A matter of heart

thatsmyego tarafından

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Levi Braun es profesor del departamento de cardiología. Valerie Berkowitz, de Psicología. Ella le promete a é... Daha Fazla

prólogo
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cuatro
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
treinta y ocho
treinta y nueve
cuarenta
cuarenta y uno
cuarenta y dos
cuarenta y tres
cuarenta y cuatro
cuarenta y cinco
cuarenta y seis
cuarenta y siete
cuarenta y nueve
cincuenta
cincuenta y uno
cincuenta y dos
cincuenta y tres
cincuenta y cuatro
cincuenta y cinco
cincuenta y seis
cincuenta y siete
cincuenta y ocho
cincuenta y nueve
sesenta
sesenta y uno
sesenta y dos
sesenta y tres
sesenta y cuatro
sesenta y cinco (i)
sesenta y cinco (ii)
sesenta y cinco (iii)
sesenta y seis
sesenta y siete
sesenta y ocho
sesenta y nueve
setenta
setenta y uno
setenta y dos
setenta y tres
setenta y cuatro
epílogo

cuarenta y ocho

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thatsmyego tarafından

Valerie condujo a Levi hasta una esquina del local, hacia el final de la barra, donde una mesa alta parecía esperarles. Soltó la mano del médico para quitarse la bufanda, el bolso y el abrigo. Se sentó en uno de los taburetes y sonrió con amabilidad mientras un camarero les tendía una carta. Observó a Levi de forma fugaz, mientras él tomaba asiento. Seguía sin creerse del todo que su plan estuviera saliendo bien, incluso mejor de lo que esperaba. Le notaba algo inquieto, quizá porque tenía miedo a que el buscapersonas sonara en cualquier momento... o quizá porque el ambiente ruidoso y la mirada incisiva de Valerie eran demasiado para él. Para romper el hielo, la psicóloga optó por soltar otro cumplido. Se inclinó ligeramente hacia Levi.

—Oh, hueles genial. 

El rubio, mientras leía la interminable carta, solo pudo enarcar las cejas y soltar una especie de carcajada irónica. —¿Los psicólogos también olisqueáis a la gente o...? ¿Te parece que huelo a trastorno generalizado de ansiedad? 

Valerie no había calculado aquella respuesta. En el fondo, le hizo gracia. —Vaya, sí que aprendes rápido, sí. —dijo, refiriéndose a cómo Levi, en cuestión de semanas, había añadido palabras del argot de la psicología y psiquiatría a su vocabulario. —Se nota que siempre has sido un alumno aplicado.

Él se encogió de hombros una vez más y leyó la carta por segunda vez, evitando cruzar su mirada con la de Valerie. Su compañera y cita de aquella noche comenzó a explicarle qué platos debían pedirse. Levi dejó de comprender lo que Valerie le decía; simplemente escuchó su voz melodiosa. Por alguna razón, agradecía que ella fuera bastante más habladora que él. Valerie no parecía tener miedo a rellenar los silencios con sus palabras, por muy vanas que fueran, con el único objetivo de hacer que la situación fuera menos incómoda. 

Al rato, llegó un camarero para tomarles nota. Valerie, sin dar tregua a su voz, se giró hacia el chico, le sonrió y pidió un par de platos. El camarero lo apuntó en una pequeña libreta. —¿Y de beber?

—Yo... un margarita, gracias.

Levi volvió a alzar las cejas. —Pues sí que empiezas fuerte. —comentó, en bajo, casi para el cuello de su camisa blanca. Se giró también hacia el camarero y le tendió la carta para que la recogiera. —Yo una Paulaner.

Valerie pestañeó varias veces ante la pronunciación de aquella palabra que jamás había escuchado. —¿Qué es... eso? 

—Cerveza. —respondió, escueto como de costumbre. Al ver el aire aturdido de Valerie, que parecía estar un poco perdida al escuchar un acento que era de todo menos estadounidense, Levi se rio. 

Ella hizo un esfuerzo enorme por no sacar su teléfono móvil para realizar una búsqueda rápida en internet. A veces, le fastidiaba que Levi fuera una de esas personas académicamente inteligentes, de esas que siempre utilizaban cultismos y palabras en desuso, de las que siempre tenían guardado en la recámara algún dato para rebatir otro, de los que de vez en cuando se reían con soberbia cuando alguien no sabía de lo que estaba hablando. Después, el fugaz enfadó dejó paso a una rápida asociación de ideas -o más bien, de tópicos: acento fuerte, aspecto robusto a la par que atlético, mirada seria, cabello rubio, demasiada puntualidad, apellido extranjero, una extraña conexión con los Alpes

Valerie hincó los codos en la mesa, entrelazó los dedos y posó su barbilla entre ellos. —Oye, Levi. —dijo, cruzando una mirada interrogante con él —¿eres... alemán?

El cardiólogo volvió a reírse. No fue una carcajada sonora, ni mucho menos, pero Valerie la calificó como natural. —¿Ahora te das cuenta? ¿No has leído en mi LinkedIn que he estudiado doce años de mi vida en un colegio de Múnich? 

—Oh, ahora encaja todo. —masculló. —Eres asquerosamente alemán. 

—Y tú asquerosamente neoyorkina. —contraatacó él, viendo la copa decorada con sal que justo llegaba a la mesa. Él dio un trago largo a la cerveza que le acababan de servir.

—Alemán y capricornio, seguro. 

—¿Tampoco has leído que mi cumpleaños es el dieciséis de junio?

Valerie abrió la boca. —¿¡Géminis!? —exclamó en un susurro. Tuvo que dar un buen sorbo a su margarita. Cada vez estaba más sorprendida: entre los gatos, su talento para la cocina, su afición a los cómic, manga y videojuegos, su claro origen alemán... Era como si Levi Braun fuera un compendio de piezas de puzle que no encajaban entre sí. Valerie  no conseguía crear una imagen completa del médico y eso, en parte, le aterraba. Necesitaba conocerle bien, necesitaba poder adelantarse a cualquier imprevisto. 

Aun así, decidió quedarse con lo bueno: se estaba abriendo de forma sincera y natural, y eso era una muy buena señal.

Los platos llegaron a la mesa. Levi fue el primero en probar uno de ellos; había dejado que Valerie los eligiera y ni siquiera sabía qué eran. Ella, mientras tanto, continuó hablando. Su mirada verde parecía estar buscando algo en Levi con ahínco, como si tuviera enfrente un singular y único cuadro expuesto en una de las salas del MET en el que cada detalle era cautivador. Valerie odiaba admitirlo, pero el Doctor Braun tenía algo -su aura, quizá- que le había fascinado desde el primer momento. A lo mejor era la naturaleza indagadora de Valerie y su afán por desvelar los secretos de la psique humana lo que le había hecho pegarse a Levi. A lo mejor es que él era un imán por su físico. O, a lo mejor, simplemente era una coincidencia, y los dos habían terminado en el mismo sitio durante el mismo periodo de tiempo. 

No sabía qué era, pero lo descubriría. Y lo convertiría en su arma. 

De repente, Levi dejó de comer y dejó caer los brazos sobre la mesa, haciendo que se moviera y sobresaltando a Valerie. —¿Qué estás intentando hacer? ¿Leerme la mente o algo? —bufó, escondiendo su evidente bochorno tras la molestia. 

Valerie agitó la cabeza y sonrió. El cardiólogo tenía razón; le había estado mirando de forma indiscreta y durante demasiado tiempo. —Nada, nada. ¿Te has cortado el pelo? 

—No. —Levi frunció el ceño, extrañado.

La psicóloga, temiendo que Levi no iba a seguirle el juego y sintiendo lo mismo que en una primera y bochornosa cita con algún elemento de Tinder, decidió cambiar de tema: —¿Puedo hacerte una pregunta que me lleva rondando la cabeza desde hace tiempo?

Mitad expectante y mitad suspicaz, Levi se cruzó de brazos. —Sí... supongo.

—¿Desde cuándo tienes a tus gatos? 

Ah, las mascotas, esa infalible forma de hacer que una conversación reflote. Levi descruzó sus brazos casi al instante, se inclinó sobre la mesa y, mientras compartía su cena con Valerie, habló sobre los mininos. Valerie, que tenía una curiosidad genuina por saber cómo había terminado con tres gatos alguien tan ocupado como el Doctor Braun, estuvo escuchándole durante largos minutos, asintiendo, soltando breves '¿en serio?'. Nunca antes le había visto hablar tanto. Y tampoco le había oído nunca sin un tono que sonara frío o hirientemente sarcástico. Valerie sonrió con cierta ternura cuando Levi le contó que había rescatado a Ginger, el gato más pequeño, del hueco de una tubería.

Si Levi hablando con frases de más de cinco palabras había sorprendido gratamente a Valerie, cuando él le preguntó si no había tenido mascotas le pareció un auténtico milagro. La psicóloga negó con la cabeza y, casi sin darse cuenta, le contó la vez que su hermana llevó un mapache a su casa. 

Valerie tuvo que dar a Levi el mérito de comenzar una conversación natural y distendida. Supuso que sus preguntas más que premeditadas no habían servido de nada. Ni siquiera le tuvo que decir su condición principal para continuar con la cita -no hablar del trabajo- porque Levi no lo mencionó en ningún instante. No parecía estar interesado en el proyecto, ni en las fechas... solo en ella. Y Valerie, sin tener que prever su próximo movimiento, pudo disfrutar de la cena.

Fue agradable, desde luego. Refrescante, a pesar del ambiente cargado del bar. Incluso llegó a reírse con una carcajada sonora, de esas que no soltaba casi desde que llegó a Boston. ¿Sería el tequila o que realmente se lo estaba pasando bien?

Levi, con el antebrazo apoyado en la mesa y el torso algo girado, echó un vistazo al reloj de su muñeca. —¿El musical no era a las ocho?

—Oh, tenemos tiempo.

—Ya, pero el tiempo pasa rápido, —le recordó Levi, que le dedicó una mirada bastante seria —y no creo que puedas correr con esos tacones. 

Valerie se bajó del taburete con un salto. Se puso el abrigo y la bufanda a velocidad de vértigo y sacó unos billetes arrugados de su cartera. Los dejó en la mesa, justo al lado de su copa. 

—Subestimas mis capacidades atléticas. —soltó, haciendo un gesto con la cabeza para que Levi fuera delante de ella, abriendo paso. Al ser más alto, lo tendría más fácil. —Me subestimas, en general. —añadió luego, cuando Levi ya estaba pasando entre un grupo de varios alumnos a los que Valerie solo pudo sonreír.

*****

El teatro no estaba demasiado lejos, así que pudieron permitirse pasear por el centro de la ciudad. Levi caminaba con las manos escondidas en los bolsillos de su chaqueta, y Valerie había optado por resguardarse del frío cruzándose de brazos. Parecía que estaban evitando a toda costa el roce de sus dedos. 

—En realidad, todo es más barato aquí. En Broadway, los mismos asientos me hubieran costado un riñón. —explicaba Valerie en un intento de volver a tener la comodidad que había sentido en el bar. 

Levi, que miraba al suelo, esbozó una sonrisa amarga. —¿De verdad te han dejado tirada? ¿Has conseguido entradas para un musical de esta talla y tu amigo ha decidido no venir?

Valerie aminoró el paso. —Sí. —respondió. —Le ha surgido algo más importante.

—¿Más importante que un musical? —inquirió, con algo de sorna.

En parte, la excusa de Valerie tenía alguna fuga. Ella terminó parándose. —Sí. 

—¿Y tu mejor amigo te ha dejado abandonada por...? —Levi también se paró y se giró para mirar a Valerie que, por primera vez en toda la noche, estaba a la defensiva. El rubio alzó las manos levemente en son de paz. —Es curiosidad.

Hay algo que le parece raro, concluyó Valerie. Tomó aire. —No sabía cómo- —volvió a inspirar y suspiró. —No sabía cómo pedirte una cita.

Vio a Levi fruncir el ceño, pero no porque estuviera enfadado, sino porque estaba algo confundido. Le observó con la cabeza algo gacha y aire tímido: los ojos ocre de Levi se movieron con rapidez, como si estuviera leyendo sus propios pensamientos, hizo una especie de mueca y sacó las manos de los bolsillos para cruzarse de brazos. 

—¿Con lo lanzada que eres...?

—Bueno, a mi no se me ha ocurrido besarte en tu coche. —se defendió, esperando que la excusa que acababa de soltar no tuviera muchas fugas.

Levi no parecía muy confundido. Recorrió los pasos que le separaban de Valerie y se quedó justo enfrente de ella, a escasos centímetros. La de melena azabache alzó la vista para poder ver su rostro.

—No me cuadra, Valerie.

Oh, oh. —¿El qué?

—Que me dejes bien claro que no quieres levantar sospechas, que me digas que no podré besarte en ningún lugar porque hay mil ojos... y que luego quieras una cita un sábado, con alumnos por todo el centro, en un musical con cientos de personas que pueden conocerme.

Valerie quiso bufar. Le fastidiaba que Levi siempre tuviera la razón. 

—Solo quería conocerte un poco mejor. —confesó. 

Levi alzó ambas cejas, escéptico. —Te acercas, pero luego me dices que yo no lo haga. ¿En qué quedamos?

Hacía tiempo que Levi no veía ese destello en la mirada de Berkowitz: ese destello que le hizo entender que ella era el lobo y no Caperucita. El destello tenaz y rabioso que, de vez en cuando, iluminaba los ojos verdes de Valerie. Levi sonrió. Y Valerie pudo reconocer la sonrisa pérfida de Levi, esa que le hacía volver a ser el profesor insolente que había conocido a principio de curso.

Valerie terminó por acortar las distancias. Las yemas de sus dedos, frías y delicadas, se colaron por el borde de la camisa de Levi y rozaron con suavidad su abdomen. —No dejas de decir que te encantan los retos, ¿no? Pues eso es lo que pretendo: ser tu reto personal.

El rubio no se quejó por el contacto. —¿Ves cómo eres lanzada, Valerie?

Ella correspondió a la sonrisa de Levi con algo de malicia. —Hace que todo sea más divertido. —posó su barbilla en el pecho de Levi. Su mirada seguía siendo la misma, tenaz, decidida, pero su tono de voz, susurrante y algo pícaro, volvía a ser incongruente. Aprovechó la coyuntura para colocar sus manos en la cintura de Levi. 

Levi, algo incrédulo, alzó la vista al cielo y soltó una carcajada suave. Volvió a mirar a Valerie. 

—Eres... —la observó con detenimiento, intentando buscar una palabra que pudiera definirla a la perfección. 

Para él, Valerie era un enigma. Una larguísima ecuación que necesitaba resolverse con otras ecuaciones. A veces era un personaje salido de un cómic de los noventa, la típica mujer que solo estaba ahí para ser el interés romántico y desfogue del protagonista; otras, la primera chica que había sido capaz de plantarle cara, molesta como una pulga en el lomo de un perro; y, otras, era simplemente alguien amable, dulce, alguien que no le importaría tener cerca.

Valerie sacó las manos de la camisa. —¿El qué? —preguntó, sin apartar sus ojos de los de Levi. 

—Rarísima. —soltó.

Ella se apartó mientras se carcajeaba. La sinceridad y simpleza con la que Levi le había dicho aquello le resultó de lo más cómico. Tuvo que salir del personaje que había creado para reír a gusto. —¿¡Rarísima!? —repitió, entre risotadas. 

—¿Qué te hace tanta gracia?

—¿No se te ha ocurrido nada mejor...? 

Levi chasqueó la lengua y miró a su alrededor. Gracias al cielo, nadie paseaba por la misma calle que ellos. —Bueno, ¿qué más da? Eres rara. Punto.

Valerie, incapaz de volver a ser ese personaje sensual que había creado, volvió a acercarse a Levi, irritado por las risotadas de su compañera. Agarró la tela de su chaqueta e hizo ademán de abrazarle. —Perdón. —se disculpó. —Entre raros nos entendemos, ¿no?

El cardiólogo estuvo evitando la mirada de su compañera un par de segundos. Con un suspiro, resignado, giró la cabeza para ver a Valerie. Su rostro, hasta entonces sombrío, había recuperado el mismo brillo que había tenido en el bar, ese que había estado iluminando su cara durante su larguísima conversación.

—Ya que tú has puesto tus condiciones, ahora yo quiero poner las mías. Tengo la sensación de que tú me conoces demasiado, pero yo no te conozco nada. —le dijo, serio, con Valerie pegada a su costado. —Quiero- ¡No me jodas!

El pitido intermitente del buscapersonas interrumpió la noche. Valerie se apartó despacio para que Levi pudiera sacar el aparato del bolsillo de su pantalón entre improperios e insultos. Pulsó un botón y se lo llevó a la oreja ante la atenta -y curiosa- mirada de la psicóloga.

—¿Guardia? —una pausa. —No. Sí. ¿No puede encargarse cirugía general? —Valerie le vio rodar los ojos e inspirar, llenando su pecho. —Sí, voy para allá. Sí, directamente a quirófano.

Colgó. Antes de que soltara otro insulto al cielo, le preguntó, con suavidad y sin miedo a recibir una mala contestación: —¿Algo muy grave?

Levi asintió mientras guardaba el buscapersonas en su pantalón y sacaba su teléfono móvil de la chaqueta. —Sí. Estaba claro que iba a pasar. —masculló, entre dientes. Tecleó algo en su teléfono y miró a Valerie con amargura. Chasqueó la lengua, sinónimo claro de que le daba rabia tener que marcharse. —Si no quieres ver el musical sola, puedo decirle a María que te acompañe. A Eckford, quiero decir. Intimasteis bastante en el coche. Seguro que os lleváis bien.

Valerie sonrió con compasión, sintiendo algo de pena por tener que acabar la noche de forma abrupta. —Oh, bueno. Como quieras.

Levi marcó el número de su mejor amiga. Antes de que la pediatra contestara a la llamada, tuvo tiempo de terminar la frase que el buscapersonas había truncado: —Quiero más citas como esta, lejos de la Universidad y del Hospital.

La de ojos verdes pestañeó un par de veces. Tras procesar la información, esbozó una sonrisa. —Pues tendrás que currártelo e invitarme a un par de cervezas.

Levi también sonrió. —Hecho.

**********

Por qué el horóscopo no es real: levi es géminis. misterio resuelto 😀

cientos, miles y millones de gracias por el apoyo que le estáis dando a la historia. i just can't explain lo que significa para mí!!! como es el primer no-fanfic que escribo, pensaba que la gente iba a pasar de ello. Turns out, la historia estaba en el top 100 de español el otro día. muchas muchas gracias <33333 al final me tendré que dedicar a escribir obras con protagonistas moralmente cuestionables

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