Psiquiatría: La búsqueda de l...

By Vilkodama

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Sissel, el joven humano amable, estaba ahí otra vez, con su cabeza gacha, enmudecido, luchando por asír la lu... More

Dedicatoria
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By Vilkodama

Las manos torpes, de dedos delgados y semi sudorosos seguían manteniendo conflicto con lo que antes era pan comido frente al espejo. Solo que ahora no estaba contando con el reflejo de uno, y el décimo piso ya se había dejado abajo hace pocos segundos. No quería presentarse con la indecencia de vestir mal, convirtiendo su callada paciencia en un voluble cambio de ánimo. Creaba un nudo que en pasos mal ejecutados desenredaba pronto para tomar otra oportunidad, y lo volvía a fallar. Exceptuando el sueño, el comienzo de su jueves se estaba convirtiendo en una MIERDA con palabras en mayúsculas. En el quinto nudo que deshacía, su vista enfocó ahora a la profundidad, a quien estaba tras el nudo que esas trémulas manos sostenían. La mirada de Ralsei era puesta sobre los ojos del joven. Hacían contacto en esos escasos centímetros de encierro. A Sissel se le antojó tan iguales como los de su sueño en la isla, cuando el caprino le vio y la distancia lo tradujo con encantadora intuición: <<Ven conmigo, por favor. Vamos juntos>>. El monstruo de azabache se le acercó sin decir algo, tomando con delicadeza cada extremo de la corbata para nivelar, cruzó la parte ancha por sobre la estrecha; en seguida, con calma y cuidado rodeó la parte estrecha con la ancha, que al elevar su vista en ese inocente momento de manualidad, otra vez conectó con la de Sissel, y enrojeció mejillas con un hermoso brillo de carmesí. Continuó. Pasó luego la parte ancha por detrás de la corbata, y puso con enternecedor cuidado, un dedo sobre el nudo que había formado para que conservara la forma geométrica. Solo le quedaba pasar el lado ancho sobre ese nudo, y lo hizo perfecto, deslizándolo suavemente hacia arriba, hasta formar un dedicado triángulo morado en el cuello de Sissel. Un elegante y formal nudo Windsor que acomodó con suma atención. Ambas miradas ahora compartían el mismo color rojo por la cercanía, y el humano le obsequiaba una sonrisa de gratitud. Era la primera vez que estaban de tal manera, uno frente al otro, expuestos delante de la verdad que demuestra el tono facial. Todo eso que se expresaba sin palabras, el ¡Ding! ya los había devuelto a tierra a los soñadores que parecían querer orbitar en la platónica luna del deseo. Ya estaba en el decimonoveno piso. Era justo la hora de ingreso al instituto de psicoterapia.
El obligatorio quiebre, el pasillo y la puerta con la placa de metal que arrojaba el nombre del desgraciado doctor; eso seguía oblicuo por la falta de los tres tornillos que nunca jamás repondrá por mala costumbre; el timbre dañado era otro fallo que se sumaba a la espera, y la descascarada fachada, del todo, nunca dejaría de ser un asco. Tres toques de nudillo frente a la puerta amortiguaron casi parecidos a una insonora brevedad exterior de la que no hicieron falta más golpes. En cosa de segundos los goznes rechinaron corto y preciso, y se había abierto el acceso a poco menos de la mitad de lo que abarca, y, asomándose con simulado gesto de prohibición , una cabeza cenicienta de hocico dentado, cola de caballo colgante y los dispares lentes, salió.

--¡Lo veo y no lo creo! Con que otra vez parejitas del gremio llegan tarde-- susurró en cierta burla Cooger. Seguido, comenzó a figurar con:-- ¿Esa es la manera que tienen mis pacientes de evadir su enfrascada realidad? ¿En qué malos pasos te estás metiendo, Sissel?

--Apenas han pasado cinco minutos de la hora-- adujo Ralsei con dulce, pero temerosa voz detrás de la espalda del humano--. Lamentamos descuidar el tiempo. Por favor, señor Cooger, permítanos entrar.

--¿Y qué hay de ti, señorito? ¿Logras ver más allá de donde la discrepancia te deja? Porque, de ser lo contrario, te atenderé hasta que te salgan arrugas y tu cuerpo despida el intolerable aroma de un anciano, a no ser que quieras tu dinero de...

--¡Permiso, permiso! ¡Ya vamos tarde!--interrumpió Sissel ya cansado de oír aquellas tonterías indecorosas, y empujó la puerta con ambas palmas sin querer causar daño, (o solo un poco, si se le permitía la suerte).

Cooger cejó al instante en un susto de reflejo.
<<Es el momento, el momento, pensó Sissel detrás del paso con el terapeuta. El momento es ahora, el de ser humillado de las convalecencias mentales por este lobo sin conmiseración por los demás; que su diálogo desapacible y su desalentadora sátira sea esa de la de bajar los brazos, porque los congregados están condenados. Otro día más es ese momento, donde ya nada pareciera ser normal, cuando Cooger toma el control de los pacientes. El momento... ¿Por cuánto tiempo se repetirá? ¿Cuánto ha de hacer falta para que el globo en el grifo estalle por la presión? Se preguntó el joven en su analítica, siguiendo el paso atrás del Canis Lupus, junto con Ralsei.
La bomba de agua está por reventar.

Cooger abrió la correspondiente puerta de la congregación semanal, y repitió con gracia de la que no causó simpatía alguna para nadie, aquel mismo ademán de la bienvenida de un portero que recibe huéspedes en un hotel. Ambos entraron y se sentaron en mismos sitios acostumbrados. El grupo estaba ya completo.

--Ya llegaron los faltantes que parecieran querer confabular, grupo-- carcajeó el psiquiatra con un suave palmetazo en la rodilla. Seguido, agregó:-- Así reemplaza el Sr. Sissel a la oronda Catti y a Noelle melena de oropel. En ese caso, veo que el casco no surte el más mínimo efecto, y como las acciones desesperadas han de requerir medidas aún más desesperadas, implementaré bajo esa política, otra medida. Por eso están aquí, ¿no? Quieren cambios. Yo se los concederé.

Las miradas de todos demostraban cierto pánico residual al pasado uso de los cascos electroestimulantes, y aunque sus efectos fueran recreadas en la memoria de Sissel como las mismas vibraciones capilares del satisfactorio masajeador de mamá por esos lejanos años que se opacan por lo caliginoso de la percepción antigua, se convencía de que algo nuevo (y no gratificante) se traía entre manos el mentor. Las ventanas fueron entornadas para que el poco aire de la altura circulara y arrancara de la pestilencia al insano cáncer, lo que dio debilitadas briznas de luz que bañaban la ciudad de Ebott, cayendo estas sobre el sucio revestimiento alfombrado de concho vino.
El infaltable pitillo fue sacado de una cajetilla maltrecha, desde el semi holgado bolsillo; poniéndolo en su comisura labial, no lo encendió en el proceso para irse de escapadas con lo insólito de su sentido común, como si esa acción le pudiese hacer olvidar de aquella poderosa idea que sus abominables prácticas quieren aplicar a los atribulados cobayas de laboratorio. El silencio grupal era un suspenso que causaba más intriga y temores pésimamente mezclados en la sala, esperando y, a la vez rogando en un fallido rezo que cuál sea eso que fuese esa palabra arrancada de la sucia boca del médico, la que destruiría con cierta claridad la moral de los afectados, ayudara a la mente en definitiva del ruego, para no regresar jamás. Así lo pensaba Sissel. Una pequeña parte lo deseaba así.
A lo coloquial de la frase: <<Se le ha prendido el foco>> fue tan literal ese dicho en él, que cuando sus ojos azules detrás de los lentes bifocales de colores impares brillaron tan excitados, tan vivos y relucientes, causaron un reflujo caótico en el humano. Ver esa expresión de satisfacción en el doctor, era el reflejo de una idea positiva, y eso, era lo que en verdad encarnaba su mayor temor circulándole las venas. Lo sentía así también porque Ralsei se hallaba nervioso, mucho más de lo frecuentado. Todos los que guardaban asiento se sentían en la misma condición.
Cooger se ausentó, y regresó pronto sin abandonar esa macabra mueca estirada compuesta de mórbidos pecados ocultos que se hacen pasar por ideas en la obnubilada experiencia que probablemente el fortunio dejará en total desconocimiento a las mentes más vulnerables, para la salud mental de todos. No traía consigo la gran caja aparatosa, ni los malditos cascos eléctricos, tampoco otro tipo de artilugio asesino creado con el fin de acabar a los insanos; eso si, una caja de fármacos sin marca que sacudía a imitación de un instrumento idiófono, era lo único que asiera su mano izquierda en el regreso. Encendió el cigarro del que su filtro se hallaba un tanto humedecido por la saliva que escurría en ese tacto con su lengua, y comenzó el monotema de origen:

--A pesar de todos los estudios inteligentes y experimentos rigurosos que se lleven a cabo, nuestro talento más esencial para nosotros los psiquiatras, seguirá siendo el más misterioso de los existentes-- confirmó Cooger caminando en círculos concéntricos en medio del grupo con las manos en la espalda--. La creatividad nunca debe ser vista como algo de otras dimensiones. La mente, después de todo, tiene el impulso de actuar y está incorporado en la raíz del sistema operativo. Es nuestro motor de inicio en la mayoría de casos, mis terribles afectados. Ustedes son el ejemplo empírico de lo que expreso, si es que me entienden. Yendo al grano para no desglosar tanto, la mayoría de los presentes sobrepasaron ese limite permitido, y por eso estamos aquí otro día más disfrutando el exquisito aroma del tabaco; empero, esto que tengo aquí-- ascendió Cooger la caja sujeta para la vista del gremio--, está a otro nivel. Es lo que necesitan sus cerebritos.

Ahora había una verdadera malicia remarcada en el rostro de Cooger que se escapaba más allá de lo que era su verdadera naturaleza. Una forma entre la soberbia, la sevicia delineada bajo las ojeras en aquel ángulo de la luz exterior, y el aciago de su negocio psiquiátrico, resaltaban aún más esa inefable villanía oculta. Un sobrecogimiento de carácter subrepticio encendían sirenas de pánico en el Joven, expulsándole la serenidad con un fiero golpe en el estómago. Esa caja de blanco desprestigio, era un peligro que contenía compactado lo único que los alienistas saben dar cuando no hayan la solución a los males; todo lo que sobresale de su manos, de su entendimiento y hasta de sus propias veteranías, lo derivaban a la vieja y confiable droga timoléptica, para que eso haga lo que la facultad no pudo lograr. Empastillarte hasta las cejas. La maldición de la subestimación neurocerebral en carne y hueso. El fin de una paciencia guiadora en un impreciso camino ofuscado, hacia el final de una puerta que siempre permanecerá cerrada...

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