❂ capítulo dos ❂

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Y aunque una sola vez, años atrás, un mal intentó acabar con la familia real, destrozando la poderosa fortaleza que alguna vez se alzó ahí, nunca, nadie pudo vencer a los Akgon, ni una sola vez; el castillo anterior había quedado en ruinas en su mayoría, una de las cuantas pérdidas terribles que el imperio sufrió hacía más de diez años. Pero como la nación era fuerte, como lo eran sus hombres y su propia alma diluida en oro líquido, el imperio se volvió a alzar.

Les tomó su tiempo, pero ese enorme castillo se volvió a erguir con sus torres imponentes, tan altas que se perdían entre las nubes. Con esos muros altos e inquebrantables; con sus ventanales inmensos y sus puertas de roble. Krestum, le llamaba su gente, una palabra de la antigua lengua que solía hablarse por esa costa en tiempos anteriores a la conquista. Cuando ese sitio hablaba Vehstry antes de que el sur se conociera como La Capital de todo el imperio.

Esa era Dragonscale, la ciudad dorada, La Capital, el Sur del continente. El hogar de los Akgon.

Y en el Krestum, sobre el trono, se sentaba el rey; pero no cualquier rey. No solo un hombre con poder.

Quien llevaba la corona no había solo un príncipe heredero alguna vez, así como su antecesor y el antecesor de este. La dinastía Akgon había sido poderosa desde su primer representante, pero cada uno de los reyes en ese trono había dejado parte de sí en el imperio. Hubo reyes no coronados, conquistadores y visionarios. Hubo reyes pacíficos y sabios, hubo reyes feroces y guerreros... pero el actual... peleó no una, sino dos veces por su imperio.

Cientos de historias tejían el manto de vida del actual monarca de Goré, los niños crecían con sus historias, sus relatos se habían transformado en canciones y él mismo era una leyenda viviente; había traído el amanecer de vuelta a una tierra oscura y a pesar de cada una de las llamaradas de fuego que su dragón expulsó, él nunca, jamás ardió.

¿Y qué era un dragón sino el rey de este y todos los cielos?

La dinastía lo reconocía por ello, el mundo lo admiraba y sentía respeto y fascinación por el hombre que portaba la corona, que regía su pueblo con la misma sabiduría que su padre antes que él.

Kargem.

Ese era su título, rey del cielo, rey de todo.

Y Jaekhar Akgon era su hijo.

El mayor de tres; nació dieciocho años atrás, meses después de una guerra contra la oscuridad, contra la muerte misma. El príncipe había estado ahí, aún como un feto, pero había sobrevivido junto con su padre a una caída de dragón en plena batalla. Su padre, porque Kargem se había casado con un omega de las tierras del norte, un príncipe también, que antes de quedarse en el sur con los Akgon, dio la vida por ellos, cedió su corona, por amor.

Eso hacía de Jaekhar Akgon un hijo de dos dinastías poderosas; el hielo y el fuego. Tal vez por esos sus ojos tenían un color distinto en cada pupila, por eso él era el primer alfa dentro del imperio; el primer Akgon de sangre pura, lleno de poder. Tal vez eso era lo que le daba un cierto deje de confianza extra que aliviaba su carácter ya de por sí frugal y divertido, despreocupado y siempre en busca de una aventura en los cielos.

Por eso el príncipe había huido hacia el llamado de emergencia de las tierras de Litoreh en cuanto lo oyó; tenía que salir, tenía que ayudar. Corrió hasta su dragón y se fue directo bajo el cielo de la mañana sin parar a cuestionarse qué día era o si habría consecuencias después. Por eso Lysander lo siguió, su mejor amigo, su hermano del alma; dudó en ir, intentó hacerlo quedar dentro del palacio, siempre intentando evadir el huracán constante que era Jaekhar..., pero como siempre, el chico apenas un año menor que el príncipe, terminaba cediendo.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now