A matter of heart

By thatsmyego

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Levi Braun es profesor del departamento de cardiología. Valerie Berkowitz, de Psicología. Ella le promete a é... More

prólogo
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cuatro
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
treinta y ocho
treinta y nueve
cuarenta
cuarenta y uno
cuarenta y dos
cuarenta y tres
cuarenta y cuatro
cuarenta y cinco
cuarenta y seis
cuarenta y siete
cuarenta y ocho
cuarenta y nueve
cincuenta
cincuenta y uno
cincuenta y dos
cincuenta y tres
cincuenta y cuatro
cincuenta y cinco
cincuenta y seis
cincuenta y siete
cincuenta y ocho
cincuenta y nueve
sesenta
sesenta y uno
sesenta y dos
sesenta y tres
sesenta y cuatro
sesenta y cinco (i)
sesenta y cinco (ii)
sesenta y cinco (iii)
sesenta y seis
sesenta y siete
sesenta y ocho
sesenta y nueve
setenta
setenta y uno
setenta y dos
setenta y cuatro
epílogo

setenta y tres

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By thatsmyego

Alles gut, Sir. 

Brauche ich sonst nichts?

Nein. Passen Sie in diesen Tagen auf sich; es ist kalt.

Con una última sonrisa recta y cordial, Levi se despidió del hombre de pelo blanco y aire afable que acababa de llegar a su nueva consulta. En realidad, él no se refería a aquel lugar como su consulta, a pesar de que llevaba trabajando allí cerca de un mes; seguía siendo la consulta de su padre. De hecho, algunos pacientes, sobre todo aquellos que tenían una media de edad de setenta y tres años, se sorprendían cuando, al entrar, no veían al Doctor Braun que conocían, sino a un joven extrañamente parecido a él, solo que más joven, atlético y con más pelo en la cabeza. 

Con un largo suspiro, miró el cuadrante que contenía los pacientes que debía atender durante la mañana. Solo quedaba uno. Frunció el ceño al ver el nombre. Le resultó familiar, pero luego supuso que era una simple coincidencia. Lo único que tuvo claro es que no se trataba de un nombre alemán. Tragó saliva antes de levantarse de su asiento. Con una mano escondida en el bolsillo de su bata blanca, abrió la puerta y se asomó a la sala de espera, iluminada por la pálida luz natural de la gris Alemania. 

—¿Margaret Berkowitz? —preguntó al aire, con un acento que gritaba Boston en lugar de Múnich. Vio como una mujer de cabello ondulado y caoba agarraba su mochila y se acercaba a la puerta. Él volvió a ocupar su lugar tras el escritorio mientras la mujer, quizá un poco más mayor que él, entraba a la sala. 

Guten Morgen, Doktor. —le saludó. Su acento también la delató; claramente, el alemán no era un idioma que hablara a menudo. Cerró la puerta tras ella.

Levi hizo un gesto con la mano. —Siéntese.

—Oh, ¿habla...?

—Por su nombre he supuesto que no es de aquí. —admitió. Sin pensarlo mucho, fue al grano: —Cuénteme. ¿Cuál es el motivo de su consulta...?

A primera vista, no se parecía en nada a ella, pero, conforme escuchaba y observaba a la tal Margaret, se dio cuenta en que sí compartían algunos rasgos familiares, como su nariz ligeramente respingona, algunos lunares en sus mejillas y, sobre todo, sus ojos verdes. Los de aquella mujer no estaban tan llenos de determinación y malicia como los de ella; su mirada estaba algo más apagada y parecía, ante todo, amable. 

La mujer suspiró con algo de alivio cuando Levi se puso a escribir en el ordenador tras decirle que todo se solucionaría con un simple cambio de medicación. Clicó en el botón de 'imprimir' y tendió el papel recién tintado a la mujer.

—Gracias. —le dijo, con voz suave. —Pensaba que no iba a ser posible venir al médico antes de volar a Estados Unidos. La verdad es que no tenía ganas de ir allí; ya sabe, por la factura...

Levi sofocó una risa. —¿Lleva mucho tiempo viviendo aquí? —le preguntó, con cierta curiosidad. A juzgar por su vestimenta, que se alejaba del típico athleisure estadounidense, Margaret llevaba alejada de su país natal unos cuantos años.

—¿En Europa? Seis años. Y es la mejor decisión que he tomado nunca. —se sinceró. —Gracias a Dios, voy a Estados Unidos solo por una temporada.

—Mmh, no es la mejor época, pero al menos huirá del temible otoño centroeuropeo. Si por casualidad va a Boston, en el centro Hillfrigdes podrán administrarle la medicación sin cargos adicionales al presentar esta receta.

La mujer volvió a sonreír. —Muy amable, ¡gracias! pero vuelo a California. Mi hermana está allí y, la verdad, es a la única que aguanto de mi familia. Es profesora en la universidad- oh, perdón, perdón. Estoy malgastando su tiempo. Gracias, Doctor Braun. —se levantó de la silla echándose la mochila que llevaba al hombro. Agachó la cabeza en un gesto de agradecimiento. Se marchó justo después de que Levi levantara la mano en sinónimo de despedida.

Se preguntó cómo de ético era atender a la hermana de Valerie teniendo en cuenta que habían compartido momentos íntimos y fluidos, pero supuso que no pasaba nada. Al fin y al cabo, habían decidido poner tierra -y mar- de por medio. 

*****

Todas las tardes, Levi llegaba a la casa de sus padres cargado con cajas de bombones, alguna que otra botella de vino e incluso piezas de repostería casera. Al principio, supuso que se trataba de regalos de bienvenida -los aceptaba por mera cortesía a pesar de que odiaba con todo su alma que la gente le regalara cosas por simplemente hacer bien su trabajo-, pero luego descubrió que se trataba de una especie de soborno: todos los regalos que llegaban a su consulta estaban acompañados de un ''Doctor Braun, mi hija está soltera...'' o de un ''¿por qué no toma una cerveza con mi sobrina?''. No era la primera vez que algún paciente le intentaba emparejar con algún familiar, amigo o vecino, pero, por alguna razón y por primera vez, Levi empezaba a encontrar aquel afán un tanto molesto. 

Dejó el queso, los bombones y el bizcocho sobre la mesa de la cocina. Su madre no tardó en aparecer. Llevaba un delantal de flores y su cabello rubio, que ya encanecía, se escapaba de la trenza que intentaba recoger su pelo. Olía a anís y a estofado porque, como todos los viernes, la familia Braun al completo cenaba en casa de Mattias y Cosima.

—Anda, ya estás aquí. ¿Qué tal te ha ido...?

—Bien. —contestó él mientras se quitaba la chaqueta. —¿Te echo una mano con algo?

—No, gracias. Tu padre es el que tiene que moverse. Dile, por favor, que venga de una vez a vigilar el estofado. Cuando trabajaba, tenía la excusa de estar cansado; ahora que no lo hace, dice que está cansado de jugar al golf. La cuestión es no moverse del sofá incluso cuando tenemos invitados. ¡Será vago...! 

Por desgracia, Levi era el pegamento de su familia: se había convertido en el saco de boxeo de su madre y en la agenda de su padre, y no podía hacer nada para evitarlo. Como si no tuviera poco con aquello, ser hijo único le convertía en el niño eterno, en el siempre joven, en el treintañero que seguía teniendo dieciséis. Y eso se notaba en el tono infantilizado que algunas de sus tías utilizaban al verle. No tenía ni las fuerzas ni las ganas para discutir, así que se limitó a saludar con desgana cuando entró en el enorme salón para avisar a su padre de que su mujer le necesitaba en la cocina. Gracias al cielo, Gabi, la más joven de la familia, estaba allí para acompañar a Levi en su miseria. 

Toda la familia se sentó a la mesa entre risotadas y conversaciones distendidas. Levi se sentó al lado de su abuelo, justo al final de la larguísima mesa de madera, alejándose todo lo posible de sus indiscretas tías. Gabi se sentó justo enfrente, seguramente intentado lo mismo que Levi. 

Al rubio le caía bien su abuelo -a pesar de tener fama de cascarrabias- y sabía que, al ser el único varón de sus nietos, tenía guardado un gran hueco en su corazón, ya ajado por los casi noventa años que el señor Braun tenía a sus espaldas. Gabi bromeaba con que Levi iba a ser quien heredara todas las propiedades del viejo Heinrich, causando una trifulca que iba a terminar con la familia dividida en dos bandos. Cuando Levi preguntaba el porqué de aquella afirmación, su prima le contestaba con toda la razón del mundo que ''era el único que escuchaba sus batallitas de la Segunda Guerra Mundial''. 

La paz llegó a su fin justo cuando Levi pensó que la cena había acabado sin preguntas incómodas. Gritte, aquella mujer con un corte de pelo típico de los 2000, mejillas redondas y enrojecidas y punzantes ojos azules que tanto quería a Levi, se acercó a él soltando una sonora carcajada. Levi vio cómo su prima rodaba los ojos. 

—¡Levi, cielo! —era demasiado afectuosa para ser alemana y estaba demasiado sobria para ser bávara. Pasó su brazo por los hombros de Levi. Sacó su teléfono móvil con funda de tapa y le enseñó la foto de una chica con un traje tirolés. —Mira, esta es la hija de mi amiga Aghata, ¿a que es guapísima? Pues resulta que está soltera, ¡como tú! Había pensado que podíais conoceros...

—No.

Fue rápido, inusualmente frío y cortante. Algunas conversaciones ajenas cesaron y Gritte Tante inclinó la cabeza, sorprendida y ofendida a partes iguales. —Pero, cariño, mira, es una chica que trabaja en un bufete y está estudiando para ser juez, ¿sabes? Haríais una pareja estupenda y vuestros hijos-

—He dicho que no. No quiero conocer a ninguna mujer.

Las cabezas que aún no se habían girado hacia Levi, molesto y cansado de que todo el mundo intentara emparejarle con chicas en las que no estaba interesado ni lo más mínimo, lo hicieron. El silencio se volvió tenso, casi inquietante. Fue Gabi quien, volviendo a rodar sus ojos castaños, dijo:

—Por favor, que tiene treinta y pico años. ¿Por qué no le dejáis en paz?

Levi fue capaz de articular un silencioso gracias, pero la voz estridente de una de sus primas más mayores -pertenecía a otra generación diferente a la de Levi- rasgó el aire desde la otra punta de la mesa: —¿Pero por qué te empeñas en decir que no? 

—¡Eres el único que aún no está casado!

—¡Espero que no seas gay! —gritó el viejo Heinrich, agitando su dedo índice en alto de manera amenazante. 

—Levi, aunque no quieras tener novia, no te vendría mal conocer a gente en Múnich, ¿sabes?

—¡Todos esos maricones son unos depravados...!

Levi dejó la mirada fija en algún punto del infinito y, por primera vez en muchos años, consiguió que las voces sonaran amortiguadas en su cabeza. Los consejos le entraban por un oído y le salían por el otro... o, al menos, durante unos segundos. Su familia comenzó a discutir sobre qué era lo mejor para él y, pronto, las voces acalladas se convirtieron en un pitido que fue aumentando en intensidad progresivamente. Era un pitido molesto y ensordecedor. Levi llenó el pecho de aire, intentando mantener su rabia a raya para no montar un espectáculo, apretó los puños sobre la mesa y contó hasta tres.

—Tengo pareja.

Chillidos ahogados, exclamaciones de sorpresa y el golpe de alguna copa cayendo al suelo. Los ojos ocres de Levi se cruzaron con los de sus familiares. Nadie sabía qué decir. Nadie sabía si estaba mintiendo o si era cierto. Lo había dicho tan de repente que más bien parecía una excusa para salir del paso, pero la seguridad y seriedad con las que había vocalizado aquellas dos palabras hacían que algunos de los asistentes se lo creyeran. Fuera como fuese, las preguntas no cesaron, así que el tiro le salió por la culata:

—¿Cómo se llama?

—No os lo voy a decir.

—¿Es médico?

—No. 

—¿Cuánto tiempo lleváis saliendo? ¡Qué callado te lo tenías!

—No os importa.

—¿Pero queréis callaros? ¡Qué vergüenza! —protestó Gabi. Nadie la oyó a excepción de su primo.

—¡Haberla traído!

—Está en Estados Unidos.

Las risotadas inesperadas pero previsibles de uno de sus tíos, sentado al otro lado de la mesa, con una copa de vino en la mano y la boca aún sucia por culpa del postre, hicieron que Levi se girara hacia él con la mirada embebida en furia. Aquella mirada, que Levi esperaba que sirviera como advertencia, no paró los pies a su tío. Soltó:

—¿Acaso existe, Levi?

Se oyeron carcajadas distendidas, relajadas, porque todo el mundo dio por hecho que se trataba de una broma que el pequeño y único Levi había decidido gastarles. Él solo pudo soltar una risa irónica. Fingió una sonrisa que no se adecuaba para nada a la tensión acumulada en sus hombros ni al enfado que sentía por dentro. Estaba irritado. Demasiado para estar con su familia.

—¡Malditos homosexuales...!

Levi se tomó las palabras de su abuelo como la gota que colmó el vaso. Se levantó con tanto ímpetu que casi tiró la silla al suelo. Arrastró la del viejo Heinrich con un chirrido infernal y volvió a fingir una sonrisa que apenas llegó a tirar de las comisuras de sus labios. Agarró a su abuelo por el antebrazo y le obligó a levantarse de su asiento. —Es hora de irse a la cama, abuelo. Estás diciendo muchas gilipolleces. Vamos.

El cardiólogo abandonó la sala junto a su abuelo a un paso que quizá era demasiado rápido para un nonagenario. Gabi les siguió de cerca, dedicando una mirada resentida al resto de la mesa.

Cada vez tenía más ganas de que llegara el fin de su excedencia.

*****

—Hey, Val. ¿Puedes acercarte a CVS a por estas pastillas? 

Valerie alzó la vista y se arrepintió al instante. Un punzante dolor de cabeza llevaba atosigándola desde que se había despertado -escasos minutos atrás- y la única forma de que no le llegara uno de esos latigazos a las sienes era no mover el cuello. Maggie, su hermana, le sonreía con la amabilidad intrínseca con la que había conquistado a su mujer. 

—Estoy muerta. —exhaló la psicóloga con aire quejoso. —¿No puedes ir tú...?

—Emma —su mujer— y yo nos vamos a San Francisco. Te dije que no era una buena idea salir de fiesta cuando al día siguiente teníamos planeada una excursión...

Como cualquier hermana mayor, tenía razón. Valerie había decidido pasar los pocos días que le quedaban de vacaciones en California, en Palo Alto, donde podía mimetizarse con el ambiente universitario. De hecho, la noche anterior acabó jugando al Beer Pong a la puerta de una fraternidad, en una fiesta donde la mayoría de los asistentes no debían tener la edad legal para siquiera entrar en una discoteca. Su hermana y su cuñada habían venido desde Noruega para verla, haciendo una escala de tres días en Alemania, y con la excusa de ''dejarles algo de espacio'', Valerie volvió a las seis de la mañana al apartamento que había alquilado. En resumidas cuentas, tenía resaca, una camiseta del club de baloncesto de Stanford y una multa de Uber por vomitar en el coche.

—¿Y os vais a ir sin mí...? —murmuró, intentando poner ojos de corderita. 

—No creo que estés en condiciones para hacerlo, Val. Aprovecha el paseo a CVS y compra algo para tu resaca también. —sentenció Maggie, tamborileando con sus dedos sobre la isla de cocina donde su hermana pequeña había decidido apoyarse. Le tendió un papel firmado. —La receta. 

Valerie frunció el ceño todo lo que su dolor de cabeza le permitió. Intentó leer lo que ponía en el papel, pero solo consiguió distinguir dos cosas: la ciudad y el nombre del médico. —¿Una consulta en Múnich? 

—Sí. En Bergen fue imposible, así que fingí que me moría en el aeropuerto y el seguro enseguida me asignó un médico en Múnich. Me atendió un chico joven, —comentó —rubio, alto, muy... —cerró los puños y alzó los brazos, como si quisiera lucir bíceps—fuerte, ¿sabes? Era guapo.

—Anda, ¿si? —la psicóloga fingió desinterés, pero fue incapaz de ocultar una sonrisa divertida. Sacó una botella de leche del frigorífico y se sirvió cereales en un tazón. 

—Objetivamente hablando, claro. Además, fue muy simpático conmigo. Me dijo que si iba a Boston podía pedir la medicación sin coste. 

—¿A Boston? Qué coincidencia. ¿Cómo se llamaba ese médico alemán tan majo...?

Margaret por fin pareció atar cabos. Abrió la boca con sorpresa y la volvió a cerrar. Si algo diferenciaba a las hermanas, además de algunos de sus rasgos físicos como su altura y su color de pelo, era su nivel de alerta: Valerie siempre se daba cuenta de las cosas, y Margaret, a pesar de ser la mayor de las dos y por ende la que había tenido siempre más responsabilidad, parecía vivir en un despiste constante. 

—¡Claro! ¡Es el médico que trabajaba contigo!

La de cabello azabache se permitió el lujo de reír. No le había contado a su hermana que el simpatiquísimo Levi Braun había sido más que un compañero de trabajo, por lo que no consideró necesario confesarle que sus salidas a los clubes más nicho de Palo Alto eran, en realidad, el anestésico que necesitaba contra la añoranza. Valerie era cien por cien consciente de que el tequila no era la mejor solución para lidiar con aquel sentimiento, pero supuso que, comparado con otras de sus acciones, emborracharse para pasárselo bien sin Levi era casi lo más lícito. 

—Bueno, —Valerie dejó la receta a su lado, sobre la isla de cocina, y comenzó a desayunar sus maravillosos cereales empapados en leche— pasároslo bien en San Francisco sin mí. 

—Ay, Val, ya te llevaremos el finde... Si es que no llegas a casa con olor a tabaco, alcohol, testosterona y los tacones en las manos en vez de llevarlos en los pies.

Valerie mostró a su hermana su dedo meñique. —¿Promesa?

Con aparente hastío, Maggie entrelazó su dedo con el de su hermana pequeña, que sonrió satisfecha. —Que no se te olviden las pastillas, ¿vale? Y duerme algo, anda. 

La psicóloga asintió despacio justo antes de que su hermana abandonara el apartamento vacacional. Casi al instante, con un timing que superaba el de las comedias románticas, el móvil de Valerie vibró. Aunque fueran palabras escritas, se imaginaba su voz grave y serena cuando leía sus mensajes. 

estos críos son malísimos al beer pong

00:30

he ganado!!!!! jajajaja

02:25

Avísame cuando llegues a casa.

02:30

a sus órdenes 🫡

03:00

he llegado a casa

06:45

ok.

Cómo sé que eres tú y no un impostor?

Dime algo que solo Valerie Berkowitz pueda decir

07:00

Fearless es el mejor album de la música pop y las swifties somos menos tóxicas que las fans de beyonce

07:00

Una afirmación controversial e incorrecta que solo puedes decir tú...

Ahora estoy mucho más tranquilo.

07:00

INCORRECTA????

07:01

Estoy trabajando. 

Te llamaría luego para escucharte decir sandeces, pero vuelvo a cenar con mis padres.

07:20

no pasa nada! 

los husos horarios son el peor invento del planeta

tan solo si la tierra fuera plana...

07:21

Valerie

Sigues borracha?

07:23

no

pero tengo una resaca que me va a acompañar todo el finde

07:23

La resaca te vuelve terraplanista? O es el aire de la costa oeste?

Bebe mucho agua y toma ibuprofeno. Date una ducha templada y duerme una buena siesta. Se te pasará.

07:25

gracias, Doctor, pero sé cómo gestionar mis resacas... tengo experiencia

07:25

Llevas bebiendo desde los 21 y yo con 14 bebía jagger.

Experiencia ninguna.

07:25

ensuldigun Doktor

07:26

Entschuldigung*

Deja de hablar conmigo y vete a la ducha.

07:30

quieres que te mande una foto? ❤️❤️

07:30

Estoy trabajando...

07:31

por eso mismo! para darte ánimos ;)

07:31

Me quedan tres pacientes todavía.

07:31

📷 foto

08:05

hsja de pyta

jodert valerie la madre que emme pario

me lsa has puesty druisima

08:10

en ningún momento has dicho que *no* querías la foto...

08:11

no poejdos

no pineosp*

no pienso decirte guarradas mientras trabajo

08:11

que modosito eres! tienes que soltarte todavía con el sexting

oye 

a lo mejor sí que sigo borracha

visto a las 08:12

Levi :)

12:53

sí que iba un poco bebida esta mañana. lo siento :)

12:53

📷 foto

13:38

dios

mio 

de

mi

vida

levi

no tendría que haber abierto la foto en mitad de un sephora

13:40

:)

13:40




**********

el resto os lo dejo a vuestra imaginación jeje

como veis, levi al final sí se ha ido a Alemania y Valerie está en Palo Alto... PERO...... REALMENTE ESTÁN JUNTOS? ARE THEY JUST FIRLTING? aunque parece un capítulo de relleno, creo que se queda abierta una pequeña incógnita que se resolverá dentro de nada jajaja

ahora sí que puedo decir con certeza DOS cosas:

1. el super favorito de levi es el lidl y el de valerie whole foods. este es mi propio headcanon que yo misma hago canon! :)

2. Este es el penúltimo capítulo de A matter of heart

mil gracias por leerme y acompañarme <3<3







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