Mercucio amó a Teobaldo

By MoonRabbit13

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Antes que Romeo. Antes que Julieta. Otros dos se amaron. Un Capuleto de sangre y un Montesco de corazón. Un a... More

Sinopsis y Advertencias
Acto I
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Acto II
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Acto III
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Capítulo XIII
Capítulo XIV
Capítulo XV
Acto IV
Capítulo XVI
Capítulo XVII
Capítulo XVIII
Capítulo XX
Capítulo XXI
Acto V
Capítulo XXII
Capítulo XXIII
Capítulo XXIV
Capítulo XXV
Capítulo XXVI
Capítulo XXVII
Escena final
Epílogo
Agradecimientos y Curiosidades
Preguntas y Respuestas
Otros Títulos
Extra I: Habla bajito si hablas de amor
Extra II: Ciertos amores eternos

Capítulo XIX

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By MoonRabbit13

A esa noche que Mercucio y Teobaldo pasaron juntos, le siguieron otras más. Muchas. Al punto en que se había vuelto un mal hábito para ambos.

Poco antes de la medianoche, Mercucio solía recibir una misteriosa misiva anónima que requería su presencia y dejaba cualquier cosa que estuviera haciendo para tomar su capa y encaminarse por los callejones de Verona hasta aquel departamento del que Teobaldo se había apoderado.

Allí se entregaban el uno al otro. A su secreto. Mercucio colmaba aquel lugar con su voz y con su risa cada vez que Teobaldo lo regañaba por ser demasiado ruidoso. Mercucio quería decirle que no sería tan ruidoso si Teobaldo no fuera tan malditamente bueno en lo que hacía, pero en cambió respondió:

—El amor nunca debería ser silencioso —con una sonrisa, antes de ser acallado por los besos de Teobaldo.

Y a sus besos siempre le seguían sus caricias. Esas que enloquecían a Mercucio como nada lo había hecho antes. El joven Della Scala siempre se había considerado un Don Juan, un amante experimentado. Pero había algo en el tracto de Teobaldo, siempre dominante y devoto, que lo hacía sentir como un mozuelo ante su primera vez.

Mercucio siempre acababa tan ebrio de éxtasis, tan deshecho de placer, que apenas podía contener sus ganas de yacer en el lecho junto a Teobaldo como aquella vez que habían dormido juntos en la pequeña iglesia. Pero, rápidamente, se dio cuenta de que Teobaldo nunca dormía. Cuando recobraba su compostura se dedicaba a limpiar a un cansado y caprichoso Mercucio; y luego lo acompañaba hasta que este se quedaba dormido o se marchaba a su palacio. Era tan gentil que dolía.

—¿No deseas dormir con tu enemigo? —había bombeado Mercucio una noche.

Yacían juntos en la cama. Estaban acalorados y cubiertos de sudor, pero eso no le impidió a Mercucio recostarse cómodamente sobre el gran pecho de Teobaldo.

—Soy insomne —respondió, después de un momento—. No he sido capaz de dormir bien desde que era pequeño.

—¡Oh! La Reina Mab te ha abandonado, pobre criatura —escuchó decir a Mercucio con exagerada lastima.

—¿La Reina Mab?

—Es la partera de las hadas. Su cuerpo es tan menudo como piedra de ágata en el anillo de un regidor —comenzó a contarle su acompañante y Teobaldo sintió el tacto de los dedos de Mercucio en la punta de su nariz. Apenas la sombra de una caricia—. Sobre la nariz de los durmientes seres diminutos tiran de su carro, que es una cáscara vacía de avellana y está hecho por la ardilla carpintera.

—Sí que es pequeña —comentó Teobaldo, con una sonrisa curiosa.

—¡Lo es! Y con tal pompa recorre en la noche cerebros de amantes, y les hace soñar el amor—dijo y se colocó sobre Teobaldo para depositar un beso en su frente sudorosa, sacándole una ronca risa—; rodillas de cortesanos, y les hace soñar reverencias —agregó mientras tomaba su pierna desnuda y besaba su rodilla—; labios de damas, y les hace soñar besos, labios que suele ulcerar la colérica Mab, pues su aliento está mancillado por los dulces.

Mercucio le besó los labios con fervor y luego depositó un suave beso en su nariz.

—A veces galopa sobre la nariz de un cortesano y le hace soñar que huele alguna recompensa; y a veces acude con un rabo de cerdo por diezmo y cosquillea en la nariz al cura dormido, que entonces sueña con otra parroquia. A veces marcha sobre el cuello de un soldado y le hace soñar con degüellos de extranjeros, brechas, emboscadas, espadas españolas, tragos de a litro —siguió, y le besó el cuello antes de mordisquear su oreja y susurrarle—: Y entonces le tamborilea en el oído, lo que le asusta y despierta; y él, sobresaltado, entona oraciones y vuelve a dormirse. Esta es la misma Mab que de noche les trenza la crin a los caballos, y a las desgreñadas les emplasta mechones de pelo, que, desenredados, traen desgracias.

Entonces, para sorpresa de Teobaldo, Mercucio se colocó a horcadas sobre él. Su brillante y marfileña piel iluminada por la luna que entraba por la ventana.

—Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba —dijo, provocando a Teobaldo con sus movimientos—, las oprime y les enseña a concebir y a ser mujeres de peso. Es la que...

Teobaldo lo tomó del cuello y lo acercó para besarlo nuevamente. Mercucio respondió con obediencia, siguiendo el juego de labios, lenguas y dientes que el Capuleto imponía.

—¿De dónde sacas todas esas fantasías? —preguntó Teobaldo, cuando Mercucio sus labios se cansaron y sus pulmones les exigieron aire.

—De sueños —contestó con una sonrisa misteriosa—, que son hijos de un cerebro ocioso y nacen de la vana fantasía, tan pobre de sustancia como el aire y más variable que el viento, que tan pronto galantea al pecho helado del norte como, lleno de ira, se aleja resoplando y se vuelve hacia el sur, que gotea de rocío.

—Eres un charlatán —lo acusó Teobaldo, negando con la cabeza como si quisiera espantar las locas ideas que decía Mercucio—. Un soñador que morirá soñando su fantasía. Evades la realidad...

—¡Ah, la realidad! —vociferó este, bajándose de Teobaldo y la cama hecho una furia—. La aburrida realidad es la que me matará, Teobaldo. Esta realidad donde somos unas piezas de un juego de ajedrez, un caballo y un alfil con suerte, esperando ser utilizados para darle más poder a nuestras familias poderosas. Esta realidad deberemos destruirnos el uno hacia al otro para ganar.

Teobaldo, mitad culpable y mitad furioso, fue tras Mercucio, quien ya había comenzado a vestirse mientras hablaba.

—No podemos cambiar eso —le dijo Teobaldo, intentando usar aquel tono de dulce regaño que solía usar la nodriza de Julieta cuando ellos eran pequeños, y tomó al esquivo Mercucio de los hombros para que no se le escapara—. Cuando el sol salga volveré con los Capuleto y tú volverás con los Montesco y este sueño se habrá esfumado.

—Prométeme que no dejarás morir este sueño. Prométeme que este no es el final. Prométeme que no me olvidarás —respondió repentinamente Mercucio, entre sus brazos y se vio tan vulnerable y frágil en sus brazos que a Teobaldo se le rompió el corazón.

Teobaldo se lo prometió.


***


Julieta encontraba el comportamiento de su primo cada vez más extraño. Lo había visto salir a hurtadillas por las noches y había escuchado a su padre comentar que su sobrino al fin estaba disfrutando de la vida como un hombre, aunque ella no estaba segura de a qué se refería.

Era verdad que Julieta lo veía más contento. Pero también solía encontrarlo entrenando solo, con aquel semblante que ponía cuando luchaba consigo mismo. Otras veces lo descubrió con la mirada perdida y una expresión indescifrable.

Julieta se preguntó si su primo estaba enamorado. Y también se preguntó si todos los Capuleto estaban destinados a sufrir por amor. Esperaba que no fuera así, al menos no para su querido Teo. Aunque ella ya era un caso perdido.

Sus encuentros furtivos con Romeo habían durado todo el verano. Pero cada vez se hacía más difícil verlo.

Solo faltaba una semana para su cumpleaños número dieciséis y su madre estaba enloqueciéndola con los preparativos. Sería el último cumpleaños de Julieta como una doncella y, posiblemente, el último que realizaría en la mansión Capuleto; para el siguiente año, Julieta celebraría su cumpleaños en su propia mansión como la Condesa Della Scala. Y con aquellas emociones a flor de piel, la señora Capuleto planeaba tirar la casa por la ventana.

Había organizado una mascarada.

Las invitaciones ya habían sido enviadas, el salón de baile estaba repleto de decoración que pronto serían colocadas, las rosas rosadas que adornarían el lugar y la comida ya estaban encargadas y ya habían contratado a una pequeña orquesta y hasta a una troupe de artistas que su madre había conocido en la fiesta de una amiga. Todo sin que Julieta tuviera que decidir o pedir nada.

—¿De qué te disfrazarás? —le preguntó Romeo unas tardes antes de la fiesta.

Estaban compartiendo un picnic en su lugar secreto del cementerio y su amigo le había dejado despotricar y quejarse todo lo que quería sin reprenderla o minimizar su pena. Simplemente se quedó a su lado, escuchándola atentamente hasta que ella se sintió desahogada. Romeo era el único con el que podía ser ella misma y lo amaba por ello.

—Mi madre me ha encargado un ridículo disfraz de ángel, completamente blanco y lleno de plumas que pican —se quejó Julieta, con un mohín.

—¡Eso suena terrible! ¿En qué estaba pensando tu madre? —exclamó Romeo y Julieta ya estaba asintiendo cuando él agregó:— ¿Cómo es que no te encargó un disfraz de ratoncillo?

Julieta lo golpeó en el brazo, pero no pudo evitar reír ante aquel infantil apodo.

—Si al menos pudiera invitarte —susurró ella, tras un momento en el que ambos guardaron silencio—. Así te obligaría a usar un disfraz igual de incómodo para no agonizar sola.

—¿Quién dice que no iré a tu cumpleaños? —preguntó Romeo y su sonrisa se ensanchó cuando Julieta se volteó a verlo con sorpresa.

—¿Estás loco? —exclamó ella—. Si mi padre o Teobaldo te ven en nuestra casa, te matarán.

—No tienen porqué darse cuenta. Iré tan disfrazado que no me reconocerán —respondió él, con seguridad—. Además, Mercucio tiene una invitación, ¿no? Tus padres deberían saber que Benvolio y yo somos las sombras de Mercucio. Si lo invitaron a él, indirectamente nos invitaron a nosotros dos.

—Estás loco —sentenció, meneando la cabeza, como si no pudiera creer la impertinencia de aquel joven.

—Solo un poco —concedió él, con aquella sonrisa pícara que era capaz de desarmar a Julieta.

Y fue aquella sonrisa la que le dio valor para revelar un deseo que jamás se había animado a pronunciar:

—Ojalá no existiera esta enemistad entre nuestras familias. Ojalá no tuviéramos que escondernos aquí para poder hablar como amigos.

Romeo intentó no pensar cuánto le dolió que lo llamase amigo. Después de todo, qué otra cosa podía ser él para Julieta. En cambio, le regaló una sonrisa amable y dijo, pensativo:

—Tienes razón. Si tan solo hubiera algo que pudiéramos hacer para conciliarlas.

Entonces Julieta se levantó de un salto, asustando a Romeo. Sus ojos verdes se encendieron con entusiasmo.

—Podemos hacerlo —exclamó con decisión y miró a su amigo con una sonrisa confiada—. Romeo, tú y yo seremos los próximos jefes de la familia... Bueno, yo tendré a Teo queriendo mandonear porque así es él, pero me entiendes. Tal vez no ahora, pero algún día podremos formar una alianza, algo que una a las familias.

—¿Una alianza? —preguntó Romeo sorprendido y las mejillas de ambos se ruborizaron.

—Ya sabes, una a-alianza comercial —balbuceó Julieta, perdiendo toda la seguridad de hace un momento—. Por supuesto, solo si tu quie...

—Quiero —se apresuró a decir Romeo, poniéndose de pie con vehemencia, e intentó recomponerse y aclarar su voz antes de decir—: Es decir, por supuesto. Formaremos una alianza comercial y reconciliaremos nuestras familias.

Entonces, sin previo aviso, Julieta se lanzó sobre él, envolviendo su cuello con sus finos brazos. Sin saber qué hacer, Romeo la sujetó suavemente de la cintura, más preocupado porque ella pudiera caerse que por algún sentimiento oculto.

—Sé que lo lograremos —dijo Julieta, su aliento acariciando el oído de Romeo—. Tú y yo cambiaremos Verona.


***


Ángel no había vuelto a verlo. Habían pasado varios días desde que su amigo había descubierto la identidad de Curio y lo había declarado su enemigo.

Curio se dijo que estaba bien. Sabía que tarde o temprano eso iba a suceder. Desde la primera vez que había visto a Ángel supo que era un Montesco; los colores azules de su vestimenta lo habían delatado. Pero saberlo no hizo que el dolor en su pecho disminuyera.

Ángel había sido la primera persona que Curio había considerado su amigo, incluso desde antes de haber sido desterrado. Ángel lo había tratado como a un ser humano, sin importarle que fuera un exiliado o un Capuleto. A su lado, Curio había sentido que podía ser bueno. Que podía ser él mismo.

Él apenas podía recordar cuando aún se llamaba Caesar Capuleto.

Podía recordar la casona de sus padres. A su madre enseñándole el Padre Nuestro y a su padre regalándole su primer caballo. A su pequeño Teo, siguiéndolo por toda la casa como una sombra. Pidiéndole que le enseñe a usar la espada.

Recordaba la noche en la que le dijeron que su padre había muerto. El silencioso dolor de su madre y el llanto de su hermano. La furia de sus tíos y primos mayores. Las pesas manos de su abuelo que habían caído sobre sus hombros y su voz profunda, rota por el dolor, al decir:

—Sabes lo que tienes que hacer, ¿verdad, Caesar?

Curio asintió, creía saberlo. Apenas tenía dieciséis años, pero sabía que debía vengar la vergonzosa muerte de su padre para que no mancillara el honor de su familia. Para que no creyeran que podían pasar por sobre ellos. Para proteger a Teo.

Él no había querido hacerlo. Nunca había matado a alguien, ni siquiera le gustaba meterse en los pleitos de la plaza. Pero tenía que hacerlo. Era su deber, dijeron. Y Curio lo hizo.

Recordaba cómo se había sentido el peso de su espada entre sus manos, la sorpresa de Francesco Montesco cuando Curio, a pesar de haber perdido un ojo, asentó su golpe final, la voz del Príncipe dictando su sentencia, el dolor cuando la aguja entintó la piel de su cuello y muñecas. Recordaba a Teo gritando su nombre mientras los hombres del Príncipe lo escoltaban lejos de su hogar. Había intentado alcanzarlo, corriendo con sus piernitas, hasta que su madre lo detuvo. Ella ya no lloraba. Se había quedado sin lágrimas para su hijo. Curio no la culpó.

Él hizo lo que debía hacer. Su culpa era suya y solo suya.

Durante todos estos años, Curio se había embarcado en el mar; el único trabajo que podía conseguir alguien que llevara sus marcas era el de corsario. Se embarcaba en tripulaciones de terrible reputación, peleaba contra otros piratas por dinero, comida o respeto. Dormía en rincones húmedos de barcos maltrechos. Y cuando sentía el peso de la soledad ahogándolo, intentaba imaginarse cómo se vería Teo. ¿Sería más alto que él? ¿Más educado? ¿Más hábil con la espada? ¿Seguiría siendo tan terco y amoroso como cuando era pequeño? ¿Habría sido corrompido por el veneno de Verona? ¿Lo recordaría siquiera?

Otras veces se imaginaba a sí mismo volviendo a Verona para llevárselo consigo. Quizás a Teo no le gustase el mar, pero podría encontrar trabajo de lo que fuera en alguna ciudad costera donde Curio siempre lo encontraría. Donde los dos pudieran ser libres.

Curio ciertamente se había sentido liberado de las espinas de aquella ciudad cuando fue exiliado. Pero, aunque había recorrido el Adriático y el Mediterráneo y muchos otros mares, nunca se había sentido tan feliz y, a la vez, tan asustado como cuando al fin vio la silueta de las murallas de la Bella Verona sobre las colinas.

Y, cuando había despertado, aún turbado por la fiebre causada por su herida, y se encontró con aquel rostro amable de un Montesco, supo que las ramas de Verona lo habían alcanzado. Y que aquella ciudad era un hermoso rosal que pedía sangre para florecer. 

¡Hola, mis amores! ¿Cómo están?

Yo feliz porque pude escribir esta versión del monólogo de la Reina Mab, una de las escenas más icónicas de RyJ... Claro que en la obra original Mer se lo dice a Ben y Romeo antes de colarse a la fiesta de los Capuleto. Aunque en la peli del 96 Mercucio lo dice estando transvestido y Mab es una droga. Pero esta es la magia de los retellings, darles nuevas connotaciones y versiones a una misma escena. Espero que les haya gustado la mía.

Hablando de la fiesta... Ya sabemos que Juli tendrá un disfraz de ángel (otra referencia a la peli del 96, sí me encanta esa versión). Pero, ¿de qué creen que irán disfrazados nuestro trio de tarados? ¿Y Teo? Quienes acierten se ganarán un capítulo dedicado, ahre.

Y el último aviso parroquial (?de hoy es que, a partir de la semana que viene, habrá 2 capítulos por semana (cuando pueda). Serán los martes y los viernes. 

¿Por qué no dos juntos? Pues, así no los hago esperar tanto y me beneficia con el algoritmo de Wattpad. Vamos, que hay que avivarse para poder progresar aquí xD 

Así que los veos el martes con el capítulo DEL BAILE Y EL BALCÓN. Ay, que emoción escribir eso.

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