❂ capítulo veinticinco ❂

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ZEERAH














—¿Alguna vez vas a contarme como te hiciste esa cicatriz?

Zeerah rodó los ojos antes de ignorar la pregunta de Jaekhar mientras regresaban al castillo.

Habían estado en el bosque por un largo rato, terminándose la porción de pay mientras hablaban de viejas historias. Zeerah había copiado las marcas de Jaekhar poco a poco, atrapando su labio inferior entre sus dientes al volcar toda su atención en la tarea; ella no era una artista y aunque Jaekhar mencionó que había hecho un muy buen trabajo, sabía que si Daerys hubiera ayudado desde un principio, todo habría sido más fácil.

Pero ahora estaban de regreso a Gindar, llevando los pergaminos con las marcas del príncipe. Marcas que aún estaban pintadas en su piel y que él se había negado a lavar antes de volver al castillo, por lo que la tinta aún se asomaba por los bordes de su ropa y relucían cada vez más mientras se movía con singular alegría, dando saltos de aquí para allá, rodeando a la bruja mientras caminaban por el bosque.

Zeerah había notado como su energía crecía mientras pasaban más tiempo juntos, pero sabía que no solo se debía al poder que menguaba entre los dos, sino que Jaekhar estaba cada vez más cómodo en su presencia y, desde que habían empezado con las historias, ahora la curiosidad del príncipe dragón no parecía tener un fin. Y ella no sabía como sentirse respecto a eso.

—No —fue su única respuesta mientras pasaban las últimas filas de árboles hasta llegar al gran páramo en el que se hallaba el palacio de las brujas.

Las ruinas cubiertas en musgo la recibieron y ella casi sintió el frío y la desolación que emanaban. Pero la cálida presencia del príncipe era demasiado imponente como para lograr ignorarla.

—¿Por qué? ¿Es vergonzoso? —preguntó él, estirando sus brazos, haciendo movimientos circulares con ellos, como si necesitara estar en constante movimiento.

—¿Por qué habría de ser vergonzoso?

—Porque no quieres decirme —Zeerah se giró a verlo y tuvo que detenerse por un segundo antes de apartar la mirada.

Jaekhar parecía de todo menos un príncipe en ese momento.

Con esos pantalones viejos y la camiseta blanca llena de manchas de tinta. La capa cubierta en lodo y rota por los bordes. Los rizos blancos sobre su cabeza estaban revueltos, despeinados y por cada día que pasaba, parecían más largos. Era... eclipsante. La vista de alguien tan extraño, tan radiante en una tierra de magia que había estado moribunda por años. Zeerah nunca habría conocido a alguien así, ciertamente nunca vería a alguien así de nuevo, cuando este príncipe se marchara y regresara a su ciudad dorada llena de dragones.

—¿Tú querrías contarme sobre los secretos de tu reino? —preguntó ella distraídamente mientras reanudaba su caminata en dirección al castillo. Jaekhar tardó un segundo en seguirla y en reanudar sus preguntas.

—¿Por qué? —dijo, regresando a su lado—. ¿Tu cicatriz es un asombroso secreto del que depende el reino entero de las brujas?

Zeerah se frenó de nuevo, antes de cruzar las murallas de Gindar. Una ráfaga de viento atrapó los rizos oscuros de su cabellera, haciéndolos flotar por breves segundos antes de que volvieran a su sitio.

—Eso no es de tu incumbencia.

Jaekhar se quedó quieto de inmediato, como si hubiera estado patinando en hielo y sintiera el momento exacto en el que el hielo se cuarteara. Fue como si una densa nube se hubiera puesto enfrente del sol y Zeerah se reprochó de inmediato por ese arrebato.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now