001 | Sentir

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Z Í A

No sabía cómo sentirme.

Mamá sonreía con entusiasmo mientras observaba las fotografías instantáneas que me había tomado hace unos cuantos minutos con su vieja cámara, la misma cámara que usó en su época universitaria; la misma que solo presenta en ocasiones especiales, como navidad y cumpleaños.

Por ello supe que era un día importante, y eso solo logró ponerme más nerviosa.

Sentía el estómago revuelto.

El abuelo, quien se encontraba a su lado, tenía la misma expresión mientras las observaba con ella. Tenía una sonrisa plasmada en su arrugado rostro —de esas que solía regalarme con la intención de producirme tranquilidad después de haber despertado de una horrible pesadilla durante la madrugada, cuando bajaba corriendo las escaleras hasta el salón, lo encontraba viendo algún viejo programa de televisión y él me sostenía entre sus brazos hasta que lograra calmarme. —Pero también los ojos cristalizados por las lágrimas, incluso vi una caer por su mejilla pero fue capaz de disimularlo con rapidez.

¿Estará bien? Me pregunté a mí misma, mientras me dedicaba a frotar las palmas de mis manos contra la falda azul que llevaba puesta ese día, recibiendo a los pocos segundos una mirada de molestia por parte de mi madre por el acto. Dejé caer mis brazos a los lados y me balanceé sobre mis pies en cuanto volvió a enfocarse en las fotografías; queriendo que fueran perfectas. Como todo.

Sentía también un nudo en el pecho.

Desde hace algunos días en casa todos se habían estado comportando extraños.

Sobretodo conmigo y podía notarlo.

Si mi corta memoria no fallaba, la última vez que los había visto actuar tan extraños fue cuando unos señores de trajes elegantes vinieron a hablar con ellos una mañana, un domingo precisamente. Lo recordaba a la perfección, no querían que me enterara, pero sé que venían por alguna razón a desalojarnos de la casa de la abuela. En ese momento tuve muchas preguntas y también muchísima curiosidad, pero mi única respuesta fue un cortante: son cosas de adultos, por parte de mamá. No lo entendía, para alguien de siete años, era algo que no tenía ni una pizca de sentido: ¿por qué nos quitarían algo que nos pertenecía? Era donde vivíamos.

—Zía , ¿estás lista para tu primer día de clases? —Preguntó, a la vez que se colocaba a mi altura con una sonrisa plasmada en su cansado rostro, interrumpiendo mis pensamientos con ello. Ahí me dí cuenta por primera vez que mamá era realmente alta, pero que lo era muchísimo más cuando usaba esos zapatos altos de los que luego tanto se quejaba.

Pero sobretodo, era muy hermosa.

Tenía una sonrisa preciosa.

Me gustaría ser como ella cuando crezca, pensé con ilusión una vez...

[...]

El abuelo estaba nervioso.

Y por alguna razón quería ocultarlo, ocultármelo.

Lo sabía porque lo había pillado jugando con los hilos que colgaban de la manga izquierda de su vieja chaqueta, hacía eso cuando estaba nervioso inconscientemente. Solía hacerlo a diario cuando la abuela vivía; cuando la visitábamos y nos tocaba estar más de una hora en la sala de espera del hospital en el que se encontraba para luego, con suerte, lograr verla a través de un enorme cristal unos cuantos minutos. Ahora que lo pensaba mejor, para ella los últimos momentos de su vida debieron verse como una película, no una feliz, si no una bastante triste.

Quisiera pedirte perdón  | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora