durante unos segundos, pero finalmente decidió aceptarla. El roce de sus dedos con los míos me pareció muy agradable.

—Trato hecho.

Después, se echó hacia atrás y un pequeño silencio nos invadió. Aunque me mordí el labio para intentar retener aquello que llevaba callándome desde que empezó esta conversación, al final no pude hacer más que decírselo.

—Hay otra cosa en la que creo que estás equivocado. —empecé. Él me retó con los ojos—. Los estereotipos son muy aburridos. La gente más bonita es la que es capaz de romper con todos ellos. Deberías sentirte orgulloso, Nash. Tú eres así.


Recuerda que puedes leer la versión mejorada de esta historia en papel, con escenas extras y un nuevo epílogo. A la venta en librerías de España y Latinoamérica :)

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