A matter of heart

By thatsmyego

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Levi Braun es profesor del departamento de cardiología. Valerie Berkowitz, de Psicología. Ella le promete a é... More

prólogo
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
treinta y ocho
treinta y nueve
cuarenta
cuarenta y uno
cuarenta y dos
cuarenta y tres
cuarenta y cuatro
cuarenta y cinco
cuarenta y seis
cuarenta y siete
cuarenta y ocho
cuarenta y nueve
cincuenta
cincuenta y uno
cincuenta y dos
cincuenta y tres
cincuenta y cuatro
cincuenta y cinco
cincuenta y seis
cincuenta y siete
cincuenta y ocho
cincuenta y nueve
sesenta
sesenta y uno
sesenta y dos
sesenta y tres
sesenta y cuatro
sesenta y cinco (i)
sesenta y cinco (ii)
sesenta y cinco (iii)
sesenta y seis
sesenta y siete
sesenta y ocho
sesenta y nueve
setenta
setenta y uno
setenta y dos
setenta y tres
setenta y cuatro
epílogo

treinta y cuatro

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By thatsmyego

Ni siquiera la estridente y repetitiva alarma de su teléfono móvil fue capaz de despertar al Doctor Braun, que dormía bañado por los primeros rayos de sol de la mañana. Molesto por el ruido, fue el grande pero ágil gato blanco el que se subió a la cama de un salto. Snow demandó a su dueño que apagara la alarma dándole golpes con su pata. Levi, conocido por ser el que siempre daba las órdenes, el inexorable Doctor, obedecía tan solo a sus gatos. Quién lo diría.

El rubio paró la alarma por fin y se reincorporó en la cama con un gruñido. Snow se colocó rápidamente sobre el regazo de Levi, que no tuvo más remedio que acariciar a su gato. Una curiosa forma de dar los buenos días. 

Tras pasar por el baño, arrastró los pies hasta la cocina. Snow y Salem le siguieron de cerca, pero el gato negro terminó adelantándose y colocándose al lado de su cuenco. Al fin y al cabo, Levi llevaba años siguiendo la misma rutina junto a sus gatos: no podía pasar ni un solo minuto de las seis y cuarto sin que los felinos tuvieran su pienso servido. Levi se acuclilló para echar la comida en los tres cuencos metálicos y se dio cuenta de que faltaba el pequeño de los tres mininos. Alzó la vista para echar un vistazo hacia la sala de estar; Ginger solía quedarse cerca de la ventana, en el rascador, pero no estaba allí. El médico estiró las rodillas y, extrañado, caminó hacia el enorme ventanal.

Se giró al no encontrar a Ginger y fue entonces cuando se dio cuenta de que Valerie no dormía sola: el gato atigrado se había quedado dormido cerca del pecho de la psicóloga, cómodo, y ella se había acurrucado en una esquina del sofá. Levi se quedó observando un instante la escena. Valerie dormía con el ceño levemente fruncido, como si no estuviera teniendo un sueño del todo plácido o como si los rayos de sol comenzaran a molestarla. El gato, por otro lado, parecía haber encontrado el lugar perfecto para echarse una siesta. Levi estuvo a punto de sentarse en el sofá y reclinarse contra Valerie para comprobar si Ginger estaba en lo cierto.

Aquel pensamiento se desvaneció de la mente de Levi tal y como había llegado: rápido y sin dejar mella. Se cruzó de brazos y decidió mantener las distancias en lugar de seguir su primer plan, que era recuperar a Ginger cogiéndolo en brazos.

—Valerie. —dijo, con un volumen más bien intermedio pero tono algo grave. —Despierta.

La joven psicóloga abrió los ojos despacio en cuanto escuchó la voz del cardiólogo, demostrando que su sueño era más bien ligero. Inspiró por la nariz y soltó el aire mientras estiraba las piernas. 

—¿Qué hora es? —preguntó, llevándose las manos a la cara para proteger sus ojos del sol e intentando distinguir mejor la sombra que se situaba justo delante del ventanal. 

—Las siete. Levanta.

Valerie estaba dispuesta a obedecer, pero el gato que había dormido a su lado durante toda la noche le impidió incorporarse y destaparse. Sonrió, enternecida, y volvió a alzar la vista para mirar a Levi. 

—¿Puedes quitarme a Ginger de encima? No quiero que se despierte...

Resignado y preguntándose por qué no lo había hecho antes, se acercó a Valerie y agarró al gato atigrado con delicadeza, intentando no asustarle. Se pegó a Ginger al pecho, acunándolo como si fuera un bebé humano, y vio cómo Valerie abandonaba el sofá. Aunque en un principio iba a decirle que podía quedarse como el día anterior, cambió de idea al ver que era ella misma quien empezaba a recoger sus cosas. Levi dejó al gato en su pequeño nido, dentro del rascador en escalera situado cerca de la ventana, y arrastró los pies hasta la cocina para hacer algo de café.

—Imagino que hoy también trabajas, ¿no? —le oyó decir a la psicóloga mientras doblaba las mantas y las dejaba sobre el sofá. Ante el silencio sepulcral de Levi, Valerie sofocó una carcajada y agachó la cabeza. —No eres muy mañanero, por lo que veo. —sacudió las mantas recién dobladas— Yo vuelvo a casa, por fin.

—Ah. —masculló Levi mientras medía con una precisión enfermiza la cantidad de café molido que poner en la cafetera, una cafetera italiana de acero. 

Valerie volvió a reír. —No, no eres de mañanas. Voy a cambiarme y me marcho. —anunció, yéndose hacia el pasillo. —Ya te he molestado suficiente. 

Levi giró la cabeza para ver cómo la coautora del proyecto caminaba hacia el baño. Captó algo tremendamente inusual: Snow, en lugar de apartarse o bufar, se cruzó con Valerie y rozó su pierna, esperando a que ella le acariciara. La de melena oscura se agachó para mimar al gato de pelaje blanco, y Levi solo pudo sentir celos. ¿Cómo era posible que su propio gato se acercara más a una dichosa desconocida que a él? ¿Sería que Valerie tenía un olor distinto? ¿O era mucho más cálida que él?

—¿Valerie? —desde la cocina y sin despegarse de la cafetera, Levi alzó la voz para que la susodicha pudiera escucharle desde el baño. —¿Diste de comer a los gatos ayer? 

—¡No! —exclamó ella. Su voz sonó amortiguada por culpa de las paredes que separaban a ambos, pero Levi la oyó alto y claro. 

El dueño de los gatos abrió la alacena donde guardaba la comida para los mininos. Todo estaba en su sitio. Vio a Snow a sus pies, demandando golosinas. Levi le enseñó el índice y lo movió de lado a lado, negando al pobre gato un pequeño premio. —¿Les dejaste entrar en la habitación?

Los breves segundos de vacilación fueron suficientes para que Levi se diera cuenta de por qué los gatos adoraban tanto a Valerie: les había permitido entrar donde no debían. El rubio abandonó la cocina y, lo más rápido que pudo, abrió la puerta de la habitación que guardaba todos sus secretos. Y su adolescencia. 

—¿Eh? ¿Qué has dicho? —soltó Valerie, fingiendo ignorancia.

Algunas figuras, aquellas que no estaban guardadas en las vitrinas, estaban tiradas sobre el suelo; algunos póster, rasgados o despegados de la pared; y la tapicería de la silla de su escritorio, llena de pelos de gato. Levi inspiró profundamente y se contuvo para no pegar un golpe a la puerta. Cerró los ojos y contó hasta tres.

—Voy a matarte. Voy a putearte todo lo que pueda, juro que haré que sufras-

Valerie, vestida con su jersey blanco y pantalones vaqueros, salió del baño y abrió la boca, sorprendida, al ver cómo los gatos habían destrozado el pequeño santuario friki del Doctor Braun. Él se giró hacia ella, que solo pudo agitar la cabeza.

—No, no he sido yo. ¡Yo no he abierto la puerta! —se defendió, haciendo un puchero.

Levi inclinó la cabeza hacia un lado. —¿Crees que soy imbécil? ¿¡Crees que no me iba a dar cuenta!?

La psicóloga sabía que había metido la pata hasta el fondo: primero, porque Levi no estaba intentando ocultar aquella sala como ella creía, sino porque intentaba protegerla de los zarpazos de sus gatos; segundo, porque la culpa era suya al cien por cien. Sin embargo, su orgullo no le iba a dejar admitirlo. Además, si decía la verdad, su plan peligraría. Se acercó a él negando con la cabeza y mirándole con ojos casi llorosos.

—De verdad, yo- yo no hice nada. Te lo prometo. Si quieres, puedo ayudarte a limpi- —se detuvo a mitad de la frase porque Levi le dio la espalda. Seguramente tenía tanta rabia acumulada en el cuerpo que ni siquiera era capaz de dirigirse a ella. —Mejor me voy.

—Sí. Y ni una palabra sobre esto en la Facultad.

Valerie hizo ademán de marcharse hacia la sala de estar, pero se detuvo y volvió a mirar a Levi. Llamó su atención dándole un par de toques en el hombro. 

—Gracias por dejar que me quedara. Y por la cena. —le mostró su dedo vendado y lo señaló con la mano contraria. Esbozó una sonrisa sincera, algo amarga. —Y por los puntos. 

Levi era todo un cóctel de emociones. Enfado, rabia, algo de resignación, celos... Y aun así, fue capaz de asentir despacio, de forma sutil, y de musitar un suave ''de nada''.  La sonrisa de Valerie se ensanchó. Se despidió de él, agarró su bolsa de deporte, acarició por última vez a Snow, se calzó, se puso el abrigo y la bufanda y abandonó el apartamento del Doctor Braun para no volver en un largo tiempo. 

Mientras caminaba hacia los ascensores por el largo pasillo, sacó su teléfono móvil de su bolsa y buscó el contacto de su mejor amigo. 

Valerie no podía dejar de sonreír, triunfante. 

Benny 💞

Cambio de planes

07:26

Hacer daño al Doctor Braun es muuuuucho más simple de lo que creía

07:26

Una miradita y ya está en el bote!!

07:26

**********

El proyector del anfiteatro 3 mostraba sin censuras la bandeja de entrada de la profesora Berkowitz, que no era especialmente habilidosa con las nuevas tecnologías y sufría el riesgo de que sus alumnos vieran sus fotos guardadas en la nube en el momento más inesperado. Un correo electrónico llamó la atención de tres de las alumnas que se sentaban en primera fila. Cuchichearon entre ellas.

—Chicas, os puedo ver. —dijo Valerie, riendo. Cerró la ventana. —¿Había algo vergonzoso en mi email? 

Una de ellas agitó la cabeza. —No, solo la invitación al baile de Navidad.

Valerie enarcó las cejas. —¿Hacéis eso en la universidad? ¿No es algo que se hace en el instituto?

—¡El med ball! —explicó una de las alumnas. —El baile y la cena para los que estamos justo a mitad de la carrera.

El med ball era uno de esos actos institucionales que la hermana de Valerie catalogaría como ''asquerosamente yanqui''. Un baile lleno de confeti, canapés y mucha rimbombancia  donde los alumnos de tercero de Medicina celebraban haber llegado al ecuador de su carrera universitaria. Una forma de juntar a alumnos y docentes fuera de las clases y del hospital. Una forma más de demostrar que Harvard era de las mejores universidades invitando a celebridades y contratando a camareros expertos en realizar cócteles. Una excusa para que las chicas se compraran un vestido bonito y para que los chicos se acercaran a la compañera de clase que tanto les gustaba. Justo, justo como en el instituto.

ㅡ¿Irás con pareja, profesora? ㅡpreguntó otra de las chicas.

Berkowitz soltó una carcajada, algo sorprendida por lo directa que había sido su alumna. ㅡBueno, depende de su agenda.

Valerie pensó que aquello del med ball no iba a suscitar tanta expectación entre el cuerpo docente, pero se equivocaba. Después de terminar su última clase, se acercó hasta la sala de profesores para servirse algo de café. Le sorprendió ver a todo el mundo hablando sobre las invitaciones casi más que ver a Levi sentado en una de las sillas situadas alrededor de la enorme mesa ovalada. Sorbía café despacio mientras leía algo en su portátil e ignoraba las voces de la sala.

La última vez que habló con él fue en su apartamento, y ya habían pasado unos cuantos días de aquello. Con su vaso de cartón en la mano cargado de café caliente, Valerie decidió seguir con su plan y se acercó a Levi. Arrastró una de las sillas por la moqueta y se sentó en ella, a su lado. 

ㅡ¿Qué tal? Hace mucho que no hablamos. Ni siquiera me escribes para recordarme que haga los registros de las sesiones.

Levi ni siquiera se dignó a mirarla. ㅡNo te escribo porque ya estoy viendo lo que haces. ㅡle dijo.

Ah, claro, controlándome a su manera, como siempre. Valerie esbozó una sonrisa. ㅡPor cierto, ¿vas a ir al baile?

ㅡEstoy ocupado. No voy a ir.

Valerie sonrió. —Dijiste lo mismo cuando te ofrecieron ir a Nueva York, así que no me fío de ti.

Un afable hombre mayor, de los pocos que Valerie consideraba simpático, profesor del departamento de Psiquiatría, se acercó a ellos con un periódico en la mano. Saludó a ambos y se sentó justo a la derecha de Valerie, que se giró hacia él sin perder la sonrisa. Levi, por el contrario, respondió al saludo con un bufido.

—Hacía tiempo que no nos veíamos, Doctor Braun. —comentó el hombre, mirando al cardiólogo a través del grueso cristal de sus gafas. —Todo lo que sé de usted lo sé por Berkowitz. —dijo, cruzando una mirada rápida con la susodicha, que sonrió. —¿Hablaban del baile? Es el tema del día.

—¿Usted acudirá? —preguntó Valerie. Todos los profesores estaban hablando, de una forma u otra, del famoso med ball, así que terminó teniendo algo de curiosidad por el asunto.

El psiquiatra rio. —¡Estoy mayor para esos trotes! ¿Y usted, Berkowitz? Imagino que, si acude, lo hará con su prometido.

Valerie miró de reojo a Levi, sabiendo que él había continuado diciendo por ahí que la psicóloga estaba a punto de casarse. Sí, ella misma se lo había pedido, pero tampoco quería -ni necesitaba- que la mentira durara años. El rubio se inclinó ligeramente hacia delante para dejar de estar escondido detrás de la pantalla de su portátil. —Debe estar ocupadísimo en Nueva York.

—Ah, ¿y eso? Es una pena que se pierda el baile.

—Trabaja. —respondió Valerie, escueta. 

—Era...¿En qué trabajaba? No me acuerdo... —soltó Levi, con una mezcla de inquina y picardía. 

Valerie buscó con su pie el de Levi y le dio una patada por debajo de la mesa. Él escondió una sonrisa y ella fingió una. 

—Es director de ventas de una marca de ropa de deporte. 

—Guau, qué importante. —dijo el cardiólogo, con un tono hirientemente irónico. — Entonces no puede ser tan joven como tú. ¿No dijiste que tenía como... sesenta años?

—Tiene treinta. Treinta recién cumplidos. —Valerie alzó la voz más de lo que había planeado, indicativo de que no iba a seguir más el juego. 

—¿Y cómo es que ha venido hasta aquí estando prometida, Berkowitz? —preguntó el psiquiatra.

—Eso, Valerie. ¿Por qué has dejado a tu prometido solo en Nueva York? ¿No os ibais a casar pronto...? 

La psicóloga de cabello oscuro forzó tanto su sonrisa que terminó siendo una mueca. Sin quererlo, tuvo que inventarse una historia completa y lo suficientemente convincente sobre su futuro marido: por qué ella se había mudado a Boston, cómo se conocieron e incluso sus planes de futuro, que iban más allá del matrimonio. Cuando el profesor de Psiquiatría pareció satisfecho con el relato, Valerie se excusó y abandonó la sala de profesores, dejando su café sobre la mesa redonda. 

*****

Levi, con un café en la mano, recorrió todo el pasillo de los despachos de la última planta hasta llegar al final, donde se situaba la estrecha y vieja puerta de lo que antes era un almacén. Llamó.

—Adelante. —ordenó una voz suave desde el interior.

Abrió la puerta y se quedó apoyado en el marco de esta, esperando a que Valerie reparara en él. La joven psicóloga alzó la vista y se topó con un Levi con aire chulesco, altivo, como si la bata blanca que llevaba sobre su sudadera y vaqueros le diera, además de más estatus, superpoderes. Valerie se preguntó qué había pasado con el Levi accesible de días atrás. Quizá el problema era la Facultad, donde su pertenencia a la élite se veía mucho más reforzada.

Levi alzó el vaso de cartón que había llevado hasta ahí. —Tu café.

—Gracias, pero ya he tomado. —mintió, volviendo a prestar atención a los trabajos finales que estaba corrigiendo. —¿Algo más que decirme?

Al rubio no le quedó otra que acercarse al escritorio de Valerie para dejar el café sobre la madera, lejos de una torre de libros. Guardó sus manos en los bolsillos de la bata y se dio la vuelta, dispuesto a irse; ya había cumplido su cometido, así que no tenía por qué quedarse allí.

Sin embargo, justo antes de que volviera a cruzar la puerta, Valerie le llamó. Su voz le hizo pararse en seco. Se giró y vio cómo, seria, apartaba su ordenador portátil hacia un lado. Levi esperó a que le dijera algo. 

—¿Qué? —urgió, impaciente.

—La próxima vez que tengas que decir algo sobre mi prometido, di que no lo sabes. Deja de soltar estupideces. —dijo ella. Después, inclinó ligeramente la cabeza hacia un lado, haciendo una especie de puchero, como si quisiera que Levi se compadeciera de ella. —Pensé que estábamos en tregua. ¿Por qué dices esas cosas si sabes que me van a dañar?

Levi se encogió de hombros. —Es lo que querías, ¿no? Que todo el mundo creyera que estás prometida. 

—Pero no te dije que dieras toda clase de detalles absurdos. Ahora se creerán que he asaltado un asilo para buscar a un marido, además del tema de que soy infiel y una busca-ruinas. —le recordó. 

—La gente no es idiota, Valerie. Saben que lo que les digo es inverosímil. 

—Mmh, ya. Tú mismo me lo dijiste: ¿A quién creerán? —parafraseó— ¿a la novata o al médico estrella de la Facultad? Todo lo que tú dices tiene potestad. Lo que yo digo, en cambio, se olvida rápido.

El rubio se cruzó de brazos, poniéndose a la defensiva. —Ya, pues entonces no es mi problema que sí sean idiotas.

Valerie esbozó una sonrisa. —Pero tienes razón. —y odio tener que dártela—La gente se cree mi versión. Y se la cree tanto que ahora solo quieren saber cosas sobre mi próximo y exitoso marido.

—Pues ya está, ¿no? Has conseguido lo que querías. Listo. 

La carcajada sonora pero algo amarga de Valerie resonó por todo el despacho, puede que también por el pasillo, e hizo que Levi enarcara las cejas, incrédulo. ¿Por qué se reía si en teoría no le hacía gracia?

—Sí, ya, bueno, pero ahora tengo otro problema. Ahora el importante es mi marido. Todo el mundo me pregunta por él.

No importa que esté haciendo un proyecto y que lo haya presentado en un congreso, ni que tenga publicaciones, ni que sea la única con un alto porcentaje de aprobados en mis clases. Otra vez, volvía a estar eclipsada por un hombre. Supeditada al éxito de alguien que ni siquiera existía. Cuestionada porque había abandonado a su supuesto marido en una ciudad inmensa a cinco horas en coche. 

—Al menos nadie va diciendo por ahí que estás aquí por...

—¿Mamártela? —completó Valerie. Hizo una mueca. —Sí, que ahora se piensen que soy una mala prometida es el precio que he tenido que pagar para que dejen de emparejarnos. 

Levi no tenía nada que añadir. Después de tanta información, se sentía algo abrumado. Se dio la vuelta para ir hacia su despacho, pero volvió a quedarse parado justo antes de llegar a la puerta. Sin mirar a Valerie y rompiendo el silencio algo incómodo que se había colado en el despacho, preguntó:

—¿Irás al med ball?

Valerie hubiera vendido uno de sus órganos vitales solo para poder ver la cara de Levi y no su espalda, para poder analizar bien su rostro y entender por qué le hacía esa pregunta. Sintió que estaba regresando a su época adolescente, cuando, durante el inicio del curso, algunos chicos comenzaban a preguntarle si iba a tener acompañante para el baile de Homecoming

—No lo sé aún. —respondió, sincera. Apoyó los codos en la mesa y hundió su barbilla en el dorso de sus manos entrelazadas. —¿Por qué quieres saberlo?

—María va a ir y me ha dicho que te pregunte. 

Era mentira: su mejor amiga nunca acudía a la celebración porque no era personal docente o investigador de Harvard. 

—Ah, bueno. Dile que si no tiene pareja, no me importa acompañarla. Total, mi prometido va a estar en Nueva York...

Levi sacó el teléfono móvil del bolsillo superior de su bata y lo desbloqueó. —Vale.

Dejó el despacho de Valerie mientras fingía escribir un mensaje. 

**********

La historia ha llegado a estar en el #200 del tag español AND THATS HUGE. GRACIAS!!! <3<3<3<3<3 Y EN EL #500y pico DE AMISTAD DE UN TOTAL DE 150K HISTORIAS? ESTOY FLIPANDO???

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