006 | Sorpresas y visitas inesperadas

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Z Í A

El abuelo y yo manteníamos un sin fin de promesas dentro de nuestra relación, como cualquier otra. Recuerdo a la perfección que una de ellas era, sin duda alguna, comprometernos a visitar a la abuela donde ahora descansaba eternamente al menos una o dos veces al mes; como máximo.

A pesar de tener un millón de promesas, también manteníamos una que otra regla.

No era algo que hiciéramos todos los meses, como la tradición que teníamos de ir todos los domingos al parque a divertirnos un rato, era todo lo contrario. Era solo a veces, solo cuando lo sentíamos necesario.

Mamá en ninguna ocasión nos acompañó, ni siquiera lo hizo el día en que falleció a pesar de que se trataba de su propia madre, no estuvo ahí. Ni ese día, ni los siguientes. Solía excusarse con que era un lugar horrible que le ponía los vellos de punta, y tal vez tenía razón, pero nosotros a pesar de todo lo hacíamos: «las personas no mueren cuando ya no están con nosotros, si no cuando las olvidamos». Y nosotros no queríamos olvidarla.

La abuela había sido más que buena con nosotros en vida, no merecía de ninguna manera que la olvidaramos por el hecho de que ya no se encontraba con nosotros. Por ello, siempre intentábamos mantenerla cerca de nuestros pensamientos, realizar cosas que ella solía hacer y no pudo culminar, visitarla de vez en cuando; a pesar de que mi madre no estuviera de acuerdo con ello.

Solo cuando ocurrían esas ocasiones especiales, rompíamos la promesa que el abuelo le había hecho a mamá.

La misma que había hecho meses atrás, cuando falleció la abuela. Ya que cuando ocurrió él no quiso despegarse ni un segundo de su lápida, sintiéndose culpable de no haber podido estar más tiempo con ella, aunque había hecho todo lo que estuvo en sus manos para lograrlo. Su muere le rompió el corazón, sin duda. Y recordarlo hace que algo en mi pecho duela todavía, a pesar de haber pasado cierto tiempo desde ello, el dolor y la falta que hacía en nosotros era la misma que cuando partió aquella triste y lluviosa tarde.

Aún puedo recordar su mirada triste y cansada, a pesar de que sus ojos brillarán de alegría por tenernos a su lado un minuto más.

No resistió más.

Y no debió marcharse...

Cuando lo hizo no lo entendí, solo me pregunté muchas veces: ¿por qué nos había dejado si nos quería, y nosotros a ella? ¿A caso el amor que sentíamos por ella no era suficiente para hacer que sanara y se quedara un poco más? No lo entendía, más tarde —ese mismo día —,  el abuelo entre lágrimas me explicó que no podíamos retener a alguien en vida cuando la muerte se encontraba a nada de tocar la puerta. Lloré también, junto con él, sin entenderlo aún, no tenía sentido pero me dijo que después lo haría.

Y pasó demasiado tiempo para ello, a pesar de que sigue doliendo cada vez que lo recuerdo.

Supe que era un día de esos, puesto que ella fantaseaba con el que sería mi primer día de clases.

Como todas las veces que íbamos, llevábamos en mano un ramillete de sus flores favoritas, margaritas dijo el abuelo que se llamaban —aunque yo prefería llamarlas las flores de la abuela, porque eran sus favoritas. —Nos sentamos cerca de su lápida y nos abrazamos en silencio.

El cielo empezó a nublarse y por un momento creí que llovería, pero no lo hizo.

A diferencia de mi madre, ese lugar no me ponía los vellos de punta. En cambio, me daba una tranquilidad tan inquietante que hacia que algo en mi estómago se revolviera sin cesar.

Descubrí que, desde que salimos del cementerio del pueblo, el abuelo había estado intentado no echarse a llorar, como siempre que íbamos; por lo que mientras caminábamos de regreso a casa intenté animarlo contándole más detalles acerca de mi primer día de clases.

Pero nada funcionó.

A pesar de que lograba provocarle una risa, su mirada transmitía tristeza y su cabeza en realidad se encontraba muy lejos de nosotros o de lo que decía.

También que todo se debía a que pronto se cumplía un aniversario de la muerte de quien fue el amor de su vida...

Era algo que no podía manejar y se escapaba de mis manos. Pero aún así, hizo que se me ocurriera una idea.

Una que tal vez lo haría sentir mejor.

[...]

De regreso, hicimos una pequeña parada, pasamos por un pequeño bodegón a comprar ingredientes que el abuelo necesitaba para hacer unas de sus cuantas galletas especiales para celebrar mi primer día de clases al llegar a casa, —como una recompensación por haberlo enfrentado, — pero también un poco de avena, ¡puaj! A pesar de que lo agrega a nuestra cesta de compras con la excusa de que le estaba haciendo un favor a una de nuestras vecinas, no evito ocultar la pequeña bolsita lejos de la cinta corrediza de la caja cuando nos toca pasar a pagar.

Todo es en vano, mis intentos fueron inútiles, terminó pagándolo después de lanzarme una mirada recelosa a la cual respondí encogiendome de hombros inocentemente. No me gusta la avena.

Estaba anocheciendo cuando por fin pisamos la calle en la que se encuentra nuestra casa, cuando noto que tan solo faltan al menos cinco casas para llegar a la nuestra pienso en correr hasta allá, ya casi pudiendo saborear las galletas del abuelo. Sin embargo, él me detuvo colocando una mano sobre mi hombro al notar mis intenciones, con su mano libre empujó con cuidado la reja blanca que rodeaba la casa, cruzó la entrada, subió los peldaños de la escalera de madera con calma, para finalmente tocar el timbre.

Yo por mi parte, crucé los dedos para que no hubiera nadie del otro extremo, pero de nada sirvió.

Me hizo una seña para que me acercara, cuando una señora regordeta se asomó por la puerta con una pequeña sonrisa, no me quedó más remedio que acercarme a saludar a regañadientes, sabiendo que las galletas especiales del abuelo tendrían que esperar un poco más por esa inesperada visita.

Sonrió algo incómoda, pensando que entre tantas vecinas mi abuelo tuvo que justamente hacerle un favor a mi antigua tutora.

—Hola, linda —. Me saludó después de haber tomado la bolsita de avena que el abuelo le entregó, sonriéndole con agradecimiento.

Algo en ella me resultó extraño.

Ellos empezaron a entablar una conversación, dejándome por fuera, así que me dispuse a esperar sentada en el último peldaño de la escalera, deseando llegar pronto a casa pero también aprovechando el momento para empezar a planear la sorpresa que le daría al abuelo en unos cuantos días...

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¡He vuelto!

Bien, estaba un poquitito perdida. No había actualizado por cuestiones personales, además de que tenía una especie de relación amor-odio con este capítulo mientras lo editaba, no me convencía completamente así que no me decidía si publicarlo o no... ¡Pero aquí está!

¡Estamos cerca de los 2,5K! Gracias a todas las personitas que me leen, votan, comentan y lo siguen haciendo. No saben lo feliz que me hacen. 💕

Ahora quería saber algo: opiniones generales acerca de la historia hasta ahora, por aquí por favor. 👀➡

Quisiera pedirte perdón  | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora