Psiquiatría: La búsqueda de l...

By Vilkodama

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Sissel, el joven humano amable, estaba ahí otra vez, con su cabeza gacha, enmudecido, luchando por asír la lu... More

Dedicatoria
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By Vilkodama

La onírica reproducción de las memorias hizo cita con el recuerdo nocturno, seleccionando entre la galería de los años que fueron dejados atrás, un momento doloroso enconado en la vida del joven complicado. Ese suceso desaparecido es el indicio del humo ante un agresivo amago de malas experiencias que la autodefensa se ha obligado a olvidar por mucho, mucho tiempo, hasta ahora...
En ese sueño de sorprendente nitidez, Sissel contaba apenas cumplido los cinco años. Todo era diferente y aquellos ojos cafés de niño puro, veían el antiguo mundo de formas más incognoscibles; la prioridad en ese entonces solo eran las sonrisas de mamá Jessica, y su bienestar. Pero ella no estaba a su lado, oyendo con cierta corazonada, su audio desde un sitio remoto. La habitación del pequeño Sissel se encontraba solo con su propietario, y con los desorganizados juguetes que estaban sin un mayor cuidado fuera de su cubeta, como almas de pena sin función, y de deambulante descuido.

<<He regresado a casa --murmuró el soñador con su apagada mente sin una comprensión que lograra debatir con la retrospectiva--. ¡Mami..! ¡Estoy en casa! ¡He vuelto! Su sonrisa... ¿en donde está? Oigo, oigo la voz. Debo ir donde ella y hacerle feliz...>>

Gritos ininteligibles marcaban a su grisácea dirección. Grotescos clamores jalaban su curiosidad cada vez más. Algo del otro lado del interior del hogar alertaban su atención por confusos medios emisores. No sabía qué era eso que se oía, solo debía seguir. Debía averiguarlo él mismo. Eso le podría devolver lo que quería. Allí quizá podría estar mamá oso... Eso era todo lo que siempre le hizo sentir mejor tras la expresión facial articulada de su cuidadora, y él lo recordaba con amor; empero, el bienestar que añoraba encontrar en su responsabilidad ya no sería marcado en el rostro de la úrsida, dando en caída al canal de las lágrimas ahora en frente a su hijo.
Estaba ocurriendo algo muy malo...
Cuando Sissel caminó confundido del entorno con sus diminutos pasos por el laberinto hogareño que segregaba la neblina densa y gris, en el momento que llegó al final de los gritos donde sus piernecitas flácidas lograron desplazarse al punto B del trauma, le obligó a convertirse en un inanimado espectador de la más cruel escena en un menor: Su madre ya no sonreía. Lloraba con incontenible temor, con miedo; alguien mayor le estaba gritando, amenazando con agredirle, hiriendo sus emociones y reprochando su negligente fertilidad con maligno rencor:

--¡Eres una p*rra estúpida! Tú mataste a nuestro hijo. Por tu culpa el pequeño Ángel no está con nosotros.

--No... ¡Luther, No, por favor..! Ángel lo era todo para mí. Yo no deseé que él pereciera. Daría todo, hasta mi propia vida si pudiera por traer a nuestro bebé de vuelta.

--¡Cállate! ¡Cállate, maldita asesina!
El adulto abofeteó a Jessica en el rostro, tirándola al piso. Sissel seguía observando en la distancia, sin poder hablar.

--Por tu malnacida salud el niño terminó pagando las consecuencias. ¿Y ahora quieres dártelas de buena madre con esa asquerosa cría humana? Debería darte vergüenza, estúpida p*ta.

--¡No le digas así a Sissel! Él... no tiene la culpa de esto...

--¡QUE TE CALLES HE DICHO!-- gritó Luther con un rugido, golpeando a Jessica en el ojo izquierdo, hasta que un hilo de abundante sangre emanó de su pelaje--. ¡CALLA!

La cabeza de Jessica golpeó el suelo de cerámica, la sangre encaminaba con espesa lentitud sobre la fría superficie. A Luther le temblaban las manos, excitado, fuera de su control. Se arrodilló en frente de la úrsida.
Comenzó a estrangularla apoyando  todo el peso de su cuerpo sobre la tráquea de la hembra.

--Nnnn... Nnnn...-- Sissel se ahogaba presa del miedo. No podía moverse. No podía hablar...

--¡Suplíca por aire, p*rra inmunda! ¡Suplíca como mi hijo suplicó vivir con nosotros!

Jessica luchaba con todas sus fuerzas, contra el demonio de los ojos perdidos. No tenía ventaja a su favor, solo miedo y debilidad. Desesperada, alzó ambos brazos, buscando la cara de su marido agresor. Le apretó con las garras en las bolsas de las ojeras, clavándoselas con toda la solidez que le quedaba. Había ahora sangre en las manos de su madre.
Luther aulló del dolor. Retrocedió con cobardía, y pronto le propinó con brutalidad, una patada en el muslo derecho a su mujer.
La sangre seguía fluyendo para los dos...

--¡Mírate, llorando ahogada en el suelo como una desgraciada! ¡Te odio! En verdad te odio con cada centímetro de mi ser, Jessica. ¡Maldita seas por lo que hiciste! Me haz quitado la oportunidad de ser padre. ¡Me la haz arrebatado de las manos! Tú y ese sucio humano, nunca los voy a querer...

La desesperación tomaba el control de Sissel. Quería hacer algo, debía hacer algo por mamá, pero... no pudo. Sissel no podía hablar. Tenia un profundo miedo en su corazón. Su fuero interno de niño no pudo dar cara al agresor. Luther era un monstruo, era más grande, más fuerte y más violento.
El hombre malo se marchó, se marchó lejos, y desde el piso, las miradas de temor se cruzaron entre madre y humano como un destello veloz. Una carga de conciencia, de perdurabilidad eterna:

--¡Sissel, mi niño...!-- chilló su madre llorando desde el piso, que percató con temor a su pequeño y silente observador mientras trataba de ponerse de pie.-- D-Dime... que no lo viste. ¡Dímelo...!

¡Nnn...! ¡No...! ¡NO! ¡NOOOOO!

Sissel despertó por sus propio gritos desde el sofá con eufórico ritmo cardiaco, y una cascada de lágrimas que no supo controlar. Aquel fragmento de escena pasada habían sido un terrible cuento que le indicaron en muchas ocasiones ser el infierno de nunca acabar. Pero si, en falsa apariencia todo llega con un final por más indigno e indigesto que se pueda imaginar, y Sissel evaluaba eso en el proceso tras el agitado resentimiento. Luther E., su padre adoptivo del que su sanidad mental se ha forzado a desvanecer de los recuerdos, (recuerdos hasta los de esta mañana), fue un úrsido tirano, y un maltratador sin cuidado que destruyó la moral tanto de Jessica como de Sissel, echándole en cara la muerte del hijo primogénito. Tantos fueron los años de temerle al agresor patriarca del hogar cuando solo era un diminuto provinciano de un lejano pueblo llamado Hometown, que su único aferro fue su madre, y su voz de calma luego de las tormentas. Esa necesidad de interferir, de defenderla seguían tan vivos como el reciente sueño, y sabía que nunca la madre había sido una asesina; la lamentable selección natural y el destino ya habían tomado esa decisión antes que ellos cuando Sissel apenas podía armar palabras...
Jessica nunca tuvo la culpa...
Las heridas del recuerdo se habían abierto en su corazón como un derrame sanguinolento y pulsátil que le hicieron restregar sus manos por sobre la cara. El maldito recuerdo parecían serle tan reales otra vez, que repitió respiraciones lentas y controladas para convencerse de que la actualidad era diferente, y hasta favorable. Luther ya no estaba, ya no existía ni en sus recuerdos (hasta ahora). Solo fue un quinto en discordia que marcó en el rodaje de sus vidas, y que ambos se prometieron olvidar cuando se marchó con otra hembra que le abrió las piernas. Sabían que nunca más regresaría, y nunca más lo hizo. Así han pasado veintidós años desde entonces, reservando sus emociones, sus miedos, todo, con la finalidad de no preocupar a Jessica. Una consecuencia peligrosa que detonó más tarde que nunca sobre su modificante personalidad.
Su reloj de pared daba las doce con cuarenta de la tarde, el miércoles ya había empezando hace horas sin darle aviso al afectado. Estaba hecho una sopa. La ducha ayudó a despejar su meollo, y el hambre seguía sin dar signos afirmativos por efectos segundario del psicotrópico. De los añejos hotcakes fríos comió menos de un cuarto del platillo, devolviendo el aperitivo a que le hiciera compañía al viejo limón rebanado de la nevera. Pronto a eso se vistió con inconciente torpeza, poniéndose mal los pantalones guardados en su closet (que reparó en cuánto vio el error de que estaban al revés) y tropezando con la misma piedra al momento de vestir su parte superior. La camisa la abotonó en un fardón distinto, que debió corregir con disgusto soltando su cinturón de cuero.
<<¿Pero qué mierda me está pasando...? --Habló llevándose el dorso de la palma a su frente--. Cada día pierdo más facultades.>>
Remedió su conflicto con las prendas, y solo portando calcetines sin darse la molestia de equiparse los zapatos lustrados aún, se sentó a los pies de la cama. Comenzó a hacerse ideas en su situación agria y destemplada, sobre qué tanto convenía tirar todo esfuerzo y dedicación por el precipicio a donde va a caer la resignación, la voluntad de crecer y todo eso. Era tan simple arruinar el progreso, tan simple, que apenas bastaban solo unas ocho silabas para acabar:
QUE-SE-VA-YAN-AL-IN-FIER-NO.
Así tal cual, y su jefe, el psiquiatra y el banco central de Ebott captarían la misiva a la perfección. Sin trabajo, sin rehabilitación, y dentro de lo que las acciones legales lo permiten, si en los próximos seis meses no se consiguiese un empleo decente, la gran banca le embargaría la propiedad para recuperar todo el crédito prestado. Es tan difícil conservarlo todo, pero solo un "zas" hace la diferencia, y listo, todo se vuelve basura...
Remplazó la idea, la convirtió en falso optimismo que no subía de mayores ganas a las de una laxa energía y que no le fue del agrado simular, pero no dejaría de asistir al instituto médico. Muchos padecían males ahí, y quizá hasta Cooger no fuese ajeno a ello si se averiguaba sobre esos detalles apartados de su terreno, pero por sobre todas las cosas, no quería rendir a su objetivo, porque cierto ser de brillante terciopelo negro, y de mejillas tan rojas como un bello campo de flores de carmín seguía luchando contra sus demonios mentales. Aquellos dulces aromas eran la pincelada que brindaba una capa de convencimiento, para alejar negaciones y la terquedad. Tanto su dulce amigo como su madre eran un motivo para verle la cara a los indeseados.
Con corbata suelta sobre su cuello y chaqueta puesta, dejó el refugio para otra carrera por la salud mental. Caminaba lento y corcovado, pensativo, triste. No le tomó mucho zigzaguear a los monstruos que se cruzaban con el afectado, para llegar al edificio al que muchos han de recurrir cuando necesitan algo. Cada quien tenía sus diligencias en esa alta construcción; ahora Sissel tenía otra cita con la desventura en el ahumado decimonoveno piso.
Hizo ingreso al lobby del Sky & Crapper, llamó al ascensor con el poder de la yema de su índice derecho sobre el pulido y gastado botón de metal del tablero en la pared, y esperó. Eso le era un momento para conectar ideas, para atar cabos desanudados, o unir eslabones de la gran cadena que han separado al córtex de los hemisferios cerebrales donde ocurre la percepción, la imaginación, el pensamiento, el juicio y la toma de decisiones. Tiempo para sí mismo. La entrada del elevador se nutrió de unos pocos monstruos a la espera (cinco en total, incluidos Catti la felina, y Noelle cabellos brillantes como el oropel), y pronto la distinguible nota musical haría aparición estelar una vez que el marcador arrojara del tercero al segundo, del segundo hasta el primero... ¡Ding! Todos ingresaron sin pujas. El humano dio con los contactos visuales en la elevación, y saludó a ambas chicas en un proceso sincrónico de cordialidad neutra, presionando a la vez por ellas el botón del piso correspondiente. Al momento que el transporte vertical escalaba niveles con lentitud y seguridad, llevó a que los otros dos monstruos ajenos desalojaran la caja mecánica antes de la séptima planta.

--¡Oh mi Dios, ya son las trece con cincuenta y cinco!-- alarmó Noelle al grupo--. ¡Estamos atrasados con este paso!

Catti al oír eso, se llevó las manos esponjosas a la cara. Gesto digno que advertía sobre las posibles molestias del médico. La chica reno entre ciertas palmadas al hombro, fallaba en intentos de mitigar esa preocupación; la falta de convencimiento propio no le era de gran ayuda.

--No te gusta ese lugar, ¿Cierto?-- preguntó Sissel, sin mayor adivinanza.

Catti respondió sacudiendo su cabeza a un simple movimiento de izquierda, derecha y luego al centro. En ningún momento retiró sus peludas manos de sus ojos.

--Odio que el psiquiatra se burle de mi peso-- argumentó Catti sin dejar su dicho gesto--. No deseé ser quien soy, y cada vez que se ríe de mi cuerpo, siento mucho dolor. Siempre que llego a casa luego de las terapias, me destruyo en la pena. Solo por eso, trato de no comer nada, para ya no recibir sus improperios. No sé si su casco me habrá ayudado a las finales.

--El señor Cooger no parece ser alguien que esté dispuesto a ponerse en los zapatos nuestros a la hora de ser tajante-- consoló Noelle a todos, dando palmadas en el hombro de la entristecida--. Tanto Catti, como los demás, e incluso como yo, estamos haciendo hasta lo imposible por mejorar. Aunque sea esta la primera vez que hablamos fuera de psiquiatría, sé que tú también estás dando de tu esfuerzo, Sissel.

El humano asintió, y en acto de reflejo instintivo, pensó en Ralsei y en su batalla.

--Debemos hacer esto y aguantar. No importa lo difícil que parezca; debemos superarnos y ser fuertes-- convenció Noelle apretando el puño izquierdo con valor--. Al final, todos somos iguales, todos valemos por lo mismo en esta vida. Necesitamos la ayuda del señor Cooger nos guste o no; solo así conseguiremos encarrilar nuestros caminos, y la única manera de alcanzarlo, es aprendiendo de nuestros errores.

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