A matter of heart

By thatsmyego

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Levi Braun es profesor del departamento de cardiología. Valerie Berkowitz, de Psicología. Ella le promete a é... More

prólogo
uno
dos
tres
cuatro
cinco
seis
siete
ocho
nueve
diez
once
doce
trece
catorce
quince
dieciséis
diecisiete
dieciocho
diecinueve
veinte
veintiuno
veintidós
veintitrés
veinticuatro
veinticinco
veintiséis
veintisiete
veintiocho
veintinueve
treinta y uno
treinta y dos
treinta y tres
treinta y cuatro
treinta y cinco
treinta y seis
treinta y siete
treinta y ocho
treinta y nueve
cuarenta
cuarenta y uno
cuarenta y dos
cuarenta y tres
cuarenta y cuatro
cuarenta y cinco
cuarenta y seis
cuarenta y siete
cuarenta y ocho
cuarenta y nueve
cincuenta
cincuenta y uno
cincuenta y dos
cincuenta y tres
cincuenta y cuatro
cincuenta y cinco
cincuenta y seis
cincuenta y siete
cincuenta y ocho
cincuenta y nueve
sesenta
sesenta y uno
sesenta y dos
sesenta y tres
sesenta y cuatro
sesenta y cinco (i)
sesenta y cinco (ii)
sesenta y cinco (iii)
sesenta y seis
sesenta y siete
sesenta y ocho
sesenta y nueve
setenta
setenta y uno
setenta y dos
setenta y tres
setenta y cuatro
epílogo

treinta

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By thatsmyego

Los días pasaron con más pena que gloria: Levi recuperó su coche pero también su mal humor, y Valerie comenzaba a sentirse cada vez más nostálgica. Echaba de menos la Gran Manzana y, teniendo en cuenta que era la víspera de Acción de Gracias, a su familia. Una simple llamada por teléfono no arregló las cosas -de hecho, las empeoró- y a Valerie no le quedó otra que quedarse en su sofá, envuelta en una manta y con el portátil sobre el regazo, registrando las sesiones que había llevado a cabo con los pacientes del estudio. 

Su cena, como de costumbre, consistió en algo de comida a domicilio y en una copa de vino que le sentó algo mal. Nada de estofado, nada de una cena especial hecha por su madre. Decidió que lo mejor era irse a dormir lo antes posible, así que limpió los cubiertos que había utilizado y se marchó a la cama.

A pesar de haberse prometido a sí misma que no volvería a caer en los viejos trucos de buscar validación masculina, la melancolía y la soledad le hicieron abrir Tinder mientras se hundía en el mullido colchón de su habitación. Las sábanas envolvieron a Valerie y ella, en la semioscuridad de su cuarto y con su pijama de franela, comenzó a deslizar hacia la derecha, esperando que alguno de sus match fuera, al menos, mayor de veintiún años. 

La noche comenzó a cerrarse y Valerie aún no encontraba el sueño. Había iniciado un par de conversaciones con un par de chicos lo suficientemente divertidos como para despertar su interés. Con expresión seria y sin un ápice de emoción en el rostro, Valerie fue capaz de conducir las conversaciones hacia donde ella quería, sin dificultad alguna. Lo más probable era que, después de aquello y del ''nos veremos pronto'' que envió a ambos, la psicóloga no diera señales de vida. Ya le habían entretenido lo suficiente. Sabía de sobra que no era algo honesto y estaba intentando trabajar en ello, pero ¿qué era una psicóloga sin problemas?

El reloj marcó la medianoche y el teléfono de Valerie empezó a quedarse sin batería. Ella, resignada, estiró el brazo para buscar el cargador del móvil, normalmente situado sobre la mesilla de noche, pero no lo encontró. De no haber sido por las conversaciones en Tinder y por haber dejado el cargador en la sala de estar, Valerie se hubiera asustado mucho más al oír los golpes y gritos en la puerta de su apartamento.

Vivía en una calle céntrica, ruidosa, en un edificio viejo donde las paredes eran de papel; se había acostumbrado a los sonidos de tal forma que ignoró las sirenas que sonaron justo debajo de su apartamento. Y también ignoró el irritante y metálico sonido de la alarma de incendios. 

—¡Bomberos! ¿¡Hay alguien dentro!?

Valerie abrió la puerta con el cargador de su teléfono en la mano. Se encontró con dos hombres altos, pertrechados con bombonas de oxígeno y cascos rígidos de color amarillo. No era muy difícil comprender que había sucedido algo grave. Valerie echó un vistazo rápido por el pasillo y vio a otros dos hombres comprobar si había gente dentro de las viviendas.

—¿Qué ha pasado? —logró preguntar, entre angustiada y aún algo suspicaz. Si aquello era un robo, le parecía demasiado elaborado. Era más costoso conseguir el equipamiento y las placas del cuerpo de bomberos de Boston que encontrar algo de valor en casa de la psicóloga. 

—Un incendio en las plantas de abajo, señorita. —le informó uno de los hombres, el que parecía más mayor— Debe desalojar su vivienda; derrumbe y, además, no es seguro quedarse aquí mientras el incendio esté activo. 

—Oh. —musitó Valerie. 

—Dese prisa. —urgió el bombero. —Tiene un par de minuto para llevarse lo necesario. 

Valerie apenas tuvo tiempo para ir corriendo a por su móvil y a por una mochila que llenó con algo de ropa interior y las primeras prendas que encontró. Correteó por su habitación y se llevó un par de álbumes -por si acaso-, su CD más preciado -un disco firmado por nada más y nada menos que Justin Bieber-, su pasaporte y unos cuantos ficheros de pacientes. Se colgó la mochila a un hombro. Al otro, se colgó el bolso con el que iba a trabajar. Guardó su portátil dentro, se aseguró de que su cartera y llaves estaban ahí y agarró su abrigo favorito. Se calzó y salió junto al bombero justo cuando este ya empezaba a bramar sandeces. El hombre acompañó a Valerie hasta la calle, donde el resto de vecinos miraban con desconsuelo cómo las llamas engullían los dos primeros pisos del edificio. 

Todo el mundo se quedó cerca de las viviendas mientras los bomberos luchaban por apagar el fuego. Valerie, casi sin darse cuenta, ejerció de psicóloga de emergencias. Se sentó al lado de una de sus vecinas, al borde de un ataque de pánico, y se quedó con ella hasta que llegaron el resto de servicios de emergencias. Algunos voluntarios de la zona repartieron comida y mantas para sobrevivir a la gélida madrugada de aquel día. 

En cuestión de minutos, los bomberos anunciaron que habían extinguido el fuego. Se escucharon aplausos, vítores y, sobre todo, muchos suspiros de alivio. No había que lamentar muertos, aunque sí un par de heridos y daños personales. 

Valerie estaba dispuesta a volver a su cama cuando, de repente, un hombre anunció: —¡Los vecinos del bloque 2 no pueden volver a sus viviendas hasta que se elimine el peligro de derrumbe! Repito: los vecinos del bloque dos no pueden volver a sus viviendas hasta próximo aviso. ¡Hay peligro de derrumbe!

La de melena azabache suspiró, viendo cómo el vaho que salía de su boca se disipaba igual que lo hacía la débil columna de humo que ascendía hacia el cielo. Un policía y varios bomberos tomaron sus datos, le repitieron que existía riesgo de que el bloque se viniera abajo y que por eso, hasta que los ingenieros y arquitectos encontraran una solución, debía buscarse otro lugar para pasar la noche. Y, probablemente, el resto de la semana.

Fue entonces cuando se dio cuenta de que realmente estaba sola.

Si estuviera en Nueva York, podría haber ido a casa de Benny. O a la de su hermano, o a la de sus padres, o a la de sus amigas del instituto, o podría pasar la noche en vela en el piso de estudiantes de su ligue. Pero allí, en Boston, aquello no era factible.

Quizá debía reanudar su conversación con el chico que, según su perfil de aquella aplicación, era abogado. Tal vez no era tan mala idea enviarle un ''hey, ¿te apetece ver una peli en tu casa?'' y así poder tener, al menos, un techo y cuatro paredes donde cobijarse. Pero a lo mejor era demasiado arriesgado. 

Valerie aún no conocía Boston como conocía Nueva York. Y eso le hacía sentir insegura.

No quería pasar la noche con un desconocido, aunque ya lo hubiera hecho varias veces; con tanta incertidumbre encima, lo único que quería Valerie era sentirse a salvo, no estar alerta en el apartamento de un abogado que, seguramente, simpatizaba con los protagonistas de películas misóginas. Además, no tenía la cabeza como para pensar en escenas eróticas. Solo le preocupaba una cosa, y era que toda su vida y todo su trabajo no se derrumbaran con los cimientos del edificio. 

Encontrar una habitación en un hotel cercano a un precio razonable tampoco era algo viable: los Celtics habían jugado aquella misma noche contra los Bulls y la ocupación rozaba el cien por cien. Valerie maldijo a la liga de baloncesto entre dientes y optó por su ultimísima opción.

*****

Valerie habría preferido pasar la noche en su coche, muerta de frío, a tener que presentarse en uno de esos rascacielos del Downtown. Puso el freno de mano, agarró sus cosas y salió del aparcamiento situado en los bajos de un enorme edificio, altísimo, de aquellos que daban vértigo con tan solo mirarlos y en los que solo vivían brókeres de bolsa, magnates y médicos con mucho, mucho dinero. Caminó hasta una puerta de cristal que tenía una cerradura digital. Tecleó el código que le habían indicado y pasó hacia el interior del edificio, cuyos pasillos, anchos y con suelo de mármol, estaban plagados de cámaras. Sin saber muy bien cómo, Valerie encontró un ascensor. Lo llamó y se subió. 

Durante todo el camino a la septuagésimo cuarta planta estuvo preguntándose qué hacía allí. Cuando las puertas del ascensor se abrieron con un suave pitido, Valerie supuso que no había vuelta atrás.

Su noche estaba alcanzando un nivel de surrealismo insospechado. Primero, una conversación con un abogado que resultó ser un menor haciéndose pasar por adulto; luego, un incendio y un desalojo temporal; y por último, pasar la noche nada más y nada menos que en casa del Doctor Braun.

Sí, inesperadamente, Levi había enviado su dirección a Valerie. 

Ella le envió un mensaje con muy poca esperanza. Teniendo en cuenta que era una persona con una rutina de lo más rígida, lo más lógico era que estuviera dormido, pero, contra todo pronóstico, contestó. Valerie le explicó la situación con un texto bastante conciso. Y después de casi veinte minutos, la psicóloga recibió las instrucciones para llegar hasta el apartamento del cardiólogo. 

Y, sin comerlo ni beberlo, Valerie estaba tocando el timbre de la casa de Levi. 

Ella estaba nerviosa, casi más que cuando se presentaba a una cita a ciegas. Tenía ganas de conocer cómo era el hogar de Levi, pero por otra parte detestaba estar allí. Inconscientemente, se pasó la mano por el pelo para peinárselo. Justo después, la enorme puerta de color negro, a juego con el resto del pasillo, se abrió. 

—Guau —fue lo primero que dijo Valerie, entrando a la casa y sin apenas fijarse en su compañero. Dejó la mochila y la bolsa en el suelo y se quedó admirando las vistas del apartamento. —Pues sí que te pagan bien las guardias, sí. 

Un apartamento situado en la esquina del edificio, con grandes ventanales y una vista espectacular de la noche de Boston. Valerie incluso pudo ver el río y las luces del resto de edificios reflejadas en su agua. Techos altos, paredes pintadas de un color grisáceo y planta abierta, con una gran encimera oscura separando la cocina de la sala de estar. Sofá negro como la tapicería de su coche. Los muebles suficientes para hacer un uso funcional del apartamento. Todo limpio y brillante a pesar de ser oscuro. Ni una sola mota de polvo. Un ligero olor a limpio, como si acabara de hacer la colada. Era un lugar muy acorde a la estética y personalidad de Levi. Era un apartamento totalmente opuesto al de Valerie, lleno de cuadros, alfombras, plantas y objetos que nunca había usado. El de Levi era más similar a un quirófano que a una casa, y el de Valerie... a una tienda de antigüedades. 

—Mmh, ya. 

Valerie se giró hacia Levi esbozando una sonrisa algo tímida. Él llevaba un pijama de punto de manga larga, negro, y no parecía muy contento. 

—Gracias por dejar que me quede. —comentó Valerie, sincera. Se dio cuenta de que la seriedad de Levi no era más que una fachada para ocultar su sueño. Se compadeció de él. —¿La habitación de invitados?

—No tengo. —Levi señaló el enorme sofá situado frente a la televisión. —Tienes que dormir en el sofá. 

La psicóloga no estaba en posición de protestar, así que asintió. —No me importa.

Ojeó la estancia más a fondo aprovechando que Levi se había ido de allí. Vio una estantería rectangular, baja, que contenía varios libros -entre ellos, atlas de anatomía- y sobre la cual descansaba un tocadiscos antiguo pero cuidado. Distinguió algunas portadas de los vinilos que estaban posados en un lateral de la estantería. Rock clásico. También le pega.

Levi apareció por el pasillo con un par de mantas. Las lanzó al sofá y, acto seguido, señaló con el pulgar el pasillo por el que había venido. ㅡLa puerta de la derecha es el baño, ㅡsu frase se vio interrumpida por un bostezoㅡ así que la dejaré abierta. Las otras dos puertas están prohibidas.

Valerie enarcó las cejas. ㅡ¿Prohibidas?

ㅡSí. No entres. ¿Qué no entiendes?

ㅡVale, vale. No entrar en las habitaciones cerradas. ¿Hay fantasmas o algo así?

Levi fulminó con la mirada a la de cabello azabache. Era tarde, su día había sido eterno y solo quería irse a dormir. No estaba dispuesto a aguantar comentarios pasivoagresivos, y tampoco tenía muchas ganas de discutir para desquiciar a Valerie.

ㅡNo. Simplemente, no entres.

Valerie, puede que dejándose llevar por los nervios, soltó: ㅡUy, ¿no será que tienes una habitación especial como la de Christian Grey?

ㅡJoder, qué vergüenza ajena. Ni siquiera mis pacientes de cincuenta años me dicen esas cosas. ㅡbufó Levi, que arrugó la nariz y luego agitó la cabeza, decepcionado. Se giró y se fue hacia el final del pasillo. ㅡBuenas noches.

La psicóloga vio cómo Levi se encerraba a cal y canto en la habitación del fondo del pasillo, dando un portazo. Valerie se golpeó la frente con la palma de la mano, avergonzada y sonrojada por primera vez en mucho tiempo. No sabía por qué había dicho aquello, pero estaba claro que a Levi no le había hecho ni pizca de gracia.

Cuando pensaba que ya le tenía en el bote, daba un paso atrás.

Valerie se descalzó e intentó ponerse cómoda. Sabía de sobra que no iba a dormir por culpa del bochorno, pero de todas formas, apagó la tenue luz que iluminaba la sala de estar. Se tumbó en el sofá y se quedó admirando las luces de aquella víspera de Acción de Gracias.

**********
Vale. En el próximo capítulo descubriréis dos facetas de Levi que creo que nadie se espera... pero si repasáis alguna conversación que ha tenido con maría podréis imaginaros una de ellas 💋💋 que esconderá don levi en las habitaciones? Chanchanchaaaaaaan

Que empiecen las apuestas!!!

Yo digo que esconde a su abuelita con demencia 😔



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