No te despiertes.

By DekaOntiveros

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«El sueño es una parte integral de la vida cotidiana, una necesidad biológica que permite restablecer las fun... More

Capitulo uno.
Capitulo dos.
Capitulo tres.
Capitulo cuatro.
Capitulo cinco.
Capitulo seis.
Capitulo siete.
Capitulo ocho.
Capitulo nueve.
Capitulo diez.
capitulo once.
Capitulo doce.
capitulo trece.
capitulo catorce.
Capitulo dieciséis.
Capítulo diecisiete.
Capitulo dieciocho
capitulo diecinueve.
Capitulo veinte.
Capítulo 21
Capítulo 22
Capitulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capitulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capitulo 33
Capítulo 34.
Capitulo 35.
Capítulo 36
Capítulo 37
Capitulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40.

Capitulo quince.

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By DekaOntiveros

Capítulo 15

Siempre he creído que Alex tiene una hermosa voz. Recuerdo cuando en primaria nos pusieron a cantar canciones navideñas que nos supiéramos, cuando llegó el turno de Alex, todos los de ahí, aunque tuviéramos diez años y fuéramos impacientes, guardamos silencio para escucharla, después el salón se llenó de aplausos. Pero aun si ella era excelente, no era lo que quería. Claro que tomó clases, cinco años para ser exactos, solo que un buen día le dijo a su padre que estaba harta y que no lo haría de nuevo, y si la obligaban se aventaría de un puente; eso puede hacer que los padres reconsideren sus elecciones.

Si bien ella no amaba cantar, lo hacía de vez en cuando, como ahora en la fogata, ella entonaba Photograp, de Ed Sheeran, acompañada por Jerry Clinton que tocaba la guitarra. Todos, como en primaria, la observábamos fascinados. Yo creía que era un desperdicio, era de las que pensaba que si tenías un talento debías aprovecharlo al cien por ciento, pero Alex fue la que me enseñó que tenemos opciones.

Al término de la canción los aplausos no se hicieron esperar y mi amiga hizo una reverencia exagerada y dramática. Steven a mi lado chifló y aplaudió como loco.

—No sabía que ella cantaba —sus cejas parecían a punto de salir de su frente de lo elevadas que se encontraban.

—Casi nadie lo sabe —miré a mi amiga que se retiraba con Emil. —No le gusta hacerlo.

Hizo un silbido de admiración.

—Imagino toda la presión que tuvo encima.

—Digamos que ella sabe cómo lidiar con eso —miré la pantalla de mi celular, era hora de irme.

—No lo dudo —Steven siguió mi mirada. —¿Es hora, Cenicienta? —su sonrisa torcida apareció.

—No esperes que haga una salida dramática y deje uno de mis zapatos atrás —me froté las manos, comenzaba a hacer frio.

—Y yo que esperaba con ansias ir por la escuela probándole a cada doncella tan fina zapatilla —miró mis pies.

—Son converse —le comuniqué con cinismo.

—Ya lo veo…, las filas interminables —prosiguió como si no me hubiera escuchado. —Tal vez hasta algunas se cortarán los pies para que les quede —se detuvo al mirar mi expresión de sorpresa. —¿Qué no te sabes la verdadera historia de Cenicienta?

—No —respondí atónita.

—Te la cuento entonces. Las hermanastras se cortan los pies para que les quede la zapatilla de cristal, y después, cuando el príncipe y Cenicienta se casan, éstas se quedan en un prado con las manos atadas para que los pájaros se coman sus ojos… —sonreía maliciosamente.

Solté un sonido de asco.

—…y vivieron felices para siembre —concluyó.

—Hermoso —comencé a andar buscando a Rachell para despedirme, asumiendo que se quedaría con Jeremy.

—Me sé también el de la Bella Durmiente —se ofreció.

—Creo que has arruinado lo suficiente mi infancia por una noche.

Steven se rio mientras hundía las manos en sus bolsillos y me seguía.

—Sería bueno que me ayudaras a encontrar a esos dos.

Él volvió a reírse, pero ahora con más ganas.

—¿Qué? —me detuve en seco.

—¿De verdad no tienes idea de donde están? —se cruzó de brazos y me observó con atención.

Guardé silencio y repasé mentalmente si es que Rach había dicho algo que se me hubiera pasado. Me mordí la parte interna de la mejilla en busca de respuestas mientras tenía esos ojos burlones sobre mí.

—Tan inocente —su sonrisa no podía ser más grande y sus ojos buscaban algo.

Hice un sonido de molestia y cuando iba a seguir mi camino él me tomó por el codo y me condujo hacia un lado del bosque. La sorpresa y el orgullo me impidieron comenzar a gritar como loca.

—¿A dónde me llevas? —pregunté con el tono más aburrido que pude imitar.

—A encontrar a Rachell —no me miró pero su actitud confiada me irritó.

Por alguna razón, el hecho de que la llamara por su nombre me hizo pensar en lo mucho que él ya había entrado en mi mundo.

Continuamos caminando hasta que llegamos a una camioneta que estaba algo lejos de todos.

—Espera… —comencé a protestar, con pensamientos raros en mi mente.

Él no estará pensando en que entremos ahí…, los dos.

—Tranquila, ya está ocupada —se reclinó contra la puerta y sacó su celular.

—¿Qué haces? —susurré alarmada cuando lo vi encender la linterna y apuntar hacia la ventana.

—Nada… —canturreó con la sonrisa diabólica colgándole de los labios.

Me cubrí la boca con ambas manos cuando los risos alborotados y un ceño fruncido se asomaron. Eran Rach y Jeremy.

—¿Qué tal? —preguntó descaradamente Steven.

—¡Deja de joder hijo de perra! —estalló Jeremy del otro lado.

Él comenzó a reírse sin control.

—¡Disculpen, disculpen, disculpen! —me apresuré a alejarlo de la ventana.

Ambos caminamos de regreso, él aún seguía muriendo de la risa y yo no podía creer lo que acababa de pasar; jamás podría mirar a Rach a la cara de nuevo.

—¡Estás enfermo! —le gritaba al mismo tiempo que esquivaba las ramas de los árboles.

—Admítelo, fue gracioso —comenzó a explicarse. —Jamás hubieras tenido esa vista de no ser por mí.

—¡Era justo lo que quería! —suspiré.

—Tu vida cambió para siempre y todo gracias a mi —siguió hablando.

—Tienes problemas, serios problemas mentales —llegamos hasta donde estacioné mi auto y rebusqué las llaves, emití una plegaria de alegría al saber que estaban en mi bolsillo y no en sus manos.

—¿Ya nos vamos? —sus ojos se abrieron pero conservaban el brillo travieso.

—Ya me voy —dije con énfasis abriendo la puerta.

—Tienes que llevarme a mi casa —me acusó.

—No tengo qué —cerré la puerta y me coloqué el cinturón de seguridad.

—Tú me trajiste, tú me llevas —colocó sus manos en jarras imitando a una novia psicópata.

—Claro, claro —encendí el auto.

—¡Jena! —chilló con su cara contra el vidrio de la ventana.

Con pocas ganas abrí la puerta y él entró.

—No te preocupes —comenzó a hablar, —te perdono.

Solté una sonora carcajada, solo él podía decir las cosas más insolentes y sonar gracioso.

Conduje hasta su casa, durante el camino hablábamos sobre cualquier cosa, si a él le gusta el pescado empanizado, si yo prefiero el pollo frito... Él es una de esas personas que no puede permanecer callada, pero no habla sin parar y sin dejar que tú le respondas, él te mira ansiosamente esperando que participes en la plática, y si parece que no entiendes el tema te pregunta algo acerca de ti; supongo que no estoy acostumbrada a que se interesen en mí.

—Sano y salvo —le dije cuando llegamos a su casa.

—Por poco y no —frunce el ceño y hace un gesto de negación.

—La ardilla pasó a metros del auto —le expliqué por milésima vez.

—No sé quién te dio tu licencia de conducir —se retiró el cinturón de seguridad.

—¿La qué?

Steven giró su rostro y abrió la boca en una mueca de espanto.

Comencé a reír tontamente apoyando mi cara en el volante.

Él abrió la puerta y salió del auto.

No pude evitar un rayo de decepción, quizá esperaba un momento incómodo dentro del auto, mirándonos fijamente antes de…

—Supongo que nos veremos hasta el lunes. —¿Esa fue mi voz?

—No necesariamente —se inclinó hacia la ventana abierta. Probablemente leyó mi rostro lleno de duda.

—Necesito que entres hoy —se refería al túnel.

Esa semana había practicado cómo entrar voluntariamente, pero aún no lo tenía dominado.

—Aun no soy buena en eso —se notaba la duda en mi voz.

—Pues será mejor que “ya” seas buena —se acercó un poco más a mí, el calor de su respiración me dio en la cara.

Sus ojos estaban observándome a la altura de los míos, pero yo no me sentía expuesta, me sentía confiada, tranquila, con mi corazón palpitando a mil por segundo. Iba a pasar. Sus ojos miraron mi boca y después volvieron a mis ojos con expresión de precaución  e interrogación en espera de asentimiento.

Quería gritarle que lo hiciera pero no lo hice con palabras, tan solo separé ligeramente mis labio esperando los suyos. Él se inclinó un poco más, precisamente en el momento en que la puerta de su casa se abría estrepitosamente, provocando que mi instinto protector ordenara, en el último segundo, que girara y retirara mi cara.

Era Robin, quien se notaba realmente enfadada, la seguían Michelle y Roger. La chica miró con una intensidad infernal a Steven, lo observé para corroborar cómo él  correspondía a aquello; su rostro ahora era serio y frío.

—Te veré del otro lado —concluyó antes de alejarse del auto.

—¡Hola Jena! —gritó Roger.

—¡Hola! —respondí al mismo tiempo que intenté salir del auto, pero éste parecía tener el seguro. Era obvio quién seguía con sus actos de magia.

Robin lo miró y éste guardó silencio. ¿Quién se creía ella para actuar como una dictadora? Su actitud me enfureció.

Finalmente Steven llegó a donde estaban ellos y comenzaron a hablar. Michelle y Roger se despidieron con un movimiento de mano antes de entrar a la casa.

Solté un bufido de irritación.

Que ella estuviera enamorada de él no le daba derecho a ser tan fastidiosa. Había arruinado por completo el momento, solo un segundo más y todo hubiera sido perfecto. Quiero darme de topes contra el volante.

Cuando llego a mi casa mi madre sigue en la cocina tecleando aunque pasa de la una de la mañana. Me cuenta que tiene que llevar un informe de un último caso, le aconsejo que vaya a dormir y ella solo asiente con la cabeza antes de apurar otro sorbo de café a su boca. Me despido y subo las escaleras, sigo enfadada.

Al llegar a mi cuarto me tiro sobre la cama, me cubro la cara con una almohada y ahogo un grito de frustración ¡Odio mi suerte! Pataleo unos momentos más antes de que el sentimiento de resignación me cubra. Reviso mi celular y encuentro mensajes de Rachell, realmente no me apetece responder, lo haré en la mañana.

Fui al baño, me lavo la cara y me cambio a la ropa para dormir.

Cuando me meto debajo de las cobijas me llega otro mensaje, lo miro esperando ver el nombre de Rachell, pero es de Steven.

«Te voy a estar esperando.»

Debería ser algo dulce, pero se siente más como una amenaza.

Intento concentrarme, respirar y hacer todos los ejercicios mentales que me han enseñado pero no parece funcionar, probablemente porque sigo enojada y nerviosa. Me doy por vencida y solamente me pongo a dormir, ya le explicaría que no funcionó, por ahora solo quiero descansar.

Pero lo repito, las cosas nunca salen como yo espero.

Cuando me despierto no estoy en mi cama, sino en un prado muy abierto con alguien mirándome fijamente.

—Pensé que no lo lograrías —me saludó con una media sonrisa que hace que mi interior se convierta en miel.

—Por favor —ironicé, aunque de hecho ese era mi propósito.

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