A matter of heart

By thatsmyego

44.7K 7.8K 5.4K

Levi Braun es profesor del departamento de cardiología. Valerie Berkowitz, de Psicología. Ella le promete a é... More

prólogo
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cuatro
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
treinta y ocho
treinta y nueve
cuarenta
cuarenta y uno
cuarenta y dos
cuarenta y tres
cuarenta y cuatro
cuarenta y cinco
cuarenta y seis
cuarenta y siete
cuarenta y ocho
cuarenta y nueve
cincuenta
cincuenta y uno
cincuenta y dos
cincuenta y tres
cincuenta y cuatro
cincuenta y cinco
cincuenta y seis
cincuenta y siete
cincuenta y ocho
cincuenta y nueve
sesenta
sesenta y uno
sesenta y dos
sesenta y tres
sesenta y cuatro
sesenta y cinco (i)
sesenta y cinco (ii)
sesenta y cinco (iii)
sesenta y seis
sesenta y siete
sesenta y ocho
setenta
setenta y uno
setenta y dos
setenta y tres
setenta y cuatro
epílogo

sesenta y nueve

342 65 70
By thatsmyego

Las noches de verano comenzaban a ser más frescas. Se atisbaba la vuelta del otoño, el olor a canela y té, el crujido de las hojas bajo los pies de los transeúntes y el inicio del nuevo curso universitario. Entre los planes de Valerie no estaba disfrutar de los últimos días de verano en una ciudad como Boston, pero un par de correos electrónicos y una súplica bastante lastimosa por parte de su mentora le hicieron cambiar de opinión.

El congreso anual de la APA, curiosamente, se celebraba allí, y algunos renombrados ponentes habían decidido pasar el resto de sus vacaciones en algún lugar con playa, justo lo que iba a hacer Valerie. ¿El resultado? Varias mesas del congreso se habían quedado sin moderadores, así que, tirando de agenda y del número de asociados, la organización dio con Valerie. La primera vez, declinó la invitación. Ya tenía planes y vacaciones pagadas. La segunda vez, cuando su mentora de Columbia, una mujer al borde de la jubilación, llamó a la joven psicóloga para formar parte del congreso, tuvo que decir que sí. Con la excusa de ver a viejos compañeros y de tener un nuevo mérito en su currículum, Valerie aceptó y tuvo que deshacer la maleta que había preparado para volar hasta Ibiza. Intercambió los bikinis por ropa algo más sobria y, de repente, volvía a estar en la ciudad que tanto deseaba olvidar.

El camino del aeropuerto a su humilde apartamento -del cual seguía pagando el alquiler- le trajo recuerdos agridulces. Sentía el vestigio de la ilusión con la que llegó a la ciudad hace un año, pero también notaba cómo su corazón se iba encogiendo conforme abandonaba las carreteras de la periferia. Era un cóctel de emociones que ni siquiera ella podía describir. Se limitó a sentirlas, a no ignorarlas, y con una leve sonrisa pidió al taxista que abriera la ventana. Estaba algo mareada, pero sabía que no era el movimiento del coche lo que le estaba provocando aquella sensación.

Era una especie de mareo emocional. Un vórtice que levantaba a su paso todos los pensamientos de Valerie. Se apoyó contra la carrocería del taxi y dejó que el aire fresco moviera los mechones cortos de su cabello azabache. Cerró los ojos en un intento absurdo de despejar su mente y respiró por la nariz despacio.

No había suficiente palabras en el diccionario que describieran lo que estaba sintiendo. Odiaba volver a Boston. Odiaba volver a su apartamento lleno de decoraciones que no iba a poder llevarse de vuelta a Nueva York. Odiaba pensar en Levi. Odiaba lo que él le había hecho a ella, y viceversa. Odiaba sentirse orgullosa por haber ayudado a alumnos y residentes. Odiaba tener que sentir con tanta fuerza. Y seguía odiando que Levi fuera tan asquerosamente guapo y alemán. 

Una tarde, sin quererlo, mientras Valerie consultaba el lugar donde se iba a celebrar el congreso de la APA, se topó con una noticia sobre la alta participación en los cursos de verano que Harvard ofertaba para los estudiantes internacionales. Puede que inconscientemente, dirigida por un impulso curioso, pulsó el titular de la noticia y vio la foto de portada: un joven rubio con bata blanca, camisa y corbata, dando una charla a una clase abarrotada. Desde aquel día, Valerie no había dejado de pensar en Levi. 

Y la cosa empeoró durante el congreso.

A pesar de tratarse de su hábitat, de encontrarse rodeada de psicólogos y estudiantes que la valoraban, se sentía algo incómoda. Inquieta. Insegura. Sola. Como si no perteneciera a aquel lugar.

Sin duda, los meses que había pasado acudiendo a congresos de Medicina le habían pasado factura. Se le hacía raro no recibir algún que otro halago amargo de algún médico resentido por su éxito, pero, sobre todo, extrañaba que Levi no estuviera allí para responder con un comentario irónico e hiriente. 

Lo peor, sin duda, fue la cena de gala. 

Ataviada con un vestido oscuro, de gasa, fluido, y con unas sandalias de tacón que perfectamente podrían pertenecer al armario de alguien de la realeza, Valerie se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos tener a Levi al lado. Su mesa no era del todo mala -al fin y al cabo, se había sentado con otras cuatro mujeres increíbles-, pero notaba que le faltaba algo: el tacto algo tímido de Levi sobre su brazo, aquella sonrisa ladina y divertida que curvaba sus labios, un suave sonrojo causado por unas cuantas copas de vino, un provocativo ''¿nos vamos?''... Valerie se disculpó con el resto de mujeres que estaban en la mesa, agarró su bolso de mano y se dirigió a la barra del enorme y lujoso restaurante donde se estaba celebrando la cena.

Llamó la atención del joven camarero y estuvo a punto de decirle lo típico de ''ponme lo más fuerte que tengas'', como en las películas. Optó por pedirse un margarita con un extra de tequila. Probablemente sería el primero de muchos. Sabía que emborracharse no era la alternativa más segura para despejar su mente -de hecho, era algo que siempre desaconsejaba a sus pacientes-, pero, de cometer una locura, el alcohol sería su excusa perfecta. ¿Que había salido de la cena de gala con un estudiante de la Universidad Estatal de Louisiana del brazo? Sí, era cuestionable, pero estaba borracha. ¿Que había decidido dar un discurso sobre lo mucho que, en realidad, odiaba revisar la bibliografía citada en APA? Nada importante, estaba borracha. ¿Que se le ocurría recorrer las calles del centro de Boston para llegar hasta el hospital central para gritar el nombre de Braun en urgencias y terminar detenida por un delito de daños materiales? Bueno, es que estaba borracha. En su cabecita no sonaba tan mal; además, el licor del tequila que le acababan de servir le supo a gloria, no a malas decisiones.

Mientras charlaba en la barra con un hombre que claramente le estaba mirando al escote, notó cómo su teléfono vibraba dentro de su bolso. Con una sonrisa fingida y alzando el índice para callar a aquel hombre que debía rondar los cuarenta, Valerie sacó el móvil y vio la notificación que se reflejaba en la pantalla.

Era un simple mensaje. Una palabra. Ni siquiera estaba segura de si se trataba de una frase gramaticalmente hablando. Pero fue lo suficiente para que su garganta se cerrara de golpe, para que el aire se quedara atascado en sus pulmones y para que sus manos perdieran la fuerza.

Levi Braun

Sal.

00:34

—¿Estás bien? —le preguntó el hombre, claramente preocupado por el repentino silencio de Valerie y su expresión facial, que casi rozaba el terror. 

Ella tardó unos instantes en contestar. Los músculos de su cara no respondían y sus cuerdas vocales ni siquiera hicieron el esfuerzo de emitir una respuesta corta. Simplemente asintió, bebió de golpe lo poco que le quedaba del margarita y esbozó una sonrisa a modo de disculpa. Agarró su bolso de mano y se marchó de allí con la sensación de mareo acompañándola una vez más, como en el taxi. Sabía de sobra que no era por el tequila. 

Analizó la situación cuando encontró un hueco alejado del resto de asistentes, que charlaban en las mesas o a lo largo de una especie de pista de baile. Valerie inspiró por la nariz despacio mientras sujetaba su teléfono con ambas manos. Hizo amago de escribir un ''creo que te has equivocado'', pero sus dedos temblaban. Expulsó el aire por la boca en un suspiro, cerró los ojos y agitó la cabeza.

—Joder, céntrate. —se dijo a sí misma. —Tú no eres así.

¿O no has querido serlo? murmuró una voz en su cabeza. Decidió ignorarla y, justo cuando estaba dispuesta a contestar el mensaje, recibió una foto.

Era el edificio donde se estaba celebrando el congreso. La foto parecía haberse tomado desde la plaza que se situaba justo delante del centro de eventos. Y parecía actual. 

Valerie volvió a quedarse paralizada unos segundos que le resultaron eternos. Intentó ser lo más lógica posible: ¿y si era una encerrona? Tenía la desventaja de ser una mujer joven viviendo en un ambiente hostil... Pero Levi no era así. ¿Pero si volvía a verle? Corría el riesgo de deshacerse en mil pedazos, y su orgullo no se lo iba a permitir. ¿Y si...?

—A la mierda. —masculló, asiendo su teléfono con fuerza y dirigiéndose a la salida más cercana.

Como siempre decían, en casa del herrero... cuchillo de palo: Valerie era el ejemplo perfecto de cómo jamás se enfrentaba a sus propios sentimientos, a sus propias batallas, y era lo suficientemente hipócrita como para soltarle a sus pacientes que debían hacerlo para no sufrir. Pero, por fin, decidió que era el momento de poner en práctica la teoría que tan bien se sabía.

Las despedidas eran necesarias para continuar adelante: eran un punto clave del duelo, de las rupturas, de los cambios... y cambio era justamente lo que necesitaban los dos. Pasar página. Comenzar en un nuevo lugar. Hablar las cosas y poner punto y final a una historia breve pero intensa.

Valerie salió del edificio con el corazón latiéndole a mil pulsaciones por minuto. Se quedó de pie cerca de la puerta principal, sintiendo cómo la brisa fresca que procedía del puerto, no muy lejos de allí, enfriaba sus brazos y piernas. Se abrazó a si misma para protegerse de dos cosas: del frío y de todo lo que pudiera pasar. Buscó con la mirada al remitente de aquel mensaje.

Fue fácil encontrarle. La calle estaba desierta, la plaza era amplia y alguien que casi rozaba los dos metros de altura difícilmente podría esconderse tras el fino poste de una farola. Estaba sentado en un banco, lejos, casi al otro lado de la plaza, con los codos apoyados en las rodillas y la vista clavada en el palacio de congresos. Valerie sintió su mirada descarada y fulminante clavada en ella. Volvió a tragar saliva y, sin dejar de rodear su cuerpo con sus brazos, se acercó a él con pasos dubitativos y cortos.

Se quedó a un par de zancadas de él. A pesar de estar sentado, su simple presencia era algo amenazante, abrumadora. Tanto, que Valerie no pudo encontrar las palabras adecuadas para saludarle en su extenso vocabulario, y fue él quien dijo, con tono algo indiferente:

—Pensaba que no ibas a volver a Boston.

Valerie agitó la cabeza y señaló con el pulgar el edificio que estaba tras su espalda. —Me... llamaron para moderar unas mesas y... 

Silencio. Frío. Aplastante. Fueron unos segundos largos y tediosos en los que Valerie sintió como la angustia se apoderaba de ella, cerrándose alrededor de su cuello, presionando su pecho. La de cabello azabache exhaló por la boca y se llevó las manos a la cara, frotándose la sien. Agitó la cabeza con una mezcla de incredulidad y desesperación, en un intento de reordenar las palabras que quería decir para soltar una frase con sentido. 

—Yo-

—Te queda bien el pelo corto. —volvió a adelantarse él.

Y Valerie se fijó en cómo su mirada se había suavizado. Más que impasible y enfadado parecía nervioso. La psicóloga solo pudo dejar caer sus manos a los costados y asentir con una mueca. 

—Gracias. Y a ti te queda bien... —Todo, podría haber dicho, pero se limitó a señalar la camisa holgada de manga corta que llevaba. Le daba un aire algo más juvenil, relajado, a pesar de sus ojos algos cansados, su  cabello rubio despeinado y la evidente tensión que se acumulaba en sus anchos hombros. Valerie volvió a suspirar. —¿Qué tal...?

Llevaban sin verse, aproximadamente, unos dos meses, puede que algo más. Levi se limitó a encogerse de hombros. —Como siempre.

—Oh, cómo no. —bufó. —¡Perdón! —se arrepintió al instante—No quería parecer borde, ni condescendiente, ni- 

Levi enarcó las cejas. La evidente incomodidad de Valerie y sus intentos por disculparse le hicieron esconder una sonrisa tras una especie de mueca. —¿Esto forma parte de tu nueva personalidad o...?

—No, no. Eh... —Valerie volvió a cerrar los ojos. Hizo unos cuantos aspavientos, unos movimientos con las manos que le ayudaron a, por fin, elaborar la pregunta que quería hacer a Levi desde que le envió el mensaje: —¿Por qué estás aquí?

Sencilla, concreta, fácil y al grano, pero Levi no conocía muy bien la respuesta. Con estar allí ya significaba suficiente -al fin y al cabo era un hombre de acciones-, pero debía concretar bien si estaba allí porque quería cerrar las cosas como era debido o, si por el contrario...

Se encogió de hombros. —He estado pensando. En nosotros.

Valerie tuvo la sensación de que se le cortaba la respiración otra vez. —Ah. —fue lo único que pudo decir. 

El rubio se humedeció los labios y los frunció, pensativo y algo inquieto. Era una acción que Valerie nunca le había visto a hacer, y por alguna razón le resultó adorable... pero para nada tranquilizadora. Se preparó mentalmente para el golpe. Para el jarro de agua fría. Para decir un ''sí, será lo mejor para los dos'' con una sonrisa algo amarga desdibujándose en su rostro. 

—He estado pensando que... —la mirada de Levi recorrió todos los recovecos de la plaza, pero en ningún momento se posó en el cuerpo o rostro de Valerie. Era como si evitara cruzar una mirada con ella, como si no quisiera ni verla. 

—Oye. —le interrumpió la psicóloga, llamando su atención y consiguiendo que alzara la vista para observar su rostro pálido y redondo. —¿Cómo sabías que estaba aquí?

—Vi que el congreso de la APA se celebraba en Boston, vi tu nombre en el programa y supuse que vendrías a la cena porque te encanta ser el centro de atención. 

Valerie esbozó una sonrisa. —Ah, claro. Tiene sentido. Perdona. 

—Decía que he estado pensando. —resumió Levi. —Y creo que-

Fue entonces cuando uno de los instintos más primitivos de Valerie se activó en su interior. Se encendieron las luces rojas. La mirada de Levi no era fría, era más bien insegura, y Valerie sentía que le iba a pedir algo así como ser su pareja en el baile de fin de curso. Las señales y advertencias que gritaban ''¡no al compromiso!'' hicieron que Valerie diera un paso atrás, literalmente, que negara con la cabeza y que se llevara el pulgar a los labios. Sabía por dónde iban los tiros. Se sentía tan nerviosa que podría vomitar allí mismo. Parecía una exageración, pero no lo era: las emociones volvían a desbordarla.

—No, no. —murmuró. —Levi, no seas imbécil. —le dijo, alzando un poco el volumen de su voz, hablando de forma atropellada. —He sido muy mala contigo, he... —tomó aire— Te he hecho daño, un daño que no podré reparar y-

—No tienes por qué ser la terapeuta de todo el mundo. —soltó él. —No tienes por qué arreglar nada.

—Levi, he sido una hija de puta contigo. Te utilicé. Es normal que estés enfadado y que sientas que no puedes confiar en mí. De hecho, yo tampoco confiaría en alguien como yo, ¿sabes? Tienes todo el derecho a querer que me vaya a la otra punta del país y a que no te hable jamás. Me muero por estar contigo, pero necesitas a alguien en quien puedas confiar, y esa no soy yo. Siento que nunca podrás recuperar la confianza en mí, y es lícito, porque te engañé y te subestimé porque ni siquiera creía que eras humano y- Además, qué narices hago yo contigo, ¡si a mí siempre me han gustado morenos! No me merezco que me trates bien después de todo esto, porque en el fondo eres el hombre que toda mujer desea, y yo, por hija de puta, lo único que me merezco es alguien que me devuelva lo que te hice, porque-

Estaba totalmente desinhibida: Levi observó cómo Valerie continuaba con su monólogo, casi desesperada, gesticulando exageradamente con las manos; notaba el arrepentimiento en su voz, que se resquebrajaba poco a poco, y veía cómo sus ojos verdes iban acumulando lágrimas. Sin decir nada, se levantó del banco y se acercó a ella despacio.

—Eh.

—...tampoco debería arrepentirme tanto porque parece que me estoy victimizando; aunque no estaría mal que me hundiera en la miseria por ser una gilipollas, la verdad, pero es que eres tan guapo que hieres mis sentimientos, por lo que puedo...

—Valerie.

Su nombre se deslizó de la boca del rubio con la suficiente firmeza como para hacerla callar, y con la suavidad y dulzuras necesarias como para que se calmara. Valerie observó a Levi con cierta expectación y una pizca de miedo mientras se tapaba la boca con la mano, intentando cohibirse y reprimir las miles de palabras que intentaban escaparse de sus labios.

—Le he dado muchas vueltas al asunto. —dijo él, con voz confidencial, aunque nadie pudiera oírles de todas formas—Las necesarias como para saber que no me arrepentiré de esto.

La de cabello negro abrió la boca para añadir algo, pero se contuvo. Agachó la cabeza. 

—Si he conocido a la peor Valerie, solo me queda conocer a la buena. 

Cruzaron una mirada larga. Profunda. Valerie analizó cada mota amarillenta de la mirada de Levi que, en realidad, era más bien de un color marrón claro; examinó cada centímetro cuadrado de su rostro, de la leve sonrisa que lo iluminaba; estudió su lenguaje corporal; todo. Y dedujo que lo decía sin una pizca de maldad.

Volvió a negar con la cabeza, con rapidez y por enésima vez. —¿En... serio?

—Si tu viviste algo real, durante ese tiempo yo pude ver un poco de la Valerie de verdad. Y no me importaría conocerla. Además, creo que me gusta que seas así de... mala.

—Tienes que estar vacilándome. —reiteró Valerie, que parecía asustada. —Tienes que estar vacilándome porque no es normal que , Levi Braun, hayas sido capaz de llegar a esta conclusión solo. No puedes ser real. Me niego a que lo seas. Debo estar teniendo un brote psicótico porque no es normal que tú estés hablando conmigo aquí, así, como... un adulto. 

Levi puso los ojos en blanco un instante. —Bueno, sí, he necesitado un poco de ayuda para darme cuenta de todo esto. ¿Hay algún problema...?

—¡No! —contestó Valerie, con rapidez. Al darse cuenta de lo que acababa de decir, colocó sus manos en los hombros de Levi. Los finos tacones de la psicóloga equilibraban su diferencia de altura, pero no lo suficiente. El rubio seguía siendo unos cuantos centímetros más alto. —O sea, sí. No hay ningún problema con que hayas necesitado ayuda; ¡está fenomenal, en realidad...! Pero hay un problema, y...

—¿El problema eres tú?

El silencio habló por Valerie. Hizo una especie de puchero, proyectando sus labios hacia delante. —Sí. Dios, —y agachó la cabeza de forma exagerada, estirando el cuello y dejando que su coronilla casi rozara la barbilla de Levi—odio parecer la típica victimista que no quiere involucrarse con nadie, pero es que... Soy una persona difícil. Cuando todo va bien, siempre la cago. Lo estropeo todo, sea como sea, y no quiero que nadie salga herido. No quiero volver a hacerte daño.

Levi tomó aire por la nariz y miró a Valerie como diciendo "¿en serio me estás contando toda esta estupidez?". —Si lo que quieres es espantarme, no vas a conseguirlo. Valerie, estoy aquí, contigo, y creo que eso es suficiente para que abras tus ojitos y te des cuenta de lo que pasa. He meditado esto durante semanas. Estoy seguro de que conocerte merece la pena. Creo que invitarte a cenar no me sacará de quicio. Creo que quiero hacer más cosas aparte del puto proyecto y de follar contigo. No sé, Valerie. Has conseguido que me plante aquí y te suelte esto, así que...

Sí, era suficiente. Sí, a ella también le apetecía que Levi conociera su yo verdadero. Valerie sintió el calor de la piel del rubio a través de la tela de su camisa. Ya le parecía algo más real, tangible.

—Pensaba que me odiabas.

—Y lo hago, a muerte. Pero también me gustas, y eso es en parte por lo que te odio.

Valerie consiguió sonreír con la calidez que Levi esperaba. —Entonces es recíproco.


*****

Abro sección de debate:
quién se esperaba esto?

porque yo sí

pero yo soy la que escribo, entonces no tiene gracia jeje

gracias por leerme, comentar y acompañarme hasta taaaaaaan lejos 🩷 aún no es el final, pero creo que agradeceros vuestro apoyo nunca está de más jijijiji



Continue Reading

You'll Also Like

237K 17.3K 27
Escucho pasos detrás de mí y corro como nunca. -¡Déjenme! -les grito desesperada mientras me siguen. -Tienes que quedarte aquí, Iris. ¡Perteneces a e...
664 89 10
Elizabeth, de ocho años, fue llevada al Estado de Demon mientras sostenía la mano de Meliodas Demon. En aquel entonces, Elizabeth había pensado ingen...
1.5M 109K 83
Becky tiene 23 años y una hija de 4 años que fue diagnosticada con leucemia, para salvar la vida de su hija ella decide vender su cuerpo en un club...
1.1K 250 19
Después de haber compartido cuatro meses de amistad sólida y tres años de un noviazgo lleno de felicidad, me encontré en el altar, diciendo "sí" con...