❂ capítulo treinta y ocho ❂

3.3K 372 631
                                    





SANDER


Lysander tenía cinco años el día que conoció un dragón.

Muchos de los recuerdos de su temprana infancia se tornaban borrosos con el tiempo, aunque el cariño y el amor prevalecían, había imágenes que se desvanecían poco a poco. Pero ese recuerdo no. Era vívido, ardiente; parecía haber sido grabado a fuego en las paredes de su memoria.

El nombre de aquella criatura era Dravho.

Era una temible bestia de escamas naranjas que parecían brasas de una fogata. Sus alas eran de un naranja más profundo, con garras afiladas en las puntas. Su cola era larga y remataba con una bola hecha de púas letales. En ese momento, el pequeño Sander creyó que era lo más enorme que había visto, lo más extraordinario. Pronto descubrió que todavía había dragones más grandes, pero nunca volvió a encontrarse con otra criatura tan espeluznante.

Dravho era violencia encarnada, parecía estar furioso todo el tiempo. Gruñía y amenazaba a todos alrededor con una mirada llena de fuego. Sus ojos amarillos podrían haberle causado pesadillas a cualquiera. Pero él era un niño Alfa y uno de sus padres era un brujo, así que había pocas cosas de las que Sander podría haber estado asustado.

En realidad, creía temerle más a su montura. Una princesa de pelo blanco que mostraba la misma aura violenta, solo que esta parecía estar contenida dentro de su cuerpo. Lucía como si en cualquier momento ella pudiera explotar y arrasar con todo a su paso con pura ira ardiente. Pero era hermosa y se erguía como una guerrera. Sander había estado impresionado.

Pero, lo que más le interesó a pesar del temor que sintió inicialmente por ella, fue que pudo ver amabilidad en su mirada cuando se agachó a su costado frente al dragón. Por arriba de todo ese fuego interno, había serenidad y un poco de diversión. Le explicó con paciencia lo que su dragón podía hacer, que era un amigo y que era suyo. Que Dravho y ella sentían respeto inquebrantable por el otro y que no había necesidad de tenerle miedo.

El pequeño Sander quería explicarle que no tenía miedo, pero decidió quedarse callado.

Aquella vez voló por primera vez al lomo de un dragón. Por muchos años después de eso creyó que había sido una experiencia de una sola vez en la vida. Hasta que su amigo el príncipe pudo montar a su propia criatura alada y sin dudarlo, lo invitó. Y Sander no había podido negarse.

Desde ahí, él comprendió lo que eran los dragones.

Eran mucho más que criaturas temibles. Eran amables y elegantes. Algunos eran pacientes, otros eran caos total, pero la mayoría eran leales hasta la muerte. Las criaturas de los Akgon solo volaban con un jinete durante toda su vida. Amaban con devoción a sus monturas, luchaban y protegían. Eran criaturas de batalla como lo eran de compañía.

Pero nada les quitaba lo poderosas que eran, eso le había quedado claro. Ni lo atemorizantes que seguían siendo.

Fue por eso, que aquella tarde en la que Jaekhar volvió a Gindar, cuando Daerys corrió a recibirlo, Sander recordó ese primer encuentro con una bestia de fuego; fue similar, la forma en la que el dragón negro del príncipe gruñó y se irguió con la seguridad de que podía destruir todo a su paso si lo deseaba. La manera en que ese rugido habría podido resonar por todo el continente como una canción de guerra. Pero había algo más sobre ese momento, que lo hizo tener ese déjà vu.

Porque la Matrona, Arwan, estaba ahí para recibirlo también. Con todas sus brujas a su alrededor como si no fueran capaces de dejar sola a su líder ni un segundo.

Drakhan NeéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora