Mis Malditos Vecinos

By amandytaaa

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Los hermanos DiSalvo llegaron a mi vida como llegan las cosas que van a durar para siempre: sin manuales, ni... More

PRÓLOGO
•Capítulo 1•
•Capítulo 2•
•Capítulo 3•《Parte 1》
•Capítulo 3•《Parte 2》
•Capítulo 4•
•Capítulo 5•
•Capítulo 6•
•Capítulo 7•
•Capítulo 8•
•Capítulo 9•
•Capítulo 10•
•Capítulo 11•
•Capítulo 12•
•Capítulo 13•
•Capítulo 14•
•Capítulo 15•
•Capítulo 16•
•Capítulo 17•
•Capítulo 18•
•Capítulo 19•
°Capítulo 20°
•Capítulo 21•
•Capítulo 23•
°Capítulo 24°

•Capítulo 22•

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By amandytaaa

Capítulo con contenido +18 ;)

Dedicado a CamilaYamilethVargas💞

"¿Que dónde hubo fuego cenizas quedan? ¡¿Cuál fuego?! Si con ese fósforito ni la estufa prendía"


——¿Quién anda ahí?

La transfigurada voz del teñido se amplifica desde el otro lado de la puerta como si se tratara de un pequeño y azorado gruñido bajo, provocando, dado lo inesperado, que la respiración se me tranque entre el diafragma y los pulmones; y la frialdad sudorosa se precipite sondeando las palmas de mis manos, grabando a través de punzadas chispeantes un sentimiento inquietante dentro de mi pequeño cuerpecito de pollo.

¡Santísima madre de las estúpidas!

¡¿Es que acaso soy tonta?!

Tonta no, tontísima, con corona y todo.

El trago pesado de saliva descienda estrepitosamente a lo largo de mi cavidad bucal magullándome la garganta, mientras ambos pares de ojos, con la connotada representación de auténticos lanzallamas se escudriñan tratando de descifrar al intruso, o sea, yo...

—Ten esto un momento, cariño.

El chasquido abrupto del intercambio de algo por parte de Black hace inflección en mis sentidos, con la audición clara de sus pasos resonando sobre el viscoso suelo del baño clausurado.

Kyle, el chico dulce, sensato y perfecto, típico de cada uno de los libros que he leído, le frunce el ceño y sus labios se encorvan durante la acción:

—¿Qué vas a hacer?

El del aro metálico brillándole en los labios no dice nada, pero aún de reojo me es fácil interpretar lo que se trae entre manos.

El aparente nuevo amiguito de Kyle, planea atrapar al fisgón, atraparlo, descubrirlo y probablemente,  ¿matarlo?

Yo siendo tú aprovecho estos últimos minutos de vida y le envío un mensaje a tu madre.

¿Apoco eso me ayudará en algo?

Nop, pero le servirá para que vaya preparando las galletitas con chispas de chocolate y el agua con azúcar para repartir en tu velorio.

Incluso, como si las cosas negativas no pudiesen dejar de suceder, mi teléfono no ha parado de sonar, por el contrario, el repliqueo rítmico del beat se intensifica como un escuálido eco mudo volando sobre la atmósfera que los tres tenemos en común...

El aura tétrico y peligroso, basado en sintetizadores y varios efectos sonoros, típicos en los filmes de Wes Craven se materializan, haciendo que todo parezca una de las tantas pesadillas que él registró en cada uno de sus proyectos, y el sentimiento compacto en sus seres excelsos, los cuales fueron obligados a evolucionar a través de los años, luchando contra garras, entidades sobrenaturales, delincuentes y caníbales, dibujan al fino estilo de un pintor una clara sombra de ideas en mi cabeza:

No importa lo que pase, cuándo lo haga o de la forma que suceda, siempre va a ser mejor ser la heroína de tu propia historia antes que la víctima.

Porque sería estúpido dejar que el destino remarque tu suerte, quizás esté cansado, ocupado o no tenga ganas.

Tus fortunios no deberían estancarse o radicalizarse, pues podrían ser fugaces, tanto así, que le tocaría a alguien más llegar y pedirlos como deseos.

Inconcientemente, le pongo fin a la música acabando con la llamada sin ver al remitente, ya que eso es algo, que de no morir, arreglaré luego.

El dispisitivo termina siendo empujado hasta el fondo de mi bolso con las manos heladas temblándome como trozos de mantequilla sobre sartén ardiendo.

Y apoyándome en los pequeños picos de oscuridad, preparo las piernas dispuestas a escapar, ya qué según me han enseñado mis ídolos Shaggie Roger y Scooby-Do, a veces es saludable correr por tu vida, si no logras salvarte, al menos habrás hecho ejercicio.

Pero, a ti de que te sirve hacer ejercicio si no tienes a nadie que vaya a manosear los resultados.

¡Qué tú sabes! Quizas y a lo mejor...

¿A lo mejor?

A lo mejor pronto llegue alguien que ya conocemos y...

Espera un tantico, Emma Elizabeth, dijiste alguien que ya conocemos, por lo tanto, ¿estás dejando abierta la posibilidad de empezar a tener algo más allá con uno de tus vecinos?

Claro que no, yo a lo que me refería es que como por fin están por cumplirse los siete años de maldición de ese espejo que rompí, por fin voy a ser libre para ir a por todas por ese chico que me gusta.

¡Eso es Emma, no te rindas y lucha por tus sueños!

Mi sueño es Noah Centineo.

Ay no wey, mejor ríndete.

No seas tan pesimista, quizás y si nuestro amorío no resulte podemos ser amigos.

Sí, de otras personas. Sólo te voy a decir que tengas pensamientos más realistas y te des una oportunidad con alguien más alcanzable, que estoy segura de que te va a pasar como cuando tienes que tomar un bañar, que al principio te pesa, pero después ya no quieres salir, y acabas más pegada que goma de mascar sobre una superficie plana.

¿Que goma de mascar sobre una superficie plana? Demonios, es que tienes una personalidad tannn creativa.

Gracias amor, se la copié al burro de Shrek.

¡Por Dios, tengo que reírme para no llorar!

Ejecutando la mecánica acción  torpemente de regreso, me siento tropeloza y enredada; la tesitura de mis piernas un tanto tiesas y la respiración negándose a ser inhalada, afloran negativamente junto a la soledad latiendo por los pasillos, así como el mullir bajo las suelas de mis zapatos y el obvio seguimiento por parte del interesado románticamente en mi novio.

—¡Ey! Párate ahora mismo.—cuando escucho su voz cerca, tanto de la zona de los casilleros como la de los baños, una especie de tirantez agonizante tira de las facciones de mi cara,— ¿Es que acaso estás sordo?—Y en un debate interno entre si debería darme la vuelta para saber que tan cercano a mí está, o no, doy un mal paso, uno que provoca que mis zapatillas se deslicen haciendo que caiga de boca, con el cuerpo produciendo un silencioso golpecito en pleno escape...

Ey, pendeja, ¿te caíste?

Obvio que no, es sólo que me gusta besar el piso.

Ahh.

Un alfiler de cabeza, que probablemente se ha desprendido del mural atestado en fotos, se zambulle en el piso, acabando, funesta e inesperadamente, por penetrar la carne de una de mis manos afincadas al suelo, abriéndose paso dentro de la tierna zona como el filoso aguijón de una abeja.

Con la sana me tapo la boca para no chillar, mientras que mis dientes rumean los labios, impidiendo que expulse el dolor, aún cuando siento al objeto punzante destrozar todas y cada una de mis defenzas, como un huracán en pleno invierno.

El acompasado y somnoliento goteo de la sangre, que no demora en llegar, escurriéndose durante pequeños intervalos, mancha de escarlata la superficie blanca como copo de nieve, haciendo que vea como los tres hilitos de esta salen cálidamente como chocolate hirviendo del interior de mí, mientras procuro colarme por la puerta abierta del baño que milagrosamente el Dios de las Letrinas ha puesto en mi camino, fallando como siempre en un accionar patéticamente, metiendo apenas una mitad del cuerpo.

¡Porque ya está más que comprobado que la mala suerte es parte de mi rutina!

E incluso, si esta pudiese ser representada mediante un problema de matemáticas digno de algún exámen, sería algo tipo:

Si Emma tiene 4 natanjas, y le quitan 2 melones, ¿cuándo mide el Sol?

O sea...

¡Esa mierda no tiene ningún sentido!

¡Y mi mala suerte tampoco!

Estoy empezando a creer que a lo mejor mi suerte fue ese evento que le puse: Me Interesa, pero por quedarme leyendo nunca asistí, pues no sabría decirles quienes están peor, si los que se enfrentaron a una de las siete plagas de Egipto o yo.

Emmyta, en Saturno vive la buena suerte con la que nunca contarás.

Si, ¿eh?

—Así te quería coger, —su voz, antes jocosa, amena, grácil y entretenida, despega osca y masculina por su garganta, con una entonación nociva y peligrosa, que me deja pensando si a lo mejor la primera de sus personalidades no ha sido más que una máscara, una careta, algo superfluo para ocultar la otra cara de su luna.— maldito mirahuecos.

Con la expresión más sudorosa que cerdo entrando en matadero, aguardo con horror a la pisada mortuoria de la impotente sombra oscura, sintiendo el agobio anticipado inoculando por mis venas; puesto que si agobiarme por cosas que ni siquiera han pasado todavía fuera deporte olímpico, yo sería Michael Phelps.

A duras penas acabo deshaciéndome del alfiler incrustrado, tirándolo hacia otro lado, y contando cronométricamente dos segundos, lo escucho soltar una corta risita que no hace más que distraer, luego, la sangre abandona cada posible recoveco de mi cuerpo cuando el estrambótico estampido anticipado de un puño se embate contra el metal recubierto de uno de los casilleros más cercanos a mí, con una inquietante sacudida.

El golpe impacta duro y seco, y no es hasta cinco segundos más tarde que caigo en cuanta de que es mucho más ruidoso que el impávido replicar de un simple puñetazo, así que valiéndome del limitado coraje interno que aún llevo equipado sobre mis hombros, saco parte de la cabeza, dándome el lujo de vislumbrar la escena a detalle.

Mis ojos captan todo lo que se trasmite alrededor de la rendija de la puerta, como una cámara de vídeo encargada de recoge cada escena imprescindible que luego pegara y cortara antes de sacar la cinta al aire.

La sensación, igualándose a la de un enorme balón de oxígeno, instalándose directamente en mis pulmones, permitiéndome volver a respirar con normalidad, ayuda a que suelte un suspiro excesivo que aparta mis miedos, y la sonrisa automática despegue de mis labios, aún cuando debería tener por lo menos un poco de cargo de consciencia o meramente sentirme mal.

Es mejor que sea él a que seas tú.

Y eso es tan cierto como que detesto las papas fritas.

Un pobre chico, proyectando la misma cara que pusiste tú al terminar de leer Boulevard, con gafas marrones de pasta corridas por debajo del puente de la nariz, ropa desencajada, cabello revuelto y actitud de quien está a punto de hacérselo encima, está siendo zarandeado, como una piñata, en pleno borde de la estructura metálica...

El frágil ser humano que no tiene vela en este entierro, y que por desgracia se ha encontrado en el momento y el lugar equivocado, intenta soltar un lastimero: <<¿Qué haces amigo?>>, que se vuelve por momentos bajo e inentendible, mientras se encuentra siendo arrollado no solo psicológicamente.

—Eso debería preguntártelo yo,—La mirada de Black no me pasa desapercibida, siendo cazadora y profunda, situada justo por encima de la del muchacho como si deseara descifrar lo que mantiene escondido por dentro. El brillo indescriptible de completa maldad florece, mientras afianzando su mandibula, presiona ambos labios entre sí, recreando una primitiva línea apretada, con los puños en guardia a los costados.—¿qué hacías espiando?—sus cejas se disparan hacia arriba, con la actitud como la de un animal salvaje a punto de sacar las garras y atacar.

El chico se encoge de hombros, lamiéndose la boca con torpeza. El sudar frío brillándole en un descenso aperlado por su frente, mientras se vuelve palpable el nudo intragable enredándose como estambre alrededor de su garganta.

—¿Y-yo?—trastablillea con aquel tono tan bajo como ronco.

—No, tu gemelo malvado.—la voz del de cabello pigmentado pasa a ser tan sarcástica como burlona, antes de que acerque completamente su cara, haciendo rozar la punta de su nariz con la del muchacho, forzando una cercanía un tanto incómoda hasta para mí.—Y ni te atrevas a hacerte el jodido desentendido conmigo, empanadita de guayaba, porque por más que esté de acuerdo en que no estás para nada mal, e incluso, ese airecito puritano que destilas como si fueses... —hace una pausa, con el gesto de quien necesita pensar antes de volver a tomar la palabra—aceite de oliva, puro y extra virgen, me resuelte hasta cierto punto atrapante, no quita que sea capaz tomar mi cuchillo y enterrarlo en tu canal hasta ver como mueres, tratando de respirar, mientras te ahogas con los chorros de sangre que se filtran por tu saliva.—le brama, recorriendo de punta a cabo las facciones del chico con la yema de un dedo, hundiendo una vez finalizado el viaje, éste, con saña sobre el tierno hoyuelo observable en su mejilla.—No sabes de lo que soy capaz, así que no trates de jugar conmigo.—y la advertencia queda ahí, tan clara como el agua.

La preocupación me retuerce el estómago, agolpándose con fuerza contra mi pecho.

Pero la cosa no termina así...

Al parecer la cantidad de información que me han suministrado y aún no he procesado, no resulta suficiente.

Sino que, ella, mezclándose, con la locura retorcida que comienza a abrirse paso en mi vida, se apoderan con mayor destresa de toda esta mierda a la velocidad de una acción en cadena.

Dejándome absolutamente choqueada y confundida, cuando Black, tomando el rotro del chico entre sus manos, pega los labios a los suyos y lo besa directamente en la boca, juntándose en un compás exigente y provocativo, no correspondido por ambas partes, de apenas pocos segundos, suficientes como para que la ligera brisa les agita el cabello.

Mi mano buena vuelve a apoderarse, por segunda vez en menos de media hora, de mi boca, reteniendo el gemido de sorpresa total que estoy tentada a soltar.

Oh. Dios. Mío.

Un instante antes de que se separen por completo, el chico gruñe y jadea silenciosamente con dolor logrando captar aún más mi atención.

Jodida mierda.

Se frota arduamente el labio con la mano hecha un puño y es la diminuta gota rojiza; pendiendo de este, lo que me avisora de la situación:

¡Black acaba de morderle la boca!

Y no sólo esto.

¡Le ha mordido tan duro que su labio inferior se ha rajado, expulsando una par de escépticas partículas de sangre!

Mmm, al parecer esto cada vez se pone más y más interesante. ¿A dónde será que debo dirigirme para que me traigan las palomitas caramelizadas, el chocolate y el refresco? ¡Porque el show ya está servido!

¿Por qué él hizo eso?

Un atisbo de mareo me balancea con tibieza como si mi cerebro estuviese a punto de freírse de tanto impacto emocional.

Y no es para menos.

En este instante, podría decirse que mi mente es el Titanic y yo, Leonardo DiCaprio muriendo de hipotermia.

Como si todo lo anterior no hubiese sido más que una obra de teatro, perfectamente orquestada, Kyle entra en escena, moviéndose lentamente con una especie de paquete marrón claro abrazado a las manos, sorbiendo cierta cantidad de aire por la nariz hasta quedar de frente a ellos, cruzado de brazos y con la mirada seca.

No me atrevería a ser capaz de darles alguna descripción precisa acerca de su estado anímico, puesto que, a pensar de conocerle y compartir ciertas cosas con él, por varios años; su rostro, su expresión, su actuar, sus gestos... Su todo, empieza a sentirse como terreno intanteable y desconocido para mí, como si se hubiese quitado al chico que con anterioridad conocía, y hasta cierto punto quería, poniendo en su lugar a un doble, uno al que podía parecerse, pero jamás serían iguales.

—Tú te vienes conmigo.— el rubio toma por el brazo a Black, hundiendo los dedos sobre la cremosa piel de este, como una fuerte ligadura, empleando cierta ira ciega con la que jamás creí que contaría—¡Ahora!—le enfatiza.

Para completa sorpresa, la sonrisa gatuna de su compañero de fechorías no se hace esperar y le es compartida mostrándole los dientes, lenta y filosa sin espetar palabras, como si con aquel sencillo gestito le estuviese recordando algo.

El suave meneo en su articulación inmovil demanda calladamente que lo suelte, cosa que el rubio, enarcando las cejas, no muy convencido, hace.

Al despegar los dedos de la pálida epidermis, quedan matizadas líneas rojas arrullándole la carne, asimilándose a tajadas de urticarias como las que yo solía padecía en mi niñez producto a una alérgica a los aninales; y que en su caso, probablemente se deba a la violencia que empleó Kyle con él.

—¿No me dejarás despedirme o tan siquiera presentarlos?—la sonrisa retorcida que profundiza acompañada de un puchero fingido, produce un impalpable ruido en plena normalidad, uno tan molesto que dan ganas de suprimirlo a base de puñetazos sólo para así borrar cada rastro de él.— No te recordaba tan maleducado, bebé.

¿Es que acaso escuchas por el recto anal o qué mierda? ¡Que nos vamos! ¡Que te muevas! Porque acabas de agotarme la poca paciencia con la que hoy venía, así que tú decídete, o caminas por decisión propia o yo tendré que emplear otros medios en ti.

—¿Qué pasó amor? ¿Te dejó la novia?—con el entrecierro de ojos que le profesa Kyle, chasquea los dedos, riendo a boca cerrada— Oh cierto, no tienes—lo pica—Tu pequeño angelito no gusta de ti, tanto así que ni siquiera te quiere como amigo.— suelta una torcida carcajada.

—Black...—sisea Kyls.

—Uhm, sí, lo sé, soy malo y cuando se me canta la gana puedo ser peor, pero todos somos malos de una forma u otra, ¿cierto?—inquieta como apremio pero al ver que nadie le dice nada, le arrebata el paquete a Kyle de las manos, tomando un poco de distancia con la boca en forma de pato—Bien, yo me voy a ir ahora, pero,— le da una mirada fugaz al chico, que ha sido incapaz de hacer o de decir y lo señala—, más te vale que lo que escuchaste no salga de aquí. Tengo una mente muy abierta, al igual que los oídos.

La retirada de ambos chicos carentes de melanina se produce en silencio y el muchacho, creyéndose solo, suelta un taco muy poco religioso por los labios.

Una extrañe sensación exalta mi cuerpo con lentitud, cuando el iris oscuro de su mirada se desvía en dirección al lugar donde he formado mi escondite, y como un gusano, cienpiés o cualquier otro insecto flexible intento encogerme, procurando pasar desapercibida.

Me creo capaz de lograrlo, pero en abrir y cerrar de ojos él avanza en dirección a donde me he metido.

Sí.

Al baño.

Pero no a uno cualquiera.

No, no, no.

Sino al baño de hombres, donde el olor es más fuerte, los retretes más sucios y las paredes más rayadas.

Cosa que obviamente no había notado producto a la adrenalina en mi organismo y a la desesperación.

Me deslizo entrometiéndome en medio de un desgastado tablero de densidad media de madera ahuecado de pudrición seca que funciona como separador entre una taza y la otra, con mis piernas al descubierto, rezando para que él no sea tan inteligente como para notarme.

La puerta se abre y luego se cierra.

El ruido de la llave siendo abierta absorbe el silencio, el agua deslizándose por sus labios y manos liquidando el esparcimiento de sangre seca. Sus ojos sin vida fijos como témpanos de hielo sobre el reducido espejo que proyecta su propia figura.

La sangre no borra nuestros pecados, la sangre no borra nuestros pecados, la sangre no borra nuestros pecados.—escucho que susurra, sin dejar de echarse agua y frotar, las gotas que se desparaman, salpicando afuera, escupen el cristal, mojándolo a su antojo—Al morir la persona desaparece, al morir la persona desaparece, al morir la persona desaparece. Si. Sus pies descienden á la muerte, sus pasos sustentan al sepul...

Repentinamente él se queda en silencio, bueno, todo a nuestro alrededor lo hace. Mi corazón bombea aún más de prisa, recordando por experiencia propia que el silencio nunca de los nunca es algo bueno, al menos no para mí.

Puedo sentir cada tegumento cutáneo poniéndose de gallina cuando la sensación de ser una simple observadora es sustituida por la de ser hábilmente observada.

Un enorme escorpión imaginario me recta la espalda y el miedo me perfora el pecho.

—Sé que estás ahí.—habla, de una forma tan baja y suave que deja en claro que no esta molesto, más por alguna razón la tranquilidad ni siquiera me roza, el sabor humeante de estar viviendo dentro una pesadilla me sumerge y yo quedo profundamente hundida.

Mierda.

Esto es lo que yo me busco por ser tan chismosa.

Y pendeja.

Si, una completa chismosa pendeja de lo peor.

—Realmente lo siento yo...

Se da la vuelta, dejando de verme por el vidrio para hacerlo cara a cara, fijamente.

Mis palabras terminan siendo pisadas por sus ojos, los cuales al parecen tienen mucho que decir.

—Deberías tener cuidado con Él.—menciona, recargando el peso de su cuerpo entre el apoyo amarillento del lavamanos y la pared, por la cual estoy segura que ha salido corriendo una cucaracha.

Que puto asco.

—¿Él?—tuerzo los labios la mar de intrigada— ¿Hablas de uno de los chicos de antes?—doy dos pasos en su dirección y él da cuatro hacia atrás.

Niega, su repudio a mi cercanía me deja sin aliento de  inmediato.

—Hablo de Él.—insite—Del dolor pasó al resentimiento: del resentimiento pasó al odio y del odio nació la idea de la rebelión.—recita tranquilo, fluyendo cada palabras de forma entendible.

—¿Rebelión?—la confusión me eleva una ceja.—¿Él? ¿Quién es Él?

Él te quiero a su lado.

Mi nariz se arruga sin comprenderle, recogiendo una bocanada del aire indecoroso que flota en el ambiente, el cual no es más que en resumidas cuentas una asquerosa combinación de fluidos corporales y orina.

—¿Qué significa eso?—rebusco.

—La extraña...

—¿La extraña? —pregunto mientras repito.

Suspira.—Tú...

—Oh, no, no, no.—sonrío nerviosa, la mueca desafiante inundan mi cara— Yo llevo toda mi vida viviendo aquí. Yo no...

Porque los labios de la extraña destilan miel, y su paladar es más blando que el aceite; —suelta otra oración y los deseos de obtener alguna clase de explicación clara se vuelven más fuertes—más su fin es amargo como el ajenjo, agudo como el cuchillo de doble filo.

El suave silbido de su voz es sustituido por uno escabroso que me hace pegar un salto en el lugar, toda la circulación sanguínea me baja directamente a los pies.

Se acomoda la mochila sobre la espalda, secándose lo humedo en las manos en los pantalones de tela oscura, mientras yo interiorizo que aquel sonido no a sido otra cosa que el tiembre de la escuela que avisora acerca de la culminación del almuerzo y de la proximidad de los últimos turnos del la mañana.

—Debo irme.—asegura, apretando el pomo de la puerta.

¿Irse? Sí como no. Primero se va Messi del Barcelona.

Atraviesa la puerta y lo sigo.

—No, espera.—digo, antes de que los estudiantes regresen y me sea imposible encontrarlo en medio de la multitud, aunque él ya no parece tan dispuesto a hablar conmigo—¡Oye!—agarro uno de los bordes de su playera, ganandome una miradita de desaprobación.—No sé que se traen todos entre manos, pero este jueguito de: "Todos sabemos algo, menos Emma" me esta poniendo nerviosa. ¿Y sabes qué pasa cuando me pongo nerviosa?—le pregunto, igual de exasperada, como no dice nada me tomo el trabajo de seguir presionándolo. Si realmente deseo que diga algo voy a tener que ser dura. ¡Al carajo la Emma blandengue!—Que empiezo a repartir hostias a diestra y siniestra, así que sí deseas conservar la movilidad con la que aún cuenta tu pene, te recomiendo que escupa todo lo que sabes.

Siguiendo una especie de línea temporal, todo este rompecabezas comenzó con aquella rara chica del psiquiátrico, le siguió el asesinato de Kendall, las palabras extrañas de su mamá durante el velorio, la posibilidad de más de un asesino según la televisión, la reunión secreta entre Kyle y Black, y ahora...

¡Ahora este chico recitándome cosas extrañas que a saber Dios de donde las ha sacado!

O sea.

¿Qué está pasando?

¿Alguien lo sabe?

¿Mis padres lo saben?

¿La policía lo sabe?

¡¿Tú lo sabes?!

¿Por qué esta misteriosa relación tóxica de no querer decir nada?

¿A caso esto tiene algo que ver con Kendall y su muerte?

¿Habrá que unirlo todo para llegar a algo?

Y sobre ese tal Él...

¿Quién carajos es Él?

¿Él está involucrado?

¡Espera un momento!

Kyle y Black habían mencionando a un Él, entonces, podría ser...

¿Él el asesino?

¿Es ÉL el que está detrás de todo?

—Me encantaría ver todas las posiciones que eres capaz de hacer.—en medio de mis cavilaciones el calor de un aliento cercano a mi rostro se deja confundida.

—¿Eh?

—De kárate, con las que vas a golpearme ahí abajo, a mi amigo,—hace una mueca, incómodo de que sigamos estando tan cercanos porque yo me he aferrado a él para impedir que se escape— pero las clases siguen y me tengo que ir ya.

—Entonces no vas a decirme nada.—le digo, pero no como una pregunta, sino como una afirmación.

—Te puedo dar un último consejo.—mordisquea su labio roto.

¿Un último consejo? ¿Pero a qué estamos jugando? ¿Al Jumanji?

Hago un extraño ademan con la cabeza.—¿Por qué lo harías? Ni siquiera sé tu nombre.

Tamborilea los dedos sobre su mentón, no demorándose nada en acercar su boca a mi oído y suspirar una tibia corriente de aire mojado.

La mujer sabia edifica su casa,—el sonido silente de sus dientes arrastra lo mudo del eco—más la necia con sus manos la derriba.

¿Eh?

Aprovechando mi confusión se deshace del agarre de mi mano en su playera, dejándola caer a un lado, plisándose la ancha arruga.

Me dio otro rezo, otro fragmento de algo a lo que no le encuentro el sentido.

—¿Que significa?

Muestra una diminuta sonrisa sin gracia,—Eso ya es trabajo tuyo, Emma.

Jamás pensé decir esto, pero, por primera vez en la vida tengo ganas de estar junto a Brinn criticando gente.

✦•······················•♡•······················•✦
—Sería bonito matar al profesor de matemáticas para poder decir: "problema resuelto".

A mi derecha, Brinn eleva su voz molesta haciendo comillas con los dedos mientras sostiene y agita la hoja en blanco con el enorme cero perforado en negro, más oscuro y grande que todo nuestro futuro junto.

Sonrío ampliamente, tirando de la puerta de salida del aula con el brazo, lo mantego extendido tres segundos antes de sacudir la mano en un gesto para que pase.

Lo hace, dándome las gracias y luego continúa quejándose por otros cinco minutos, consecutivos, más.

Se aleja caminando sola, pensando que yo la secundo, hasta que voltea a verme, aguardando a la contestación de la pregunta que me ha hecho y que, claramente, no he oído.

Creo que la repite de nuevo pero ya no le estoy haciéndo caso.

Mi vista se siente ocupada buscándolo en medio del desaforado gentía que se ha desatado cuando salimos de la instalación educativa y el verdor de la naturaleza nos acoge.

Durante los siguientes dos turnos,—secundados a la cadena de nefastos sucesos—, él y yo, habíamos estado prácticamente todo el tiempo intercambiando mensajes de manera amistosa y nada conflictiva, así que cuando me pidió vernos solamente pude decirle que sí. 

Entretenerme en algo más y despejar la mente aunque fuese por un rato, no me vendría para nada mal.

—Emm, ¿estás escuchándome?

No.

—Claro, —sonrío mostrándole los dientes—lo que aún no entiendo es por qué no hiciste la tarea.—me asincero aminorando el paso al notar la fila de autos parqueados en el estacionamiento—Incluso para alguien como yo, que aún cuenta con los dedos le pareció bastante sencilla.

—No es algo difícil de comprender amiga, la tarea era para la casa, y yo...—hace del papel una bolita e infla sus mofletes, enojada, como un pez globo hinchando su cuerpo al sentirse atacado, antes de tirarla donde claramente dice que no está permitido—¡Yo vivo en un edificio! Deberían ser considerados.

Blanqueo los ojos, agachándome para recoger el cacho de hoja y votarlo en la basura.

—Somos mejores amiga.—le recuerdo.

Cercanas a su auto pintado de un tono nada agradable, ella hurga en su billetera buscando las llaves, con ellas ya en su poder, me lanza una pequeña mirada por el rabillo del ojo, uniendo sus cejas, sin entender del todo el camino por el que estoy llevando la conversación.

—¿A que viene eso?

—Te conozco, nunca dejas de hacer tus tareas.

—He estado ocupada.

—Tu ocupación tiene nombre, apellido y algo colgándole en medio de las piernas, ¿cierto?

¿Desde cuándo me he vuelto tan descarada?

—¡Emma!

—¿Sabes qué? Olvídalo.

Apenas quito la vista de su cara y me giro, colocando los codos en el meletero del carro, veo la mitad del enorme auto negro ocultándose detrás de un largo tronco a más de quince metros de separación.

Tomando una distancia perfecta como para que no nos vea, casi, nadie.

Una leve iluminación parece engullir por los oscuros cristales, por lo que instruyo que él debe estar esperándome dentro.

—Me tengo que ir ya.

Brinn atrapa mi brazo antes de que pueda irme, recorriendo con una delimitada línea imaginaria la trayectoria de mis ojos, chocando esta con la lejana masa oscura.

— ¿Te vas con él?

—¿Crees que hago mal?

Menea la cabeza y se ríe.—No mientras luego me sueltes todo el chisme.

—Considerarlo hecho.

Doy medio paso hasta que...

—Oye, espera, quiero que hablemos de algo.—me llama y giro. ¿Ahora?— ¿Recuerdas lo que ten conté aquella ves? ¿Cuando hablamos de un chico?¿De uno que la tiene no tan proporcionalmente grande? ¿El del tamaño: aguja de cocer?—la miro dubitativa, claro que me acuerdo, pero, ¿a qué viene eso?—Yo... Emm, hemos estado hablando, se siente solo y quizás..., o sea, nosotros, ya sabes...

Oh.

—No, no, no, ni te atrevas Brinn, —La imagen de mi amiga intentando nuevamente algo que obviamente no tiene futuro me carcome por dentro, pongo mis dedos sobre los suyos y los aprieto.—no puedes seguir aferrándote a un hombre que sólo te quiere para pasar las noches, no eres una cama.

—En eso tienes razón.

—Aunque tengas el cuerpo cuadrado.—agrego, murmurando bajito, con malicia.

—¡Emma!

—O sea, valórate butaca... Digo, Brinn.

Compartimos una sonrisa.

—Ya, en serio, sabes lo que se dice.

—¿Lo que se dice?

—Que donde hubo fuego cenizas queda.

—¿Que dónde hubo fuego cenizas quedan?—no puedo reprimir la mueca—¡¿Cuál fuego?! Si tu misma insuanste que con ese fósforito ni la estufa prendía.—le recuerdo, mi telefono vibra en el bolsillo y no me hace falta verlo para comprobar de quien se trata— Realmente me tengo que ir, pero vamos a seguir hablando de esto por la noche, ¿vale?

Asiente.—Adiós, tonta.

—Hasta luego, estúpida.

Me apresuro a caminar bastante rápido dando largas zancadas aprovechando lo estirado de mis piernas a pesar de ser bajita.

A menos de un tercio del camino, la puerta del vehículo se abre y él sale.

El vaporoso olor de su perfume ondea en el ambiente mientras se pasa los dedos por el pelo, sacudiendo todos los mechones descuidadamente, antes de engullir su trasero en el asiento del copiloto con las piernas por fuera.

Con el aroma masculino en el interior de mi sensible olfato, veo como vuelve a levantarse, al parecer inquieto, se acomoda los pantalones entallados negros, se remanga la playera blanca, se pasa ambas manos por su cara, rozando la ligeramente marcada mandíbula y lame aquellos relucientes labios un tanto llenos que estoy deseando probar.

Corto los tramos que faltan, terminando mi viaje, a centímetros de él.

Me le planto de frente un tanto agitada.

Una sonrisa juguetona se dibuja en su faz cuando me ve, barriendome descaradamente con la mirada de arriba a abajo, sus ojos brillándole con un reflejo rebervor, mientras tira al piso la virginal colilla de su cigarro, que no ha llegado a prender pero si a mascar.

Sonrío con falsa cortesía y un puchero aparece en mis labios antes de que bata exageradamente mis pestañas y le mire.—Hola, ¿Tiene algún problema? ¿Necesita, ya sabe, ayuda?

Cortando nuestra línea de separación, en un movimiento me da la vuelta, me agarra de las muñecas, dejándome presa entre el gran árbol y él, e inhalando una bocana de aire errática, todo el cuerpo me tiembla emanando un feroz calor anticipado.

Para ti que tanto te gusta andar recogiendo los papelitos del piso, Emma Hadel, aplícate esto: ¡El planeta: limpio y el sexo, sucio!

—Si, tengo un problema,—su nariz traza un caminillo bordeándome las mejillas, su rostro se hunde en el hueco de mi cuello, suspirando en un leve frotamiento que denota el tipo de problema al que nos estamos  enfrentando, uno largo, duro, caliente y apretado—uno de más de veintitrés centímetros que necesito resolver, así que si quieres ayudarme, Woodhouse, estaría más que encantado.

Mis ojos se cierran sintiendo la descarga eléctrica recorrerme la nuca cuando me besa suavemente el cuello. El gimoteo danza por mi garganta.

—Nos van a ver.—chasqueo. 

Me toma por las caderas para que lo mire, su aliento, mezclándose con lo salvaje del puro y lo suave de la menta, me calienta los labios.

—Subamos al auto entonces.

Sonrío sintiendo el tacto de su frente contra la mía. —Estás loco.

—Por estar dentro de ti.

Toma mi rostro con sus dedos, abriendome la boca, y me besa, duro. Sus labios se mueven furiosos contra los míos, me araña, muerde y lame, con un delicioso deseo que parece no menguar, cada molécula vida dentro de mi, como la lava ardiente de un volcán a punto de estallar.

—Detente.—hablo con un hilo de voz aún pegada a sus labios, respirando. El corazón me salta en el pecho, y gimo al sentirlo pasa la lengua húmeda por mi boca.

—Mírame.—ordena, y lo hago.

Gruñendo me besa de nuevo, haciendo que un simple y casto roze se vuelva algo más intimo y profundo, impulsándome contra el árbol, agarrando todo mi pelo en un apretado puño que me deja emitiendo un jadeo sollozante y errático, con los labios semiabiertos.

Inclina mi cabeza, abriendo furtivamente mis labios para amasar su lengua contra la mía en pequeños y rápidos impactos que se sienten tan bien.

Cuando el aire escasea en mis pulmones, me aparto, necesitando respirar.

—Entremos al auto, Woodhouse.

Me toma de la mano, entrelazando nuestros dedos antes de guiarme y deslizarnos juntos por la parte trasera de este, cerrándola al instante.

El maravilloso cuero forrando cada segmento del vehículo, pareciendo un perfecto y costoso trabajo personalizado, raspa de forma sedosa mi piel, agudizando cada estímulos natural.

Lo helado en el clima, desde dentro, no nos complica e incluso parece innecesario, puesto que nuestros cuerpos, irradiando calor, lo ascienden, mis muslos quedando totalmente abiertos a su alrededor debido a la posición sentada encima suyo.

Las ventanas polarizadas del vehiculo ayudan a que no me cohiba tanto una vez que meto las manos debajo de su piel percibiendo lo rico y calentito que se siente, su corazón deslizándose como un atleta en pleno maratón, mientras las manos se presionan contra mi trasero, recordándome los nubulosos chispazos de poco cordura de aquella, no tan lejana, vez.

—¿Tú también lo quieres?—siento la firme presión en su entrepierna mientras nos contorneamos, abrazados, levemente deseosos, su miembro comienza sentirse más grueso y grande entre nuestros cuerpos—¿Lo estás deseando?

, mucho.

—Aquí no.—chisto, aferrada a la cordura.

Y mentalmente me repito: No podemos hacerlo en el carro.No podemos hacerlos en el carro.No podemos hacerlo en el ca...

Con un empellón se sacude hacia arriba, sarteando, en  medio donde él quiere estar y yo quiero que esté. Y todo se me remueve. La necesidad de más, me hace arquear el cuerpo contra el suyo, provocando que le agarre tirándole del pelo con presición.

—Aquí sí... Aquí y ahora... Te voy a sacar la playera, ayudarte a bajar los pantalones, las bragas, el sujetador, y cuando ya no haya nada más que quitar, vamos a tener el mejor polvo de nuestras vidas y te voy a hacer disfrutar tanto, Woodhouse.

—Jay...—sus labios recorriendo en borde mi oreja, haciéndome sentir empapada.

Dios, como me pone en modo mandón.

¡No metas a Dios en esto, maldita lujuriosa!

—¿Entendiste? Todo ese odio que nos tenemos mutuamente lo vamos a liberar esta tarde, aquí y ahora.

Rápidamente se las ingenia para sacarme la playera por la cabeza, lanzándola a cualquier rincón ajeno dentro del auto, poniéndome debajo suyo, retirandome los zapatos y las medias, abriendo y empujando, luego, cada uno de los botones de mis jeans, impulsándome un poco hacia arriba hasta lograr quitarlos del todo.

Rehaciendo el firme ligamento de sus dedos en mi pelo, me lo agarra todo, antes de admirar la delicada piel de mi estómago, piernas y pechos, contrastando con el cálido conjunto de ropa interior de los Ositos Cariñositos en rosa palo que no demora en desaparecer.

Termina deleitándose con mi cuello, besándolo y chupándolo, con los dientes incados en una larga succión que me pone chillar encajandole las uñas sobre su ropa, sabiendo que me quedará marcada.

Sonriente comienza a desvertirse, sin apartarse mucho, llenándome de besos mojados la cara, el cuello, el pecho, la clavícula, las muñecas y los hombro.

Desnudo se cierne, echándose, sobre mi, colándose entre mis piernas con su miembro rozando mi humedecida hendidura. Otro gemido se profundiza por mi garganta bloqueandome la respiración.

—Mierda...—exhalo conteniendo el aliento cuando introduce dos largos dedos en mi interior, en un rápido y profundo deslizamiento que al principio me escuace, haciendo que una lágrima se deslize por mis ojos durante de la acción; toma uno segundos acostumbrarme, una vez que eso pasan, el dolor es sustituido por la imperiosa necesidades de recibir más de aquellos trazos autoritario en círculos dentro de mi, vuelviéndome loca.—Joder.

—Abre más las piernas, Woodhouse. —exige, impulsando sus dedos para que entren y salgan más rápido, tomando una tortuosa carrerita que me deja en un estado de temblor inmediato mientras me toma, separo mis piernas intentado enrollarlas en sus caderas—Sí, así.—me premia— Estás tan mojada.

Un jadeo alto abandona mis labios abrazándome a su cuello.

—Más...—le ruego, sintiendo el cúspide de placer tan cerca.—Más rápido. —el torrente abrumador de sensaciones se concentra bajo mi vientre, a punto de correrme, hasta que sus dedos comienzan a desacelerar, y los ojos le brillan con una chispa maldita que deja en claro que no es cuando yo quiera hacerlo, sino cuando él me lo permite. —Te odio. —bufo frustrada por la tortura y le golpeo la tiesa musculatura del pecho.

Me da una mordida en el hombro inclinándose para abrir la cajuela y sacar un condón.—Te encanto.

—Eres un estúpido.

—Un estúpido que te gusta.—se pone el profiláctico, ubicándome a horcajadas encima suyo— Porque te gusto, ¿cierto?—tuerce las cejas de forma simpática ganándose que le conteste con una risita que vibra fluyend  por nuestros cuerpo, la misma que pierdo cuando mete la punta de miembro en el centro palpitante que gotea por él—Dímelo, dime que te gusto.

—Maldición...

La tibia raíz de su miembro quemando dentro de mí, sus manos frías extendiéndose por los contornos de mi mandíbula.

—Dimelo, dímelo, dímelo, Woodhouse.

—Me gus...

Mi voz se quebra al verlo bajar los labios a mis pechos, soplando las tiesas puntas antes de acercarse y lamer, sondeando con las callosas yemas de los dedos la susceptible zona. —Dímelo. ¿Te gusto?

—Sí...

Un leve pellizco me hace suspirar, mientras protesto al sentirme vacía cuando se sale, el ancho capullo crecido cayendo en su estómago destilando un líquido viscoso que mancha el condón. Sus manos como único estimulo, acompañan a la saliva, diluyendo por mis pechos en un tórrido acelerado, erizándome las terminaciones nerviosas dentro de la piel.

—¿Cuánto?

Lo tomo por la nuca con firmeza, aburrida de jueguitos, lo quiero malditamente adentro ahora, antes de que mi cuerpo se enfríe y el odio jurado que le tengo sea mayor que las ganas.

—Esto no son clases de estadísticas, Jaden, así que o me lo metes, o...

Mis palabras quedan en pausa cuando se le oscurece la mirada con los ojos llameando inconformes con mi osadía, aparta bruscamente un mechón de mi cabello y tomando su erección erguida recubierta de venas, con sus propias manos, se sumerge en mí de un solo golpe intenso.

Mi cuerpo se retuerce debido al fuerte impulso con el que me aporreó adentro, palpitando mi centro, estirándose las paredes de mi intimidad, tanto de dolor como de placer, ensartándome alrededor del grueso miembro.

Lagrimeo incapaz de contener el amasijo de emociones. Nuestras caderas se frotan percibiendo la despierta y rápida salida y entrada, mientras me amplia las piernas internándose más dentro de mi parte sensible.

Flexionando el cuerpo lo acepto del todo, amoldándome a su ritmo, aceptando los embates, montándolo y cabalgándolo como a un animal salvaje mientras le tomo del pelo.

—¿Te duele?—pregunta lamiendo mis lágrimas, saborean y deleitandose con mi dolor, al igual que un vampiro que te absorbe la sangre para apoderarse de tu esencia.

Lo acerco a mi boca, asintiendo y le beso, su lengua se interna ruda entre mis labios con un mecimiento mecánico, sus dedos patinando sobre mi necesitado botón, estrujandolo, frotándolo, moviéndolo, con los soniditos lastimeros de mi garganta blandeando por los labios.

Presa, abrumada, hecha ren en un tormentoso mar de emociones, dejo que me contornee como le de la gana, echando la cabeza hacia atrás, mientras me balancea, deleitándome con todo lo que emite, desde los sonidos roncos de puro placer, el achinamiento de sus ojos, la sonrojés de sus mejillas, la tensión de sus músculos empapados de sudor frío, hasta su olor...

Aquel olor embriagador y único, abrazándome y poseyéndome de manera codisiosa, tan así que estoy convencida de que se me quedara impregnado en el cuerpo hasta que me bañe.

Con esa idea de tener su aroma se me pone la piel de gallina.

Oler a él como si le perteneciera, como si fuese suya...

Suya como su ropa, sus zapatos, sus habanos, su móvil, su carro y su casa.

Suya de forma material.

Suya de forma posesiva.

Suya no tocándo ámbito sentimiental, sólo el físico.

Suya...

Hasta que mis paredes se contraen y mi botón se hincha.

Me mojo con mayor ferocidad, como si una catarata se desbordara entre mis piernas, dándole un firme apretón a su masculinidad, chupandólo con fuerzas.

Recordando aquel punto sensible en su cuello me le acerco mordiendo, hundiéndole los dientes mientras ansiosamente me desplazo rápido, arañándole la espalda como una gata salvaje.

Un gemido surca mi boca al sentir la dulce fricción de sus movimientos combatiendo contra los míos, echos círculos.

—Fóllame Jay.—suplico, le paso la lengua por el cuello sintiéndolo contraerse—Rápido. No quiero que pare.

—Te gusta tenerla y sentirme dentro, ¿cierto?—Sonríe, sus labios rojos y húmedos por la sección de besos—No quieres que te la saque. ¿Hmm?

Su último y torturado bombeo me deja callada respirando por la boca, mientras este detona y chasquea, alcanzando el ángulo perfecto para hacer que me venga, blanqueando los ojos, corriendome en un largo orgasmo que me deja lánguida y lista para que él moldee mi cuerpo buscando su propia liberación.

Su virilidad se abulta e hincha, batiéndome, hasta que la calidez de su corrida ahoga el condón y chillo, con él estéticamente hundido dentro, cerrando los ojos mientras gruñe en un gesto culminante.

Finalizada la acción, libera mi cuerpo, y deja que me explaye encima suyo, su corazón bombeando en su pecho bajo mi cabeza.

Nos toma varios minutos recuperar la respiración, asimilar lo que hemos echo y mirarnos.

Se me queda viendo sonriendo como estúpido cuando se saca el condón lleno, le hace un nudo y lo mete dentro de una servilleta, para luego sacar otro, rasgando el envoltorio metálico, poniéndoselo.

—Me estoy poniendo duro de nuevo.—dice, sus labios rozando mi oreja, el miembro semi erecto se sacude.

—¿Realmente crees que puedes hacerlo otra vez?

Me río buscando mi ropa con la vista, según el reloj de su auto son pasadas las tres de la tarde, así que apenas tengo dos horas para ir a la casa, bañarme y vestirme e ir para el trabajo.

Atrapa mi cara y sonríe.

—¿Quieres que te lo demuestre?

******************************
¡Ya regresé fans!

Perdón, el vecino no había pagado el wifi :(

Vaya capitulito el de hoy, ¿eh?

Espero que les haya gustado y si es así no olviden comentar y votar <3

Nos leemos,

>Amanda<

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