❂ capítulo veintitrés ❂

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S A N D E R





Se movieron a través del palacio en ruinas en cuanto escucharon que la matrona estaba de vuelta.

Habían pasado casi tres días desde que ella se había marchado y cien cosas habían sucedido en su ausencia. A través del sonido de sus pasos y las capas revoloteando por los pasillos, Sander se encontró estando ansioso por saber cómo reaccionaría la bruja a la estadía de dos dragones en sus tierras, qué pensaría de las marcas en Jaekhar, de su magia, pero sobretodo, se preguntaba si Zeerah le hablaría de lo que él era.

De lo que siempre había sido desde que había nacido.

Lysander llevaba la sangre de un hechicero. Un Omega del Norte de Goré que había encontrado la magia como refugio del terrible mundo que se alzaba a su alrededor, rodeado por bestias que lo atemorizaban aun si en algún momento habían sido su familia. Su otro padre era un Alfa de Gélida, quien había crecido junto al príncipe de aquella tierra cubierta en nieve.

Tras una tumultuosa historia que involucraba guerra, oscuridad y muerte, Sander había nacido en una tierra lejana, viviendo sus primeros años en una pequeña choza en lo alto de una colina, rodeado de hortalizas y hierbas que su padre utilizaba para realizar magia.

Siempre había estado familiarizado con el poder, era capaz de sentir su efecto en el ambiente, cómo el aire cambiaba ante su presencia, cómo la temperatura cambiaba y el mundo parecía detenerse durante un respiro cuando la magia flotaba a su alrededor. Cuando creció en La Capital de Goré, en la dorada ciudad de dragones, empezó a acostumbrarse a la sensación abrumadora de poder y aunque todo parecía disminuir ante su presencia, nunca dedicó especial atención a ello.

No hasta que sus padres se marcharon del gran castillo de los Akgon, llevándose a sus hermanos para iniciar una tranquila vida en el bosque, de vuelta a la tranquilidad de una choza, muy lejos de las calles atiborradas de gente y el constante ruido de los rugidos provenientes del cielo. Fue ahí cuando ellos le dijeron, cuando su padre, el de los ojos dorados, le habló del propio poder que tenía dentro de sí.

Su padre Omega lo había llamado "escudo" pero fue su padre Alfa quien dijo "Eres un protector, Sander" y desde ahí había atesorado esa pizca de magia que lo hacia diferente. No remarcable, no extraordinario. Lysander no montaba dragones ni veía el futuro, pero estaba ahí para proteger a aquellos que sí.

Y tal vez eso lo haría especial, tal vez eso habría sido el factor decisivo que lo haría brillar bajo una luz diferente a los ojos de la familia real. Los Akgon podrían verlo no como un caballero más, sino como un arma más en su poderoso arsenal. Serviría a Kargem con su espada y su poder.

Pero solo una mirada a Jaekhar cargando en su espalda a un pequeño Daerys que estiraba su mano para alcanzar un libro... lo frenó por completo.

Él no quería ser un arma, no quería ser algo más allá. No era poderoso, no como el rey dragón lo era. Nunca lo había soñado y ser un escudo no lo ayudaría a conseguirlo. Sander ya lo era todo con su espada, con su promesa eterna de servirle a ese imperio, y si era un protector... entonces lo sería hasta que su corazón dejara de latir.

Porque su promesa había sido con el reino, pero en el centro de su alma, esa promesa era primordialmente para proteger a los hermanos.

Así que lo mantuvo en secreto, por su propia elección. Sobretodo cuando el pequeño príncipe de cabello blanco y radiantes ojos azules comenzó a crecer y su poder con él. Daerys empezó a descifrar todas las travesuras que Jaekhar haría mucho antes de que siquiera se le ocurrieran a su hermano mayor. Ni hablar de cuando jugaban al escondite y Daerys ni siquiera tenía que esforzarse. En cada juego de azar, él siempre ganaba, y cuando su padre les contaba historias, el pequeño príncipe terminaba las frases por él.

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