Psiquiatría: La búsqueda de l...

Galing kay Vilkodama

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Sissel, el joven humano amable, estaba ahí otra vez, con su cabeza gacha, enmudecido, luchando por asír la lu... Higit pa

Dedicatoria
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Galing kay Vilkodama

--Esta cajita parecerá menos que nada ante sus ojos, pero en ella está procesada cuidadosamente un potente psicotrópico del que ha sido prohibido su uso en muchos estados, incluido el nuestro-- se saboreaba los labios con ruindad. Tiró cierta cantidad de braza fosforescente al contraer la boca, la pisoteó, y agregó:-- Su medicación es ilegal, por eso las marcas no se arriesgan a producirla en masa por miedo a ser demandados o a que les quiten el permiso a la venta de fármacos. Eso hace que encontrar una caja impoluta sea un reto aún más difícil que hallar uno de los grimorios prohibidos por la iglesia que circulan en el mercado negro: que el original libro de la reforma protestante, el martillo de las brujas o el mismo Vermis Mysterris. ¡Patrañas! No son la gran cosa, en comparación con los efectos de esta droga clandestina.

En un extraño movimiento en el que acunaba el fármaco entre ambas falanges en su pecho, sus hombros se contrajeron de golpe como los de un compactado cadáver en un estrecho ataúd que no repara en la comodidad, flexionando su cuello en círculo, lento, mioclónico, tan solo una vez en el sentido de las agujas del reloj, y en una tambaleante sacudida de rodillas, hasta que al centrar la vista, rumoró tenebrosamente:

--Esto, es un grano del paraíso entre nuestro yermo infernal. Muchos darían hasta su vida por una sola pastilla. Yo no quiero sus esencias, pero... ¿Qué hay de ustedes? ¿les gusta ser quienes son?

Su paso se marcó con cada pisada insonora, llegando a donde Kris, y sin decirle nada, abrió la caja y le depositó en el dorso de su palma amarillenta, una insignificante pastilla recubierta de una dura capa brillante como el esmalte de un lustroso molar arrancado. Repitió en su paso lateral lo mismo con Susie. Pronto le seguiría Noelle, Berdly, Catti, Jockington (del que solo dejó puesta la dosis en el asiento de su silla cuando Cogger direccionó por su frente hacia los restantes). El final del rito fueron Ralsei, y Sissel. El óvalo, su color de pulido alabastro prohibido, convertían a esa panacea artificial de la convexa cavidad de la mano de Sissel, en un peso muerto de toda una vida llena de males psicológicos, de efectos y trastornos, de ataques, de ser quien era. Una falsa ventana, hacia ese paraíso. El miedo reptó en el lugar, siendo notado en el silencio de la entidad. Estaban frente a un loco único y especial que engendraba un mal cariz. El Salvador de lo insólito estaba trabajando.

--Es esto, lo que han estado buscando por largo tiempo. Pues aquí lo tienen, mis fieles e incansables borregos. La crème de la crème está a su alcance: esto los inducirá a la felicidad que no les puede proporcionar esa verdad propia; se convertirá en su nueva realidad de la que no deberán usar ni siquiera un gramo de la materia gris. Subsistir ya no será una labor engorrosa de la que temerán. La bipolaridad ya no será un problema, los trastornos psicóticos y esquizofrénicos serán cosa del ayer; la alimentación cederá o desistirá sobre los débiles; el miedo será menos que un borroso recuerdo tras el vidrio impregnado de mugre; y la verdad, nunca existirá la verdad de lo que anhela el corazón. Al final, no les importará nada más que cebarse las drogas. Nunca será suficiente empastillarte hasta las cejas; querrán más, su cuerpo se los pedirá, se los exclamará con poderosa abstinencia de la que no podrán soportar, hasta que la carne palpitante estremezca como la un gusano sobre la tierra árida e hirviente, y nunca acabará...

Con escalofríos de horror, el grupo estaba en estado de shock, y el aire se tornó pesadillescamente denso como si inhalaran aceite. Pronto, un estridente llanto de dolor y nitidez viviente envolvieron toda la insonora sala con sinceridad del pavor.
Era la zozobra de Ralsei.
Sus lágrimas estaban anegando su control, al borde de temer por la vida. No quería ser un ser sin mente, y sin emociones. Quería ser la ayuda médica del mañana, y sonreír bajo los brillosos trazos de una que ha estado buscando su conciencia por décadas. Sueña con encontrar lo que compromete a sus emociones. Y ahora, teme.

--Consume la pastilla, y no necesitarás ver la verdad más banal de todas las que has estado buscando, ciego señorito-- instó Cooger como la voz del mal sin que se hiciera presente la del bien desde el otro lado. En movimiento teatral arrojó lo que la excitación le llevó a quemar todo el cigarrillo, tirando la húmeda colilla mordída sobre el repugnante cenicero cuan igual a un panteón de ceniza lleno de lápidas olvidadas por la identidad--. Es tu boleto hacia la libertad.

--No, No, por favor --respondió Ralsei, alejando la pastilla de su vista, sin soltarla. Sus ojos claros estaban anegados, empañando ligeramente el interior del cristal de sus lentes.-- No nos obligue a esto. No podría soportar una vida así.

--Oh si lo harás, al igual que todos-- contradijo--. Tú lo harás, y te seguirán. ¡Hazlo ahora!

--¡No!

Las ocho silabas palpitaban en mazazo los tímpanos del humano. Podía oír el flujo de la sangre recorrer sus sienes con presión y adrenalina   brutal, y tiritarle el ojo en mioclona reacción. La vista se le estaba ensombreciendo con la inclinación de su cabeza, causa del zumbante cerebro y los precursores de un ataque. El orbe y su luz así perdían realidad material, se alejaban de su entorno, su pecho se apretaba como una bola de cartón arrugado, y aquellas palabras que sepultaron a un mal patriarca en la penumbra de la crianza maternal, ahora estaban siendo profanadas en las oscuras regiones del cerebro de Sissel bajo la sepulcral luna llena, socavando en la inmundicia de la tierra infértil, despertando lo que no debe ser despertado jamás:
      El origen del Trauma.
      <<Eres una p*rra estúpida! Tú mataste a nuestro hijo. Por tu culpa el pequeño Ángel no está con nosotros>>

--¡No me hagas repetirlo!-- le advirtió Cogger. En seguida, miró al resto, girando de pie en desacompasado reflejo neurótico:-- ¡Todos, a lo mismo! Los compulsivos, los bipolares; tú, oronda gatita, te gusta, te gusta comer, porque tienes miedo, bueno, pues ¿a qué esperas? Consume la droga exigua a tu apetito habitual...

Sissel estaba perdiendo el ritmo en su respiración desde la silla. La arritmia daba saltos irregulares en su caja torácica, el sudor helado estaban llenado de micro cúmulos, la tersa piel de su cuerpo. El frío, la sensación de una abertura de carne y hueso de su pecho empalado. El asco de la presencia. El recuerdo seguía reverberando en su cabeza como gritos inagotables.
      <<Por tu malnacida salud el niño terminó pagando las consecuencias. ¿Y ahora quieres dártelas de buena madre con esa asquerosa cría humana? Debería darte vergüenza, estúpida p*ta>>.

--Traga la pastilla, Catti-- recomendó Cooger sin abandonar el rostro de la protervia.

--Señor Cogger, no... esto... no está bien...--Catti se puso a llorar. Estaba asustada.

El dolor de la respiración se le complicaba paulatinamente a Sissel, mal logrando insuflar, transformando las paredes pulmonares en astillas de vidrio en agónico silencio. Oía, podía escuchar a Cooger en su lenta perdida, de la que se hallaba en medio de toda la niebla negra de su hiperventilación, como una diminuta luz de vela que trata de disipar el manto de las pesadillas. Cooger, durante todo este tiempo ha convencido de que sus inmorales prácticas son la auténtica salvación. Lo catastrófico es que ha estado dándoles mierda a sus pacientes y todos la han aceptado sin cuestionar por fe de la cual ya es errada. Una desalentadora impresión dañó al humano, al comprender de que también al lobo le encantaba jugar con la sucia mentira y con los sueños de otros, y eso era aún peor...

--¡El tiempo apremia, señores!-- recordó Cooger con exclamaciones-- La pastilla bajo la lengua, ¡ya!

En la sala se arremolinaban los llanos de Ralsei y de Catti, y el suspiro de todos los que respetaban el pacto del silencio con el alienista. El lobo amedrentaba e insistía ante el voto de lealtad sobre la integridad. Nadie decía nada. Ralsei, con los lagrimales escocidos, y sus mejillas cubiertas de lagrimas, no pudo soportar la presión. Arrojó la pastilla al suelo con la intención de destruirla en cuántas partes fuese posible, y huyó en medio de la terapia. Se oyeron sus ahogados pasos en dirección a la puerta de salida. Sus ojos llenos de lágrimas destellaban como dos preciosas piedras preciosas de valor incalculable. La pastilla rebotó, dio un total de dos saltos y fue a parar en el guardapolvo inferior de madera del muro, a espaldas del doctor. El terror en el corazón de Sissel, ahora, se hacía presente sin la compañía de quien realmente le importaba. Un exiliado perseguidor nocturno retornaba desde la tierra del olvido, que busca, y encuentra siempre al lamentado tras la falta de cordura, al herido del alma, cuyas grietas no han cicatrizado luego de que los precursores advierten de su llegada.
      La ansiedad ha encontrado a Sissel en la oscuridad...
      << QUE TE CALLES HE DICHO, le ha gritado tu padre a la p*ta de tu madre, y así le golpeaba cuando te cagabas en el pañal. Creciste con miedo, guardando tu temor. Siempre me gustó verte así, temblando, oculto en el seno de tu maldecida familia. Y nunca dijiste nada, nunca lo has dicho, y nunca lo dirás. Por eso estás así. Por eso existo. Por eso, es que Luther dañaba el rostro de esa fina ramera barata. Le gustaba ver el brillo de la sangre caer desde esos sensibles pómulos partidos, verla desde sus nudillos, le excitaba verla llorar como la maldita que siempre fue, porque ella mató al pequeño. Ella, es una asesina, Sissel. ¡ELLA LO MATÓ, ELLA LO MATÓ, ELLA LO MATÓ, ELLA LO MATÓÓÓÓ!>>.

¡No, no! ¡NOOOOO!

Sissel rompió a gritar con las manos en los oídos...

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