Ramona

بواسطة rosalia_1950

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Las personas que conocieron a Ramona y a su esposo, no terminaban de comprender, que había hecho el hombre pa... المزيد

Parte /2/Francisca
Parte /3/Alejandro
Parte/4/Ramona
Parte /5 /La orden
Parte /6 La fotografía
Parte /7/La cena de navidad
Parte /8/La enfermedad
Parte /9/La huida
Parte /10/Nuevo comienzo
Parte /11/Doroteo
Parte / 12/Matrimonio
Parte/13/Nacimiento
Parte /14 el patrón
Parte/15/La inauguración del tren
Parte/16/La investigación
Parte/17/Confidencias
Parte /18/La entrevista
Parte/19/El viaje
Parte/20 El encuentro
Parte/21/Un deseo realizado
Parte /22/Ana la esposa del patrón
Parte/los hijos del patrón
Parte /24/Los hijos de Ramona
Parte /25/domingo 7
Parte/26/Julia
Parte/27/Julia/continuación
Parte/28/Julia/03
Parte/29/pedida de mano
Parte/30/matrimonio de Julia
Parte/31/El secreto de Doroteo.
Parte/32 El concurso
Parte/33/Evento inesperado
Parte/34/La exposición
Parte/35/Testamento
Parte/36/Confesiones
Parte/37/Encuentro inesperado
Parte/38/Quemando sus recuerdos
Parte/39/Epilogo

Parte/1/Pascasio

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بواسطة rosalia_1950


Pascasio.

Pascasio era abuelo de Francisca, la madre de Ramona, él y su familia trabajaban en una gran hacienda de más de mil quinientas hectáreas de territorio destinadas a la ganadería y la agricultura, ésta estaba ubicada entre los límites de Michoacán y Jalisco, los pobladores de esa gran hacienda más que trabajadores eran esclavos del hacendado, "El patrón" como era llamado por todas las familias que trabajaban para él.

Ya que les pagaba un sueldo ínfimo, como era usual en esos tiempos, él era el dueño de la tienda de raya donde les vendía los productos más esenciales para subsistir, maíz, frijol, manta para confeccionar su atuendo, guaraches, tequila y algunas cosas más, estos productos eran comprados a precios de oro; los pobres trabajadores vivían endeudados con la tienda de raya, nunca terminaban de saldar la cuenta, siempre quedaban debiendo la mercancía nueva y parte de la anterior.

En las haciendas, todos trabajaban tanto hombres como mujeres y niños, a éstos últimos los ponían hacer labores de acuerdo a su edad ya que la casa grande como era nombrada dónde habitaba el patrón y su familia, ésta era muy grande ya que contaba con veintiséis habitaciones, un par de grandes salones, jardines, un lienzo charro, una gran cocina, y muchas cosas más. No había escuela, ni servicio médico para atender a los trabajadores y a su familia cuando alguno de ellos enfermaba, lo que, si, no podía faltar, era la capilla con un sacerdote de planta. Los hacendados a pesar de ser tan crueles eran muy católicos, ya que era lo que convenía a sus intereses, el cura colaboraba con el patrón para poder tener a la pobre gente sometida a su antojo, en la misa dominical no podía faltar el sermón, éste siempre terminaba así.

─Hermanos míos, confiesen sus pecados, así sea el más mínimo, porque si no lo hacen cuando mueran y lleguen al juicio final, Dios no va a tener piedad de su alma y las va a mandar a expiar sus culpas al infierno por toda la eternidad.

A los niños no los enseñaban a leer ni a escribir, pero el catecismo se lo tenían que aprender de memoria y para eso estaba la hermana del sacerdote, una solterona que vivía desquitándose con las criaturas, fue la única mujer en su familia entre cinco varones, es por eso que sus hermanos la destinaron a cuidar a sus ancianos padres y cuando éstos fallecieron, paso al servicio de su hermano el sacerdote corrupto que servía en la hacienda.

El abuelo de Francisca comprobó en carne propia la crueldad de estos dos hombres, tanto el patrón como el cura; en una ocasión, sus hijos tenían hambre y no tenía nada que darles de comer. Fue a los sembradíos, recolectó algunos elotes para saciar el hambre de sus pequeños, el domingo que fue a la misa le confeso al padre su falta.

Acúseme padre, he pecado gravemente.

─Dime hijo ¿Cuál es tú falta?

─Mis hijos tenían hambre y no tenía nada para darle de comer, es por eso que me vi en la necesidad de robar unos elotes, si no lo hacía mis hijos morían de hambre.

─No te preocupes hijo, Dios en su infinita misericordia te perdona tú falta.

El sacerdote lo absolvió de sus pecados le dio una penitencia, don Pascasio recibió la sagrada comunión de manos del sacerdote, el hombre se sintió en paz consigo mismo, emprendió el camino de regreso a su choza, pero no sabía lo que le esperaba, cuando llegó a su vivienda ya lo esperaban dos de los hombres de más confianza del patrón, con voz áspera le ordenaron.

─Jálale pa la hacienda, el patrón quiere hablar contigo.

─¿Pero por qué?

─Pos eso te lo tienes que preguntar tú, sabe Dios que harías, pa que el patrón se digne a hablar contigo, y ha de ser porque nada bueno hiciste.

Fue todo lo que dijeron los hombres, Pascasio se preguntaba una y otra vez ¿Qué es lo que quiere hablar conmigo el patrón que yo sepa no he hecho nada para provocar su ira?

Su esposa y sus hijos se fueron tras él, cuando llegaron al patio de la hacienda, ya lo esperaba el patrón sentado en un equipal, otros hombres reunieron a todos los trabajadores y a sus familias, todos vivían alrededor de los linderos de la hacienda, cuando Pascasio estuvo frente del patrón, los dos hombres obligaron a Pascasio a arrodillarse a los pies del dueño de la hacienda, este le preguntó con voz autoritaria.

─¿Sabes porque estás aquí?

─No señor, ninguna falta he cometido.

El hombre le cruzo la cara con el fuete de su caballo un hilo de sangre le escurrió por nariz y boca, al mismo tiempo que le gritaba.

─Así que no sabes lo que hiciste, pues yo te lo voy a decir, estás aquí por qué te robaste los elotes, MIS ELOTES, ratero hijo de tu chingada madre.

El señor se quedó sorprendido, no atino a responder, apenas unas horas antes le había confesado al cura su falta, algo que nadie más sabía ni siquiera su propia esposa, el patrón sentenció.

─Como escarmiento te voy a castigar con veinte latigazos, y si vuelves a robar van hacer cincuenta y a la tercera vas a ir directo a la horca como castigo, y esto va para todo el que se atreva a robarme. ¡¡ENTENDIDO!!

Allí delante de todas las personas y lo más doloroso para él, fue ver que su familia iba a presenciar el cruel castigo, los hombres lo ataron a un poste enseguida Pascasio recibió los veinte latigazos.

Desde ese día el señor Pascasio, cuando su familia tenía hambre siguió tomando elotes, frijol y de todo lo que la hacienda producía, más nunca se volvió a parar a la capilla, sentía que si volvía a encontrarse con el cura lo iba a matar con sus propias manos. Cuando estaba a punto de morir, su familia le llevó al cura para que confesara sus pecados, este le pregunto al moribundo.

─¿Te arrepientes de todos tus pecados?

Con la poca fuerza que le quedaba le contestó al sacerdote en un hilo de voz.

─Váyase mucho a chingar a su madre, enseguida expiro.

El sacerdote con voz exaltada les dijo a sus familiares mientras se apresuraba a salir de la vivienda.

─¡¡ESTE HOMBRE ESTA ENDEMONIADO!!

Los hijos del difunto tres hombretones lo detuvieron antes de que saliera de la choza diciéndole con voz amenazante.

─Usted no se va de aquí, hasta que le rece a mi padre y de paso rece también por usted.

─¡Pero que creen que están haciendo esto lo va a saber el patrón y ya verán cómo les va air!

─No hace falta que lo diga, de sobra sabemos cómo se las gasta el patrón y usted, par de bandidos ─¿Y dígame padrecito quién se lo va a decir? Acaso cree que somos tan pendejos como lo fue mi padre cuando inocentemente le confeso que tuvo que robar unos mendigos elotes porque sus hijos morían de hambre.

El sacerdote paseo la vista a su alrededor, la vivienda estaba llena de hombres que lo miraban amenazadoramente, en esos momentos el cura supo que sus minutos estaban contados, con voz trémula les preguntó.

─¿Que me van a hacer?

─Solo queremos cobrar una deuda que usted tiene con mi padre.

─¿Qué deuda yo ni siquiera conozco a este hombre?

Pos fíjese que este hombre si lo conocía muy bien a usted, este señor, hace algunos años recibió veinte latigazos por el solo hecho de robar unos míseros elotes para darle de comer a sus hijos, pero tuvo el mal acierto de ir a confesar su pecado y usted en vez de tener compasión de esos niños que lloraban de hambre, ni tardo ni perezoso fue a acusarlo con el patrón y el muy miserable lo humillo mandándolo azotar enfrente de su familia, así es de que padrecito, ojo por ojo, y diente por diente lástima que no podamos traer a su hermanita para que vea como su hermano le paga su deuda a mi difunto padre.

Diciendo esto el hijo mayor de Pascasio le tapó la boca con un trapo, descubrió su espalda, lo hizo ponerse de rodillas y con un fuete descargo veinte latigazos en la espalda del infeliz, este no soporto el castigo, su cuerpo cayó inerte a los pies de su verdugo, los hombres en silencio sacaron el cuerpo del sacerdote lo llevaron hasta el humilde cementerio donde eran enterrados los campesinos, arrojaron su cuerpo en el fondo de la fosa, esa noche velaron el cuerpo de Pascasio con rezos y llantos, en la madrugada llevaron el cuerpo a la misma fosa donde ya descansaba el cuerpo del cura cuando terminaron de cubrir los cuerpos con la tierra, pusieron una cruz de madera con el nombre de Pascasio y la fecha de su muerte, uno de los hombres llevó a la capilla los objetos religiosos que el padre utilizaba para ayudar a buen morir a los moribundos, se cuidó muy bien de no ser visto por nadie.

La hermana del sacerdote se levanto muy temprano como todos los días, cocino el abundante desayuno que su hermano solía comer todas las mañanas, el sacristán llamó a misa de las cinco de la mañana y fue hasta la habitación del sacerdote para ayudarlo a vestir para que oficiara la misa, pero grande fue su sorpresa al ver la cama vacía, inmediatamente fue hasta la cocina.

─Señorita Patrocinio, no sabe dónde anda el padrecito.

─Me supongo que en su cuarto.

─Pos fíjese que allí no está, yo acabo de venir de allá y del padrecito ni sus luces.

─Que raro, quizá fue a darle los santos oleos algún moribundo.

Pos yo creo no, si no me hubiera hablado y más en la noche, yo estoy seguro que el padrecito no salió pa, nada anoche.

Y así era, uno de los dos hombres que habían ido por el cura para que acudiera al lado del moribundo, se encargó de distraer al sacristán.

─Padrecito, vengo por usted porque mi compadre Pancracio está en las últimas.

─Ay hijo ¿Por qué no viniste más temprano, ya son más de las diez de la noche?

─Pos padrecito yo como iba a saber que mi compadre de un rato a otro iba a empezar a boquiar, pero si no quiere ir, allá su conciencia y si su negativa es porque es nochi, yo mismo lo traigo de vuelta.

─No, no yo nunca te dije que no iba a ir, solo dije ¿Qué por qué, no viniste por mi más temprano, pero anda vamos, de pasada llegamos por el sacristán para que me ayude?

─Por él no se apure padrecito, ya mijo Tobías fue por él, hay nos van a alcanzar.

─Está bien hijo vamos.

Al no encontrar al sacerdote, la señorita Patrocinio le aviso al patrón.

─Patrón dispénseme que venga a molestarlo a estas horas, pero se trata de mi hermano.

─¿Qué pasa con el padrecito?

─Pues no aparece por ningún lado y al parecer nadie sabe de él, yo vine a preguntarle a ver si de casualidad usted sabía de él.

─Pues no, pero ve a la capilla y dile al sacristán que repique las campanas para reunir a la gente para ver si alguien da razón de él y si no es así, empezar a buscarlo.

Pero todo fue inútil al parece al sacerdote se había esfumado en el aíre, nadie dijo nada al respecto, ni los testigos de los hechos, ni los que sospechaban algo, mucho menos los que no sabían nada. 

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