008 | Mantener la esperanza

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Z Í A

La señora Tasha y el abuelo eran viejos amigos desde que tenía uso de razón; fueron compañeros en la preparatoria y luego mejores amigos en la universidad.

Aunque eso no duró demasiado, al menos para él debido a que tenía que trabajar para comer.

Solían contarme que muchos en su etapa de preparatoria creían que eran pareja, aunque realmente no era así, sólo estaban unidos fuertemente por el mismo hilo: la abuela. Puede que pasarán mucho tiempo juntos, pero todo eso tenía un propósito. Mientras el abuelo se rehusaba a siquiera dirigirle la palabra por miedo, la señora Tasha —quien conocía y compartía clases con ambos —se encargaban de reunirlos disimuladamente cada vez que podía para que así lograrán conocerse y charlaran. Y aunque él nunca estuvo de acuerdo con su manera de forzar las cosas, no podía negar ante nadie que no eran el uno para el otro.

A mí, en cambio, me parecía una bonita historia de amor. Porque lo era a pesar de todo.

Ambos siempre se encargaban de contarme algunas anécdotas que los involucraba antes de dormir, pero ninguna se comparaba con el día que se conocieron... Para mí, su historia era la mejor, con sus altos y bajos, y no habría ninguna otra que la igualara jamás.

A pesar de que la abuela había fallecido, hubieran pasado muchos años desde aquella época cuando se hicieron cómplices y ahora ambos solo se encontraban en la espera de sus últimos años de vida, resguardados en sus hogares alrededor de sus seres queridos. Mantenían la tradición de merendar juntos tal y como lo hacían cuando eran mucho más jóvenes. Casi todas las tardes, con la excepción de que ahora la abuela no se encontraba para detener sus tontas peleas y en su lugar me encontrara yo.

Dolía.

Siempre quise creer que se trataba de una tradición, —jamás logré descubrirlo —tal como las que el abuelo mantenía conmigo: como el hacer galletas o salir a caminar al parque los domingos. Y no un consuelo para que ella no se sintiera tan sola, ya que no tenía a nadie más que al abuelo en este pueblo. Bueno, a excepción de su única nieta: Tatiana, quien recientemente había regresado al pueblo con la intención de ser suplente en la escuela donde me encontraba, además de estar más cerca para poder estar al pendiente suyo; quien también la visitaba muy poco debido a su nuevo trabajo, el cual debía mantener a ambas.

Pero un día solo desapareció...

¡Con razón su rostro me resultabatan familiar! Pensé cuando me enteré que compartían lazos sanguíneos.

Podía que su nieta no fuera algo regordeta como ella, pero ambas mantenían las mejillas coloradas, además de que compartían el mismo color de ojos cafés.

Y su aparente buen humor.

Eso me hizo pensar únicamente en dos cosas lo que restó del día: la primera era que el mundo no era en realidad tan grande como decían, puesto a que conocía a su nieta sin siquiera saberlo en un principio. La segunda era que quería una amistad tan duradera como la de ellos, alguien que estuviera ahí siempre sin importar qué.

Porque exactamente así eran ellos dos.

Lo anhelaba.

Tenía a el abuelo, sí. Lo sabía, lo apreciaba muchísimo, pero todos los días desde que la abuela partió vivía con el constante miedo de perderlo a él también.

¿Qué sería de mí si mañana no estuviera conmigo?

No lo sabía pero tampoco quería descubrirlo.

Quisiera pedirte perdón  | PAUSADADonde viven las historias. Descúbrelo ahora