003 | Malos recuerdos

401 37 29
                                    

Z Í A

No puede.

No, no puede.

No puede ser tan malo, es lo que venía repitiéndome sin cesar desde que mis zapatos pisaron las escaleras metálicas del edificio, cuando el abuelo se marchó y no pude hacer más nada que no fuera enfrentar lo que se aproximaba, sin saber qué era con exactitud, sin quererlo. Recuerdo que, por una parte, me encontraba muerta de los nervios pero también de la curiosidad; a esa edad empezaba a creer que eran sentimientos que venían de la mano.

No estaba tan equivocada después de todo...

Al principio todo estuvo tan bien que me relajó.

Tatiana, -la suplente de grado, la misma que nos recibió más temprano al abuelo y a mí -nos invitó a tomar asiento donde más gustaramos a la vez que nos comentaba que solo estaría con nosotros unas cuantas semanas. El aula, como ella misma lo denominó, era el doble de grande que mi propia habitación incluso mucho más colorida. Así que cuando cada uno de nosotros tomó asiento, nos pidió presentarnos y decir algo que nos caracterizara; según ella eso ayudaría a conocernos mejor. Muchos de nosotros hicimos muecas o fruncimos nuestro ceño sin saber a qué se refería, completamente confundidos, por lo que pasó a explicarnos muy animada qué era y ser la primera en presentarse mostrándonos cómo se hacia.

Eso no alivió la tensión.

En un principio no lo entendí, pero por suerte no tuve que ser la segunda en hacerlo, pudiendo tomar a los demás como ejemplo.

Poco después, entrando en confianza, nos pidió relatar lo que habíamos hecho en las vacaciones de verano; lo cual no tardó demasiado, al vivir todos en un pequeño pueblo nuestras respuestas no variaban más allá de un: dormir, ver caricaturas, comer mucho, jugar en el parque y visitar nuestros familiares al otro lado. Como una vez escuché al abuelo decirle a mamá, antes de tirarse en el viejo sofá del salón a ver uno de sus programas favoritos en la televisión: es un pueblo pequeño, no hay mucho qué hacer aquí, con la excusa de no salir a hacer su caminata diaria por el frío clima que hacia ese día.

No podría culparlo.

Los problemas aparecieron en cuanto resonó el timbre del receso.

Cuando salimos al jardín trasero, que era muchísimo más espacioso que el delantero debido a la famosa zona de juegos que Tatiana tanto alardeaba horas atrás; arriba el cielo aún se encontraba algo nublado, amenazando con que llovería otra vez en cualquier momento.

Tan solo imaginarlo hizo que se me revolviera un segundo el estómago, otra vez.

La lluvia siempre lo arruina todo, pensé sin poder evitarlo. Solía traerme malos recuerdos.

Todo seguía empapado por las lluvias de los días anteriores, así que fui extremadamente cuidadosa, o más que ello, con cada charco para no ensuciar mis zapatos nuevos, pero no fui capaz de notar el charco que se encontraba oculta en la banca en la que me sentaría esa mañana... Lo que hizo que de un momento a otro la parte trasera de mi falda se encontrara empapada, provocando así la risa de los demás niños que se encontraban presentes a mi alrededor.

Sentí mucha vergüenza, así que apenada, le pedí ayuda a la señorita uniformada más cercana quien me permitió ir al baño a secarme sin el mayor interés en ayudarme; secar mi falta con papel higiénico pareció una buena y única idea al principio, hasta que esta se llenó de pelusas.

Lo había arruinado.

Mamá va a enojarse muchísimo, pensé mientras intentaba arreglarlo con mayor rapidez, pero seguía luciendo igual de terrible. Finalmente al ser consiente de que secarla con papel sólo lo empeoraba dejé de hacerlo y suspiré, intentando calmarme. No puede ser tan malo, me recordé antes de salir de ahí y fingir que todo estaba bien.

Aunque mi uniforme se veía algo desastroso.

Pero no bastó con eso, mi suerte se vino cuesta abajo, como si de una montaña rusa se tratara.

Cuando me aproximé a comer junto a mis demás compañeros, con mi falda aún húmeda y llena de pelusas; la lluvia empezó a caer. Como si no hubiese molestado los días anteriores.

Los niños, alborotados, guardaron rápidamente sus pertenencias para no mojarse y con ello enfermarse, corrieron a resguardarse dentro del edificio con una velocidad impresionante -una que no compartía, por supuesto. - Pero uno de los pocos que quedaban afuera conmigo, golpeó accidentalmente mi hombro haciendo que mi desayuno terminara en el lodoso suelo del jardín. No se detuvo a pedirme disculpas o siquiera a recogerlo por mí, por lo que algo enfadada me agaché cuidadosamente a recogerlo y tirarlo donde correspondía.

Mi mala suerte no se detuvo ahí, no suficiente con eso, otro niño más tropezó torpe y fruertemente conmigo haciéndome caer de bruces, ensuciandome.

No puede ser tan malo, me repetí sintiendo las lágrimas picar en mis ojos. Más por enojo que por tristeza.

Me levanté y recordé que mamá solía decir que si nos repetiamos muchas veces algo, terminaríamos creyendolo. Quizá por esa misma razón me dijo y se dijo a sí misma tantas veces «estaremos bien» esa noche y todas las siguientes cuando papá nos abandonó sin más. A veces solía extrañar su presencia ya que, lo único que tenía de él, eran vagos recuerdos borrosos y unas cuantas fotografías que había tomado sin permiso de los cajones de mamá. ¿Por qué no estaba con nosotras? Me preguntaba sin entenderlo, no tenía una respuesta y ni siquiera podía preguntarlo en voz alta sin que mi madre enloqueciera.

Un día estaba y al siguiente desapareció. Se había esfumado.

El timbre sonó, por tercera o cuarta vez en la mañana, indicando el final del receso o al menos eso era lo que nos había explicado Tatiana más temprano. Eso también ayudó a despejar mis pensamientos, aunque fueran unos cuantos segundos nada más; ¿cómo entraré así a clases? Me pregunté.

Al asomarme a uno de los ventanales que daban hacia el jardín descubrí que afuera aún seguía lloviendo, cada vez más y más fuerte. Al parecer no se dentendría.

Caminé por el solitario pasillo y antes de entrar al aula, froté mis ojos queriendo alejar las lágrimas recordando lo que me había aconsejado el abuelo días atrás: no tenía porqué llorar, ¿verdad? ¿Entonces por qué quería hacerlo? Me dediqué a observar por unos minutos mis sucios zapatos, con restos de césped pegados a ellos, mis medias húmedas me incomodaban al igual que mi falta pegándosea la piel; sin lugar a dudas, mi uniforme estaba hecho un desastre, uno grande.

Inhalé.

Mi madre en serio se molestaría de tan solo verme en ese estado, pero yo no podía culparla ni mucho menos excusarme. Había sido mi culpa, debía haber tenido mucho más cuidado. Quizá así no estaría en ese estado.

Era simplemente humillante.

Mis ojos volvieron a picar y lo único que pude hacer fue suspirar, pero no de alivio, sino de cansancio, deseando tener que irme a casa. Intentando buscar la excusa más tonta para irme, no quería estar ahí.

Tomé una bocada de aire por la boca y cerré los ojos un momento, para luego tomar el pomo de la puerta y girarlo.

------ 💛 ------

¡Hola, holaaa!

No tengo mucho que decir, éstos a penas son los capítulos introductorios de la historia, pero: busquen muuuuchos pañuelos y abracen a nuestra pequeña Zía; lo necesitará):

Recuerden votar y comentar. Se los agradecería muchísimo.

¡Feliz casi-Navidad! 😉 💕

Quisiera pedirte perdón  | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora