❂ capítulo seis ❂

6.1K 713 336
                                    





Dedicado a mi lonely witch, Aranza.
Aranzcl
¡Feliz cumpleaños, preciosa! Te quiero un montón!





Las brujas habían crecido con las historias.

Ahí en su tierra de atardeceres de colores, en donde alguna vez la magia había crecido sobre su tierra como vegetación abundante; historias de aquel tiempo en que la brujas eran poderosas e invencibles, magníficas a través del destello en sus ojos dorados. Relatos de antaño que se preservaron durante siglos, desde que su primer grupo se convirtió en una comunidad y desde que eso se volvió una población entera.

Antes, las historias se contaban en las hogueras, la líder del aquelarre se sentaba entre sus pupilas para contarles sobre las más grandes brujas, sobre cómo llamaban al poder y qué tan poderosas habían sido. Ellas no dejaban de hablar hasta que la última brasa de la fogata se apagara y se llevara las cenizas en el viento. Pero eso había sido hacía siglos, cuando todavía existían suficientes brujas para hacer ese tipo de reuniones, para festejar en las tierras que alguna vez habían sido gloriosas y fuertes. Cuando Nivhas era la tierra de las brujas y no un puñado de ruinas y pastizales secos.

Ahora las historias las aprendía uno si quería, si tenía el valor suficiente de buscar los antiguos documentos del clan, adentrándose en los niveles más bajos de la gran biblioteca del palacio que ya se caía a pedazos. Si tenían suerte de hallar un libro que no tuviera las páginas pegadas por la humedad, carcomidas por la falta de uso y la tinta se borrara de los pergaminos cuando uno daba la vuelta a la página.

Pero eran sus historias, su origen y aún se consideraban sagradas. Aún cuando era tan difícil convencer a la jefa del clan que las contara en las cenas..., si es que se dignaba a aparecer en el comedor, ya nunca lo hacía. No en estos tiempos, no cuando los días parecían durar mucho más y las estaciones parecían haberse detenido. Ya no sabía si era invierno o primavera, en sus tierras nunca nevaba, pero los días soleados fueron de las primeras cosas que se perdieron ahí cuando la magia empezó a escasear también.

Ahora las brujas a veces ni siquiera sabían que lo eran, las más viejas continuaban con su vida sin la magia y las nuevas no sabían que habían nacido con el don porque sus poderes nunca se manifestaban. Ese era Nivhas y aún los niños crecían con las historias... pero ahora solo parecían más cuentos que su historia real.

Y a nadie parecía preocuparle, no a nadie más que a Zeerah.

Ahí en el bosque, bajo la corteza de un gran árbol que había caído hacía tanto que el musgo ya lo había cubierto entero, se hallaba su lugar seguro. Un pequeño refugio, alejado de todo, lo suficiente para que nadie la castigara si la encontraba con todos esos libros que hurtó de la gran biblioteca cuando nadie estaba mirado. ¿Por qué lo harían de todas maneras? Ya nadie sentía ningún tipo de preocupación por ellos, a nadie le interesaba ya la historia o sus orígenes y eso desde hacía mucho, ¿por qué empezarían ahora? Aun así, cada que una rama se rompía o que el viento a su alrededor parecía remover las hojas de los árboles cercanos, ella se alertaba, cubría todo con una de sus viejas capas raídas y tomaba de su arco como si ese inútil pedazo de madera fuera a salvarla de alguna amenaza.

No, ella no iba a poder luchar contra la amenaza que acorralaba a sus tierras desde las costas, la que consumía a su pueblo y que les quitaba la magia. No con ese arco, no con ese enclenque poder que le quedaba y ciertamente no ella, una de las pocas brujas que quedaban, dirigiéndose en línea recta a donde esa amenaza las estaba guiando: a su perdición.

Pero el problema más grande de todos era que nadie sabía qué era exactamente esa amenaza. Solo sabía que la vida se estaba agotando y alguna que otra antigua estaba aconsejando abandonar Nivhas y buscar hogar en otra parte del mundo porque estas tierras estaban malditas y no había nada que pudiera hacerse respecto a eso. Pero ¿Cómo iba a dejarlo todo? Nivhas era suyo, era su hogar... y Zeerah no iba a dejarlo, no cuando este era su hogar por derecho, no cuando su madre yacía enterrada en estas tierras.

Y ella sólo era una bruja, pero si de algo servía leer todos eso libros...

Una rama se rompió a la distancia y el crack resonó a través del bosque; lo reconoció de inmediato, sabía lo ruidosos que eran los pies distraídos e inexpertos de quienes no conocían el arte del sigilo. Sabía quién precisamente, se aventuraba al Bosque Oscuro sin miedo porque sabía de sobra que ninguna criatura espeluznante con colmillos y temibles garras la aguardaba nada más pasar los primeros árboles. Así como sabía que solo una persona conocía la ubicación de su refugio, pero a pesar de ello... tapó todos los libros y su arco para ponerse pie y salir al claro, encontrándosela de frente.

—¿Qué sucede? —preguntó demasiado rápido, demasiado sospechosa. Zeerah se arrepintió al instante de su elección de palabras y su tono.

Los ojos azules de su prima brillaron con intriga pero no tardó en ignorarla.

—Te buscan, bueno... a todas, en realidad. Hay asamblea —dijo con esa voz suave y melodiosa que podría haber sido buena para cantar, pero ella no era una cantante, no, había nacido para otro tipo de arte.

—¡Por la Luz! ¿Era hoy? —Zeerah se apresuró a moverse por los arbustos, levantándose las faldas del vestido raído para aproximarse hasta su prima.

Es hoy —le dijo y le tendió la mano para ayudarla a moverse entre la trampa de ramas y tallos que especialmente había puesto para alertarla si alguien no deseado traspasaba las barreras de su refugio. Los hechizos y guardas ya no funcionaban, ni la más sencilla de la magia servía más.

Zeerah tomó la mano de su prima, su piel morena contrastó con la palidez pecosa de Mel, aunque los anillos en sus dedos anulares eran idénticos; símbolo de las brujas, con una piedra preciosa al centro; algunos vestigios de su poder. Según los libros que Zeerah había leído recientemente, eran núcleos que en algún momento controlaban su magia y les daban un mejor enfoque; ahora solo eran adornos, insignias en todo caso. Y este era de su madre, porque ella no había recibido el suyo... tal vez nunca lo haría. No después de la gran decepción que había sido, cómo la matrona de su clan la veía con lástima.

—Quita esa cara, todo irá bien —dijo su prima. Ella era así, dulce, suave, demasiado pura para este mundo marchito. Mel era una rosa en una tierra rodeada de espinas.

—Sabes que eso es una mentira —contestó Zeerah, alzando las cejas y negando con la cabeza, pero su prima no le soltó la mano, en cambio, la atrajo más cerca y enroscó su brazo con el suyo—. Nada ha ido bien desde hace años y dudo que hoy sea el día en que cambien las cosas, Mel.

Pero su prima solo le sonrió.

—Pues hoy me desperté con un buen presentimiento.

—Tú siempre te despiertas así.

—No, es... distinto. Hoy vi a mamá y supe qué tal vez las noticias no serían malas. Tal vez hay un rayo de esperanza al cual aferrarnos.

—¿Qué, eres una Sorti? —bromeó Zeerah justo cuando salían del bosque, mirando a lo alto de la colina en la que el palacio de Gindar se erguía.

—No, no soy una clarividente, aunque me gustaría —Mel dejó escapar una risita cantarina, tan distinta a los ceños fruncidos y ojos en blanco de Zeerah, pero ellas eran tan diferentes; su piel, sus ojos, incluso su cabello casi negro y esponjado era tan distante a la cortina lacia y castaña que caía de la cabeza de su prima.

Zeerah había aprendió a no hacer preguntas mientras crecía, su madre nunca le había hablado de su padre y ciertamente las brujas nunca conservaban mucho de sus parejas una vez que concebían un bebé; pocas eran aquellas que se casaban o que iniciaban familias. Pero la de ellas eran el resto de las brujas, criadas entre ellas, entrenadas por las más antiguas. No había hermanos, padres, tíos o abuelos. Eran ellas y solo ellas.

Se movieron entre las nubladas calles de Nivhas, entre los callejones oscuros y caminos de piedra hasta el palacio. Estaban lejos, llegarían tarde inevitablemente, Zeerah se comenzó a morder el labio cuando lo comprendió y trató de buscar una excusa convincente en su cabeza. El brazo de Mel era lo único que la guiaba entre la gente y el camino; el sonido de un trueno en el cielo anunció una tormenta distante y Zeerah se preguntó si es que no estaban caminando directamente a ella.

///

Drakhan NeéWhere stories live. Discover now