❂ capítulo veinte ❂

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DAERYS



El mundo a su alrededor se sentía diferente. No era cálido como en casa, parecía como si el color se hubiera desvanecido y en el aire solo había silencio.

De alguna manera, siempre había sido silencio para él.

O eso era lo que creía..., hasta que despertó esa noche.

Los rugidos de dragón lo habían traído de vuelta a esa tierra oscura rodeada de pinos altos. Había salido del castillo para encontrarse con la imponente imagen de Riskhar gruñéndole a la bruja de rizos oscuros, a Rhaenys refractarse en colores bajo la luz de la luna, aterrizando dispuestos a bañar con su fuego a la tierra de las brujas. Como si estuvieran respondiendo a una llamada de auxilio.

Porque eso era lo que habían pensado... Daerys estaba aterrado y había llamado inconscientemente a sus dragones. O tal vez había sido su Padre, habría visto la preocupación de su hijo, mandando a sus criaturas de fuego para llevarlos de vuelta a casa. Pero no.

No iba a irse a ninguna parte, porque después de tantos años de silencio, ahora había tanto, pero tanto ruido. Y Daerys tenía que encontrar la respuesta de todas las preguntas que florecieron en su cerebro.

Así que se encaminó fuera del castillo. Por primera vez no estaba lloviendo y el bosque a su alrededor pareció un poco menos aterrador, pero no tenía miedo ¿Cómo tenerlo? Si el ruido de las alas sobre el castillo había sido melodía suficiente para recuperar su estabilidad. Aunque la llegada de sus dragones no parecía haber sido el movimiento más acertado en su jugada; las brujas estaban asustadas ahora, pero ¿Qué pasaría cuando su matrona volviera? Daerys estaba convencido de que cuando Arwan regresara, las cosas tomarían un rumbo peligroso. Dudaba que esto tuviera alguna repercusión positiva para su tan ansiada alianza.

Tenía que replantarse su plan, dar un paso hacia atrás y admirar su tablero. Las piezas estaban bien dispuestas y él había aprendido a jugar desde hacia tantos años que ni siquiera consideraba perder. Pero una de las tantas cosas que Padre le enseñó, fue a no confiarse nunca. Daerys conocía los movimientos y las piezas, pero nunca conocería la siguiente jugada que tomaría el oponente. Si no se esforzaba en escuchar.

Se movió a través de los árboles, sujetándose de la corteza de algunos para evitar resbalarse. Sus botas no estaban diseñadas para una caminata en la naturaleza y esa nueva capa era demasiado larga para él; pero claro, no había un sastre que ajustara su ropa como en casa. De todas maneras, ¿Por qué habría tenido que llevar una capa en Dragonscale, para empezar? Esas eran las tierras del sol, pero esta parecía ser la tierra de la lluvia. Los dragones no estarían cómodos ahí.

Y antes de que Daerys pudiera ponerse a pensar en casa, en su ropa y en lo mucho qué extrañaba sus comodidades... encontró un claro ante la pálida luz del medio día.

Se maravilló fugazmente por el verde profundo de toda la vegetación; habría jurado que el bosque estaba seco o en su camino a un profundo otoño, pero ahora el mundo estaba ahogándose en vida. Aunque no tuvo suficiente tiempo para pensar en eso cuando todo se oscureció por unos segundos y una feroz ráfaga de viento revolvió su cabello.

Riskhar descendió en un poderoso movimiento con su típica actitud socarrona. Siempre parecía encontrar divertido lo colosal que era en comparación con el fino cuerpo del príncipe, como si le entretuviera la idea de que alguien tan pequeño pudiera mirarlo sin un ápice de miedo. Pero fue Rhaenys quien le trajo una tremenda oleada de alivio cuando cruzó el cielo; con sus escamas plateadas, su dragón se pintó de todos los colores cuando la luz blanca lo iluminó. Aterrizó a un lado, mucho más pequeño que su hermano oscuro, una imagen demasiado fiel a sus monturas.

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now